sábado, 3 de octubre de 2015

Bajo la ciudad (Seid)


Otra noche más, Seid se encontraba mirando al techo tumbado sobre una de las cajas apiladas. Podían escucharse los sonidos propios de una cloaca, agua abriéndose paso por las canalizaciones, el goteo incesante de las filtraciones, las pisadas de las ratas corriendo; pero también había otros ruidos, ruidos propios de una ciudad.
Seid se encontraba en el "escondrijo" que La Orden había tomado como base de operaciones en aquel lugar. Estaba esperando la llegada de sus compañeros, sólo hacía unos pocos días desde que se instalaran en ese lugar, y, justamente la noche anterior, Búho Gris les había estado dando indicaciones para moverse por ese extraño mundo que se abría ante ellos.
Poco a poco fueron llegando todos. Era el momento de ir al encuentro de Renacuajo. Según les había contado Búho Gris, Renacuajo era el encargado de instruir a los contendientes de los duelos y la arena de combate.
Recorrieron el laberinto, y, tras lo que pareció una eternidad, llegaron a lo que parecía el corazón de las cloacas. Se trataba de una amplia estancia repleta de desagües y alcantarillas. Las paredes estaban repletas de enormes cañerías que desembocaban en el lugar. El grupo se encontraba en una de ellas y desde ahí podían ver toda la sala. En las partes que no estaban anegadas había puestos comerciales y plataformas que se extendían sobre las aguas residuales albergando varias casetas y tenderetes. En el centro de la estancia había una enorme alcantarilla que ocupaba prácticamente de extremo a extremo, a través de ella se podían ver varios niveles inferiores. El bullicio era notable y había un vaivén incesante de gente. En ese lugar se encontraba lo peor de lo peor, ladrones, asesinos, estafadores y mercenarios sin escrúpulos.
Buho Gris les había dado indicaciones sobre dónde encontrar a Renacuajo, pero una vez allí, no parecía tan fácil. Deambularon durante unos minutos hasta que lo vieron a lo lejos. Se encontraba en uno de los extremos de la alcantarilla, era fácilmente reconocible, un tipo alto, fuerte y fornido, nada que ver con un renacuajo.
Tras ofrecerse Akuo voluntario para hablar con él, concluyeron que se acercarían todos. Renacuajo les explicó lo básico sobre los duelos y la existencia de la arena, con combates individuales o por grupos.
Tras esto se apartaron ocupando parte de la alcantarilla mientras debatían que hacer.
-Jefe Mantosombra: Quitaos de en medio! Va a comenzar un combate.
Sin mediar más palabras, Mantosombra se dirigió a hablar con Renacuajo. El grupo se apartó y subió a una de las escaleras de madera que comunicaban con uno de los desagües para observar el combate.
Poco a poco, sin que nadie comunicara nada, se formó un corro de espectadores. Todo el mundo estaba esperando.
Mantosombra hablaba con un extraño encapuchado, estaba cubierto de cicatrices, y le envolvía una extraña aura.
-Jefe Mantosombra: Os presento a El Degollador! Asesino de la vieja escuela, que ha venido a redimirse. Por ello, participará en una arena EXTREMA!
Tras pronunciar estas palabras el bullicio levemente atenuado que reinaba en el lugar se volvió un estruendo ensordecedor.
Adelantados al corro que rodeaba el centro se encontraban los hombres de Renacuajo, encargados de luchar uno a uno contra El Degollador.
-Jefe Mantosombra: En 5 minutos comienza el combate, apuestas, AHORA!
Tras los 5 minutos dio comienzo el combate. En el centro se encontraba El Degollador, impasible, completamente quieto. Andando a cierta distancia rodeándole se encontraba el primer combatiente. Tras unos intensos instantes, el luchador se abalanzó sobre El Degollador, pero antes de que este llegase a tocarle se llevó las manos a la garganta de la cual brotaba un reguero de sangre sin control.
¿Cómo era posible? El Degollador no se había movido, y, sin embargo, su contrincante yacía desangrado en el suelo.
Los siguientes combates no fueron muy diferentes, todos y cada uno de los  luchadores caían sin que su misterioso contrincante se moviera. Cuando estaba teniendo lugar el quinto combate, Marth y Akuo vieron algo, había movido levemente los dedos.
El público comenzaba a incomodarse, se oían acusaciones de amaño y gritos descontentos.
-Jefe Mantosombra: No hay amaño alguno, de hecho, no necesita sus dagas.
Acto seguido, El Degollador saco las dagas (las cuales no se habían movido de su sitio) y las arrojo a un lado de la arena.
Seid se fijó en ellas, estaban secas, limpias. Fuese como fuese, no las había usado para asesinar a sus anteriores contrincantes.
El sexto y séptimo combate discurrieron igual que los anteriores. Le llegó el turno al octavo gladiador. Éste se encontraba aterrado, manteniendo las distancias con el miedo instalado en su ser, lanzó varias dagas que cayeron antes de alcanzar su objetivo y en un instante, yacía sobre su propia sangre que caía a través de los orificios de la alcantarilla.
El noveno y último combatiente parecía sereno, confiado. Manteniendo las distancias rodeó a El Degollador, observándole, estudiándole, finalmente decidió atacar. El Degollador tuvo que moverse, había permanecido inmóvil en el centro desde el comienzo de los combates, sin embargo, este contrincante le había hecho moverse. En un instante, el último luchador había caído, pero, todos lo habían visto, había hecho un movimiento con las manos.
El lugar, que se encontraba en silencio desde hacía varios combates, estallo en gritos.
-Espectadores: ESTÁ USANDO MAGIA! TRAMPAS, ESTÁ HACIENDO TRAMPAS!
En ese momento una voz atravesó como una cuchilla la mente de todos.
-Voz misteriosa: No, no es magia.
Pocos sabían de dónde provenía esa voz, pero ellos sí, Buho Gris les había advertido sobre la existencia de Sombra.
-Jefe Mantosombra: Ya lo habéis oído! Donde está el décimo contendiente?!
-Renacuajo: No hay un décimo contendiente! Nadie había llegado tan lejos.
De entre el público surgió un encapuchado.
-Encapuchado misterioso: Yo seré el décimo luchador. William, sabes cuál es el precio de la traición, si ganarás quedarías redimido…pero bueno, no ganarás.
El décimo combate dio comienzo, a diferencia de los anteriores, El Degollador parecía preocupado y comenzó a mover los dedos, sin embargo, esto no tuvo efecto alguno.
Se oyó un alarido. El Degollador había perdido una mano.
-Encapuchado: Se acabó.

Y tras estas palabras, la cabeza de El Degollador cayó rodando al suelo.

Escrito por Seid