La lluvia caía sin cesar en
las tierras sombrías de Tirisfal. El repiquetear de las gotas sobre las
cristaleras de la mansión Darkhollow aportaba música a lo que habría sido un
silencio sepulcral. Un trueno sordo hizo retumbar los cimientos de la augusta
edificación cuya torre se alzaba imponente como el colmillo de una gran bestia
que quisiera desgarrar el cielo. El ánimo de los inquilinos de la torre estaba
por los suelos. El reciente ataque había supuesto un duro golpe para todos,
sobre todo por lo que habían perdido. El duelo los había encerrado en sus
habitaciones, donde cada uno trataba de superar la pérdida a su manera.
Pero no Alice. Alice no se
iba consumir llorando en su habitación. Una ira contenida le daba un aspecto de
serenidad muy antinatural para lo que de la situación se habría esperado. En su
interior estaba muy claro. Todo tenía que haber sido un truco de Raymond. James
no podía estar muerto. No después de todo lo que había hecho por ellos, por
ella. Compadecía al resto que no lo veían tan claro, quizás fuera porque no habían
compartido un vínculo tan íntimo como lo habían hecho ellos. En su corazón lo
sentía vivo, sabía que estaba en algún lugar esperando a ser rescatado.
Se movía arriba y abajo de
su habitación cogiendo aquello que creía necesario para embarcarse en su viaje
y dejándolo sobre la cama, al lado del zurrón que poco a poco iba llenando.
Concentrada en su tarea no se dio cuenta de que alguien la observaba desde la
puerta abierta. Alice se sorprendió cuando unos nudillos llamaron contra el
marco. Se volvió para encontrarse a un hombre de pelo canoso cuya mirada severa
solía convertirse en pesadillas para sus enemigos.
-¿Te vas? - preguntó Zephiel
sin andarse con rodeos.
- Sí. - Respondió la bruja
de manera algo brusca. - No puedo quedarme aquí.
- Alice... - Empezó a decir
el guerrero. Ya habían discutido la noche anterior cuando ella les había
reprochado que dieran a James por muerto tan fácilmente. - Sabes que James no
querría que...
-¡Eso no lo sabes! - Gritó
Alice al hombre, quien permaneció impasible aunque unas arrugas aparecieran
alrededor de sus ojos.- ¡Nadie de vosotros sabe lo que querría o haría James!
¡Nadie lo conoce como lo conozco yo!
- ¿Por qué niegas aquello
que viste con tus propios ojos? Sé que es duro admitirlo pero James ya no está
aquí. Raymond lo empaló de lado a lado y nadie podría sobrevivir a eso.
- ¡Cállate! James no puede
estar... - hizo una pausa, incapaz de pronunciar la palabra "muerto".
- Pudo sobrevivir... si Raymond quisiera mantenerlo vivo de algún modo... para
torturarle... James tiene información, seguro que le mantendrá con vida para
tratar de sacarle lo que sepa. - su voz se teñía con un tinte de desesperación,
incapaz de discernir si sus argumentos tenían sentido alguno.
- No hay modo de que
sobreviviese a esas heridas. - Los comentarios de Zephiel eran crudos pues no
creía que ser suave fuera a ayudar a Alice a ver la realidad.- Cuando se
llevaron su cuerpo ya estaba muerto, Alice.
- ¡Eso no lo sabes! ¿Puedes
mirarme a los ojos y jurarme que James, el James que ha sido como un hermano
para todos, el que nos ha salvado en más de una ocasión apartándonos del
peligro, está m...? - Se tapó la boca con una mano mientras trataba de contener
las lágrimas.
Un espeso silencio se
instaló entre ambos, incapaces de decir una palabra más. Al fin Zephiel dio un
paso adelante para terminar con la tensión del momento.
- Necesitas tiempo. Debes
dejar que las heridas se cierren. No puedes negar lo que viste con tus propios
ojos.
Zephiel avanzó hacia ella
tratando de darle un abrazo y intentar consolarla pero Alice lo esquivó. Con un
movimiento ágil cogió el zurrón y su bastón y salió por la puerta. A paso vivo
recorrió los largos pasillos que antaño habían sido cómplices de sus secretos y
ahora le parecía que se mofaban de ella por haber perdido lo que más amaba.
Bajó las escaleras casi saltando los escalones. Por fin llegaba a la gran
puerta de madera oscura que iniciaría su viaje. Cogió el pomo pero antes de que
pudiera girarlo la voz de Zephiel la detuvo.
-¡Alice!
Ella esperó a que dijera
algo, girando levemente la cabeza para encararse al guerrero.
- ¿Porqué te vas? ¿Dónde
piensas ir?
- No lo sé. - Respondió
honestamente. No tenía ninguna pista de dónde estaba James, pero si podía
rastrear a Raymond seguro que le encontraría.
- Quédate Alice. Quédate con
nosotros y superémoslo juntos. Todos echaremos de menos a James pero...
-No puedo. No puedo quedarme
aquí. - Dijo Alice negando con la cabeza. - Está todo tan... lleno de él. Allí
dónde mire solo veo cosas que me lo recuerdan. Que me recuerdan lo que le ha
pasado. - quebrándosele la voz al final.
-Pero...
- No Zephiel. Debo hacer
esto sola. Tú has dicho que necesito tiempo. Pero también espacio. Cuando esté
lista volveré. Pero ahora solo quiero estar sola. - Mintió. Sabía que si decía
que iba a buscar a James intentarían detenerla, ellos creían que estaba muerto.
Y no lo estaba. Alice no quería creer que lo estaba.
Ambos se miraron a los ojos
comprendiéndose mutuamente. El tiempo pasado juntos había generado un vínculo
por el que se sentían como hermanos y por ello Alice pudo comprender porque
Zephiel trataba de retenerla pero no iba a detenerla. Ellos también la
necesitaban, pero tenía que hacer esto. Al final el guerrero cedió, bajando la
cabeza y esbozando la media sonrisa que se le dibujaba cuando perdía las
discusiones. Cuando alzó de nuevo su vista a la bruja, la mirada de Zephiel se había
suavizado un poco y asintió con la cabeza. Entendía que Alice lo pasaba mal, no
estaba de acuerdo con que se fuera pero no se lo impediría. Eso le bastaba a
Alice, no quería tener que herir a nadie más. Sin mediar otra palabra giró el
pomo de la puerta y, sin mirar atrás, abandonó la mansión.
Con los zapatos llenos de barro
y su ropa completamente empapada por la lluvia Alice meditaba sin cesar de
andar. El plan era encontrar a James y rescatarlo, pero no sabía dónde se
encontraba. Tenía una ligera idea de dónde encontrar a Raymond pero no sería
tarea fácil llegar hasta allí, al menos sin ayuda. El viaje por tierra duraba
demasiado y se hacían demasiados rodeos. Necesitaba la ayuda de un viejo
aliado.
Brandon contemplaba animado
la construcción de lo que sería el edificio más importante de la base de los
Espadas de la Tormenta en la Isla Canto de Sirena: La taberna. Todos sus
hombres estaban trabajando en la construcción y lo hacían con ánimo, cantando
himnos mercenarios en honor a su compañía y a su líder. Admiró la animosidad
con la que mercenarios y corsarios trabajaban codo con codo para construir lo
que sería su hogar a partir de entonces. El combate por la toma de la isla
había sido una campaña dura pero había resultado muy fructífera.
- Tienes visita jefe - Dijo
una voz a su espalda.
Brandon se giró para ver
quien le hablaba y al no ver a nadie bajó la vista. Lilla, la pequeña gnoma de
pelo rosado lo miraba con sus grandes ojos.
-¿Visita? ¿De quién se
trata?
- No lo ha dicho. Es una
mujer que lleva un bastón. Te espera en el embarcadero.
- Bien, gracias por informar
Lilla.
Empezó a andar sin prisa
hacia el improvisado puerto. Lo habían hecho ellos mismos tras destruir el que
habían construido los piratas. Por el camino observó la gran bahía que se
formaba entre los altos espigones de la isla, maravillado con la perfección de
esa fortaleza natural. Tenía planes para esa isla. A medida que se acercaba
examinó la figura de la mujer que solicitaba ser atendida por el jefe de los
Espadas. No tardó mucho en identificarla como Alice Kyteler, una aliada miembro
de la Orden, lo cual le la colocaba en una prioridad elevada en la agenda del
mercenario. Recordó la carta que había recibido recientemente, informándole del
ataque a su base por parte de un brujo llamado Raymond. No sabía a qué había venido
Alice, quizá a recriminarle que no les auxiliara, quizás a pedirle ayuda para
acabar con el brujo.
- Alice Kyteler. - Dijo
haciéndose el sorprendido cuando llegó a una distancia cercana a la bruja. -
Bienvenida a la Isla Canto de Sirena.
- Gracias. - contestó
cortante Alice.
-Antes que nada, permíteme
darte mi pésame por la pérdida de...
Alice torció el gesto con
esas palabras por lo que Brandon se calló antes de terminar la frase. La herida
aún debía ser reciente y sería mejor no comentar nada al respecto.
- ¿A qué has venido?
-preguntó adoptando el tono cortante de su interlocutora.
- Quiero que me lleves a un
lugar en concreto. Necesito un transporte pequeño, fiable, veloz y discreto.
- Bien. Puedo mandar que te
lleven allí donde quieras, y tenemos unas barcazas que conseguimos en Trinquete
que...
- No. Quiero que me lleves
tú.
Brandon la miró fijamente
frunciendo un poco el ceño. No se parecía a la Alice que recordaba, no solía
tener esa ansiedad en su interior, pero debía ser normal tras el golpe que
había recibido.
- Acabamos de conquistar
esta isla. - trató de explicar el pelirrojo. -Tengo mucho que supervisar. La
construcción de la base no es algo que deba dejar en manos de otros.
- Años atrás, cuando
conociste a la Orden, formulaste un juramento. Una promesa con la que te
ofrecías a ayudar a la Orden y sus miembros siempre que fuera necesario y como
fuera necesario. No quiero uno de tus hombre McAllan. La promesa la hiciste tú.
Necesito un hombre discreto y sé que tu vas a saber permanecer callado, pues
así lo prometiste.
El silencio se hizo entre
ambos, solo amenizado por el cantar de las gaviotas. Brandon meditó lo que le
había dicho mientras Alice esperaba impaciente una respuesta. Al fin el
mercenario preguntó:
-¿Cuándo necesitas partir?
- Cuanto antes mejor.-
respondió la bruja de ojos verdes.
- Bien. -Brandon emitió un
apesadumbrado suspiro de resignación. -déjame que ate algunos cabos y nos
marcharemos con la marea.
Alice asintió y se sentó al
final del rústico embarcadero, esperando el momento de partir. Entonces vio en
la distancia una peculiar nube negra. Al fijarse detenidamente advirtió que no
era una nube, sino una bandada de pájaros que volaban como si fueran uno. Los
cuervos de James, pensó, si tan solo ellos pudieran llevarla hasta él...
Escrito por: Vandante y Helania