lunes, 7 de septiembre de 2015

Pirotheus Von Herz - Loba herida

TODO SUMA

Las antorchas, que apenas iluminaban la sala, bailaban al son de la poca corriente que llegaba de la superficie, formando tenebrosas sombras que contrastaban con las zonas rojizas tocadas por la luz. Las paredes de la sala principal de la taberna albergaban distintos tipos de decoraciones, quizá muy apreciadas por los ciudades nativos de la ciudad, pero para la mayoría de los visitantes que debían pasar una temporada en Forjaz resultaban burdos, toscos y recargantes.   En una mesa apartada un enorme huargen que no se molestaba en ocultar sus rasgos bestiales miraba con codiciosos ojos a la joven humana que sin ningún tipo de recato contaba grandes sumas de dinero a la luz de una de las antorchas.
-¿Cuánto crees que tendrá esa ahí? ¿Mil? ¿Mil quinientas monedas de oro? -Susurro el huargen al enano de trenzada barba castaña que le acompañaba.
-Yo diría que unas mil trescientas… voy a arriesgar… unas mil trescientas veintitrés.- Respondió el enano valiéndose de su casi innata habilidad para contar bienes.
-Parece una presa fácil, apenas protegida. ¿Qué podría hacernos con ese enorme espadón en una sala tan estrecha como esta?  Creo que será mejor que le ayude con sus cuentas. –mascullo el lupino con aires de superioridad.
El relativamente joven enano observo con detenimiento a la humana.  Lo primero que hicieron sus ojos fue posarse en la espada que había citado su compañero, confirmando lo poco práctico que sería utilizarla en tal emplazamiento. Entonces su vista se desvió hacia sus botas de cuero, que parecían poco gastadas como si apenas tuvieran un par de días de uso. El enano siguió recorriendo el cuerpo de la humana sin pararse en observar las piernas de la muchacha, que pese a ser esbeltas y largas, no desataban ningún interés en él. La posición algo recostada sobre la silla de la joven dejaba ver unos bien definidos abdominales, decorados con varias cicatrices, algunas de ellas aun recientes. El enano se detuvo un momento pensativo al ver las marcas de heridas y continuo su estudio. Se fijo en la parte superior de su torso, tan solo cubierto por una camisa negra anudada bajo unos pechos que no pasaban desapercibidos ni para un enano. La visión le maravillo un momento hasta que el enérgico  movimiento de brazos de la joven le hizo volver en sí.
-! Mierda, no es suficiente ¡- dijo la joven propinando un golpe sobre la mesa con su puño y haciendo que algunas monedas se desparramaran por entre los platos.
El enano entonces alzo la vista y se fijo en la cara, hermosa aunque también castigada con alguna cicatriz. Entrecerró los ojos para fijarse en los cabellos rojizos que caían en forma de larga melena tras su nuca como una catarata de sangre  y fue entonces cuando lo comprendió.
-Déjalo estar Clansei, no creo que debas tocarle las narices a esa, si es quien creo que es, nos meterás en un buen lio. Sugirió con preocupación.
-¿Tocarle las narices? Ella me está tocando a mí el hocico pavoneándose así aquí de esa manera. Este es mi territorio y me tiene que dar cuentas.
-Mira Clansei, creo que no sabes con quien tratas, la llaman Loba Sanguinaria. Si mis contactos no me fallan, no tenia buena fama precisamente, y parece ser que ha vuelto de Draenor con peor fama aun.
-¿Loba? ¿Esa humana osa hacerse llamar loba? –grito el huargen desatado mientras se ponía en pie y caminaba firme en dirección a la pelirroja.- ¡Voy a enseñarte lo que es ser un lobo de verdad!
La joven permaneció en su silla, ajena a la masa de pelos, garras y colmillos que se le acercaba, aunque era imposible que no hubiera escuchado la amenaza del lupino. Tomó su pluma, la mojó en un pequeño tintero de peltre y escribió en su libro de cuentas un uno continuado de dos ceros mientras el lobo se acercaba.
-Farsante de pacotilla, este es mi territorio y eso que tienes es mi dine… -La voz del bestial humanoide se congelo cuando el espadón que reposaba sobre la mesa apareció bajo su mandíbula en un parpadeo. El huargen atonito y tembloroso siguió con la mirada la hoja de la espada hasta la empuñadura para ver como la muchacha la sostenía con una sola mano mientras que con la otra buscaba con tranquilidad algo en la mochila de cuero que había a los pies de su silla.
-¿Clansei  Garratenaz, verdad?-susurro la muchacha con voz seductora.
 Con otro veloz movimiento en forma de media luna la parte plana de la gran hoja se estrello contra la sien del huargen haciéndolo caer inconsciente casi al instante. La joven volvió a reposar su espadón en la mesa y se sentó para leer el pergamino que acababa sacar de la mochila.  Sin apartar la vista de este, la dulce y seductora voz volvió a fluir de sus labios, pero esta vez para dirigirse al cauto enano.-Solo cien tristes monedas de oro… por eso no me dedico a cazar chusma. Tú no vales ni una moneda de latón, o por lo menos no han puesto precio a tu cabeza, así que hazme un favorcito. Sal a la calle, y busca a uno de esos fornidos guardias que custodian tu calurosa ciudad.-
Mientras la joven mercenaria recogía sus enseres  el enano salió corriendo escaleras arriba como jamás nadie había visto correr a un enano.
-Cien monedas de oro… bueno, todo suma.

ETERNA AMISTAD

El  eco de los golpes producidos en la forja recorría las galerías que conformaban la ciudad enana.  Estos se perdían en la enorme magnitud de la cámara que albergaba la más importante sede de la Liga de expedicionarios. Las grandes columnas decoradas con runas enanas sostenían la cavidad que los expedicionarios habían trasformado en  museo, biblioteca y almacén del conocimiento del pasado. La figura de una fornida mujer cargada con una pesada mochila no pasaba desapercibida  de los ojos del misterioso hombre que desde las sombras le vigilaba. La mujer cruzó los arcos con confianza, ni siquiera el enorme esqueleto del dinosaurio que formaba parte de la exposición parecía intimidarle. Avanzó unos pasos dejando atrás la sala de exposición adentrándose en la biblioteca donde un anciano enano le esperaba.



-¡Ojos que te ven  muchacha!- Dijo el enano con alegría.- ¿Ya habéis vuelto?¿qué tal la expedición a Draenor?
El semblante de la joven no parecía afín a la alegría del enano, más bien parecía entristecido y nervioso, como temerosa del momento que acababa de llegar.  Miró al enano a los ojos y negó con la cabeza.
-¿No qué?  ¿Qué demonios te pasa pequeña? ¿No ha ido bien la cosa?
La joven no pudo contener la rabia que había en su interior y explotó como un racimo de dinamita goblin:
                -¡Están muertos, Karnik¡ …están muertos por mi culpa.
El anciano enano se retiro su monóculo para limpiarse las lágrimas. Acababa de recibir la noticia de que su sobrino, al que quería como un hijo había muerto. Pero no podía culpar a la joven arqueóloga.
                Desde su escondite Zephiel  observaba la escena, atónito, al ver la que en otro momento considero una despiadada mercenaria, romper a llorar a en los brazos de Historiador Mayor de Forjaz. Zephiel continuo observando a la joven  acercándose con sutileza unos metros más, manteniéndose aún escondido, valorando si debía o no hablar con la joven o esperar a un memento menos delicado.
                -Los funerales de Drumur ya están organizados y pagados, es lo menos que podía hacer. Esta noche será enterrado. Espero me puedas perdonar. – Dijo la muchacha secándose las lágrimas.
                -Es ley de vi…vi…da.-Tartamudeo el enano.- No te cumples mas muchacha, el sabía a lo que se exponía, y aun así siguió adelante. Todos los arqueólogos estamos en la cuerda floja cuando seguimos una corazonada. No te culpes. –Repitió el comprensivo aunque apenado enano.
                -No sé si es el momento pero debo pedirte un último favor. –Susurro la joven pelirroja casi avergonzada por pedir favores en tal momento.
                -Lo que sea hija, lo que sea.
                La muchacha saco un pergamino grabado con runas refulgentes. –Necesito que lo custodies, hasta  que consiga el dinero suficiente….-
                El enano tomo el pergamino y lo ojeo. Miro a la joven y empezó a leer el contenido del misterioso pergamino en voz alta.  Un halo de luz se formo frente a ellos y q se expandió hasta transformarse en un portal.  Al otro lado observaron la figura de un hombre ataviado con un sombrero calado en exceso que se acercaba con una gran masa de hielo hacia ellos. La masa de hielo comenzó a cruzar el portal apareciendo frente al enano y la arqueóloga. En su interior un orco reposaba por toda la eternidad.
                -¡Muchas gracias Joe¡ Te debo una, amigo.  Se apresuro a decir la humana al ver a su amigo despedirse con un  gesto mientras el portal se cerraba. –Volvere a por Rigut en cuanto tenga el dinero… pero gaste todo en las tumbas de hielo, los pergaminos y los funerales de tu sobrino.
La joven  tomo de nuevo su mochila y se la entrego al aun afectado enano. –Contienen todos los artefactos que he rescatado en Draenor, así como notas detalladas sobre algunas culturas autóctonas. Espero  esto sea suficiente pago por el favor que te pido.-
                -Hare lo que me pides, pero sabes que no es necesario pago alguno.
                -Todo pago es insuficiente- La joven se agacho y abrazo al enano con ternura. Se dio la vuelta y se fue sin mirar atrás.
                Zephiel continuaba atónito, juraría que esa no es la Pirotheus que había conocido en Draenor. La sanguinaria, egoísta y usurera mujer que había contratado la última vez. El guerrero decidió que no era buen momento para hablar con ella, y probaría suerte a la mañana del próximo dia. Sabía que el momento llegaría. No se sentía cómodo teniendo que tratar con ella, más aun desde que algunas noches antes insultara su feminidad y la rechazara. Desde aquel momento Zephiel, se percato que había sido ignorado por la guerrera. Y sabía que no era el mejor para negociar con ella.


A la mañana siguiente Zephiel se puso en camino decidido a reclutar a la mercenaria, y sabía donde debería buscarla. Con lo poco que había escuchado sabia que con algunas monedas de oro podría convencerla de que les ayudara. El joven guerrero tomo un abrigo de pieles de cabra montesa y comenzó a andar en dirección a la entrada de la ciudad enana.  Cruzo el gran pórtico con la esplendida estatua de los Barbabronce que hacía las veces de guardián de la ciudad. La nieve caía sobre su capa y sus pasos se hacían pesados sobre el suelo helado. Avanzo por la montaña unos metros hasta llegar al cementerio de Forjaz. Allí estaba, justo donde esperaba encontrarla. La joven guerrera permanecía en pie sin ropa de abrigo, penitente, frente a la tumba del que fue su amigo. Zephiel se aproximo hasta ella.
-Por fin das la cara. –Espetó la joven.- ¿Qué coño haces aquí?
-Tengo un trabajo para ti, está bien pagado. –Dijo el guerrero sin titubear.
La joven dudo un momento, analizo la situación.  Pensó en el guerrero, la orden de la que tanto hablaban y todos sus contactos.
-¿Estas interesada o no?
                
Pirotheus comenzó a andar en dirección a Zephiel con paso firme. Mientras sacaba un trozo de pergamino de un bolsillo de su pantalón de seda. Al cruzarse con el guerrero  la joven coloco su mano enérgica contra el pecho de este presionado el fragmento del pergamino contra sus pectorales. –Esta es mi tarifa. Avísame cuando partamos.-

                La joven de rojizo cabello continuo andando dejando a tras a Zephiel que desdoblaba en trozo de papel. –Contratada. -Clamo el guerrero tras leer el pergamino.





Escrito por Azurin