sábado, 6 de agosto de 2016

Azrhael Darkhollow - Señuelo


La mácula color escarlata se extendió rápidamente, colmando a su paso y cubriendo gran parte de la toga grisácea que el brujo había portado hasta entonces impecable. Su cuerpo cedió ante el dolor, obligándole a caer de rodillas sobre el suelo. Azrhael miró con gesto de asombro como sus manos de piel oscura permanecían ensangrentadas, y no pudo evitar sentir otra punzada en el pecho, aunque esta vez no era de dolor. Había fallado, y lo que era peor, había sido derrotado por los miembros de la Orden. Sabía que para el Señor supremo era algo imperdonable, pero en ese momento no era otro sino él mismo el que se fustigaba por haber cometido tal error. En cualquier caso pronto todo habría terminado, pronto habría muerto. El truco ilusorio le había costado caro, permitiéndole huir con éxito, pero las heridas y todo el daño que sus enemigos habían realizado terminaría por reflejarse y aparecer poco a poco hasta terminar con el último anhelo que le quedaba.

El humano volvió a sentir como un virote de hielo, que minutos antes había atravesado al Azrhael ilusorio, atravesaba ahora su abdomen. La sangre brotó de nuevo mientras el brujo gritaba de dolor. Cayó de espaldas, retorciéndose y suplicando por que la flecha que había atravesado su corazón, volviera a hacerlo cuanto antes, acabando tan solo así con aquella agonía. Su vista se nubló perdiendo toda sensación de coherencia y de sensatez justo antes de que llegara el golpe de gracia. Lo recordó como si aún siguiera allí. Podía ver como la humana de cabellos anaranjados tensaba su arco con decisión para liberar seguidamente la flecha, que recorrió con presteza la distancia que los separaba. Ahí estaba, podía sentirla como la punta de acero se abría paso a través de su piel. Un grito sordo retumbó por toda la estancia, expandiéndose por aquellas cavernas subterráneas en la que se encontraba y alertándo seguramente, si no lo había hecho antes, al resto de los brujos que por allí se hallaban.

El brujo abrió los ojos y fue entonces cuando una angustia recorrió su cuerpo. A su alrededor no había nada, tan solo oscuridad. Mirara a donde mirara, solo encontraba vacío. Por un momento encontró una relativa paz en la situación en la que se veía reflejado. El dolor había cesado, la sangre ya no estaba, y el resto de su ser parecía pender de un hilo invisible, que lo sujetaba y le hacía flotar manteniéndose en el aire. ¿Era ese el fin? ¿Una oscuridad plena? Tenía sentido, pensó. Una eternidad de vacío para pensar, para meditar sobre los errores cometidos. Quizás cuando oía al populacho hablar de cielo o infierno era a esto a lo que se referían. Azhrael sintió una entereza que no había sentido tiempo atrás. ¿Era este su castigo? ¿Debía reflexionar y arrepentirse de sus pecados? El brujo soltó una carcajada. Si aquel era el sentido de todo esto, más que una penitencia debía de ser una broma. Azrhael no sintió ni una pizca de arrepentimiento, ni tan solo un ápice de duda. Estaba convencido de todo lo que había hecho, y si tuviera la oportunidad volvería a hacerlo.

Pero entonces todo cambió de repente. Tan solo necesitó un susurro para darse cuenta de que había errado una vez más, adentrándose en un callejón sin salida donde cualquier decisión que tomara sería un tormento para sí.

-¿No tienes miedo?...

La profunda voz taladró su alma quebrándola en pedazos. Azrhael tartamudeó sin poder articular palabra. Conocía esa voz, la había oído durante mucho tiempo, había logrado atormentarle día y noche hasta casi adentrarle en la locura.

-¿Acaso... no me recuerdas?...-susurró la voz mientras unos ojos luminiscentes de un tono verdoso aparecían frente a su rostro.

Lo recordaba claramente, tanto que sintió una punzada en la nuca erizando los vellos de la misma.

-¿Qué haces... tu.. aquí?-preguntó el humano con la voz rota. Sin embargo la respuesta estaba clara. Ahora ambos estaban al mismo nivel, en el mismo lugar o mejor dicho, en la misma oscuridad. El final era el mismo para todos, pensó, así que era lógico encontrarte con aquellos a los que había matado anteriormente.

El demonio rió, provocando un estruendo que se propagaba alrededor del brujo con forma de humo verde.

-Vengo a ofrecerte... un trato...
-¡No!-gritó Azrhael instintivamente. Sabía lo caro que le había costado el último pacto que realizó con el demonio, y no volvería a pasar de nuevo por aquel calvario.

La silueta que encarnaba la esencia del demonio volvió a reír.

-Esta vez no hay nada que puedas ofrecerme... estamos muertos, y no hay nada que pueda arreglar eso...
-No estás muerto.- respondió la criatura tajantemente.

Una sensación esperanzadora recorrió al humano rápidamente extendiéndose por su cuerpo, pero esta se esfumó cuando se percató de la trampa.

-Puedo sacarte de este lugar...-susurró el demonio...- Puedo darte una segunda... oportunidad...
-¿Y vivir a tu servicio?- respondió.- Me devolverás a la vida..¿Para qué?... ¿Para pasar la eternidad alimentándote con almas?
-No tienes alternativa...
Azhrael supo que el demonio tenía razón, no había más escapatoria que esa. Le estaban dando la opción de elegir. Elegir entre una vida de servidumbre, o una vida en aquel vacío insustancial. Quizás esta vez, la segunda opción no era tan mala después de todo.

-No voy a servirte...-dijo mientras fruncía el ceño.
-Necio...no tienes elección...-respondió.- Eres un insignificante mortal...

Una gran garra apareció tras Azrhael, rodeando su cuerpo y aprisionándolo con fuerza. Los ojos viles del demonio se acercaron hasta el humano, centrando toda su atención en lo pequeño que parecía el brujo a su lado y lo fácil que podía resultar terminar con su vida en aquel mismo momento. Pero no lo hizo, no podía hacerlo.

El humano se sintió indefenso, débil. Los grandes dedos de su enemigo impedían que escapara, pero de todas formas dudaba de si existía salida alguna. La presión no le hacía daño pero temía aquello que el demonio tenía preparado para él.

-Me servirás igualmente....


Azrhael abrió los ojos, su visión nublada observó la estancia iluminada por un sinfín de candelabros que cegaban su vista aún por acostumbrarse. Levantó su mano envuelta en sangre y entonces recordó. Las heridas volvieron a aparecer en forma de un insoportable dolor. Se estremeció hasta caer desde el altar en el que se encontraba, chocando de bruces contra el frío suelo. Seguía muriéndose, pensó. ¿Qué sentido tenía haberlo revivido para volver a morir de nuevo? ¿Acaso era todo una treta de aquel despiadado demonio? El brujo taponó con la palma de su mano la herida de flecha de su pecho desnudo. Se incorporó lentamente apoyándose en una larga mesa de piedra desde la que había caído. Recorrió con su mirada los alrededores, percatándose de donde se encontraba. Conocía esa estancia, y lo que era peor, conocía para qué se usaba. Azrhael observo a su alrededor las runas y el circulo mágico que lo rodeaban, al igual que las numerosas velas, calaveras y demás ornamentación características de la nigromancia.

El humano sintió una nueva punzada que eclipsó al resto de su agonía carnal. Separó las manos de su pecho, permitiendo que la sangre brotara por el mismo cubriendo de tinte rojizo todo a su paso. ¿Acaso lo habían revivido? Pensó, mientras miraba sus temblorosas manos. Quizás sí había algo peor que la muerte, algo peor que aquella oscuridad e incluso peor que pactar con aquel demonio.

De pronto su mano se brilló. La marca que ascendía por todo su brazo comenzó a iluminarse de un color púrpura intenso. Había visto eso antes, en numerosas ocasiones, pero siempre iban ligadas al uso de sus poderes, ya que era el estigma que poseía por su traición. Las numerosas ramificaciones de la huella se iluminaron en su hombro donde parecían terminar pero entonces comenzaron a avanzar, se tornaron de un color verde brillante. Los hilos de luz comenzaron a avanzar hasta su pecho, sellando las heridas y grietas una vez recorridas. Azrhael observó como la marca se expandía, extendiendo una alargada línea ondulada hacia su abdomen donde unió la piel separada por una gran hendidura. Incluso en su otro brazo otra marca inexistente hasta esos momentos apareció con el mismo propósito. El brujo sintió como su dolor disminuía con gran ligereza. Aquel vestigio había logrado cicatrizar sus heridas, no como lo haría la luz sagrada, pero al menos había logrado mantenerlo con vida.

El humano avanzó por la estancia, compungido pero con paso firme, deteniéndose frente a un gran espejo con forma ovoide y un marco dorado con flores talladas que lo rodeaba. Analizó exhaustivamente su cuerpo, las nuevas marcas que parecían ocultar sus errores, su cicatrices. Observó como aún brillaban, percatándose de como las primeras marcas permanecían en un color púrpura y las nuevas habían tomado un tono cetrino. Su rostro permanecía intacto, como recordaba. Una sensación de tranquilidad invadió su mente. Al menos no soy un no muerto, murmuró.


La puerta se abrió repentinamente, dejando ver a la bruja de cabellos dorados que se adentraba con varios útiles y frascos, que terminaron por romperse cuando impactaron contra el suelo. Beatrice Golden miró al brujo estupefacta, como si de un fantasma se tratase.

-¿Sorprendida? -Preguntó Azrhael que la miraba a través del reflejo en el espejo.
-Azrhael...-tartamudeó.

Sus palabras se ahogaron cuando el brujo lanzó un yugo maléfico que rodeo el cuello de la nigromante. Las manos de la humana intentaron aferrarse a aquello que la asfixiaba, pero le resultó imposible. Las marcas de Azrhael se iluminaron por completo, teniendo la esperanza o quizás deseando incluso que éstas le otorgaran un mayor poder del que poseía. Desgraciadamente no fue así, pero su poder era suficiente como para acabar con la bruja.

-¿Pensabas... convertirme en una de tus abominaciones?- preguntó Azrhael mientras se acercaba pacientemente hasta ella.- ¿Crees que no soy más que uno de tus experimentos?...

Beatrice intentó responder pero el yugo apretaba insistentemente. La bruja se arrodilló sin poder hacer nada por liberarse de aquella sumisión. De repente un estruendo recorrió la estancia, golpeando a Azrhael haciendo que saliera despedido por los aires y provocando que perdiera el sentido.



El humano abrió los ojos nuevamente, contemplando a su alrededor que una vez más, tan solo había oscuridad. Otra vez no, pensó. Sabía que no estaba muerto, esta vez no, ya que sentía una gran conmoción en la parte posterior de su cabeza. Algo le había golpeado, pero al menos no estaba muerto, de haberlo estado, habría sido el revivir más corto de la historia. Intentó palpar la herida de su cabeza, pero se percató entonces de que sus muñecas estaban atadas por unos gruesos grilletes que mantenían sus brazos en alto. El peso de su cuerpo había abierto yagas en sus antebrazos mientras estaba en estado de inconsciencia. Había sido atrapado, una vez más.

-Eres necio...-susurró la voz del demonio.- Vuelves a estar entre la espada y la pared.
-¡Cállate!.-gritó.- ¡Todo esto es culpa tuya!
Los ojos verdosos aparecieron nuevamente iluminando aquella oscuridad que lo envolvía.
-Me debes tu alma...-dijo la criatura.
-¡NO te debo nada!-respondió rápidamente.-¡No te pedí que me devolvieras a la vida!-dijo Azrhael, aunque en su fuero interno sabía que era lo mejor que podría haber ocurrido. Prefería tener una deuda con un demonio a ser un no-muerto, pero el demonio no tenía por qué saberlo, no podía dejar que viera tal debilidad en él.
-¿Aún no lo entiendes?
-¡No hay nada que entender!-dijo el brujo.-¡No he hecho ningún pacto...!
Una carcajada interrumpió al humano.
-El pacto ya está hecho... lo sellaste mucho tiempo atrás....
Azhrael dudó unos segundos.
-Mientes...
-¿Acaso no viste el poder que poseía el libro?...Claro que lo conocías... acabaste con decenas de mortales con él... viste como sus almas eran arrancadas de sus cuerpos, como se alimentaba de ellas.
Un largo dedo terminado en una afilada uña apareció bajo los grandes ojos y acarició el brazo del brujo provocando que sus marcas se iluminasen por completo y que se expandieran hasta sus muñecas cerrando las nuevas heridas que poseían.
-Tu fuiste el primero en usar el libro...-continuó.- ¿Nunca te preguntaste por qué no acabó contigo? ¿Por qué tan solo te dejó una marca?
-¡La marca la provocaron los brujos de su interior!
-Iluso.-rió.- Tu alma está vinculada a mi desde aquel momento.
Azrhael se estremeció, dudando por unos instantes sobre la veracidad de aquellas palabras.
-No moriré hasta que tu mueras...-confesó el demonio.-Aunque te quede un atisbo de vida...
-Si eso es cierto...-desafió- Entonces liberarme de aquí.
-Sigues sin entenderlo... te necesito con vida, pero no hace falta que seas libre para ello...
Azrhael intentó abalanzarse con ira pero las cadenas que lo mantenían atado frenaron su intento.
-Ahora... pídelo.-susurró el demonio.-Pide que te libere... hagamos un... pacto...
El brujo se rindió. Sabía que sus posibilidades eran escasas y tarde o temprano terminaría cediendo. Quizás ahora el precio a pagar sería menor que si le hacía esperar, meditó. Cuanto más tiempo pasase allí, más desesperado estaría, y más caro le saldría.
-Está bien...-cedió.
-Dilo...-insistió el demonio.-Di lo que quiero escuchar...
-Haré lo que...

La puerta de la mazmorra en la que se encontraba se abrió repentinamente dejando entrar un haz de luz proveniente del resto del pasillo. Cualquier rastro del demonio se esfumó al momento dejando tan solo un casi inaudible susurro: esto aún no ha terminado...

El rostro de la bruja se iluminó gracias a un pequeño candelabro que sostenía entre sus manos.

-¿Has venido a acabar conmigo de nuevo?-se burló Azrhael cuando vislumbró los cabellos dorados de la humana.
-No quería que esto acabara así.-dijo Beatrice.- Yo estoy de tu parte Azrhael...
-¡Un cuerno!-interrumpió
-El Señor supremo quería que lo hiciera...yo...
-¿Ahora es a él a quien sirves?-preguntó con ira
-Yo...
-¡Te salvé la vida en una ocasión, maldita seas!
-Sabes que el supremo no da segundas oportunidades...-dijo Beatrice.- No te dejará vivo...
-Entonces mátate, conviérteme en uno de tus esbirros descerebrados y acaba con esto ya...
-No lo haré.-respondió en modo de susurro mientras miraba hacia atrás esperando que nadie hubiera oído sus palabras.-Ya no nos eres útil.
-¿Ahora hablas por él?...¿O habla él por ti?
-Los aquelarre van a por la Orden.- confesó la nigromante.- Al parecer es algo personal. Acabaremos con ellos pronto.
-Entiendo... ahora diriges mi aquelarre... por eso hablas en plural...-dijo Azrhael mientras fruncía el ceño a la vez que las piezas encajaban dentro de su mente.- Te ha prometido todo lo que yo había conseguido ¿No es así? -añadió.- Estoy impaciente por saber cual es mi parte del plan en todo esto...
-Ninguna.-respondió Beatrice mientras sacaba un juego de llaves del bolsillo de su túnica.-El maestro anhela destruir a la Orden, y tan solo confía en aquellos que busquen ese mismo propósito.

Azrhael meditó unos segundos, si bien era cierto que detestaba a los miembros de la Orden ya que siempre se inmiscuían en sus propósitos, tampoco es que destruirlos fuera su ferviente objetivo. Beatrice libero al brujo con cautela.

-Entonces... todo esto...-preguntó el humano algo confundido.-Todo lo ocurrido en Tol Barad, todo los portales, demonios... ¿No sirvieron para nada?
-Sirvió para atraerlos...-respondió.- Eran un señuelo.
-¿Qué he de hacer ahora? Debería acabar con ese señor supremo... malgasta los recursos que posee centrándose en una Orden de mequetrefes. Yo podría hacer mucho más con los aquelarres... muchísimo más...
-Pero no puedes solo..., No tu solo.
Azrhael frunció el ceño.
-Él es muy poderoso, más de lo que cualquiera pudiera llegar a soñar.
Entonces buscaré alguien que logre hacerme el trabajo sucio, pensó.
-Huye ahora que estás a tiempo.

Azrhael asintió mientras escapaba entre los numerosos corredores laberínticos de aquellas cavernas donde se alojaban. Sin mirar atrás avanzó rápidamente destruyendo aquello que tuviera la desdicha de frenar su avance. Su confundida mente intentaba cavilar una y otra vez las posibilidades de las que disponía, si antes eran escasas, ahora lo eran aún más.



Beatrice caminó lentamente hasta el final del pasillo que desembocaba en un gran portón de hierro descubierto al resto de la gruta. Observó como el brujo de piel morena se alejaba a toda prisa como si su vida dependiera de ello. Sabía que Azrhael no era de los que huían, pero tampoco era de los que se arriesgaban. La bruja sintió el aliento de alguien a su espalda.
-Tal y como pediste.-dijo Beatrice.
-No esperaba menos de ti.-añadió el Señor supremo.
-¿Crees que funcionará?
-Conozco como funciona la Orden. Azrhael sabe como llegar hasta aquí...
-Ahora él es el señuelo.-terminó la nigromante mientras observaba detenidamente el rostro del brujo.-Lo que no entiendo maestro es...¿Por qué la Orden?
-Querida, todos formamos parte de algún plan, y este... es el mío.
Beatrice asintió mirando fijamente los verdosos ojos de su mentor.
-Estaremos esperándolos con ansia, y esta vez... acabaré con ellos de una vez por todas.- afirmó el humano mientras acariciaba con elegancia sus largos cabellos rojizos.