Robin se arregló el cuello de camisa por quinta vez en diez
minutos. A continuación comprobó los puños de la misma, tiró de la cola del
chaqué y subió el fajín para a continuación ocultarlo de nuevo. Encontraba la
máscara aparatosa y le hacía sudar, pero resistiría por una noche. Se
encontraban frente a la gran mansión del conde Omber, ya entrada la noche.
Pretendían unirse a la fiesta de
máscaras que el conde organizaba; a esta hora la cena de los invitados más
distinguidos habría terminado y los camareros empezaban a repartir las copas de
vino dulce de Dalaran y despejando el gran salón para dejar un amplio espacio
como sala de baile. No era extraño que se unieran en este momento, de hecho,
frente a ellos hacían cola varias parejas, esperando que el mayordomo los
anunciara al público asistente. Solo los más allegados y los que disfrutaban de
mayor atención del Conde tenían el lujo de participar en uno de sus banquetes
privados, pero las fiestas que se celebraban a continuación estaban invitados
toda la nobleza y hombres y mujeres adinerados de Azeroth.
Y en ese nido de ratas iban a meterse.
-¿Nervioso? – preguntó Víctor a su lado. Vestía de una forma
impecable como siempre. Incluso más que algunos de los asistentes a la fiesta.
El pelo corto y negro y una barba bien recortada enmarcaban un rostro altanero
y una mirada orgullosa completamente metido en el papel que interpretaba. Porque estaba interpretando, ¿no? Este
bastardo se comporta igual que uno de ellos, parece incluso más noble que ellos.
El traje que llevaba parecía hecho a medida y se movía como si hubiera nacido
para llevarlo. Su máscara en forma de pájaro le ocultaba la mitad superior de
la cara. Pese a su objetivo de hoy no parecía nervioso ni ansioso, su rostro
ofrecía la misma sonrisa vacía que los otros individuos de la cola.
- En absoluto. – gruñó Robin arreglándose otra vez el cuello
de la camisa. ¡Por supuesto que estoy
nervioso! ¡Si nos pillan somos hombres muertos!
- Tú sólo relájate y disfruta de la fiesta. – le dijo
sonriendo.
Robin respondió asintiendo en silencio. Esas palabras
significaban que mantuviera la calma y no se metiera en líos. El plan había
sido cuidadosamente fraguado y ensayado hasta el último detalle. Si se
adelantaba a la hora de cumplir con su parte del plan sería tan catastrófico
como si se retrasaba. Robin respiró hondo. No sabía cómo lo había hecho, ni
cuando, pero ese hombre a su lado había logrado que una parte de Robin confiara
en él a ciegas. ¿En qué momento me he
vuelto tan estúpido? Pensó cuando se descubrió admirando como las luces de
las farolas incidían en el oscuro traje de Víctor.
Cuando la pareja de nobles de trasero enorme fueron
anunciados fue el turno de Robin y Víctor. De un modo que habían ensayado durante
horas las últimas semanas, Robin sacó una tarjeta del bolsillo interior de su
chaqueta y se la entregó al mayordomo mientras Víctor tomaba su papel de noble
y amo de Robin. El sirviente leyó la tarjeta y examinó con cuidado a los dos
individuos. Robin no se había sentido tan inspeccionado ni cuando lo pilló la
guardia esa vez. En esa ocasión consiguió huir y ahora todo su cuerpo le pedía
hacer lo mismo, sin embargo aguantó y le mostró al calvo mayordomo su expresión
más arrogante. De algún modo funcionó y segundos después estaban siendo
anunciados en la sala de fiestas de conde Omber.
- ¡Lord Crane de Vallespeso y acompañante! – anunció el
sirviente golpeando el suelo con su cayado.
- ¿“Acompañante”? – susurró Robin indignado.- ¿Cómo que
acompañante? Luego te vas a enterar cabeza-huevo… Te voy a acompañar la cara
con el puño.
- Para esta gente, si no tienes título no tienes nombre. – le
explicó Víctor en voz baja sin perder la sonrisa bajo la máscara.
- Igualmente no se va a librar…
- ¡Lord Crane! – exclamó una señora gruesa acercándose a
ellos. Llevaba un vestido blanco con intrincados patrones de lentejuelas y una
máscara de cisne con plumas blancas. El perfume que llevaba era tan intenso que
Robin lo olió aun cuando la señora no se había ni acercado un poco. – Al fin
nos conocemos.
- Lady Julivert. – dijo Víctor reconociéndola de algún modo.
Will le había contado a Robin que, de igual modo que él se había entrenado en
su parte del plan, Víctor se había familiarizado con todos los nombres,
historias y posesiones de cada uno de los nobles que asistirían a la fiesta.
Una tarea que no envidiaba en absoluto. – En efecto, nuestro encuentro ya se
había demorado demasiado.
- ¿Cómo se encuentra su tío?
- Su estado sigue estando en manos de la Luz. Los médicos lo
mantienen en cama en contra de su voluntad.
- Apuesto que eso debe frustrarlo. – dijo la señora con una
risa fea similar a la de un gorrino.
- Sin duda. Si por él fuera estaría cazando y cabalgando por
nuestras tierras. A veces hemos pensado en atarlo a la cama pero dudamos que
eso fuera efectivo contra un hombre de su carácter.
- Mandadle mis mejores deseos para su pronta recuperación, por
favor.
- Así lo haré. – contestó Víctor con una leve reverencia.
- ¿Y vuestro exótico acompañante? – dijo la señora acariciando
uno de los mechones de pelo plateado que asomaban tras la máscara de conejo de
Robin. Él tuvo que contenerse mucho para no apartarle la mano de malas maneras
y clavarle un cuchillo en esa panza gigantesca. Un segundo. ¿Ha dicho exótico?
- Mi sirviente. Lo contratamos hace unos meses, no habla mucho
pero es hábil y servicial. Sus padres son humanos pero tiene sangre Quel’dorei
en sus venas.
- Eso es evidente. Que muchacho más encantador. – dijo
acercándose un poco más a Robin.
- Chico. ¿Por qué no nos traes una copa? – dijo Víctor
salvándolo de las zarpas de la señora que lo devoraba con los ojos. Era además
otra de las señales que había acordado. – Ya sabes cómo lo quiero.
Asintió y dejó solo a Víctor para que se mezclara con el
resto de invitados mientras él se iba apartando poco a poco hasta la pared del
fondo. Por ahora su función sería pasar desapercibido y esperar.
Oculto en las sombras tras una columna observó a cada uno de
los asistentes. A Robin le disgustaban esas personas. Hablaban con un falso
tono amigable cuando sus verdaderos pensamientos estaban teñidos de envidia y
desprecio mutuo. Eran personas orgullosas y vanidosas. Personas que nunca
habían conocido la miseria, que nunca habían pasado hambre y que nunca se
habían visto obligados a dormir bajo un cartón sucio y maloliente. Se descubrió
apretando los dientes y fulminando con la mirada a todos y cada uno de ellos.
Se obligó a serenarse por el bien del plan.
Se fijó como Víctor se mezclaba con diferentes círculos,
como si fuera uno más de ellos. Desde el principio había notado un aire noble
en su porte, y ahora que se rodeaba de ellos parecía completamente en su salsa.
Aunque de algún modo parecía mejor que ellos, sin ese aire de arrogancia. ¿Era
posible que fuera noble de verdad? En estos momentos había logrado acercarse a conde
Omber y éste parecía tener curiosidad por lo que Víctor le estaba contando.
- Estos canapés están asquerosos. – dijo una voz a su lado.
Will se había acercado a él cobijado por las sombras
proyectadas por las columnas en la pared y lo había sorprendido distraído. Su
vestimenta era más colorida que la de los nobles, con abundante presencia de
rojos y granates en un traje en el que estaban ocultos multitud de bolsillos.
Una máscara de zorro le cubría la mitad superior del rostro. A su espalda
asomaba el laúd y en sus manos sujetaba una bandeja de canapés variados.
- Pero estos otros, pese su aspecto, están deliciosos. Creo
que no quiero saber de que los hacen.
- ¿No deberías estar en posición? – dijo Robin volviendo su
vista a la pista de baile, algo molesto por la actitud despreocupada de su
compañero.
- Oh. Tranquilo, renacuajo. Cuando sea mi hora de brillar
acudiré sin demora. ¿Están los otros dos en su sitio?
Robin asintió.
- Ed está sujetando a Jasper para que no se adelante.
- Debe haberlo atado y amordazado. – rió – No se me ocurre
otra forma. O lo ha dejado inconsciente. – Chasqueó la lengua para tratar de
quitarse un trozo de gamba de entre los dientes. – ¿Y cómo le va a nuestro
patrón?
- Completamente indistinguible del resto de aristócratas. Le
reconozco que es buen actor. – miró a Will de reojo. - ¿Porque estamos seguros
que no es noble, verdad?
- Nunca lo he sabido. Así como del resto he sonsacado el
pasado mediante vino y conversaciones, él nunca habla de su pasado. Un completo
misterio.
- ¿Y porque le ayudáis?
- ¿Por qué le ayudas tú? – contestó volviéndose hacia él con
el rostro serio.
- Yo… No estoy seguro.
- No es por el oro. Ni por la gloria. Por la aventura… tal
vez. Pero hay algo más. Algo que te empuja a ayudarlo. Cómo si una parte de ti
supiera que estás haciendo lo correcto.
- Somos ladrones. – comentó esbozando media sonrisa. –
Nosotros no hacemos lo correcto.
Will rió con ganas.
- En eso tienes razón. Pero…
Interrumpió la frase antes de terminarla al oír como un
sirviente del conde anunciaba un cambio en la orquesta de músicos que
amenizaban la velada.
- Esa es mi señal. Nos vemos a la salida, renacuajo. – Dijo,
marchándose hacia el escenario dónde lo esperaban el resto de músicos.
William era un trovador experimentado. Había visitado la
gran mayoría de las tabernas de los Reinos del Este y parte de Kalimdor y
recogía las historias y canciones que se cantaban en cada una para
transmitirlas a tierras lejanas. Y además era ex colaborador del IV:7. Durante
sus viajes había servido de espía y contacto para la agencia de inteligencia de
Ventormenta aprendiendo bastantes trucos útiles. Sin embargo se había retirado
del servicio (no le había contado porque), y tras su encuentro con Víctor había
decidido ayudarle. En estos momentos subía a la tarima enmoquetada
desenvainando su laúd para mostrar las habilidades de las que estaba más
orgulloso: su voz y su música.
Empezó tañendo una sola cuerda del laúd re reverberó por el
salón gracias a los amplificadores acústicos encantados por los magos del
conde. El escenario era suyo, los otros músicos le acompañarían pero él llevaba
la voz cantante. La música empezó a fluir suavemente, llenando la gran sala
como el agua llenaba una bañera. Robin se percató de como los asistentes
empezaban a cambiar de actitud. No eran solo los bailarines que danzaban acorde
a la música, sino que todos parecían más relajados, dejándose llevar por la
melodiosa voz de Will.
Robin pudo darse cuenta de ese hecho al haber sido avisado
previamente pero el cambio había sido tan sutil que apenas era perceptible. Era
indiscutible que Will se había hecho con el público. Tañendo las cuerdas y
haciéndolas vibrar, aumentando o ralentizando el ritmo de la música, el
trovador manejaba a su antojo a los oyentes como un pastor a sus ovejas.
Robin buscó con la mirada a Víctor quien permanecía charlando
animadamente con el conde en la mesa de éste. Ambos tenían una vista perfecta
del escenario y Will la tenía de ellos. Podía ver cuando el conde necesitaba un
empujoncito emocional para que las palabras de Víctor entraran con más
facilidad, o por el contrario cuando necesitaba que un inoportuno noble en
busca de atención fuera recibido con frialdad y expulsado de la mesa.
La canción se volvió frenética. Era señal de que el momento
se acercaba y Robin se puso en tensión. Los bailarines empezaron a dar vueltas
como peonzas, llevados por un frenesí alimentado con alcohol.
Fuera de la gran mansión, en las sombras de una calle
lateral poco iluminada, Ed y Jasper esperaban su turno haciendo gala de su
paciencia. Que en el caso de Jasper no era demasiada.
- ¿Puedo entrar ya?
- Hmm. – Ed le constetó con un gruñido de negación.
- ¿Y ahora?
El coloso de melena rubia puso los ojos en blanco antes de
dedicarle una seria mirada de reprobación. Llevaban cerca de una hora esperando
y el escurridizo ladrón le ponía de los nervios. Tanteó con los dedos el firme
mango de su enorme martillo de guerra que descansaba contra el muro,
imaginándose aplastando la cabeza del siempre sonriente Jasper contra los
adoquines. Pero seguramente escaparía. En los meses, que se le habían hecho
insufriblemente largos, que hacía que conocía a Jasper había sido testigo de
cómo el hombre de pequeña estatura sobrevivía a situaciones de peligro de la
forma más insospechada. Estaba cerca de creer que sus habladurías sobre el
“dios de la suerte” que le había poseído eran ciertas. Ese hombre bajito que no
alcanzaba la parte superior del muro ni aunque saltara para ver que se cocía
dentro de la mansión. Ese hombre peculiar que no parecía perder el buen humor.
De repente se oyó gran jaleo acompañado del ruido de copas
rompiéndose dentro del salón de bailes. Will había obrado sus artes y había
inducido a los beodos aristócratas a bailar y girar hasta que inevitablemente
se había producido un accidente. Los gritos y quejidos llegaron hasta dónde Ed
y Jasper esperaban, listos para empezar.
- ¡Ya es la hora! – Exclamó Jasper con una gran sonrisa de
felicidad. Se volvió hacia el muro y empezó a escalarlo aupándose sobre los
inestables rebordes y decoraciones curvadas. Como era de esperar, cayó de
bruces al suelo con un hueco queijido.
Ed suspiró. El ladrón estaba perdiendo un tiempo muy valioso
así que pasó al plan L diseñado por Víctor. L de Lanzamiento.
Tiró de la camisa sucia de Jasper para levantarlo del suelo.
El agradecimiento del hombre de poca estatura quedó interrumpido cuando Ed lo
cogió también por un brazo y se lo cargó a la espalda.
- E... ¡espera! ¿Qué? ¡Puedo subir! Puedo…
El coloso levantó una pierna para estabilizarse al
inclinarse hacia atrás y a la vuelta lanzó al ladrón con todas sus fuerzas por
encima del muro. Jasper no gritó. Se hizo un ovillo en el aire de modo que
evitó cortarse con los fragmentos de la cristalera que rompió al impactar.
- Subir… - susurró Jasper terminando la frase.
Había aterrizado en un pasillo poco iluminado. Largo y con
varias puertas de madera de abedul sin cerrojos. Estaba dentro de la mansión
pero ninguna de esas puertas era del estudio del conde, dónde se hallaba su
objetivo. Víctor le había obligado a memorizar los planos una y otra vez hasta
que pudo repetir todas las rutas de memoria. El pobre no comprendía que Jasper
no necesitaba nada de eso. El destino y el dios de la suerte le proporcionaban
la verdadera ruta que solía ser mucho más interesante que el resto.
Tres puertas más allá un guardia del conde dobló la esquina
avistando a Jasper, aún de pie sobre los cristales rotos. El soldado dio la
alarma a su compañero detrás suyo y este se marchó a por refuerzos.
- Empieza la diversión. – susurró Jasper ampliando su sonrisa.
Pegado a la pared Robin no podía contener una sonrisa al ver
como distinguidos nobles permanecían en el suelo como orugas incapaces de darse
la vuelta. Todo su orgullo se había esfumado y en sus caras solo había
vergüenza. Presenció como un guardia acalorado se agachaba para susurrarle algo
al oído del conde, quien trataba de poner orden en la pista de baile enviando
sus criados a ayudar a sus invitados accidentados por la desenfrenada canción
de Will. El rostro del conde se volvió pálido al instante y sudores fríos lo
embargaron. Ordenó algo al guardia quien se marchó a toda prisa y a
continuación retomó, junto a Víctor, la búsqueda de Lady Julivert, cuyo zapato
había salido despedido hasta colisionar contra el retrato de la señora madre
del conde.
Robin contó hasta treinta para sí y luego se deslizó por la
puerta de servicio a su lado. El pasillo bien iluminado estaba desierto. Nadie
iba a molestarle mientras atravesaba habitación tras habitación hasta su
objetivo.
El plan de Víctor era sencillo y genial a la vez. Ocultar un
robo con otro robo. Los nobles que abrían sus mansiones a este tipo de eventos
sabían que podían darse robos menores por parte de envidiosos de castas
menores, y también estaban preparados para lidiar con ladrones que se colaban
para adueñarse de sus riquezas. Muchos ladrones habían tratado de robar la caja
fuerte del conde, los guardias estaban preparados y sabían qué hacer. Jasper
mantendría ocupados a los guardias del conde mientras los criados ayudaban en
la sala de baile. La mente de Víctor había ideado este juego de distracciones
simple a primera vista pero que requería una delicada organización y
sincronización.
Pisando el suelo enmoquetado con suavidad llegó hasta la
gran biblioteca del conde. La puerta de madera oscura estaba cerrada con llave
pero para un artista del hurto como Robin ese cerrojo no lo detendría ni un
segundo.
Un reconfortante clic anunció que la puerta estaba libre
para abrirse pero antes espolvoreó por encima del cerrojo unos polvos
desencantadores que le había dado Víctor para disipar cualquier sello mágico
que el conde hubiera puesto para salvaguardar los conocimientos de su
biblioteca. Tras hacerlo, el ladrón de pelo argenta entró en la habitación
cerrando detrás de sí.
La biblioteca era inmensa. En la ciudad de la magia, los
libros significaban conocimiento, y el conocimiento significaba poder. Y
riquezas. La colección del conde contaba con numerosos ejemplares raros que
habrían alcanzado una gran suma en el mercado negro. Pero Robin no estaba allí
para eso. Se forzó a centrarse en su tarea pues tenía poco rato hasta que la
sala de baile volviera a la normalidad y alguien le pudiera echar en falta.
Will había sonsacado de un criado hacía semanas el sistema
de catalogación que el conde utilizaba en su biblioteca. Gracias a eso, Robin
pudo ir directo hasta la quinta estantería de la izquierda dónde aguardaba su
trofeo. Y una sorpresa.
Apoyada contra la estantería y rodeada por varias pilas de
libros estaba sentada una niña vestida con un largo vestido blanco. Niña no…
debe tener más o menos mi edad, pensó Robin. Eso no formaba parte del plan y
por un momento no supo reaccionar. Se quedó quieto observándola hasta que ella
se dio cuenta de su presencia.
- Oh. ¡Hola! – dijo con una dulce sonrisa. – ¿También te
aburren las fiestas?
- Yo… eh… Sí, un poco. – La mente de Robin había decidido irse
de vacaciones sin consultarlo con el resto de su cuerpo. Su respuesta sonó
lenta y algo forzada. El ladrón maldijo para sí por su ineptitud. - ¿Qué haces
aquí?
- Prefiero quedarme leyendo que estar ahí fuera viendo como
dan vueltas y vueltas hasta que me marean. Parecen… uhm…. Aves de corral sin
cabeza.
- ¿Quieres decir pollos?
- ¡Sí! ¡Eso! – La joven miró de arriba abajo a Robin y luego
entrecerró los ojos con una mirada acusadora. – No te enviará mi padre, ¿no?
- No. ¿Quién es tu padre?
La niña lo miró con sorpresa. Luego se levantó del suelo y
señaló algo detrás de Robin. El ladrón se giró y con estupor vio como el objeto
señalado era el augusto retrato del conde Omber. La hija del conde. Perfecto…
maldijo Robin para sus adentros.
- ¿Y qué te trae por aquí? ¿Sabes que está prohibido entrar en
la biblioteca, no?
- Yo… Sí. Pero tú tampoco deberías estar aquí, ¿verdad? –
contestó señalándola.
Ella abrió mucho los ojos, sorprendida de que la hubieran
pillado.
- Eres más listo de lo que pareces, conejito.
Conejito. Se había olvidado de la máscara de conejo que
llevaba sobre el rostro. Maldijo a Will y sus ocurrencias.
- Hagamos un trato. – propuso Robin. – Si me ayudas a
encontrar un libro, mantendré en secreto la ubicación de tu refugio.
La niña pareció meditarlo por unos instantes pero finalmente
asintió convencida.
- De acuerdo. ¿Qué libro estás buscando?
- “Sombras en la noche sin luna” de A. K.
- Me suena haberlo visto por algún lado… - La hija del conde
empezó a buscar por las pilas de libros amontonados y esparcidos por el suelo.
Robin miró hacia la puerta instintivamente al ser consciente de que no le
quedaba mucho tiempo. – ¡Aquí está! –
Dijo extrayéndolo de de una pila y derribando todos los que tenía por encima.
- Bien, ahora dámelo.
- No. – dijo apretándolo contra su pecho.
- Pero… hicimos un trato…
- El trato era que te ayudaba a buscarlo. Si quieres el libro
debes darme otra cosa a cambio.
Robin suspiró con nerviosismo. Se quedaba sin tiempo.
- Está bien. ¿Qué es lo que quieres?
- Mmmm. – Dudó la chica. – Un beso.
- ¡¿Un beso?! – había alzado demasiado la voz y comprobó la
puerta por si alguien entraba pero seguía inmóvil. - ¿Un beso? – preguntó de
nuevo en voz más calmada.
-Sí. – dijo sonriendo.
El tiempo apremiaba. Si le quitaba el libro y huia la niña
podía gritar y alertar a los guardias. Pero tampoco quería agredirla. La
observó con detenimiento, con los ojos resplandecientes de un suave color
azulado y la sonrisa perenne con la pequeña brecha entre los dos incisivos.
Robin claudicó.
- Está bien. Cierra los ojos.
Unos segundos después Robin salía de la biblioteca con el
libro en sus manos. A paso veloz subió las escaleras del final del pasillo y
dobló la esquina hacia la izquierda. Entró por la puerta a su derecha la cual
estaba abierta. Era el baño. Abrió el armario bajo el fregadero y sacó un par
de toallas con las que envolvió el libro. Entonces se aupó sobre el fregadero y
abrió el ventanal de cristal. Una ráfaga de aire frio le golpeó el rostro y le
erizó la piel. Desde ahí se veían las luces de la ciudad y una bonita vista de
los tejados violetas de las casas de los magos. Abajo, en la calle lateral de
la mansión esperaba Ed, quien al avistarlo lo saludó levantando uno de sus
gruesos brazos.
Robin devolvió el saludo. Se aseguró de que nadie les veía y
entonces lanzó el paquete envuelto en toallas. Ed consiguió cogerlo al vuelo.
Se saludaron una vez más y entonces el hombretón se escabulló por el final del
callejón. El ladrón cerró el ventanal y bajó con toda prisa hasta el salón de
baile. Allí los músicos habían empezado a tocar hacía ya un rato. Ya no quedaba
ningún noble en el suelo pero aún se veían algunas damas desmayadas sobre las
sillas y los sofás mientras sus maridos las abanicaban con servilletas. Robin
respiró hondo para calmarse y con tranquilidad caminó hasta Víctor, quien
conversaba con un Will cerca del escenario.
- Has tardado. – dijo el hombre moreno con voz preocupada. –
Ha salido todo bien.
- Todo bien. Acabo de venir del baño.
- ¿Algún contratiempo?
- Nada importante. Luego os lo cuento.
- Entonces salgamos de aquí.
Robin y Víctor se marcharon a despedirse del conde, tras
darle las gracias por la invitación, mientras Will buscaba su propia salida.
Unos minutos después los timadores disfrazados de noble hacían resonar sus
zapatos contra los adoquines mientras caminaban con la satisfacción de haber
cometido un robo a una de las mayores fortunas de la ciudad y haber salido
impunes.