sábado, 15 de octubre de 2016

Sombras de una noche sin luna - Parte 2

Robin se arregló el cuello de camisa por quinta vez en diez minutos. A continuación comprobó los puños de la misma, tiró de la cola del chaqué y subió el fajín para a continuación ocultarlo de nuevo. Encontraba la máscara aparatosa y le hacía sudar, pero resistiría por una noche. Se encontraban frente a la gran mansión del conde Omber, ya entrada la noche. Pretendían unirse a la fiesta  de máscaras que el conde organizaba; a esta hora la cena de los invitados más distinguidos habría terminado y los camareros empezaban a repartir las copas de vino dulce de Dalaran y despejando el gran salón para dejar un amplio espacio como sala de baile. No era extraño que se unieran en este momento, de hecho, frente a ellos hacían cola varias parejas, esperando que el mayordomo los anunciara al público asistente. Solo los más allegados y los que disfrutaban de mayor atención del Conde tenían el lujo de participar en uno de sus banquetes privados, pero las fiestas que se celebraban a continuación estaban invitados toda la nobleza y hombres y mujeres adinerados de Azeroth.

Y en ese nido de ratas iban a meterse.

-¿Nervioso? – preguntó Víctor a su lado. Vestía de una forma impecable como siempre. Incluso más que algunos de los asistentes a la fiesta. El pelo corto y negro y una barba bien recortada enmarcaban un rostro altanero y una mirada orgullosa completamente metido en el papel que interpretaba. Porque estaba interpretando, ¿no? Este bastardo se comporta igual que uno de ellos, parece incluso más noble que ellos. El traje que llevaba parecía hecho a medida y se movía como si hubiera nacido para llevarlo. Su máscara en forma de pájaro le ocultaba la mitad superior de la cara. Pese a su objetivo de hoy no parecía nervioso ni ansioso, su rostro ofrecía la misma sonrisa vacía que los otros individuos de la cola.

- En absoluto. – gruñó Robin arreglándose otra vez el cuello de la camisa. ¡Por supuesto que estoy nervioso! ¡Si nos pillan somos hombres muertos!

- Tú sólo relájate y disfruta de la fiesta. – le dijo sonriendo.

Robin respondió asintiendo en silencio. Esas palabras significaban que mantuviera la calma y no se metiera en líos. El plan había sido cuidadosamente fraguado y ensayado hasta el último detalle. Si se adelantaba a la hora de cumplir con su parte del plan sería tan catastrófico como si se retrasaba. Robin respiró hondo. No sabía cómo lo había hecho, ni cuando, pero ese hombre a su lado había logrado que una parte de Robin confiara en él a ciegas. ¿En qué momento me he vuelto tan estúpido? Pensó cuando se descubrió admirando como las luces de las farolas incidían en el oscuro traje de Víctor.

Cuando la pareja de nobles de trasero enorme fueron anunciados fue el turno de Robin y Víctor. De un modo que habían ensayado durante horas las últimas semanas, Robin sacó una tarjeta del bolsillo interior de su chaqueta y se la entregó al mayordomo mientras Víctor tomaba su papel de noble y amo de Robin. El sirviente leyó la tarjeta y examinó con cuidado a los dos individuos. Robin no se había sentido tan inspeccionado ni cuando lo pilló la guardia esa vez. En esa ocasión consiguió huir y ahora todo su cuerpo le pedía hacer lo mismo, sin embargo aguantó y le mostró al calvo mayordomo su expresión más arrogante. De algún modo funcionó y segundos después estaban siendo anunciados en la sala de fiestas de conde Omber.

- ¡Lord Crane de Vallespeso y acompañante! – anunció el sirviente golpeando el suelo con su cayado.

- ¿“Acompañante”? – susurró Robin indignado.- ¿Cómo que acompañante? Luego te vas a enterar cabeza-huevo… Te voy a acompañar la cara con el puño.

- Para esta gente, si no tienes título no tienes nombre. – le explicó Víctor en voz baja sin perder la sonrisa bajo la máscara.

- Igualmente no se va a librar…

- ¡Lord Crane! – exclamó una señora gruesa acercándose a ellos. Llevaba un vestido blanco con intrincados patrones de lentejuelas y una máscara de cisne con plumas blancas. El perfume que llevaba era tan intenso que Robin lo olió aun cuando la señora no se había ni acercado un poco. – Al fin nos conocemos.

- Lady Julivert. – dijo Víctor reconociéndola de algún modo. Will le había contado a Robin que, de igual modo que él se había entrenado en su parte del plan, Víctor se había familiarizado con todos los nombres, historias y posesiones de cada uno de los nobles que asistirían a la fiesta. Una tarea que no envidiaba en absoluto. – En efecto, nuestro encuentro ya se había demorado demasiado.

- ¿Cómo se encuentra su tío?

- Su estado sigue estando en manos de la Luz. Los médicos lo mantienen en cama en contra de su voluntad.

- Apuesto que eso debe frustrarlo. – dijo la señora con una risa fea similar a la de un gorrino.

- Sin duda. Si por él fuera estaría cazando y cabalgando por nuestras tierras. A veces hemos pensado en atarlo a la cama pero dudamos que eso fuera efectivo contra un hombre de su carácter.

- Mandadle mis mejores deseos para su pronta recuperación, por favor.

- Así lo haré. – contestó Víctor con una leve reverencia.

- ¿Y vuestro exótico acompañante? – dijo la señora acariciando uno de los mechones de pelo plateado que asomaban tras la máscara de conejo de Robin. Él tuvo que contenerse mucho para no apartarle la mano de malas maneras y clavarle un cuchillo en esa panza gigantesca. Un segundo. ¿Ha dicho exótico?

- Mi sirviente. Lo contratamos hace unos meses, no habla mucho pero es hábil y servicial. Sus padres son humanos pero tiene sangre Quel’dorei en sus venas.

- Eso es evidente. Que muchacho más encantador. – dijo acercándose un poco más a Robin.

- Chico. ¿Por qué no nos traes una copa? – dijo Víctor salvándolo de las zarpas de la señora que lo devoraba con los ojos. Era además otra de las señales que había acordado. – Ya sabes cómo lo quiero.

Asintió y dejó solo a Víctor para que se mezclara con el resto de invitados mientras él se iba apartando poco a poco hasta la pared del fondo. Por ahora su función sería pasar desapercibido y esperar.

Oculto en las sombras tras una columna observó a cada uno de los asistentes. A Robin le disgustaban esas personas. Hablaban con un falso tono amigable cuando sus verdaderos pensamientos estaban teñidos de envidia y desprecio mutuo. Eran personas orgullosas y vanidosas. Personas que nunca habían conocido la miseria, que nunca habían pasado hambre y que nunca se habían visto obligados a dormir bajo un cartón sucio y maloliente. Se descubrió apretando los dientes y fulminando con la mirada a todos y cada uno de ellos. Se obligó a serenarse por el bien del plan.

Se fijó como Víctor se mezclaba con diferentes círculos, como si fuera uno más de ellos. Desde el principio había notado un aire noble en su porte, y ahora que se rodeaba de ellos parecía completamente en su salsa. Aunque de algún modo parecía mejor que ellos, sin ese aire de arrogancia. ¿Era posible que fuera noble de verdad? En estos momentos había logrado acercarse a conde Omber y éste parecía tener curiosidad por lo que Víctor le estaba contando.

- Estos canapés están asquerosos. – dijo una voz a su lado.

Will se había acercado a él cobijado por las sombras proyectadas por las columnas en la pared y lo había sorprendido distraído. Su vestimenta era más colorida que la de los nobles, con abundante presencia de rojos y granates en un traje en el que estaban ocultos multitud de bolsillos. Una máscara de zorro le cubría la mitad superior del rostro. A su espalda asomaba el laúd y en sus manos sujetaba una bandeja de canapés variados.

- Pero estos otros, pese su aspecto, están deliciosos. Creo que no quiero saber de que los hacen.

- ¿No deberías estar en posición? – dijo Robin volviendo su vista a la pista de baile, algo molesto por la actitud despreocupada de su compañero.

- Oh. Tranquilo, renacuajo. Cuando sea mi hora de brillar acudiré sin demora. ¿Están los otros dos en su sitio?

Robin asintió.

- Ed está sujetando a Jasper para que no se adelante.

- Debe haberlo atado y amordazado. – rió – No se me ocurre otra forma. O lo ha dejado inconsciente. – Chasqueó la lengua para tratar de quitarse un trozo de gamba de entre los dientes. – ¿Y cómo le va a nuestro patrón?

- Completamente indistinguible del resto de aristócratas. Le reconozco que es buen actor. – miró a Will de reojo. - ¿Porque estamos seguros que no es noble, verdad?

- Nunca lo he sabido. Así como del resto he sonsacado el pasado mediante vino y conversaciones, él nunca habla de su pasado. Un completo misterio.

- ¿Y porque le ayudáis?

- ¿Por qué le ayudas tú? – contestó volviéndose hacia él con el rostro serio.

- Yo… No estoy seguro.

- No es por el oro. Ni por la gloria. Por la aventura… tal vez. Pero hay algo más. Algo que te empuja a ayudarlo. Cómo si una parte de ti supiera que estás haciendo lo correcto.

- Somos ladrones. – comentó esbozando media sonrisa. – Nosotros no hacemos lo correcto.

Will rió con ganas.

- En eso tienes razón. Pero…

Interrumpió la frase antes de terminarla al oír como un sirviente del conde anunciaba un cambio en la orquesta de músicos que amenizaban la velada.

- Esa es mi señal. Nos vemos a la salida, renacuajo. – Dijo, marchándose hacia el escenario dónde lo esperaban el resto de músicos.

William era un trovador experimentado. Había visitado la gran mayoría de las tabernas de los Reinos del Este y parte de Kalimdor y recogía las historias y canciones que se cantaban en cada una para transmitirlas a tierras lejanas. Y además era ex colaborador del IV:7. Durante sus viajes había servido de espía y contacto para la agencia de inteligencia de Ventormenta aprendiendo bastantes trucos útiles. Sin embargo se había retirado del servicio (no le había contado porque), y tras su encuentro con Víctor había decidido ayudarle. En estos momentos subía a la tarima enmoquetada desenvainando su laúd para mostrar las habilidades de las que estaba más orgulloso: su voz y su música.

Empezó tañendo una sola cuerda del laúd re reverberó por el salón gracias a los amplificadores acústicos encantados por los magos del conde. El escenario era suyo, los otros músicos le acompañarían pero él llevaba la voz cantante. La música empezó a fluir suavemente, llenando la gran sala como el agua llenaba una bañera. Robin se percató de como los asistentes empezaban a cambiar de actitud. No eran solo los bailarines que danzaban acorde a la música, sino que todos parecían más relajados, dejándose llevar por la melodiosa voz de Will.

Robin pudo darse cuenta de ese hecho al haber sido avisado previamente pero el cambio había sido tan sutil que apenas era perceptible. Era indiscutible que Will se había hecho con el público. Tañendo las cuerdas y haciéndolas vibrar, aumentando o ralentizando el ritmo de la música, el trovador manejaba a su antojo a los oyentes como un pastor a sus ovejas.

Robin buscó con la mirada a Víctor quien permanecía charlando animadamente con el conde en la mesa de éste. Ambos tenían una vista perfecta del escenario y Will la tenía de ellos. Podía ver cuando el conde necesitaba un empujoncito emocional para que las palabras de Víctor entraran con más facilidad, o por el contrario cuando necesitaba que un inoportuno noble en busca de atención fuera recibido con frialdad y expulsado de la mesa.

La canción se volvió frenética. Era señal de que el momento se acercaba y Robin se puso en tensión. Los bailarines empezaron a dar vueltas como peonzas, llevados por un frenesí alimentado con alcohol.



Fuera de la gran mansión, en las sombras de una calle lateral poco iluminada, Ed y Jasper esperaban su turno haciendo gala de su paciencia. Que en el caso de Jasper no era demasiada.

- ¿Puedo entrar ya?

- Hmm. – Ed le constetó con un gruñido de negación.

- ¿Y ahora?

El coloso de melena rubia puso los ojos en blanco antes de dedicarle una seria mirada de reprobación. Llevaban cerca de una hora esperando y el escurridizo ladrón le ponía de los nervios. Tanteó con los dedos el firme mango de su enorme martillo de guerra que descansaba contra el muro, imaginándose aplastando la cabeza del siempre sonriente Jasper contra los adoquines. Pero seguramente escaparía. En los meses, que se le habían hecho insufriblemente largos, que hacía que conocía a Jasper había sido testigo de cómo el hombre de pequeña estatura sobrevivía a situaciones de peligro de la forma más insospechada. Estaba cerca de creer que sus habladurías sobre el “dios de la suerte” que le había poseído eran ciertas. Ese hombre bajito que no alcanzaba la parte superior del muro ni aunque saltara para ver que se cocía dentro de la mansión. Ese hombre peculiar que no parecía perder el buen humor.

De repente se oyó gran jaleo acompañado del ruido de copas rompiéndose dentro del salón de bailes. Will había obrado sus artes y había inducido a los beodos aristócratas a bailar y girar hasta que inevitablemente se había producido un accidente. Los gritos y quejidos llegaron hasta dónde Ed y Jasper esperaban, listos para empezar.

- ¡Ya es la hora! – Exclamó Jasper con una gran sonrisa de felicidad. Se volvió hacia el muro y empezó a escalarlo aupándose sobre los inestables rebordes y decoraciones curvadas. Como era de esperar, cayó de bruces al suelo con un hueco queijido.

Ed suspiró. El ladrón estaba perdiendo un tiempo muy valioso así que pasó al plan L diseñado por Víctor. L de Lanzamiento.

Tiró de la camisa sucia de Jasper para levantarlo del suelo. El agradecimiento del hombre de poca estatura quedó interrumpido cuando Ed lo cogió también por un brazo y se lo cargó a la espalda.

- E... ¡espera! ¿Qué? ¡Puedo subir! Puedo…

El coloso levantó una pierna para estabilizarse al inclinarse hacia atrás y a la vuelta lanzó al ladrón con todas sus fuerzas por encima del muro. Jasper no gritó. Se hizo un ovillo en el aire de modo que evitó cortarse con los fragmentos de la cristalera que rompió al impactar.

- Subir… - susurró Jasper terminando la frase.

Había aterrizado en un pasillo poco iluminado. Largo y con varias puertas de madera de abedul sin cerrojos. Estaba dentro de la mansión pero ninguna de esas puertas era del estudio del conde, dónde se hallaba su objetivo. Víctor le había obligado a memorizar los planos una y otra vez hasta que pudo repetir todas las rutas de memoria. El pobre no comprendía que Jasper no necesitaba nada de eso. El destino y el dios de la suerte le proporcionaban la verdadera ruta que solía ser mucho más interesante que el resto.

Tres puertas más allá un guardia del conde dobló la esquina avistando a Jasper, aún de pie sobre los cristales rotos. El soldado dio la alarma a su compañero detrás suyo y este se marchó a por refuerzos.

- Empieza la diversión. – susurró Jasper ampliando su sonrisa.



Pegado a la pared Robin no podía contener una sonrisa al ver como distinguidos nobles permanecían en el suelo como orugas incapaces de darse la vuelta. Todo su orgullo se había esfumado y en sus caras solo había vergüenza. Presenció como un guardia acalorado se agachaba para susurrarle algo al oído del conde, quien trataba de poner orden en la pista de baile enviando sus criados a ayudar a sus invitados accidentados por la desenfrenada canción de Will. El rostro del conde se volvió pálido al instante y sudores fríos lo embargaron. Ordenó algo al guardia quien se marchó a toda prisa y a continuación retomó, junto a Víctor, la búsqueda de Lady Julivert, cuyo zapato había salido despedido hasta colisionar contra el retrato de la señora madre del conde.

Robin contó hasta treinta para sí y luego se deslizó por la puerta de servicio a su lado. El pasillo bien iluminado estaba desierto. Nadie iba a molestarle mientras atravesaba habitación tras habitación hasta su objetivo.

El plan de Víctor era sencillo y genial a la vez. Ocultar un robo con otro robo. Los nobles que abrían sus mansiones a este tipo de eventos sabían que podían darse robos menores por parte de envidiosos de castas menores, y también estaban preparados para lidiar con ladrones que se colaban para adueñarse de sus riquezas. Muchos ladrones habían tratado de robar la caja fuerte del conde, los guardias estaban preparados y sabían qué hacer. Jasper mantendría ocupados a los guardias del conde mientras los criados ayudaban en la sala de baile. La mente de Víctor había ideado este juego de distracciones simple a primera vista pero que requería una delicada organización y sincronización.

Pisando el suelo enmoquetado con suavidad llegó hasta la gran biblioteca del conde. La puerta de madera oscura estaba cerrada con llave pero para un artista del hurto como Robin ese cerrojo no lo detendría ni un segundo.

Un reconfortante clic anunció que la puerta estaba libre para abrirse pero antes espolvoreó por encima del cerrojo unos polvos desencantadores que le había dado Víctor para disipar cualquier sello mágico que el conde hubiera puesto para salvaguardar los conocimientos de su biblioteca. Tras hacerlo, el ladrón de pelo argenta entró en la habitación cerrando detrás de sí.

La biblioteca era inmensa. En la ciudad de la magia, los libros significaban conocimiento, y el conocimiento significaba poder. Y riquezas. La colección del conde contaba con numerosos ejemplares raros que habrían alcanzado una gran suma en el mercado negro. Pero Robin no estaba allí para eso. Se forzó a centrarse en su tarea pues tenía poco rato hasta que la sala de baile volviera a la normalidad y alguien le pudiera echar en falta.

Will había sonsacado de un criado hacía semanas el sistema de catalogación que el conde utilizaba en su biblioteca. Gracias a eso, Robin pudo ir directo hasta la quinta estantería de la izquierda dónde aguardaba su trofeo. Y una sorpresa.

Apoyada contra la estantería y rodeada por varias pilas de libros estaba sentada una niña vestida con un largo vestido blanco. Niña no… debe tener más o menos mi edad, pensó Robin. Eso no formaba parte del plan y por un momento no supo reaccionar. Se quedó quieto observándola hasta que ella se dio cuenta de su presencia.

- Oh. ¡Hola! – dijo con una dulce sonrisa. – ¿También te aburren las fiestas?

- Yo… eh… Sí, un poco. – La mente de Robin había decidido irse de vacaciones sin consultarlo con el resto de su cuerpo. Su respuesta sonó lenta y algo forzada. El ladrón maldijo para sí por su ineptitud. - ¿Qué haces aquí?

- Prefiero quedarme leyendo que estar ahí fuera viendo como dan vueltas y vueltas hasta que me marean. Parecen… uhm…. Aves de corral sin cabeza.

- ¿Quieres decir pollos?

- ¡Sí! ¡Eso! – La joven miró de arriba abajo a Robin y luego entrecerró los ojos con una mirada acusadora. – No te enviará mi padre, ¿no?

- No. ¿Quién es tu padre?

La niña lo miró con sorpresa. Luego se levantó del suelo y señaló algo detrás de Robin. El ladrón se giró y con estupor vio como el objeto señalado era el augusto retrato del conde Omber. La hija del conde. Perfecto… maldijo Robin para sus adentros.

- ¿Y qué te trae por aquí? ¿Sabes que está prohibido entrar en la biblioteca, no?

- Yo… Sí. Pero tú tampoco deberías estar aquí, ¿verdad? – contestó señalándola.

Ella abrió mucho los ojos, sorprendida de que la hubieran pillado.

- Eres más listo de lo que pareces, conejito.

Conejito. Se había olvidado de la máscara de conejo que llevaba sobre el rostro. Maldijo a Will y sus ocurrencias.

- Hagamos un trato. – propuso Robin. – Si me ayudas a encontrar un libro, mantendré en secreto la ubicación de tu refugio.

La niña pareció meditarlo por unos instantes pero finalmente asintió convencida.

- De acuerdo. ¿Qué libro estás buscando?

- “Sombras en la noche sin luna” de A. K.

- Me suena haberlo visto por algún lado… - La hija del conde empezó a buscar por las pilas de libros amontonados y esparcidos por el suelo. Robin miró hacia la puerta instintivamente al ser consciente de que no le quedaba mucho tiempo.  – ¡Aquí está! – Dijo extrayéndolo de de una pila y derribando todos los que tenía por encima.

- Bien, ahora dámelo.

- No. – dijo apretándolo contra su pecho.

- Pero… hicimos un trato…

- El trato era que te ayudaba a buscarlo. Si quieres el libro debes darme otra cosa a cambio.

Robin suspiró con nerviosismo. Se quedaba sin tiempo.

- Está bien. ¿Qué es lo que quieres?

- Mmmm. – Dudó la chica. – Un beso.

- ¡¿Un beso?! – había alzado demasiado la voz y comprobó la puerta por si alguien entraba pero seguía inmóvil. - ¿Un beso? – preguntó de nuevo en voz más calmada.

-Sí. – dijo sonriendo.

El tiempo apremiaba. Si le quitaba el libro y huia la niña podía gritar y alertar a los guardias. Pero tampoco quería agredirla. La observó con detenimiento, con los ojos resplandecientes de un suave color azulado y la sonrisa perenne con la pequeña brecha entre los dos incisivos. Robin claudicó.

- Está bien. Cierra los ojos.




Unos segundos después Robin salía de la biblioteca con el libro en sus manos. A paso veloz subió las escaleras del final del pasillo y dobló la esquina hacia la izquierda. Entró por la puerta a su derecha la cual estaba abierta. Era el baño. Abrió el armario bajo el fregadero y sacó un par de toallas con las que envolvió el libro. Entonces se aupó sobre el fregadero y abrió el ventanal de cristal. Una ráfaga de aire frio le golpeó el rostro y le erizó la piel. Desde ahí se veían las luces de la ciudad y una bonita vista de los tejados violetas de las casas de los magos. Abajo, en la calle lateral de la mansión esperaba Ed, quien al avistarlo lo saludó levantando uno de sus gruesos brazos.

Robin devolvió el saludo. Se aseguró de que nadie les veía y entonces lanzó el paquete envuelto en toallas. Ed consiguió cogerlo al vuelo. Se saludaron una vez más y entonces el hombretón se escabulló por el final del callejón. El ladrón cerró el ventanal y bajó con toda prisa hasta el salón de baile. Allí los músicos habían empezado a tocar hacía ya un rato. Ya no quedaba ningún noble en el suelo pero aún se veían algunas damas desmayadas sobre las sillas y los sofás mientras sus maridos las abanicaban con servilletas. Robin respiró hondo para calmarse y con tranquilidad caminó hasta Víctor, quien conversaba con un Will cerca del escenario.

- Has tardado. – dijo el hombre moreno con voz preocupada. – Ha salido todo bien.

- Todo bien. Acabo de venir del baño.

- ¿Algún contratiempo?

- Nada importante. Luego os lo cuento.

- Entonces salgamos de aquí.


Robin y Víctor se marcharon a despedirse del conde, tras darle las gracias por la invitación, mientras Will buscaba su propia salida. Unos minutos después los timadores disfrazados de noble hacían resonar sus zapatos contra los adoquines mientras caminaban con la satisfacción de haber cometido un robo a una de las mayores fortunas de la ciudad y haber salido impunes.