jueves, 5 de septiembre de 2013

Zephiel Daroudji - Entre la espada y la pared (Parte 3)

(Para leer desde la primera parte haz click aquí)


La ciudad de Dalaran, o la ciudad de los magos que era como coloquialmente se la conocía, era indescriptible. Era la ciudad más hermosa que jamás había visto, sus edificios color marfil y violeta se alzaban orgullosos alcanzando bastantes metros de altura. El asfalto de las calles, la decoración del lugar,... todo hacía de ella una ciudad maravillosa cuidando cada ínfimo detalle a la perfección. 

Mientras paseaba, me cercioré de que aunque estábamos en una zona bastante fría, la ciudad parecía mantenerse refugiada de la helada tormenta que azotaba cruelmente el exterior. Como si fuera un crió en una tienda de juguetes, descubrí ensimismado cada rincón de la ciudad, cada exquisita y lujosa taberna, cada atisbo de magia que inundaba aquel oasis en mitad 
de un desierto de nieve.

Durante varios días descansé de aquel tormentoso viaje que me había obligado a recorrer a pie millas de distancias cruzando los baldíos helados. Mientras reposaba en aquella bañera de agua caliente reflexioné sobre la magnitud de mi cometido. Jamás había matado a alguien, ni siquiera habiendo tenido la clara oportunidad de haberlo hecho. No quería ser un asesino, pero ya había aceptado el trato, o asesinaba a ese mago, o sería yo la victima a manos del maestro.

La oscura noche había caído hacía horas. Aunque eran altas horas de la madrugada se podía oír levemente algo de ruido que desprendía una de las tabernas de la ciudad. Al parecer algún jolgorio debía estar teniendo lugar. Difícilmente logré localizar la estancia donde se alojaba mi víctima. Esperé pacientemente unos minutos frente a la puerta de color violeta y dorada. Desobedeciendo a mi instructora había decidido vestirme con ropa algo más ligera. Sabía hasta que punto llegaban mis habilidades, y dejando de lado la extraña duda de si el maestro me habría enviado a una trampa, sabía que no podría acabar con un mago en un combate justo. Así que opté por aliarme con  aquel que nos hace totalmente vulnerable a la mayoría de las razas mortales por un breve periodo de tiempo, el sueño. 

Me arrodillé en el frió suelo de mármol blanco, escudriñando por debajo de la puerta y más tarde por el ojo de la cerradura esperando averiguar si el interior de la habitación estaba iluminada. El mago o bien se hallaba descansando plácidamente o por el contrario se encontraba en el festejo que tenía lugar en aquella taberna. Aun así, tome cuanta precaución pude.

Me deshice de los zapatos sosteniéndolos bajo el brazo y desenvainé la espada para evitar así cualquier sonido metálico que una vez dentro pudiera alertar a mi víctima. Extraje cuidadosamente del bolsillo derecho del pantalón una pequeña llave de color plateada. Según había dicho el maestro, esa llave tenia el poder de abrir cualquier cerradura. En un principio no le creí, pero tras los días que había pasado en la ciudad, había puesto en práctica varias veces el funcionamiento de ésta verificando las palabras de mi mentor. Introduje la llave lentamente por la cerradura mientras ésta se adaptaba con sigilo y precisión hasta lograr abrirla. 

El interior de la habitación estaba aun más oscuro si cabía que el rellano del exterior. Cerré lentamente la puerta y deposité mis zapatos una vez dentro junto a la entrada. Apoyé la espalda en la pared y me mantuve algunos minutos cual estatua fuera hasta que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad de la habitación.
Caminé sigilosamente asegurando cada paso por el pasillo que dirigía hasta la habitación. Una vez alcanzado mi destino, observé detenidamente la composición de la misma. La habitación estaba abarrotada de libros y estanterías que poseían aun más manuscritos. La cama se encontraba en el extremo contrario de donde me situaba. Vislumbré la silueta del mago en la cama. Crucé precavidamente la habitación de cuclillas hasta llegar a un escritorio situado junto al gran ventanal por el que traspasaba la escasa luz que me permitía ver en la penumbra.

Cogí un pergamino del escritorio cuidadosamente. Usé mi espada para reflejar en el pergamino la escasa luz lunar que provenía del exterior. El papiro parecía una carta compuesto por una jerga y un vocabulario que apenas entendí. Pero no había llegado hasta allí para leer cartas, busqué con el tenue reflejo la parte superior e inferior de la carta, donde tal y como esperaba encontrar, se en hallaba el nombre de aquel mago al que buscaba: Daelian Whitestorm.

Una vez seguro de que no me había confundido de habitación dejé el pergamino en la mesa y me acerqué lentamente hasta la cama donde el mago descansaba. Me situé junto a él. Mis manos temblaron mientras levantaba paulatinamente mi espada. La oscura silueta bajo las sábanas se movió agitada por el sueño girando hacia mí provocándose una extraña sensación de incertidumbre como la que debe sentir cualquier presa antes de ser capturada. 

Esperé unos segundos antes de continuar cuando de pronto una luz proveniente de una farola recién encendida iluminó levemente la habitación y con ella el rostro de mi víctima. Temblé al verlo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. No era un mago... sino una maga. Daelian Whitestorm era una mujer. La joven tenía los cabellos claros como la nieve que coincidían con el color blanquecino de su rostro. Tan solo sus carnosos labios color cereza desentonaban de aquel exótico y hermoso rostro. La duda acaparó al completo mi mente. Nadie me había confesado que mi victima sería una joven mujer como la que se hallaba ante mí. Parte de mí me obligaba a retirarme, pero otra parte me alentaba a continuar con mi cometido. No sabía que decisión tomar, estaba demasiado confuso.

Bajé el arma en un ligero movimiento que sesgó todo a su paso mientras mis manos se aferraban fuertemente a la empuñadura de la espada. Mis ojos se empañaron de la impotencia.

No pude hacerlo. 

Daelian se sobresaltó tras el estruendo que había provocado aquel desconocido que se encontraba en su habitación. Miró rápidamente el escritorio que se encontraba partido en dos y subió la vista hasta el humano que sostenía la espada.
-Tranquila, no voy a hacerte daño...- un libro me interrumpió golpeándome en la cabeza, y seguidamente otro en el pecho.

Observé que la maga comenzaba a acumular partículas de magia en sus manos de las que en milésimas de segundo salió despedido un rayo que tras impactarme atravesé por los aires la habitación chocando con la pared del otro extremo. Caí de bruces contra el suelo. Puse todo mi empeño en alcanzar la espada que se encontraba a escasa distancia pero me di cuenta de que no podía moverme. Mi cuerpo se encontraba completamente paralizado. Mis manos no me respondían, mis piernas también se habían negado a colaborar, estaba paralizado de cuello para abajo.
-No sigáis intentándolo, no lo conseguiréis, estáis bajo un hechizo.- dijo la maga  con el ceño fruncido mientras se tapaba con un fino camisón y encendía unas velas que iluminaban la escena.

Daelian se arrodilló para coger del suelo un punzante abrecartas que había salido despedido del escritorio tras la ejecución de éste
-Vamos a jugar a un juego...- insinuó Daelian mientras tocaba con el dedo indice la punta de aquel afilado objeto.
Quizás fuera por su manera de decirlo o tal vez el objeto en cuestión pero sabía que ese juego acabaría mal, sobretodo para mí.
Daelian se arrodilló a escasos centímetros de mí, dejándome ver aquellos hermosos ojos azules que poseía.

-A continuación os haré una serie de preguntas que deberéis responder con total sinceridad.- dijo Daelian mientras me agarraba la mandíbula fuertemente con una mano y con la otra paseaba aquel abrecartas por mi mejilla acariciándola suavemente.
-¡La cara no por favor, yo vivo de mi rostro!-supliqué
-Razón de más para que digáis la verdad.-amenazó antes de proseguir.-¿Quien os envía?
-No conozco mucho de él, lo juro... tan solo sé que es un brujo al que todos llaman el maestro.
El rostro de la maga cambió por completo.
-¿Como habéis logrado entrar?
-Por la puerta...
Daelian agarró con mas fuerza el rostro de Zephiel y lo zarandeó
-Eso ya lo suponía, me refería a como habéis logrado sortear los hechizos que protegían estas estancias.
-Tan solo usé una llave mágica, una que abre toda cerradura.
Daelian recordaba esa llave, pero dicho artefacto había sido encontrado meses antes por la Orden y ahora estaba bajo la protección de éstos
-¡Mentís!-gritó la maga
-¡Lo juro por la luz, me la entregó el maestro!¡Está en mi bolsillo!
Daelian indagó en el bolsillo del pantalones del humano y extrajo la llave. La expresión de la maga se tornó confusa ¿Había sido la llave robada? ¿Existía quizás más de una?
Continuó con el interrogatorio en el que no me quedó más remedio que confesar aquello cuanto sabía. Quizás la hermosa dama tendría piedad dejándome salir con vida de allí. Aunque solo fuera hasta que el maestro acabase conmigo.
-Ultima pregunta...¿Por qué he de dejaros con vida?
Tras varios segundos respondí:
-Porque podría aportaros la información que deseéis mylady...-miré a los ojos desconfiados de aquella dama.
Daelian meditó unos segundos.
-Bien, has tenido suerte guapito.- dijo mientras me daba varias palmaditas en la mejilla.
Respiré aliviado mientras el hechizo se deshacía y me dejaba controlar mi cuerpo nuevamente. Me mantuve arrodillado en el suelo de la habitación.
-No pude hacerlo.-confesé -no podía mataros.
- Lo sé, y gracias a ello me has sido de bastante ayuda.
-Aun así el que me dejes vivir no servirá de nada, el maestro me matará cuando se entere de lo ocurrido.
Daelian paseaba por la habitación mientras por su mente parecía rondar algo.
-Así que el maestro me quería muerta...

Asentí mientras miraba a la maga desde mi posición. Daelian cogió un libro de la estantería y tras ojearlo brevemente comenzó a hacer unos movimientos con las manos y a recitar palabras que yo no llegaba a comprender. Me incorporé acercandome precavidamente hasta donde se encontraba.
De pronto pude ver como encima de la cama una figura parecía tomar consistencia, forma y color. Debía estar realizando algún hechizo ilusorio. Permanecí estupefacto cuando el cuerpo de Daelian ensangrentado y sin vida tomaba forma de ilusión. Cuando terminó se separó de la escena.
-A partir de esta noche...todos pensarán que Daelian Whitestorm... ha muerto- afirmó mientras la verdadera Daelian me miraba fijamente a los ojos.
-Guardaré el secreto.- no solo lo haría por ella, sino también por mí.-¿Que debo hacer ahora?
-Vuelve con los tuyos y mantenedme informada.
-¿Que haréis vos?
-Desaparecer...al menos por un tiempo.
-Entiendo..., siento haber...intentado mataros...no era mi intención, lo juro...
-Si intentáis que sienta lástima por vos, os equivocáis completamente. Yo tengo claro que no soy una asesina... ¿Podéis decir lo mismo vos?
Reflexioné sobre las palabras de la maga. Bajé la mirada sin atreverme a contradecirla.
-Ahora largaos antes de que me arrepienta, debo solucionar algunos temas antes de esfumarme por completo. Recordad, si me traicionáis, yo misma acabaré con vos.


Llegué a la habitación de la posada en la que me hospedaba y tras cerrar la puerta con llave, apoyé mi espalda en ésta deslizándome hasta caer sentado en el suelo. Me cubrí el rostro con las manos. 
Una dura y cruenta batalla se cernía en mi fuero interno. Orgullo, miedo, ira, decepción, impotencia... todos aquellos sentimientos giraban en torno a un torbellino dentro de mi cabeza. 

Pero de pronto uno de ellos eclipsó a todos los demás, uno aún más poderoso, alojado en lo más profundo de mi ser. Un sentimiento que después de tanto tiempo encerrado me había llevado a desistir de toda esperanza. De aquella manera, sin proponérselo siquiera, la hermosa joven de cabellos blancos como la nieve, había logrado lo que muchas antes no habían llegado a alcanzar, mi corazón.