La lluvia caía
sin piedad sobre el cuerpo de la muchacha, cuyo aliento se veía reflejado en el
vaho en aquella fría noche; Noche oscura interrumpida por las luces de faroles
agitándose en búsqueda de una frágil presa y, cuyo silencio se veía enturbiado
por los pasos agitados de unos pies descalzos que chapoteaban a toda prisa
entre los charcos, barrizales y caminos de aquel yermo lugar.
Su pelo, pegado al cuerpo y húmedo, impedía que viera los
obstáculos en su camino. Pues no era más que una niña acomodada, acostumbrada a
una vida sin agitaciones ni imprevistos, en su corta vida jamás habría
imaginado semejante giro del destino, mucho menos ser perseguida por alguien
con su misma sangre. Ahora su cabeza tenía un precio y en su mente sólo había
una idea…Sobrevivir.
Llegada a una ruina de un imponente edificio metálico, de
uso penal, sintió que sus perseguidores habían quedado atrás, por lo que pudo
parar durante unos segundos y tomar aliento de nuevo. Apoyó su espalda contra
la fría pared de la ruinosa construcción y se dio unos segundos antes de echar
un vistazo hacia atrás. Nadie parecía seguirla. Más calmada decidió retomar el
paso, cuando un fuerte golpe en la nuca le sobresaltó y la visión se tornó
oscura……
…
Un ritmo
cadencioso de un reloj le dio la bienvenida de nuevo a sus sentidos. Sus ojos,
profundamente desenfocados tardaron en acertar a distinguir el lugar en el que
se encontraba y, más teniendo en cuenta la abundante luz de la estancia,
comparada con la oscuridad anterior. Léntamente llevó una mano a la cabeza
buscando alguna señal de heridas, pero la búsqueda fue en vano.
-Otra vez el mismo sueño- Acertó a decir con una voz un
tanto ronca.
La habitación de Chantalle se caracterizaba por un gran
ventanal, decorado con largas cortinas rojas orientada hacia el Sur, de tal
forma que la luz del Sol no le incidiera directamente, pero con buenas vistas
de la Catedral de Ventormenta y del camino al Puerto.
Aun en la cama, la duquesa de Drisburg se disponía a levantarse,
pues ya eran más de las nueve y media de la mañana y acababa de recordar que se
había citado con Lady Chatterley para tomar el té y discutir sobre las últimas
novedades acontecidas en la tan aburrida corte ventormentina, o eso era lo que
a duquesa kultirense le parecía.
Varias estancias
más alejadas, Camila, nueva ayudante del ama de llaves en la residencia de
Ventormenta de la excéntrica heredera Leproux, llevaba ya más de tres horas
levantada preparando el servicio de desayuno para la joven duquesa y los
invitados, aun por llegar. Tan sólo hacía una semana que había sido contratada
y, parecía que había pasado ya una eternidad en aquella ajetreada casa. Pero
hoy se había propuesto empezar el día con humor, alguien, no recordaba quién,
le había dicho hace tiempo que si sonreía a la vida ésta le devolvería la
sonrisa y, hoy iba a tomárselo al pie de la letra.
-¿Cómo van esos pastelitos hojaldrados, Camila? La señora
tiene que estar al despertar y en una hora comenzarán a llegar los invitados-
La voz del ama de llaves la despertó de su dulce sueño con su voz de urraca.
Aunque corría el rumor que tras su mal genio y peores contestaciones al ama,
única persona que se atrevía a contestarla, había un corazón que latía.
-Ya casi están, señora
Swanson, en seguida estoy con usted para ayudarla-. Dijo con una cándida
voz, a lo que el ama de llaves le respondió con un sonoro resoplido que
indicaba que más le valía que así fuera. La señora Swanson, cuyo nombre de pila
era Beda, significaba en lenguaje antiguo
“doncella guerrera”, un nombre muy apropiado, pensaba la dulce de Camila
mientras reía entre dientes.
-En cuanto acabes ve a ver si la señora necesita algo
mientras preparo el baño-. Se alejó la mujer con aquel balanceo de caderas
voluminosas que habrían hipnotizado a más de uno.
Unos golpes en la
puerta de la habitación anunciaban la llegada del servicio a las nueve y
treinta y cinco.
-Adelante, ya estoy despierta y necesito un baño y…-.
La puerta se abría mientras hablaba Chantalle descubriendo a
la nueva ayudante de Beda, la joven… ¿Cuál era su nombre? La verdad que nunca
se lo había preguntado mucho, hacía tiempo de dejó de intentar aprenderse los
nombres de los criados pues pocos duraban en su puesto ya fuera por falta de
paciencia, integridad física o vaya usted a saber qué.
-Soy Camila, señora, vengo a ayudarle ya, que sepa usted que
el desayuno ya está preparado. Hace un día estupendo ¿Sabe usted? Hoy el
lechero me ha traído dos frascos más de leche, dice que es un regalo y…-
<<Pero por qué habla tanto, acaso no sabe que me duele
la cabeza por las mañanas y esa entonación aguda al finalizar las frases, no lo
soporto>>
La joven criada abría cortinas, recogía sábanas y zapatos a
una velocidad vertiginosa mientras hablaba sin parar emocionada y visiblemente
alegre, algo que crispaba tremendamente
a la duquesa Leproux.
-Querida, te pido disculpas si en algún momento he podido
darte la sensación de disfrutar con tus charlas, pero sólo estaba siendo
educada. Ahora por favor, acompáñame hasta el baño-.
La pobre Camila se puso roja de rabia y vergüenza, mientras
acompañaba a su señora hasta el lugar indicado. Cruzaron un largo pasillo lleno
de estatuas y cuadros en poses altivas y blandiendo toda clase de armas contra
dragones y bestias. Llegados al baño, allí les esperaba Beda con su cara de mal
humor en jarras y la bañera tras ella rezumando vapor por todas partes.
El reloj del vestidor, flanqueado por dos estatuas femeninas
yacientes a ambos lados del mismo, marcaba las diez y cuarto de la mañana,
mientras cuatro doncellas, todas ellas ataviadas con sombreros de blanco
algodón, largos vestidos negros de cuyas mangas sobresalían encajes repolludos
y un mandil atado a la espalda, ayudaban a la duquesa con uno de los últimos
modelos de seda imperial, recién importados por su propia compañía Leproux et
Compagnie de Pandaria.
-Quiero algo verde que de un toque final-. Dijo Chantalle.
-Siempre mostrando vuestro amor por la patria, mi señora-.
Dijo Beda con esfuerzo mientras ataba las cuerdas del corsé a la espalda de la
señora.
-He tenido la suerte de que el color de mi patria combina
con mis ojos y cabello-. Sonrió.
-Es muy amable por vuestra parte invitar a Lady Chatterley a
tomar el desayuno con vos, así como las nuevas muestras de vuestra recién
llegada mercancía. Más aun después de todos los rumores que circulan sobre el
estado económico de su familia. Dicen las malas lenguas que ha tenido que
despedir a gran parte de su servicio y vender varias pertenencias…
-Por favor, claro que soy amable ¿Cuándo no he hecho yo algo
bueno por alguien?-. Prosiguió Lady Leproux- Además, por eso la invito, quiero
que sepa que aunque ella sea pobre yo no lo soy-.
-No sé cómo no tenéis una efigie dedicada a vos, mi señora…-
El carruaje de Lady Chatterley entraba en esos momentos en la Plaza de la
Catedral, que a aquellas horas bullía de gentío, entre feligreses, huérfanos
del cercano orfanato que hacían cola para entrar de nuevo a sus clases y
viandantes varios.
Desde una ventana en la segunda planta Chantalle pudo ver acerarse
a su invitada y, frente al tocador se daba los últimos retoques, sonriendo con
autocomplacencia, cuando de repente un fuerte dolor de cabeza le golpeó sin
tregua. Como si de un candente alfiler entrando en su cerebro se tratara.
Quería pararlo, se agarró el pelo, como si pudiera pararlo así de alguna
manera. El oído comenzó a pitarle y sentía como si estuviera bajo agua…
No todo dura para siempre, todo termina en
algún momento…
Un pensamiento recorrió su mente fugazmente, mientras se
retorcía en el suelo de dolor. Sin embargo tras unos segundos, una eternidad
para ella, se disipó todo rastro de agonía.
Llamaron a la puerta anunciando la llegada de su invitada.
Lady Leproux se peinó de nuevo, se miró en el espejo una vez
más, pero esta vez su mirada había cambiado, parecía un cervatillo asustado
ante un cazador a punto de apretar el gatillo.
Respiró profundamente tres veces, despejó su mente y finalmente arqueó la ceja derecha ligeramente. Ahí estaba esa altiva e insolente mirada que la caracterizaba.
Respiró profundamente tres veces, despejó su mente y finalmente arqueó la ceja derecha ligeramente. Ahí estaba esa altiva e insolente mirada que la caracterizaba.
La puerta se cerró, quedando como único rastro de lo
ocurrido el cepillo de pelo tirado en el suelo y un retrato de una niña, cuyo
marco había resultado quebrado y donde podía leerse en la parte inferior
derecha una dedicatoria escrita a mano:
“A mi querida hermana, por su décimo
tercero cumpleaños, con amor tu hermano:
Vincent”.
Vincent”.
Escrito por Chantalle