sábado, 15 de octubre de 2016

Sombras de una noche sin luna - Parte 4

Habían pasado dos meses desde el fracaso en el Bosque del Ocaso. Robin y el resto del grupo de ladrones se habían repuesto de las heridas tanto físicas como del orgullo. Como antaño, cuando planeaban el asalto a la mansión de Lord Omber, una sensación de euforia se apoderó de sus ánimos. Sin embargo esta vez estaban concentrados y sabían que no admitirían un segundo fracaso.

Víctor recurrió a su disfraz de noble para pedir algunos favores y firmar algunos contratos. Mientras tanto, Will, Jasper y Robin buscaron información y contactaron con viajeros que hubieran viajado al otro lado del Portal Oscuro. De este modo, pronto tuvieron los suministros y el dinero suficiente para pagarse una expedición a las salvajes tierras de Draenor.

El portal los dejó en el asentamiento de la Alianza en el Valle Sombraluna y desde allí partieron sin demora. Por suerte, el libro “Sombras de la noche sin luna” relataba con exactitud el emplazamiento que buscaban.  Viajaron en dirección sur, adentrándose en las verdes colinas bañadas por la luz violácea de los astros de Draenor. Por breve tiempo visitaron asentamientos draenei, reponiendo suministros y  averiguando que percances podían tener en el camino.

Su travesía los llevó a escalar la cordillera sur del valle, adentrándose en las tierras del clan de orcos Sombraluna. Antiguamente este clan era conocido por su chamanismo arraigado y su profundo respeto por los ancestros y sus tradiciones, pero desde la traición de Ner’zhul  se habían abocado a la nigromancia y levantaban los cuerpos de sus padres para hacerlos luchar como peones. Ner’zhul había sido derrotado pero su clan y sus mentiras seguían perviviendo.

Contra todo pronóstico, fueron afortunados y no se cruzaron con ningún orco en todo su camino. Sin embargo su objetivo se encontraba en lo alto de la montaña, en el antiguo santuario llamado “Los pilares del destino”, dónde los chamanes del clan solían comunicarse con sus ancestros para pedirles consejo. No esperaban que acceder a la cúspide fuera tarea fácil pero estaban preparados.

Era entrada la noche pero el cielo estaba tan iluminado por millares de estrellas que a Robin le pareció estar de vuelta a Dalaran durante sus festivales. Él y Jasper estaban ocultos entre unos arbustos frente a las cabañas orcas que vigilaban la rampa de subida a los Pilares. Los orcos estaban durmiendo en su gran mayoría pero había algunos centinelas que patrullaban sin muchas ganas. Amparados por las sombras se acercaron por detrás de los centinelas y los dejaron inconscientes de forma rápida y eficiente. Entonces dieron la señal al resto del grupo de avanzar mientras escondían los orcos detrás de unas rocas.

Milagrosamente, las pesadas botas de Ed se movían con tanto sigilo como las ligeras zapatillas de Jasper. El grupo atravesó el pequeño campamento y enfiló el camino ascendente sin ser advertidos, hecho que les dejó un agradable sabor a victoria. Las losas de piedra con pintadas en forma de luna empezaron a aparecer por los bordes de los caminos. Tumbas de los ancestros orcos. Víctor les advirtió no profanar su descanso si no querían meterles en problemas.

Grandes columnas de roca se erguían, cada vez más altas a medida que se acercaban a la cima de la montaña.

- Falta poco para que salga el sol. – advirtió Víctor. – Debemos darnos prisa.

El resto del grupo asintió en silencio y avivaron el paso. Esta vez Víctor les había revelado el propósito del ritual. Iban a abrir un portal, uno que solo se podía abrir durante unos instantes mientras el sol despuntaba y las lunas se ocultaban. Robin miró hacia el sur, dónde las agujas de las cumbres de Arak dibujaban un horizonte desigual, las más lejanas empezaban a enrojecer por el inminente contacto del astro adorado por los arakkoa.

Finalmente llegaron y sin darse un respiro para descansar empezaron a prepararlo todo. Will y Ed encendieron el incienso y prepararon las ofrendas frente a los dos grandes pilares tapados por una gran losa de piedra. La temperatura empezaba a subir cuando Víctor empezó a pronunciar las palabras del hechizo.

- Goruld tan Anzu sun vol northalos ir tha. Gar tun vol. Gar tun das.

Su voz resonaba por los valles, haciendo eco con las paredes de roca. Robin temía que sus palabras despertaran a los ancestros orcos que allí descansaban y se repitiera la situación del Bosque del Ocaso, pero eso no ocurrió. Unas volutas de humo aparecieron en mitad del aire entre los dos pilares y a continuación un remolino oscuro se formó a partir de ellas, quedando contenido por los enormes bloques de roca. El portal estaba abierto.

Víctor suspiró. El resultado de todos sus esfuerzos se presentaba al fin ante él. Extendió la mano, tentado a acariciar la superficie oscura del portal. Pero antes se volvió hacia sus compañeros quienes tenían la vista fijada en él. La adusta mirada de Ed, penetrándole el alma. Will boquiabierto contemplando el portal tragó saliva y le miró orgulloso. Jasper sonriente como siempre, cruzado de brazos expectante. Y Robin, con su mirada asombrada siempre lleno de curiosidad. Su relación con los cuatro hombres había fluctuado con el tiempo pero juntos habían forjado lazos de amistad y compañerismo.

- A partir de aquí seguiré solo. – les dijo.

- ¿Qué? ¿Después de todo el camino hasta aquí? – preguntó Robin sin saber si sentirse ofendido o triste.

El resto, salvo un gruñido de Ed, se limitaron a negar con la cabeza. Ya se lo venían sospechando por la actitud de Víctor las semanas previas. Quien cruzara ese portal, era muy probable que no volviera. Se estaban despidiendo.

- Robin…

- ¡Nos prometiste un tesoro de valor incalculable!

Víctor le lanzó el libro de hechizos a los brazos y Robin lo atrapó antes de que cayera al suelo.

- Vendedlo. Podréis sacar una buena cifra.

- Pero… - empezó a quejarse Robin

- Robin Oliver. No hay nada más que decir. – Víctor esbozó una sonrisa encantadora como era habitual. Adopto una pose solemne – Nuestros caminos se separan aquí. Caballeros, ha sido un placer viajar, pelear y robar a su lado.

Will, Ed y Jasper lo saludaron marcialmente, pero Robin le seguía mirando malhumorado. Se sentía traicionado.

- ¿Así es como quieres que te vea la última vez que os veis? – le dijo Will a su lado.

La última vez… Víctor cruzaría ese portal y no iba a volver. Sus convicciones le llevarían más allá de la muerte y la vida para conseguir sus objetivos… No…

- Esta no será la última vez que nos veamos. – Contestó Robin aún enfadado. Finalmente cedió y le saludo marcialmente como los demás. – Vas a volver. Y lo harás cargado de tesoros. Más te vale.

La contestación consiguió arrancar una sonrisa al hechicero. El joven ladrón nunca perdía la esperanza.

- Lo intentaré.

Y sin decir más palabra atravesó el portal.


Las sombras se tragaron su cuerpo, envolviéndolo. Las atravesó con dificultad, aunque en apariencia eran ligeras como el humo, su densidad era mayor. Cuando por fin pudo ver algo su espíritu tembló. Estaba en un mundo de grises y negros. El mundo de las sombras. No podía ver el suelo bajo sus pies y por techo tenía una oscuridad infinita. Sin embargo podía ver la totalidad de ese mundo desde donde estaba sin moverse. El terreno se ondulaba y retorcía constantemente. Creando cordilleras y valles para a continuación derrumbarlos y dejar paso a planicies donde discurrían ríos. Todo aquel lugar donde cayera una sombra en el mundo real aparecería en el mundo de las sombras. Su propio cuerpo se había vuelto gris, sin color, sin luz.

Algunos escritos confundían el mundo de las sombras con el mundo de los muertos. Aunque eran similares no eran lo mismo. Y sin embargo era mucho más fácil viajar de uno al otro desde aquí que desde el mundo real. Pues el viaje al mundo de los muertos desde el de los vivos era sin retorno. El libro de de A.K. exponía las localizaciones de las escasas puertas al mundo de las sombras y los rituales que hacían de llave de dichas puertas. También alertaba de las criaturas de dicho mundo: sombras hambrientas, cuyo estomago era un pozo sin fondo, miedos encarnados, deseos deformados, amalgamas de odio y traición. Pero la criatura que Víctor buscaba era distinta a todas las demás.

Se sorprendió cuando el suelo se desplazó bajo sus pies cuando pensó en avanzar. Era una forma útil de viajar. Rápidamente alcanzó velocidades vertiginosas. Montañas y lagos pasaban a su lado como una mancha borrosa. No estaba seguro de cómo pero sabía el lugar que buscaba, lo reconoció en la distancia en cuanto lo vio. Un gran árbol cuya madera era negra y sus hojas blancas se alzaba inmenso frente a él. Fácilmente superaba en altura a la montaña Roca Negra. Se plantó frente a su base. Cerca de él, había unas rocas dispuestas curiosamente en forma de escaleras. Subió cada uno de los peldaños y entonces le oyó.

Un aleteo furioso le hizo levantar la cabeza. Desde una de las más altas ramas del árbol bajó en picado una gran ave. Era inmensa, mayor que un hombre, mayor que un edificio. Su graznido resonó por todo el mundo de las sombras pues él era Anzu, el dios arakkoa de la noche, y la criatura que Víctor buscaba. El hechicero hizo una reverencia en señal de veneración cuando el cuervo gigantesco se posó frente a él.

- Hacía tiempo que ningún mortal se atrevía a pisar estas tierras. – su voz estridente reverberó dentro de la cabeza de Víctor. - ¿Qué es lo que buscas? ¿Por qué acudes a mi mundo como intruso? No encontraras tesoros en este lugar sino muerte y desesperación.

- No busco tesoros, gran sombra del más allá. Sino un favor de vuestra divinidad.

El cuervo emitió una serie de guturales chirridos que Víctor interpretó como una carcajada.

- Muy interesante. ¿Profanas inconscientemente el mundo de las sombras y tienes la audacia de pedirme un favor? Dime lo que quieres antes que me replantee devorarte o dejar que las sombras te consuman.

- Quiero entrar en el mundo de los muertos. – Los ojos negros del cuervo lo analizaban de arriba abajo. Decidió contárselo todo, ninguna mentira funcionaria con él. – Mi familia… murió cuando yo era pequeño, por mi culpa. Quiero recuperarla. Pretendo adentrarme en el mundo de los muertos y sacarlos de ahí. – dijo con convicción.

- ¡Insolente! ¡Arrogante! – El dios pájaro aleteó levantando grandes ráfagas de viento que por poco derribaban a Víctor de su pedestal. - ¿Te atreves a robarle a la muerte aquello que tú mismo le entregaste? Tú que te niegas a caminar por la senda que el destino te deparaba. Tan centrado en el pasado que has perdido tu propio futuro… y el de aquellos que te siguieron.

Con un movimiento de ala, el cuervo rasgo el aire de esa realidad como si fuera una tela que se deshilachaba dejando ver una ventana al mundo real. A Víctor se le encogió el corazón… vio una escena dónde sus amigos eran rodeados por orcos que les superaban en número. Debía volver y ayudarles… pero el portal estaba cerrado.

- Ellos morirán por seguirte, por confiar en ti.

- ¡Por favor! – suplicó Víctor. – ¡Sálvales!

- Otro favor me pides. Ya son dos. Solo uno voy a concederte. – el gran rapaz esbozó una sonrisa maquiavélica. - ¿Cuál elegirás?

Víctor volvió a mirar por la ventana como los orcos cada vez se acercaban más a sus amigos, acorralándolos contra el precipicio. Y por otro lado… su familia. Su padre, su madre. Las vidas que les arrebató. Sus ojos mirándolo con terror… ¿Podrían esos ojos cambiar? ¿Terminarían las pesadillas si les revivía? ¿Si enmendaba su error? ¿Cómo le mirarían?

¿Cómo le mirarían al saber que había sacrificado a sus amigos por ellos?

No.

- Sálvalos. – dijo convencido.

El ave sonrió.

- Curiosa decisión. – aleteó de nuevo y en el mundo real los orcos huyeron mientras bandadas de cuervos les atacaban. Will, Jasper, Ed y Robin aprovecharon la confusión para escapar. – No muchos prefieren dejar de lado sus ambiciones y anhelos personales. En cualquier caso. Ahora viene tu castigo.

- ¿Mi… Castigo?

- Allanas mi morada, te atreves a pedirme favores, ¡Me exiges que actué! – el ave bufó.- Tal arrogancia no puede suceder sin un castigo acorde.

- Pero… - Víctor no pudo terminar la frase.

Un terrible dolor le surgió de las entrañas. Cayó de rodillas y se hizo un ovillo. Su cabeza palpitaba como si mil tambores sonaran a la vez dentro de su cráneo. Tenía calor, se asfixiaba. La carne le bullía y la sangre circulaba a toda velocidad. Sus huesos se estaban quebrando y sus músculos deformando. Sintió su piel estirarse y contraerse, romperse y rejuntarse. El pelo de su cabeza cayó, así como sus dientes. Sus ojos crecieron y salieron de sus orbitas mientras su rostro se estiraba. Los dedos de sus manos se fusionaron quedando unidos mientras sus codos se doblaban del revés. Sus pies se arquearon y adoptaron una dureza cercana al hueso. Durante unos segundos un gran picor se extendió por toda su piel. Una gran oscuridad le envolvió. Ya no había árbol de negra corteza y blancas hojas. Ya no había cuervo ni su malévola risa. Solo oscuridad y calor.

¿Así era la muerte?

El dolor había cesado. ¿Respiraba?

Oyó ruidos. Sordos, como si le hablaran a través de una pared.

Intentó moverse y su cabeza chocó contra algo duro. Quiso mover su cuerpo pero todo estaba en un sitio diferente. Tanteó la pared invisible con la cabeza. Le pareció que cedía un poco. Golpeó con fuerza y cedió un poco más.

- ¡Mira! Se está abriendo. – oyó decir a las voces detrás de la pared. Las palabras aun sonaban sordas pero reconoció la voz de una mujer.

Golpeó con fuerza otra vez, y otra. Escaparía de esa prisión. La oscuridad no le atraparía para siempre. Saldría y encontraría la manera de encontrarse con su familia.

Crack.

La pared se quebró. Un rayó de luz se filtró por ella. Empujó con la cabeza y terminó de atravesar la cascara de oscuridad. Se encontraba en una sala gigantesca, cálida y bien amueblada. Una bella y enorme mujer se inclinaba hacia él. ¿Era una gigante?

- ¡Mira James! – dijo la mujer a su compañero quien se acercaba. – el huevo que nos regaló Zephiel se ha abierto.

- ¡Ya era hora! Este remolón se ha hecho esperar.

Víctor no podía creerlo. Una versión gigantesca de su hermano se acercaba a él con una sonrisa que no le había visto desde que era pequeños. Quiso hablarle.

- ¡Cruak! – salió de su garganta. Sus palabras sonaron como el graznido de un polluelo. Miró a su alrededor. La pared que había atravesado era la cáscara de un huevo y su cuerpo rosado y apenas cubierto por pelusa era el de un polluelo regordete. Patas afiladas, alitas que crecerían hasta tener una gran envergadura y una cola respingona. Maldijo por dentro el humor del dios cuervo, pero por otra parte…

James lo cogió con cuidado y lo levantó hasta ponerlo frente a sus ojos.


- Bienvenido a la familia.