miércoles, 5 de octubre de 2016

El precio del éxito (Chantalle Leproux) - Parte 2



Dos semanas antes de las invasiones demoniacas

El edificio del Ayuntamiento de Ventormenta presidía una de las cuatro imponentes fachadas de la plaza de la Catedral, cuyo exterior de blanca piedra y decorados miradores contrastaba con el interior, ecléctico y sobrio digno de un edificio público, de suelos de madera y escaso en decoración. A penas algún cuadro de su majestad el Rey Varian, especialmente presidiendo la sala del alcalde , cuya mirada seria y de pocos amigos había visto toda clase de gentes pasar por su tan honorable edificio; Nobles y no tan nobles aristócratas, harapientos ladrones, vulgo y demás canallas.

Esta vez se hallaba sentado frente a un hombre de aspecto encorvado, más bien buitresco, quizás algo mayor que él, poblado bigote y un exagerado acento kultirense. La chistera la sostenía entre sus manos enguantadas y leía seriamente el documento que acababa de entregarle firmado y sellado por la casa Real.

En el fondo le daba pena aquel hombre, cada seis meses durante los últimos…¿Cuántos años serían ya, diez, veinte años?... había venido de parte de su patrón a renovar los permisos de uso portuario y venta de navíos al reino.

-¡Rescinden el contrato de obra y servicio, pero cómo puede ser, no hemos tenido noticia por parte de nadie!- Dijo Baume con tono más sorprendido que enfadado.
-Me temo que ya tienen la noticia, su contrato rescinde a finales de mes y la Casa Real les agradece sus servicios durante todos estos años, pero a la vista del fin de la guerra y el nuevo techo de gasto necesario para los nuevos presupuestos, el contrato con ustedes resulta inviable para los nuevos planes. Sin embargo me han pedido que les transmita que si necesitan cualquier recomendación no duden en pedírnosla .
Aquello sentó como un jarro de agua fría al emisario kultirense de Furnitures Leproux et cía. ¿Qué iba a hacer ahora, qué iba a decirle a su patrona? No era una mujer acostumbrada a aceptar malas noticias…
-¿No hay forma de solucionar este asunto?-. Dijo Baume sacando un talón sobre el que empezó a escribir una cifra que, desde la posición del alcalde, podía verse que tenía unos cuantos ceros.
-¡Ni se te ocurra!- Contestó con tono firme el alcalde. –No estropees la tan buena reputación de tu compañía con un acto tan pueril. Las cosas son como son. Siempre se abren nuevas oportunidades, sea cual sea el tiempo que nos toque vivir. Ahora márchate. – Espetó el alterado alcalde. – Ya va siendo hora de zanjar este asunto, tengo mucha tarea por delante.-

Baume abandonó el edificio encorvado cual buitre con su chistera y una sensación de desolación en el cuerpo. ¿Cómo iba a decirle a Chantalle semejante noticia sin tener consecuencias?

Aquella mañana la duquesa de Drisburg se había levantado algo mejor que el día anterior. Sin duda no tener pesadillas ayudaba mucho, pero aun así, sentía la cabeza como si fuera en un barco a la deriva en mitad de un gran oleaje y tuviera que aferrarse a cualquier cosa para no dar un traspiés.
Como era habitual, sus criadas aguardaban la señal para comenzar su ritual diario de acicalamiento, es decir, baño, masaje, manicura, pedicura, vestirse y maquillarse, que a su señal, acudieron con tal sincronización que hacían palidecer a cualquier ejército en su marcha. Sin embargo todo ello no sirvió para hacerle sentir mejor, por lo que había decidido cancelar toda clase de citas aquel día; Necesitaba relajarse y no trabajar tanto. Hasta su maldito asesor y contable, del que había recibido numerosas solicitudes de entrevista durante toda la mañana, para verla sobre “un asunto importante”, según sus palabras. Pero no, hoy nadie iba a interrumpir su descanso.

El día discurrió sin ningún tipo de incidentes, tal y como ella había dejado claro nadie había interrumpido su día sabático con mundanas preocupaciones. Para cuando quiso darse cuenta ya eran más de las cuatro de la tarde y, yacía en un diván en el salón de té, frente a un gran ventanal enrejado desde el que podía ver el inconfundible perfil de la catedral de la Luz. Entonces, como queriendo acabar con su bucólica visión, una gaviota decidió posarse al otro lado de la ventana y desplegó sus alas, tapando todo campo de visión y haciendo que Chantalle se sobresaltara ante la inesperada visita. Durante unos segundos, casi eternos, aquel animal permaneció observando fijamente los ojos de la Duquesa. Una profunda oscuridad emanaba de aquellos orbes fijos en la joven mujer y, lo que es peor, parecían intentar llevar su espíritu, su cuerpo onírico hacia ella. 

Llevada por el pánico Chantalle sucumbió ante aquel oscuro ataque sin la mayor posibilidad de defensa, pues ya era demasiado tarde para pensar un conjuro con el que contraatacar aquella succión que estaba a punto de llevar su espíritu a otro lugar, del que no presentía nada bueno.
La habitación comenzó a girar a toda velocidad, cual macabro carrusel a toda potencia y, en el centro de aquel torbellino, se hallaba el aspecto onírico de la Duquesa levitando, viendo colores girar a toda velocidad a su alrededor, hasta que todos ellos se difuminaron y no quedó más que oscuridad.
-Han pasado más de dos años y parece ser que aún no recuerdas nada, niña- Dijo una potente voz grave que transmitía respeto y un extraño toque paternal.
-Quién eres, por qué me has traído a este plano, muéstrate.- Dijo Chantalle mientras recorría aquel lugar en busca de alguna fisura, algún punto débil al que aferrarse y poder presionar mágicamente para salir de allí.
Tras unos segundos, que se hicieron eternos y tras sentir observada analizada su mente, la imponente voz contestó:
-Es posible que aquel hechizo en Pandaria te hiciera olvidar más de lo que debiera…- Sintió como aquel extraño ser cavilaba durante unos minutos.- Está bien, comenzaremos desde el principio, será la mejor manera de hacerte recordar lo que nunca debiste olvidar.-

De pronto aquel oscuro lugar volvió a girar a su alrededor, gamas de colores aparecieron, pero esta vez no eran las blancas, azules, pastel de su salón de té, los colores que aparecieron eran colores ocre, azul marino y demás tintes oscuros que fueron entremezclándose ante el fantasma flotante de la joven bruja.
Como por arte de magia unas texturas comenzaron a cobrar forma y, tras unos segundos, apareció un hermoso barco tripulado por hombres uniformados y dos figuran que le resultaban muy familiares;
-¡Feliz catorce cumpleaños, hermanita! – El rostro de un joven y apuesto hombre se encontraba con una rodilla hincada en el suelo, sus cabellos brillaban bajo la luz de los últimos rayos del sol y sus manos sostenían los pequeños hombros de una niña, con ojos como platos ante la sorpresa que acababa de llevarse.
-¿De, de verdad es para mí este barco?- Preguntó la pelirroja cumpleañera que apenas medía metro y medio y vestía con un simple vestido azul con cuello y mangas francesas de color blanco.
El apuesto hermano, que debía estar en la veintena y, por el que más de una muchacha habría entregado su dote, afirmó mientras decía;
-Se llama La Rosa de los Mares y está deseando que vayas a navegar con él.
Era tradición entre las familias bien avenidas de Kul’Tiras regalar un barco a sus hijos para que éstos comenzaran desde jóvenes la instrucción en cuestiones de mar, o eso le habían contado en una ocasión.

El espíritu flotante de Chantalle observaba perplejo la escena. ¿Cómo había sido capaz de borrar un recuerdo como éste de su memoria? Ahora lo recordaba, el regalo de su hermano, el primer barco que tuvo, la enfermedad de su padre y, la insistencia de su hermano en que saliera a navegar en plena noche…Pero, antes de darse cuenta, aquella escena volvió a convertirse en una paleta de colores giratorios a toda velocidad.

Cuando la siguiente imagen se materializó el barco se hallaba navegando hacia alta mar, su hermano ya no estaba en el navío y allí estaba la joven Leproux en la popa del barco, observando la orilla cada vez más lejana. La luna llena iluminaba como un gran lucero aquella escena donde se podrían haber contado las pecas del rostro de la niña.

El aspecto onírico de Chantalle observaba la escena con preocupación, pues comenzaba a sonarle familiar y buscaba la manera de prevenir a la niña de lo que iba a ocurrir. Sin embargo había pecado de inocencia, en su ceguera por intentar reparar el pasado, había pasado por alto que se encontraba ante una imagen del pasado, es posible que de su propia mente. Sintió como aquel ser que le había llevado hasta allí la observaba con detenimiento y escrutaba su mente de nuevo. Por lo que la bruja decidió permanecer como hasta ahora observando la escena a pesar de que comenzaba a imaginarse el desenlace.

Tras unos largos minutos en barco, la pequeña Duquesa preguntó a uno de sus marineros si podían regresar, a lo que el marinero negó con una sonrisa. –Es un regalo de tu hermano Vincent, deberías estar feliz por poder tener algo así-. El tono de aquella respuesta iba teñido de cierto resquemor, como si aquel hombre culpara a la joven Leproux por una vida que él mismo no hubiera podido llevar. –Prepárate, pronto llegaremos a nuestro destino, tu hermano tenía una sorpresa más para ti-. Volvió a decir aquel hombre de frondosa barba.

La pequeña volvió a abrir los ojos como platos ante aquella respuesta. Otra sorpresa ¿Qué podría ser, vería a su padre? No, no podía ser, se hallaba enfermo. Pero entonces qué podría haber ideado su hermano. Su corazón latía con mayor velocidad a medida que aquel navío se acercaba a una apartada isla, un pequeño peñón donde no parecía haber ni rastro de vida. Es posible que algún mamífero marino, pero no había ningún rastro de asentamiento por allí… ¿Entonces qué podría ser?

De pronto los cinco marineros del navío se dirigieron a la proa del barco con una mirada que daba escalofrío. Allí estaba ella, la pequeña heredera de los Leproux que sintió de forma subconsciente que algo no iba bien. De pronto aquellos hombres mostraron sus manos, que guardaban escondidas tras sus espaldas y portaban mordazas, cuerdas y un frasco de un líquido transparente, que juraría que no era agua.
El espíritu de Chantalle flotó hacia aquellos hombres, en un intento de frenarles, pero los atravesó como si fueran de humo.
Aquellos hombres continuaron su avance macabro hacia la acorralada presa en la parte más extrema de la proa del barco. Pudo incluso ver cómo uno de ellos se relamía y disfrutaba de lo que estaban a punto de hacer. Justo cuando aquellos hombres se abalanzaron sobre la joven niña, la forma onírica de Chantalle gritó de horror y aquella escena volvió a girar, deformándose en una miríada de colores.
-¿Por qué me haces esto?- Gimió Chantalle, a lo que la grave y autoritaria voz contestó sin dudar; - Debes recordar y no hay mejor manera que reviviendo el pasado, por muy desagradable que pueda parecerte.


La escena que volvió a aparecer frente a la Duquesa presentaba un paisaje similar, pero no había ni rastro de barco ni tripulación, sólo se veía una orilla de algún tipo de isla y una tormenta que hacía agitar las olas violentamente contra la costa. No fue hasta pasados dos o tres minutos que todo permaneció igual, sólo la imagen de la tormenta y el mar embravecido contra la orilla de aquella oscura isla, pero, de repente algo llamó la atención de Chantalle.
Se trataba de algo que era sacudido por esas olas, a simple vista podía ser cualquier cosa a la deriva, una trozo azul de vela que se había desprendido de algún barco, pensó. Pero aquella pequeña vela tenía algo que le era familiar… ¡Era el vestido de la pequeña Leproux!
Aquel pequeño cuerpo era agitado como si se tratara de un pequeño cascarón de nuez en mitad de un huracán; de izquierda a derecha, arriba y abajo, hasta que una gran ola llevó el cuerpo inerte hasta la orilla.
-Aquí comienza nuestra relación, niña.- Dijo la profunda voz de nuevo. – No muy lejos de aquí me hallaba en mi prisión, en la que permanecí debilitado durante decenas de años y, donde mis poderes habían sido drenados de manera inmisericorde para poder mantenerme cautivo. Sin embargo, tras años de desalojo, Tol Barad no era más que una cárcel en ruinas y la magia que protegía el lugar había menguado de manera notable. Aun así yo no era capaz de salir por mis propios medios de este lugar. Pero con la repentina llegada de una joven intrusa, podría poner mis planes en marcha…-
El espíritu de Chantalle observó el cuerpo de su pasado yo tendido en la arena. Estaba atada de manos y pies y, seguramente, sus pulmones rebosando agua. Pero algo se estaba moviendo en ese cuerpecillo. Las cuerdas que amarraban sus muñecas comenzaron a moverse como si de culebras se tratase y desenroscaron aquel nudo que impedía manos y pies de la adolescente. Cuando las cuerdas se hubieron soltado por completo cayeron al suelo y fueron arrastradas por el agua mar adentro. Pero el cuerpo seguía sin respirar. De pronto un gorgoteo comenzó a sonar, como si alguien estuviera haciendo gárgaras y, fue entonces cuando el pecho de la niña se hundió de forma abrupta y desorbitada, haciendo que los pulmones expulsaran todo el agua de su interior.

La pequeña Chantalle comenzó a toser a cuatro patas, con los cabellos sobre la cara. Cuando recuperó el aliento de nuevo, observó dónde se encontraba y se dispuso a buscar algo o alguien. Como hipnotizada, caminó descalza por aquella isla fangosa y cuya silueta se hallaba alterada por una serie de torres destartaladas, alguna de las cuales desprendía halos de luz en dirección al cielo, como si buscara algún tipo de presa voladora.

El fantasma de Chantalle siguió levitando a su versión más joven mientras ésta se adentraba por un gran edificio central de lo que parecía un complejo creado a base de hierro y hormigón. Pudo sentir restos de magia en las capas superficiales de algunos muros, hechizos defensivos que sin duda alguien había conseguido tirar abajo hace algún tiempo.
La muchacha se adentró hipnotizada por un laberinto metálico, cuyas luces parpadeaban y tuberías goteaban, confiriéndole al lugar un toque más siniestro del que ya por sí poseía.
El pasillo desembocó en una galería con diversas salidas, en concreto cuatro direcciones. Sin embargo su versión joven no dudo del camino a escoger, se decantó por el camino de la izquierda sin pensarlo. Este camino terminaba en una extraña celda, cuyos barrotes parecían estar intactos pese a la decadencia del lugar.

-Me has encontrado, niña, ahora posa tu mano mortal frente a la reja y lleguemos a un trato-. Dijo una voz que se parecía a la que le había metido en estas visiones.
De pronto unos ojos verdes observaban desde el interior de la celda. Aquellos ojos iban acompañados de un semblante maligno, piel roja, cuernos y unos prominentes colmillos.
-¡Un Eredar, eres un Eredar!- Dijo el espíritu de Chantalle asombrada.
-Así es, mi nombre es Jaz’Kethal, uno de los primeros de mi pueblo en aprender las artes viles. Pero ahora no soy más que un eco de lo que fui en mi día, nuestra ambición fue castigada y nuestros cuerpos sufren tormento eterno por ello. Llegué a este mundo para ser presa de los arrogantes e ignorantes magos del Kirin Tor, pero gracias a ti soy libre en parte.
Chantalle sintió un rayo golpear contra su cerebro y activar la memoria que hasta ahora había permanecido por alguna razón dormida todo ese tiempo.
-No tenemos tiempo, niña, si quieres sobrevivir a lo que se avecina debes escuchar las palabras de este viejo brujo, pues los tambores de guerra vuelven a resonar y los ojos que ansían este mundo susurran por todo el vacío abisal sus ominosos planes…-.


Escrito por Chantalle Leproux