jueves, 18 de junio de 2015

Zephiel Daroudji - El pequeño lobo (2.0)


(Flashback)

El eco que producían las pisadas del caballo al entrar en contacto con el suelo de piedra, era uno de los pocos sonidos que podía oírse por aquellas tierras, acompañado quizás del graznido de cuervos y otras rapaces que aguardaban con curiosidad sumergidos en la frondosidad de los árboles. Zephiel cabalgó pacientemente cruzando aquellos bosques mientras pensaba que a pesar del paso del tiempo, y de los numerosos sucesos que habían poblado Azeroth en todos estos años... el norte de los Reinos del Este seguía estando cubierto de muerte y putrefacción. Los árboles grisáceos cubrían todo lo que abarcaba la vista, y la vegetación, aunque había logrado sobreponerse, no dejaba de parecer un tanto artificial, un tanto...corrupta. Los Bosques Argénteos llevaban años desolados, abandonados... nadie pisaba aquellas tierras excepto viajeros, maleantes o algún que otro aventurero descarriado. Ni siquiera los renegados continuaban habitando esa zona, lo cual en parte era un alivio tanto para el guerrero como para los suyos, los cuales durante años habían tenido que resistir numerosos ataques por parte de éstos para intentar hacerse con el control de Molino Ámbar.

Zephiel miró hacia el horizonte, iluminado por los primeros rayos de sol que aparecían allá donde su vista ya no llegaba a vislumbrar. La ciudad de Entrañas debía alzarse frente a él, ocultando con su tenebrosa sombra el camino por el que vagaba, sin embargo, tan solo una torre en ruinas se mantenía ahora en pie. Donde antes había estado la ciudad de los renegados, ahora no había más que un agujero en el suelo, además de los últimos resquicios que denotaban que allí antaño hubo algo más que lo que ahora podía verse. Un cráter de gran profundidad cubría el sur de Tirisfal, lugar donde la ciudad se había venido abajo misteriosamente, sepultando consigo a gran parte de aquella abominable raza. Sin embargo... la muerte jamás se detiene, y los supervivientes renegados habían partido en busca de un nuevo o quizás añorado hogar: Stratholme, donde habían hecho de sus restos, su principal capital.

Las largas horas a caballo habían bastado para que el sol se alzara imponente frente al guerrero, cegándole durante gran parte de su recorrido. Ni un alma se había cruzado en su camino en el día y medio de viaje que había sufrido desde su partida desde el Molino. El guardián Marther Strang había insistido en requerir la ayuda de un mago para facilitarle su travesía, pero el guerrero se había negado tajantemente, ahora ya no había peligros ocultos entre las sombras por aquellos lares, y aunque el paisaje no era extremadamente fascinante como para disfrutarlo, Zephiel había preferido cumplir su llamada en solitario y marcado por sus propios pasos. El Molino Ámbar había dejado de ser lo que era hacía mucho, quizás tanto que ya ni él ni sus compañeros lograban asegurar cuando había tenido lugar esa transformación. Los restos de aquel mágico lugar, construidos en madera, la cual se iba pudriendo y desmoronando con el paso del tiempo, había dado lugar a un pequeño pero acogedor fuerte erigido en piedra, donde no solo cualquier miembro de la Orden o del Kirin Tor, sino cualquiera que perteneciese a la Alianza o a una facción neutral, podía hacer parada allí y disfrutar de una gran acogida y aquello cuanto fuera necesario. El gran fuerte cubierto de grandes piedras blanquecinas como el mármol, la gran torre de magos o incluso la taberna, hacían de aquel enigmático lugar un punto de descanso que animaba cada noche y cada día gracias al bullicio de los numerosos viajeros y habitantes que lo poblaban.


Ónice resopló sonoramente indicando al guerrero cual era su nivel de agotamiento por el incesable avance. Zephiel acarició el cuello del caballo color grisáceo oscuro, dándole varias palmadas y prometiéndole que no quedaba mucho hasta llegar al lugar al que se dirigían. Tan solo poco más de una hora le permitieron descubrir la excepcional ciudad de Nueva Gilneas, donde había sido enviado a acudir en nombre de la Orden. La ciudad, situada al norte de Tirisfal, había sido construida sobre los cimientos de las tierras que habían formado parte de los Escarlata. La derrota definitiva de éstos, sumada a la catástrofe de Entrañas, habían favorecido la situación para que la Alianza se adueñara de uno de los lugares militarmente más estratégico al norte del continente. La guerra contra los renegados duró años, sin embargo, una extraña e inesperada tregua mediada entre ambos bandos, por parte de la Cruzada, permitió a los no muertos ocupar parte de tierras de la peste tomando allí su nueva capital. Los huargen habían demostrado ser un pueblo con coraje y valor, y aunque tan solo una parte de su gente habían decidido dar una oportunidad a la nueva ciudad, aún quedaban algunos que miraban con recelo la nueva urbe, temiendo que tarde o temprano cayese nuevamente como había ocurrido tiempo atrás, o lo que era peor, que sus murallas terminaran por comenzar una vez más nuevas disputas con sus aliados.


Nueva Gilneas no era más que una mera imitación de lo que había sido su predecesora, sin embargo, los edificios, el ambiente y la posición geográfica en la que se encontraba, hacían de ella una versión más radiante y luminosa que la que ahora se sumía en ruinas. Zephiel recorrió a caballo las amplias calles, donde a esas horas del medio día, eran cubiertas por un gran alboroto y gentío que se dedicaban a sus quehaceres rutinarios. El guerrero se percató de que todos allí adoptaban su forma lupina, haciéndole sentir un extraño entre ellos. Aún así los lugareños no reparaban siquiera en él, no era de extrañar que miembros del resto de razas aliadas visitaran la ciudad ocasionalmente, y más cuando su creación aún era reciente. Zephiel continuó serenamente hasta detenerse ante un gran edificio, suponiendo que debía tratarse del ayuntamiento de la ciudad.


El humano esperó pacientemente en el vestíbulo, tal y como le había indicado un anciano huargen que posiblemente se encargaba de los asuntos relacionados con la administración. Zephiel peinó sus cabellos castaños con los dedos para rehacer de nuevo la cola que mantenía su larga cabellera recogida. Esperó mientras caminaba en círculos por el descansillo, reparando en cada detalle de aquel lugar. Si bien, aunque el guerrero había visitado la ciudad en alguna ocasión, e incluso había luchado durante un tiempo en la guerra que había supuesto, nunca había visitado la metrópolis con suficiente tiempo como para centrarse en aquello que para otros pasarían desapercibido.

Una gran puerta se abrió dejando ver al anciano que anunció al guerrero que ya podía pasar. Zephiel asintió y rápidamente asió su talega y se adentró tímidamente en la sala, oyendo segundos después de como el huargen se marchaba cerrando la puerta tras de sí. La teniente Thorn levantó la mirada de sus escritos fijándose en la presencia del humano. La huargen manteniendo su forma humana sonrió y se puso en pie rápidamente, apartando hacia un lado la larga trenza que reposaba sobre su hombro.

-Vaya.-dijo la huargen.-Esto si que es toda una sorpresa.
-Espero que buena, teniente.-dijo Zephiel dibujando una sonrisa en su rostro mientras se acercaba hasta el amplio escritorio cubierto de pergaminos y libros.
-Comandante.-corrigió.
-Pensé que había confianza como para dejar a un lado las formalidades, Alexia.
-Tranquilo Zephiel, siéntete como en tu casa.-dijo Thorn mientras le indicaba que tomara asiento.- Es solo que me esperaba que viniera el cruzado, o quizás el pandaren. Después de que rehusaras durante tantos años las invitaciones...
-El maestro Monlee ya no forma parte de la Orden en el Molino, se encarga de algo mayor.-interrumpió Zephiel algo nervioso.-Y Marther,... está demasiado ocupado con sus asuntos...-mintió.
-Osea que te has visto obligado a venir.-añadió Alexia en tono de burla.
-Realmente no, podría haber venido Alice o James.-respondió.-Pero me apetecía hacerte una visita.
-¿Después de cinco años?... Es curioso, y más curioso es que supieras que yo estaría aquí, sobretodo cuando ni siquiera sabias que me han nombrado comandante...
-Tuve un presentimiento.-dijo el humano tras una sonrisa.-Aun así supongo que no estoy aquí para hablar de mi, ¿Me equivoco?
-Tan esquivo como siempre...

Zephiel comenzó a sentirse cohibido, cosa que no era normal en él. Antes de partir había barajado la posibilidad de encontrarse con Alexia, sin embargo, ni en la misiva que habían recibido, ni tampoco en las palabras del cruzado, habían comunicado que el encuentro sería expresamente con ella. Aunque años atrás la relación entre ambos había sido algo más estrecha, las cosas habían terminado por torcerse, dejando esos recuerdos enterrados años atrás.

-Aun así tienes razón... no te he hecho venir para verte, y menos expresamente a ti.-continuó la comandante a lo cual Zephiel enarcó una ceja ante el comentario de la huargen..- Tenemos un pequeño problema entre manos, y esperaba que después de la ayuda que os ofrecimos con el asunto del Molino... podríais devolvernos el favor.
-Pensé que con nuestra colaboración cuando os enfrentasteis a los renegados... la deuda estaba cubierta.
-Es posible...-improvisó Alexia, que había olvidado por completo ese aspecto.-Pero bueno, sabéis que Nueva Gilneas abastece en muchos aspectos vuestra base, y que gracias a nuestra posición... pocos se atreven a asaltaros, haciendo de vuestro hogar un lugar seguro...
-Molino Ámbar ha resistido ahí desde antes incluso de que cayera la primera Gilneas.-recalcó Zephiel frunciendo el ceño.-Aún así te conozco lo suficiente para saber que no cederás en tu intento de pedirnos algún favor, así que ve al grano.
-Está bien, está bien.-respondió la huargen.-Verás, resulta que tenemos un problema. A pesar de que hemos resistido las adversidades que refrenaban lo que... hemos logrado.-dijo señalando a su alrededor mientras se refería a la ciudad.- Hay algo que se nos escapa de las manos.
-¿De qué se trata?
-No muy lejos de aquí, hay unas tierras que pertenecen a un humano de clase noble.-Alexia extendió varios pergaminos hacia el guerrero.- El caso es que dentro de sus tierras se halla un pequeño puerto... que como comprenderás, nos sería bastante útil para la ciudad. Es cierto que al norte de aquí se encuentra el mar, pero la altitud a la que se encuentra la ciudad hace que sea demasiado laborioso crear tanto una ruta de escape como un camino para transportar cargas y bienes. Sin embargo, el puerto del señor Darkhollow sería... ideal si pudieran ser de uso y disfrute para Nueva Gilneas.
-Entiendo, pero, ¿Qué tenemos que ver la Orden en todo esto?
-Tanto los míos como yo, hemos intentado convencerlo de un sinfín de formas, pero el problema es que se niega a ceder. No aceptará oro, ni favores, ni nada que se le parezca. Un ''no'' rotundo es la única respuesta que hemos recibido de él en cada uno de nuestros intentos.
-¿Me estás pidiendo que lo mate?-preguntó Zephiel extrañado.
-¡No, claro que no!-exclamó la comandante.- La razón por la que ni siquiera nos escucha... es porque somos huargen. Por eso he pensado que quizás con vuestras palabras entre en razón, además es un mago bastante cualificado... o eso parece, quizás después de todo encontréis un nuevo miembro para vuestra causa. Sobretodo... ahora que como bien has dicho, el pandaren mago os ha dejado.
-No tengo claro en que momento de la conversación el favor que os íbamos a hacer se ha convertido en un favor que nos estáis haciendo a nosotros...
-Vamos Zephiel, no lo veas así... míralo como algo con lo que todos ganamos.
-Te conozco lo suficiente como para saber que a pesar de ayudarte, te seguiremos debiendo una...
-Entonces me conoces bien, pero después de todo eso es lo de menos...¿Nos ayudarás?-preguntó la comandante impaciente.
-¿Qué ocurre si no recapacita? Si no cede... no creo que pueda hacer mucho más que convencerlo con mis palabras, a no ser que...

La puerta se abrió de repente interrumpiendo la tensa conversación que ambos mantenían. Tanto Alexia como Zephiel se pusieron en pie rápidamente. La comandante frunció el ceño, aunque ya estaba acostumbrada a las interrupciones, no dejaba de ser algo que detestaba tremendamente. Sin embargo su rostro de enfado se transformó drásticamente cuando un niño cruzó la estancia corriendo hasta ella. El guerrero siguió con la mirada al crío que abrazó a la huargen sin dudarlo un segundo. Tras el pequeño, un hombre entró también en la sala, sus cabellos rubios y su poblada barba hacían juego con su tez pálida.
-Thomas, ¿Qué te he dicho mil veces de ir corriendo por aquí armando jaleo?-recriminó Alexia.
-Lo siento... se me escapó de entre los brazos y no pude detenerlo.-dijo el humano que asintió en forma de saludo ante Zephiel.
-Oh, Zephiel, este es mi marido Baros Alexston.-anunció la huargen
El guerrero ni siquiera se sorprendió, ya que la noticia había volado tan rápido como el viento cuando ambos se habían comprometido años atrás.
-El famoso arquitecto supongo.-dijo el guerrero mientra estrechaba la mano al humano.
-¿Famoso?...Tampoco creo que sea para tanto.-respondió Baros con una carcajada.
-Baros, él es el señor Daroudji, uno de los guardianes de Molino Ámbar.
-Vaya...te doy mi más sincera enhorabuena, ver en lo que se ha convertido ese lugar... es toda una proeza.
-Hacemos lo que podemos para que sea un lugar seguro.
-Y estoy seguro de que vuestros esfuerzos se ven gratamente recompensados.-añadió el arquitecto.
-Thomas, es de mala educación no saludar a los invitados.-espetó Alexia.
El niño se acercó hasta el guerrero, que se acuclilló para estar a la altura del pequeño, cuando el pequeño Thomas saludó tímidamente. Zephiel observó al crío con curiosidad mientras despeinaba sus cabellos azabache en forma de saludo.
-¿Podéis esperar abajo?-preguntó Alexia a Baros.-No creo que tardemos mucho más aquí.
-Esa era la intención que tenía.-respondió el arquitecto.-Pero Thomas está más nervioso de lo normal... con eso de que es su cumpleaños.
-Así que es tu cumpleaños...-dijo Zephiel que aún permanecía agachado.-¿Cuántos cumples?
-Cinco años.-dijo el pequeño
-Vaya,...ya estás hecho todo un hombretón.
-Thomas, no molestes al señor Daroudji.-dijo la comandante y seguidamente el niño se acercó a su padre agarrándole de la mano.
-Espera un momento.-dijo Zephiel haciendo un gesto a la huargen para que entendiera que no era molestia alguna.-Creo que tengo un regalo para ti.-anuncio a la vez que buscaba en el interior de su talega.- Debe de estar por aquí...
Thomas miraba con curiosidad mientras permanecía impaciente, ilusionado por aquel misterioso regalo.
-Aquí lo tengo...
Zephiel enseñó al pequeño una figura que extrajo de su bolsa. La estatuilla tenia la apariencia de un cuervo, tallado en madera cobriza, el cual poseía cada uno de los detalles y características que podía poseer un anima así, haciendo que fuera tan perfecta como realista.
-¿Ves esta figura? Es un cuervo.-dijo el guerrero.-Me lo regaló un amigo, me dijo que me traería suerte... y hasta ahora lo ha hecho.
Zephiel le entregó el regalo al crío.
-Quiero que te lo quedes, así te traerá suerte a ti a partir de ahora.
-Pero... pero... es tuyo...-dijo Thomas.
-No te preocupes, cuando vuelva a casa le diré a mi amigo que me haga otro igual.
El niño asintió agradecidamente mientras miraba con sus ojos verdes, la estatua ensimismado.
-Creo que esperaremos abajo a que tu madre termine.-dijo Baros, y seguidamente ambos abandonaron la sala.
Zephiel no pudo reprimir un suspiro mientras observaba al pequeño marchar.
-¿Cinco años?-preguntó el guerrero mirando a la huargen con el ceño fruncido.-¿Tuviste un crío hace cinco años?
-Tranquilo, no es tuyo.-respondió Alexia bajando considerablemente el tono de su voz.
-¿Cómo puedes estar tan segura? ¿Cómo...?
-Baja la voz...-ordenó.
El guerrero cerró los ojos masajeándose la frente.
-Zephiel, no es tuyo y punto. Además, aunque lo fuera... él ya tiene un padre, uno que puede mantenerlo y encargarse de él, cosa que tu... no puedes.
-Eso no significa nada...
-¡Eso lo significa todo Zephiel!-exclamó.-Mira... no voy a tener esta conversación contigo... y menos después de todo este tiempo.
-Está bien, no soy quien para meterme en tus asuntos. He pillado la indirecta.

Zephiel cogió los pergaminos sobre el asunto de las tierras de Azrhael Darkhollow y los metió en su bolsa arrugando parte de ellos, seguidamente cargó con su bolsa al hombro y abandonó la sala malhumoradamente.



Los rayos del sol se filtraron a través de las cortinas que intentaban fallidamente cubrir el ventanal. El reflejo golpeó el rostro del joven mago que cerró aun con más fuerza sus ojos mientras se cubría con la sábana por encima de la cabeza para seguir durmiendo unos minutos más. Varios golpes sonaron en la puerta y Thomas reaccionó rápidamente abriendo los ojos y echando a un lado la ropa de cama entre la que se escondía del la luz matinal. El joven huargen recorrió la distancia que lo separaba de la puerta para seguidamente abrirla. Thomas no encontró a nadie al otro lado, así que se asomó confiadamente para ver si se trataba de una broma de mal gusto, sin embargo a sus pies encontró una pequeña caja de madera. Tras cerrar la puerta de nuevo, el mago se sentó en el regazo de su cama con el objeto entre sus manos. Su corazón palpitaba de emoción, sabía que era un regalo ya que era el día de su cumpleaños, pero además estaba seguro de quien provenía tal detalle. Thomas abrió la caja con cuidado, deteniéndose en cada una de las particularidades y grabados de la misma, y fue entonces cuando en su interior encontró una figura de madera. Los dedos del joven se aferraron a ella extrayéndola de su interior, mientras que su rostro sonreía de alegría al verlo. Era un lobo, tallado en madera, un fuerte y fiero lobo que parecía estar en posición de ataque. Thomas sabía que las habilidades de Zephiel a la hora de esculpir quedaban lejos de las de James, pero sin embargo, para el joven mago, aquellas figuras eran el regalo perfecto e insuperable por ningún otro. El joven huargen se levantó de su cama y caminó hasta una estantería llena de libros, mientras se percataba de que en la cama contigua su amigo Khairos comenzaba a despertarse.

-Felicidades Thomas.-dijo el sacerdote mientras se desperezaba.
-¡Gracias Khai!
-¿Es un regalo?-preguntó el joven mientras observaba con curiosidad la figura.
Thomas asintió mientras colocaba la estatuilla del lobo en la estantería, junto a al menos media decena que componían su colección.
-¿Quién te lo ha regalado?
-Mi... padre.-contestó el joven huargen en lo que fue un susurro casi inaudible
-¿El arquitecto?-preguntó Khairos dubitativamente.
-No, él no..., me refiero a alguien... que realmente se preocupa por mi como si lo fuera.-Thomas hizo una pausa.-Alguien que me quiere más que si fuera su propio hijo...

Khairos asintió en silencio, él más que nadie sabía lo que era tener un padre al que no podía ver nunca, y que nunca había estado ahí cuando lo necesitaba, sin embargo, el joven sacerdote se sorprendió de la madurez con las que el pequeño Thomas había escogido sus palabras, y lo parecida que podían llegar a ser sus historias después de todo.


El joven mago observó cada una de las figuras que habían sido objeto de regalo un año tras otro. Un cuervo, un caballo, un búho,... sin embargo esta era especial, era un lobo, y sabía qué era lo que significaba. Quisiera él o no, el tiempo pasaba y ya había dejado de ser un torpe lobezno para convertirse en alguien capaz de luchar junto a los suyos, luchar como lo haría un lobo de los de verdad, por los suyos, por su manada, por la Orden.