domingo, 25 de agosto de 2013

Karin Darkfield


PROLOGO: EL SURGIR DE LA BESTIA


El tiempo era desapacible en las lejanas tierras próximas a las tierras de Tirisfal. Tras la imponente muralla de Cringris, Gilneas se salvó de la fatídica plaga que aconteció hace ya bastantes años. Pero para los gilneanos eso carecía de importancia, pues estaban a salvo.... por ahora. La mañana transcurría lentamente como un somnoliento transeúnte que se toma su tiempo cuando sale de casa y se dirige a su trabajo aprovechando al máximo el aire de la mañana. La figura resultó ser una joven delicada y bien arreglada. Su largo pelo rojo como el fuego se plegaba dentro de la capucha. Tenía los ojos del verde intenso del mar y una piel y un cutis tan blanco y suave como la porcelana. Sus rojos labios contrastaban con la claridad de su piel y su forma de caminar era como si bailara cada vez que daba un par de pasos. Su vestido largo de color carmesí hacía juego con su pelo, y lo llevaba recogido en un dobladillo para no mancharse de barro. Lo único que podía desentonar con ese aspecto eran el par de botas gruesas usadas para esos climas húmedos. A pesar de solo tener quince años, era una de las solteras más codiciadas de la ciudad; y su dote no era precisamente algo que un mercachifle de tres al cuarto pudiera pagar, puesto que Karin pertenecía a una de las más prestigiosas familias de mercaderes de toda esa tierra.  



Caminaba por las bulliciosas calles de Gilneas, dirigiéndose a hacer sus labores que eran tales como pasear, leer un libro, tomar el té en una prestigiosa taberna enterándose de los chismes de sus amigas y también ir de compras. Bajo su capucha y su paraguas, Karin se estremeció levemente. ¿Tal vez sería el frío ? ¿Tal vez un presentimiento? No podía estar segura y en su mente bullía más las ganas de contarle a sus amigas el nuevo pretendiente que su padre le había propuesto. Karin traspuso el umbral de La Castaña Caliente y dejó su abrigo de cuero y su paraguas en un rincón, mientras con una sonrisa tras reconocer a Raquel, Marie y Lucy se sentó junto a ellas y pidió un té a la camarera.

-Bueno cuéntanos – dijo Lucy expectante sacudiendo sus rubios rizos de un lado a otro cuando se ponía un poco tensa - ¿Le has visto ya?

-Si dinos Karin – dijo Raquel tratando de moverse lo menos posible puesto que hacía ya unos meses, su marido le bendijo con el milagro de un hijo - ¿Es guapo ese tal Creedy?

-Solo piensas en el aspecto externo – le replicó Marie que era la más pequeña del grupo y también la menos agraciada desde que un brote de viruela le dejara la cara marcada, obligándola a taparse con su tupido pelo castaño con lo que le daba un aspecto un poco misterioso solo mostrando media cara.

-¿Queréis que os lo cuente o no? - dijo Karin haciendo una pequeña mueca viendo que habían dejado de prestarle atención.

-No, no – dijeron las tres a coro – Cuéntanos, cuéntanos.

-¿Es atractivo? - dijo Raquel

-¿Es rico? - preguntó Lucy

-¿Tiene un gran.... - preguntó Marie. Todas la miraron –  porte?

Todas rieron porque entendieron el tono de su amiga.

-Bueno – empezó Karin – Sí, es guapo, joven y fuerte. Es dueño de una tierra de cría de caballos. Creo que mi padre por fin ha acertado y que es el definitivo.

-Aaaaaaah!!!!! - gritaron las tres chicas que componían su auditorio de la excitación – cuéntanos más cuéntanos más, ¿Ya lo has visto? ¿Has salido ya con él?

-No, aún no – dijo Karin sonriente – pero esta noche quiere que cenemos a la luz de las estrellas en su casa.

-Tu y é solos – dijo Raquel bebiendo un poco de su té.

-No, mi padre quiere que vayamos todos nosotros, y él está de acuerdo. Quiere que todos disfrutemos de su hospitalidad. Pero puede que más tarde quiera dar un paseo a la luz de la luna.

Todas rieron en voz baja para que no se oyera en la taberna, aunque la mayoría de los clientes del lugar eran señores bien arreglados y damas con chismes y cotilleos que dormirían al confesor más cotilla que hubiera.

El tiempo arreció durante el día apaciguándose al anochecer. La familia Darkfield se dirigió a la casa del hombre que se casaría con Karin. Para la ocasión, Karin se puso un vestido de noche de color negro de satén, acompañado por un chal de madreperla para protegerla del frío de la noche. El lugar era esplendido y la opulencia y el lujo deslumbraba por toda la casa. Su anfitrión no era menos. Amable y galán, no era el típico burgués arrogante y pomposo. Se decía que el mismo trabajaba con sus empleados y que las “aficiones del rico” eran para aquellos que solo vivieran para ver por encima del hombro a otros. Así era Edward Creedy. El mismo los esperó en la puerta de su mansión enfundado en un traje negro de montar pero de una exquisita confección y pulcro como sacado del sastre. Su pelo negro recogido en una coleta hasta casi la altura de los hombros le daba un aspecto de bandolero y sus ojos del color marrón de la tierra transmitían su determinación y su fuerza. Pero su rostro no era severo sino una mezcla entre la entereza y la dulzura.

Con un solemne y rápido movimiento abrió la portezuela del carruaje sin dar tiempo al mozo de la familia, sonrió a su prometida y se dio cuenta de que sus botas habían dado con un charco de barro. Retrocediendo y quitándose la casaca, la depositó en el suelo y ayudó a bajar tanto a Karin, como a su madre, Sophie y a la hermana pequeña, Victoire. Al pequeño Vincent lo alzó levemente sonriéndose y alborotándole un poco el pelo. Y en cuanto al padre, Adrien, un fuerte apretón de manos, símbolo de respeto entre los caballeros de Gilneas.

Sean bienvenidos a mi morada – dijo con una voz potente y agradable al mismo tiempo.

Entraron en la casa y durante horas cenaron los manjares exquisitos que sirvieron, todo regado con un exquisito vino. Tras esta, Edward les invitó a quedarse en su casa y al final aceptaron la invitación puesto que aunque había dejado de llover, la niebla dificultaba la visibilidad para volver de nuevo y además Edward poseía habitaciones más que de sobra.

Mientras Sophie y Adrien acostaban a los niños, Edward y Karin salieron por una puerta de la cocina y corrieron hacia los prados en dirección a una cercana arboleda. 

-Creo que tu padre me odiara por esto – dijo riendo Edward.

-Créeme – dijo Karin riendo con él – después de ver todo esto no creo que te odie en toda su vida.

-Karin. Si esto te va precipitado, o si no quieres esto; aun puedes decirlo. No quiero tenerte como esposa solo por pagar por ti como un caballo. Si no me quieres, lo entenderé pero por el amor que te tengo mantendré a tu familia en momentos de necesidad. Te lo prometo.

-Edward. ¿Cómo no quererte? Te quería cuando corrías conmigo por los bosques y los arroyos hasta que nos manchábamos de tal manera que a veces nuestros padres tenían que quemar nuestra ropa. Eres todo lo que una mujer podría desear. No eres uno de esos rudos hombres que solo piensan en sí mismos, eres guapo e inteligente.

Ambos jóvenes se sonrieron fundiéndose en un cálido abrazo y un tierno beso. Todo parecía que encajaba en la vida de Karin, todo parecía que iba a ir bien. Pero un ruido de ramas despertó a los jóvenes de su romántico momento. 

-¿Quién anda ahí? - preguntó Edward.

De la arboleda se oía un gruñido en aumento seguido por una figura oscura que saliendo de los árboles se iba perfilando. Parecía un lobo, o eso creyó Karin. Pero era más grande de lo normal. Unos ojos penetrantes inyectados en sangre, un pelaje negro como el carbón y una hilera de dientes amenazantes que podía partir un cuello como una rama seca. Edward sacó su espada dispuesto a enfrentarse a la criatura.

-¡¡¡Atrás!!! - gritó poniendo a Karin detrás de él protegiéndola.

-¡¡Aaaaahhh!!!! - gritó Karin con miedo.

-¡¡¡Corre Karin!! - gritó Edward – Yo me encargaré de él, busca ayuda, corre a la mansión. Coge mi mosquete.

Karin cogió la pistola del cinto de Edward, se recogió el vestido y comenzó a correr hacia la casa. No había dado cien pasos cuando oyó el grito de su prometido y volviéndose lo vio con el lobo encima de él mientras se debatía intentando quitárselo de encima. Karin se armó de valor y volvió adonde estaba el lobo cargando la pistola. A punto estaba de disparar cuando algo duro y penetrante se cerró en torno a su pierna derecha y vio que se trataba de otro animal como el anterior que de un mordisco la desequilibró y dispuesto estaba a sesgarle su delicada garganta cuando de pronto la pistola se disparó perforando el corazón de la criatura. El otro engendro al oír el estruendo y ver caer a su compañero, huyó como alma que lleva el diablo al interior de la floresta.

-¡¡Edward!! - gritó Karin mientras se arrastraba hasta donde su amado yacía - ¡¡¡Noooo Edward!! ¡¡¡No!!

El joven tenía múltiples heridas por las que sangraba copiosamente. Intentaba inutilmente presionar en la herida más grande que tenía en el cuello. Ahogándose poco a poco.

-K....a ..r.ii.n – intentó decir – Es....c...u...c.h...ame

-No hables – dijo Karin tratando de tapar la herida – Te pondrás bien, no dejare que mueras.

El tono de la piel de Edward se tornó del ceniciento blanco de los muertos y sus labios se amorataron.

-Tengo frío – dijo escupiendo sangre.- Tee.... quiero....

Su vida se apagó como la de una vela en los brazos de Karin que lloró abrazando a su amado. Más tarde cuando la encontraron yacía como muerta en la húmeda hierba. La llevaron de vuelta a casa y el médico le curó las heridas. Por el pobre Edward solo pudieron llorarlo y enterrarlo. 

En cuanto a Karin, al cabo de los días su estado de salud empeoró, postrándola en cama con unas fiebres que la llevaban incluso al delirio. Su madre y sus hermanos se desvivieron por cuidarla, pero ningún remedio parecía curarla. Y entonces una noche, de madrugada en la que su hermana y hermano pequeños dormían en la cama al lado de la suya, Karin empezó a tener convulsiones y poner los ojos en blanco. Su rostro comenzó a tensarse, sus miembros a crecer. Su pelo pelirrojo se tornó azabache como la noche y de su cabeza surgió más y más pelo al resto de su cuerpo. Sus dientes crecieron hasta hacerse tan grandes como pequeñas cuchillas. Sus ojos se tornaron de un salvaje color amarillo y sus delicadas uñas bien cuidadas en unas garras capaces de sesgar y cortar como una espada. Su ropa y su cama se rajaron y rompieron dejando un rastro de harapos y sangre. Los dos pequeños solo pudieron gritar, al ver que su hermana mayor se convertía en una aterradora bestia y que luego se lanzó sobre ambos, despedazándolos con una rabia incontenible. La puerta del cuarto se abrió y Sophie gritó espantada mientras Adrian entraba mosquete en mano dispuesto a matar a la criatura. Karin sintió una quemazón en el hombro izquierdo y un segundo más tarde se lanzó contra la ventana de su habitación, corriendo por el empinado tejado como si de prado se tratara. Saltó sobre el tejado de la casa de al lado y así estuvo hasta que saliendo del pueblo, un hombre ataviado en una túnica de color púrpura pronunció unas palabras y del suelo surgieron unos pilares de hielo que haciendo un círculo contuvieron a la alocada bestia que se debatía por salir a zarpazos.

Adrian llegó minutos más tarde y encañonó a la loba dispuesto a matarla.

-¡No Adrian! - gritó el hombre de la túnica – No lo hagas

-Esta bestia mató a mis niños – gritó desesperanzado el viejo mercader.

-Tal vez viejo amigo, pero el matarla no te devolverá a tus pequeños.

-¿Osas enfrentarte a mi , hechicero? - dijo lleno de ira

-No, pero seamos constructivos Darkfield. Tendrás tu venganza, pero antes debes confiar en mi criterio, por favor.

Lleno de ira, Adrien golpeó con la culata de su rifle a la bestia y se fue a su casa clamando venganza. El hechicero invocó una gran masa de agua que cogió a Karin y ambos se alejaron de la ciudad....


(Para leer el capítulo 1 haz click aquí)


Escrito por Iruam Sheram