viernes, 5 de agosto de 2016

El precio del éxito (Chantalle Leproux) - Parte 1

(Musica: https://www.youtube.com/watch?v=5Y4OnbCzKoM&list=PL4A4A13C1E1D2F6DD)

       
   La lluvia caía sin piedad sobre el cuerpo de la muchacha, cuyo aliento se veía reflejado en el vaho en aquella fría noche; Noche oscura interrumpida por las luces de faroles agitándose en búsqueda de una frágil presa y, cuyo silencio se veía enturbiado por los pasos agitados de unos pies descalzos que chapoteaban a toda prisa entre los charcos, barrizales y caminos de aquel yermo lugar.
Su pelo, pegado al cuerpo y húmedo, impedía que viera los obstáculos en su camino. Pues no era más que una niña acomodada, acostumbrada a una vida sin agitaciones ni imprevistos, en su corta vida jamás habría imaginado semejante giro del destino, mucho menos ser perseguida por alguien con su misma sangre. Ahora su cabeza tenía un precio y en su mente sólo había una idea…Sobrevivir.
Llegada a una ruina de un imponente edificio metálico, de uso penal, sintió que sus perseguidores habían quedado atrás, por lo que pudo parar durante unos segundos y tomar aliento de nuevo. Apoyó su espalda contra la fría pared de la ruinosa construcción y se dio unos segundos antes de echar un vistazo hacia atrás. Nadie parecía seguirla. Más calmada decidió retomar el paso, cuando un fuerte golpe en la nuca le sobresaltó y la visión se tornó oscura……

     Un ritmo cadencioso de un reloj le dio la bienvenida de nuevo a sus sentidos. Sus ojos, profundamente desenfocados tardaron en acertar a distinguir el lugar en el que se encontraba y, más teniendo en cuenta la abundante luz de la estancia, comparada con la oscuridad anterior. Léntamente llevó una mano a la cabeza buscando alguna señal de heridas, pero la búsqueda fue en vano.
-Otra vez el mismo sueño- Acertó a decir con una voz un tanto ronca.
La habitación de Chantalle se caracterizaba por un gran ventanal, decorado con largas cortinas rojas orientada hacia el Sur, de tal forma que la luz del Sol no le incidiera directamente, pero con buenas vistas de la Catedral de Ventormenta y del camino al Puerto.
Aun en la cama, la duquesa de Drisburg se disponía a levantarse, pues ya eran más de las nueve y media de la mañana y acababa de recordar que se había citado con Lady Chatterley para tomar el té y discutir sobre las últimas novedades acontecidas en la tan aburrida corte ventormentina, o eso era lo que a duquesa kultirense le parecía.

    Varias estancias más alejadas, Camila, nueva ayudante del ama de llaves en la residencia de Ventormenta de la excéntrica heredera Leproux, llevaba ya más de tres horas levantada preparando el servicio de desayuno para la joven duquesa y los invitados, aun por llegar. Tan sólo hacía una semana que había sido contratada y, parecía que había pasado ya una eternidad en aquella ajetreada casa. Pero hoy se había propuesto empezar el día con humor, alguien, no recordaba quién, le había dicho hace tiempo que si sonreía a la vida ésta le devolvería la sonrisa y, hoy iba a tomárselo al pie de la letra.
-¿Cómo van esos pastelitos hojaldrados, Camila? La señora tiene que estar al despertar y en una hora comenzarán a llegar los invitados- La voz del ama de llaves la despertó de su dulce sueño con su voz de urraca. Aunque corría el rumor que tras su mal genio y peores contestaciones al ama, única persona que se atrevía a contestarla, había un corazón que latía.
-Ya casi están, señora  Swanson, en seguida estoy con usted para ayudarla-. Dijo con una cándida voz, a lo que el ama de llaves le respondió con un sonoro resoplido que indicaba que más le valía que así fuera. La señora Swanson, cuyo nombre de pila era Beda, significaba en lenguaje antiguo  “doncella guerrera”, un nombre muy apropiado, pensaba la dulce de Camila mientras reía entre dientes.
-En cuanto acabes ve a ver si la señora necesita algo mientras preparo el baño-. Se alejó la mujer con aquel balanceo de caderas voluminosas que habrían hipnotizado a más de uno.

    Unos golpes en la puerta de la habitación anunciaban la llegada del servicio a las nueve y treinta y cinco.
-Adelante, ya estoy despierta y necesito un baño y…-.
La puerta se abría mientras hablaba Chantalle descubriendo a la nueva ayudante de Beda, la joven… ¿Cuál era su nombre? La verdad que nunca se lo había preguntado mucho, hacía tiempo de dejó de intentar aprenderse los nombres de los criados pues pocos duraban en su puesto ya fuera por falta de paciencia, integridad física o vaya usted a saber qué.
-Soy Camila, señora, vengo a ayudarle ya, que sepa usted que el desayuno ya está preparado. Hace un día estupendo ¿Sabe usted? Hoy el lechero me ha traído dos frascos más de leche, dice que es un regalo y…-
<<Pero por qué habla tanto, acaso no sabe que me duele la cabeza por las mañanas y esa entonación aguda al finalizar las frases, no lo soporto>>
La joven criada abría cortinas, recogía sábanas y zapatos a una velocidad vertiginosa mientras hablaba sin parar emocionada y visiblemente alegre, algo  que crispaba tremendamente a la duquesa Leproux.
-Querida, te pido disculpas si en algún momento he podido darte la sensación de disfrutar con tus charlas, pero sólo estaba siendo educada. Ahora por favor, acompáñame hasta el baño-.
La pobre Camila se puso roja de rabia y vergüenza, mientras acompañaba a su señora hasta el lugar indicado. Cruzaron un largo pasillo lleno de estatuas y cuadros en poses altivas y blandiendo toda clase de armas contra dragones y bestias. Llegados al baño, allí les esperaba Beda con su cara de mal humor en jarras y la bañera tras ella rezumando vapor por todas partes.
El reloj del vestidor, flanqueado por dos estatuas femeninas yacientes a ambos lados del mismo, marcaba las diez y cuarto de la mañana, mientras cuatro doncellas, todas ellas ataviadas con sombreros de blanco algodón, largos vestidos negros de cuyas mangas sobresalían encajes repolludos y un mandil atado a la espalda, ayudaban a la duquesa con uno de los últimos modelos de seda imperial, recién importados por su propia compañía Leproux et Compagnie de Pandaria.
-Quiero algo verde que de un toque final-. Dijo Chantalle.
-Siempre mostrando vuestro amor por la patria, mi señora-. Dijo Beda con esfuerzo mientras ataba las cuerdas del corsé a la espalda de la señora.
-He tenido la suerte de que el color de mi patria combina con mis ojos y cabello-. Sonrió.
-Es muy amable por vuestra parte invitar a Lady Chatterley a tomar el desayuno con vos, así como las nuevas muestras de vuestra recién llegada mercancía. Más aun después de todos los rumores que circulan sobre el estado económico de su familia. Dicen las malas lenguas que ha tenido que despedir a gran parte de su servicio y vender varias pertenencias…
-Por favor, claro que soy amable ¿Cuándo no he hecho yo algo bueno por alguien?-. Prosiguió Lady Leproux- Además, por eso la invito, quiero que sepa que aunque ella sea pobre yo no lo soy-.
-No sé cómo no tenéis una efigie dedicada a vos, mi señora…-
El carruaje de Lady Chatterley  entraba en esos momentos en la Plaza de la Catedral, que a aquellas horas bullía de gentío, entre feligreses, huérfanos del cercano orfanato que hacían cola para entrar de nuevo a sus clases y viandantes varios.
Desde una ventana en la segunda planta Chantalle pudo ver acerarse a su invitada y, frente al tocador se daba los últimos retoques, sonriendo con autocomplacencia, cuando de repente un fuerte dolor de cabeza le golpeó sin tregua. Como si de un candente alfiler entrando en su cerebro se tratara. Quería pararlo, se agarró el pelo, como si pudiera pararlo así de alguna manera. El oído comenzó a pitarle y sentía como si estuviera bajo agua…

    No todo dura para siempre, todo termina en algún momento…

Un pensamiento recorrió su mente fugazmente, mientras se retorcía en el suelo de dolor. Sin embargo tras unos segundos, una eternidad para ella, se disipó todo rastro de agonía.
Llamaron a la puerta anunciando la llegada de su invitada.
Lady Leproux se peinó de nuevo, se miró en el espejo una vez más, pero esta vez su mirada había cambiado, parecía un cervatillo asustado ante un cazador a punto de apretar el gatillo.
Respiró profundamente tres veces, despejó su mente y finalmente arqueó la ceja derecha ligeramente. Ahí estaba esa altiva e insolente mirada que la caracterizaba.
La puerta se cerró, quedando como único rastro de lo ocurrido el cepillo de pelo tirado en el suelo y un retrato de una niña, cuyo marco había resultado quebrado y donde podía leerse en la parte inferior derecha una dedicatoria escrita a mano:


    “A mi querida hermana, por su décimo tercero cumpleaños, con amor tu hermano:
 Vincent”.



Escrito por Chantalle