miércoles, 4 de septiembre de 2013

Zephiel Daroudji - Entre armas y sábanas (Parte 2)

(Para leer la primera parte haz click aqui)

Mientras caminaba por la extensas laderas de nieve que formaban los baldíos helados de Rasganorte, recordé algunos de los sucesos ocurridos en estas últimas semanas.


El maestro se había comportado generosamente conmigo, me acogió en un gran caserón que parecía ser de su posesión. Aquel lugar denotaba que su mentor era alguien de clase alta. El decorado al completo abarcaba una variada gama de colores que incluían en mayor medida tonos oscuros como púrpuras o corinto. El vestíbulo era inmenso y misterioso por igual, éste se ramificaba en varias salas que llevaban hasta las habitaciones o el salón comedor entre otros. Además de un abundante número de sicarios, también habían personas de un aspecto más normal que parecían componer el servicio.

La ''simpática'' asesina que me amenazó la noche antes con rajarme el cuello, fue tan cortés de acompañarme hasta la que sería mi habitación. Cuando crucé el umbral de la puerta no pude evitar soltar un grito de alivio y satisfacción. Recuerdo que aquella habitación era más grande que la casa en la que me crié de pequeño. Tenía todo cuanto pudiera necesitar, desde un gran armario, una confortable cama de gran amplitud e incluso baño propio. La decoración continuaba el estilo, cubriendo de color las cortinas y sábanas como si de un exquisito vino se tratase.  Lo primero que hice fue depositar la bolsa con mis escasas pertenencias en el suelo y dejarme caer en la cama. Era la mejor cama que había probado nunca, el colchón de plumas parecía engullirme por completo dando la impresión de estar entre los brazos de suaves y delicadas damiselas. Tumbado en la cama pensé en el dinero que ganaría si lograba desempeñar mi labor correctamente, el maestro me había prometido todo el dinero que pudiera imaginar. Sin duda mi primera adquisición sería una gran casa en Páramos, no, aun mejor, ¡en Villadorada!  y lograría entonces sacar a Kendra de aquel miserable cuchitril al que llamaba hogar.

La cena fue aún mejor. La mesa estaba repleta de deliciosos platos que no dude en probar. El grupo estaba compuesto por al menos cinco personas incluyéndome a mí, entre los que también se encontraban el maestro e Ivy. Nadie parecía hablar, todos cenaban en silencio, y mi ansia por devorarlo todo me mantenía tan ocupado que tampoco hice ademán de abrir conversación alguna entre los allí presentes. Sin poner en duda las habilidades como sicarios de cada uno de los comensales que me acompañaban, me percaté que quizás por agallas o por motivos propios, ninguno de ellos se atrevió a asesinar el silencio que nos acompañó durante toda la velada. Quizás en otra ocasión yo mismo hubiera roto, como se rompe en mil pedazos una vasija, la armonía de las escena. Pero conociendo o más bien intuyendo, la escasa moralidad y falta de escrúpulos de mis compañeros, decidí continuar en silencio y evitar así formar parte de la lista de enemigo de alguno de ellos, al menos por ahora.

Recuerdo como los rayos del sol iluminaron la habitación al amanecer obligándome a despertar en contra de mi voluntad. Mi cuerpo desnudo no había recibido mejores caricias que las de aquellas sábanas de seda de tacto indescriptible. No había pasado ni media hora cuando alguien interrumpió mis reflexiones golpeando la puerta. Me cubrí con la sábana de cintura para abajo y me acerque para abrir el cerrojo de las gruesas puertas de madera maciza. Entreabrí una de ellas y vi a Ivy esperando.

-Adelante.- dije invitándola a pasar.
Ivy cruzó la puerta pero se detuvo en la entrada.
-Vamos, tienes trabajo que hacer.
Paseé por la habitación mientras me recogía el largo cabello en una descuidada cola. Me percaté de como Ivy recorría  precavidamente mi desnudo y marcado torso con la mirada hasta donde una fina sabana dejaba al descubierto.
-¿Tan temprano?- pregunté asomándome por la ventana sin prestar mucha atención a mi compañera. 
-No es temprano, ha amanecido
- Bueno ahora me reuniré contigo...-viendo que Ivy no se creía mis palabras continué...- Estoy desnudo, déjame que me vista al menos...
-Eres detestable- dijo Ivy abandonando la habitación y cerrando con un portazo tras de sí.

Tras dar una carcajada abracé la cama nuevamente y continué durmiendo al menos media hora más. Más tarde me reuní tal y como había prometido con Ivy en los jardines del caserón. Me hizo vestirme con unas armaduras bastante pesadas, era un incordio moverse con esas vestimentas, y como descubriría semanas después, también sería un incordio caminar por la nieve con ellas. Las armaduras podrían protegerme cuanto fuera necesario, pero de que me serviría si mis movimientos eran tan lentos que no lograría siquiera alcanzar a mi enemigo, mucho menos asestarle un golpe.

-Te lo explicaré, eres grande y torpe, no podrías aniquilar a alguien con sigilo y sutileza, con lo cual te estoy enseñando a usar tus mejores cualidades que es la fuerza bruta. Para ello es necesario que vayas protegido, y por eso debes vestir adecuadamente.
-Pero pesan demasiado...-me quejé
-Cuanto antes empieces a llevarlas antes te acostumbrarás.

Ivy me entregó varias armas para que probara mis habilidades contra unos muñecos de madera. Aunque parecían inofensivos peleles, no lo eran. Alguno incluso logró soltarme un revés por increíble que pareciera. Probé suerte usando dagas, hachas e incluso arcos. Éstos últimos quedaron totalmente descartados por motivos que no deseaba recordar. 
Los días pasaban y aunque creí que lograba aprender bastante rápido, según mi instructora aún me quedaba un largo camino por delante.

Ivy era una letal asesina, en los breves momentos de descanso logré sonsacarle algunas palabras que relataban hechos de su vida. Una vez que se deshacía de la capucha que tan solo dejaban a entrever los ojos, parecía una mujer normal. Tenía los ojos marrones oscuros y el cabello corto de color negro como el carbón. Su tez era bastante pálida, y tenia una pequeña pero destacable cicatriz en una de sus mejillas. Según había logrado sonsacarle, ésta fue provocada por una joven sacerdotisa a la que se había enfrentado meses atrás. Ivy había formado parte de la hermandad de los Defias, pero tras la caída de los varios líderes por los que éste grupo había pasado, decidió abandonarlo e ir por libre.

También logré averiguar que relación mantenía con el maestro, la cual según aseguraba era puramente laboral de conveniencia. Aunque tras lo que había visto lo apoyaba a él y a su causa con fé ciega. Según Ivy, el maestro sabía por qué nos había elegido especialmente a cada uno de nosotros, todos teníamos una labor, y cuando los enemigos de nuestro líder cayeran, ocuparíamos un buen lugar dentro de su orden.

Tras la primera semana sentí que el agotamiento recorría todo mi cuerpo. Las horas de sueño y los largos baños de agua caliente ya no me parecían suficientes. Notaba todo mi cuerpo dolorido, los músculos parecían haberse negado a colaborar.

-¡Vamos golpea al enemigo!-gritó Ivy desde su posición

Golpee una y otra vez al cuello del muñeco de entrenamiento, hasta que la espada se quedó clavada profundamente. Tiré de ella con fuerza hasta caer al suelo junto con el arma. Me limpié el sudor de la frente y agarré la espada de nuevo.

-Sigues haciéndolo mal.- Ivy se acercó hasta mí.-Adelanta esta pierna y este brazo. Mantén la espalda firme e intenta realizar cortes limpios.- me indicaba mi instructora mientras iba corrigiendo mi postura de ataque.-Debes imaginar que el muñeco es tu peor enemigo, míralo fijamente a los ojos y hazle sentir que eres tan poderoso que debería estar atemorizado...
-Pero es un muñeco...-interrumpí, a lo que Ivy me respondió golpeándome con una vara en la cabeza.

Miré fijamente aquella figura de madera que parecía reírse de mí en mi propia cara. Fruncí el ceño y apreté fuertemente la mandíbula. Entonces la forma de la figura cambió adquiriendo lentamente el cuerpo y el rostro de otro ser, de un huargen para ser exactos. Un huargen al que conocía a la perfección. Pude sentir como si el propio Elesirt, aquel que me había robado a mi amada, estuviese frente a mi. Grité con rabia y me abalancé hacia la estatua. Con un ligero y eficaz movimiento separé la cabeza del tronco que cayó rodando por el suelo. Embestí el torso ficticio del huargen y caí sobre él. Lo apuñalé con la espada una y otra vez. Las tripas formadas de paja que rellenaban el muñeco se esparcieron a mi alrededor, pero no podía dejar de apuñalarlo hasta que comencé a llorar derrumbado.

Ivy se encontraba tan confundida que no se atrevía a acercarse en un primer momento. 

-¿Te encuentras bien Zephiel?- preguntó en un atisbo de debilidad
Asentí lentamente mientras me limpiaba las lágrimas.
-Por lo que veo tienes potencial...-Ivy se arrodilló junto a Zephiel y lo miró fijamente intentado escudriñar dentro de éste la pócima que le había convertido en tal bestia.
No sé si fue tan solo suerte o aquella asesina era más astuta de lo cualquiera pudiera imaginarse, pero logró encontrar la razón.
-¿Es por una mujer, me equivoco?
No respondí siquiera. Ivy me agarró por el mentón obligándome a mirarla a los ojos.
-Cuando termine contigo, serás tan poderoso que podrás encargarte de aquel que se interpone en tus objetivos.

Miré fijamente a los ojos de aquella letal asesina y la creí, la creí con todas mis fuerzas. Pero ahora me encontraba destrozado, y no había nada que lograra reconfortarme. Mejor dicho casi nada. Aquella tarde descubrí que Ivy no era tan solo una fiera salvaje en la lucha, sino también en la cama. Acaricié durante horas su desnudo y suave cuerpo bajo las sábanas. Nuestras bocas se encontraron varias veces mientras ambos nos fundíamos entre los brazos del otro. Sus uñas arañaron mi espalda en varias ocasiones mientras mis labios besaban su delicado cuello, y aquella noche la tomé como a tantas otras había tomado antes. Pero como cada mujer con la que había estado, no logró rellenar el vacío hueco de mi corazón.
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Una brisa helada me extrajo de aquellos recuerdos azotándome con tal intensidad que me hizo caer de espaldas en la nieve. Tras levantar la vista pude verla a lo lejos y una sonrisa se dibujó en mi rostro. Allí estaba mi destino, la imponente ciudad flotante de Dalarán.

(Para leer la tercera parte haz click aquí)