domingo, 17 de mayo de 2015

Mary Victoria Laine - ¡A barlovento! (2.0)


 El Mary Victoria esperaba majestuoso anclado en el puerto, era un navío de tamaño mediano, dedicado hasta ahora al comercio de sedas y artículos exóticos y de lujo, que sin duda habían hecho obtener al señor Laine una exultante fortuna, difícil de calcular incluso para sí mismo.
Había sido bautizado con ese nombre en honor a su amada hija, la niña de sus ojos.
Construido por los mejores astilleros y con maderas nobles de la mejor calidad y cuidado hasta el más mínimo detalle, tanto en su interior como en su exterior.

La tripulación, joven en su mayoría, estaba inmersa en sus quehaceres diarios, pero hoy sin el ánimo en el que era habitual verlos, no se escuchaba el bullicio de cada día ni los comentarios grotescos a modo de broma que se dedicaban los unos a los otros, ni se escuchaban sus sonoras carcajadas.
Sentían la incertidumbre de saber qué pasará con ellos a partir de ahora.
La bandera del navío ondeaba a media asta en el palo de trinquete, una bandera con el fondo rojo escarlata con los rebordes dorados y en el centro el escudo de la compañía de comercio que el Señor Laine había creado años atrás.

Cristofer Swin era el segundo al mando, la mano derecha del capitán y en el que se centraban todas la miradas por parte de la tripulación para ver si obtenían alguna respuesta, pero este intentaba evitarlas, pues no las tenía.

Cristofer no había alcanzado aún la treintena de años, pero había pasado la mayoría de su vida a bordo de un barco, este hecho sumado a su osadía y su intuición hacía que este oficio no tuviera para él ningún secreto y es por esto, mas su carisma y su simpatía fue por lo que el Señor Laine confiara ciegamente en él.

Ahora, fallecido el señor Laine por aquella extraña fiebre venida a raíz de la picadura de un insecto en su último viaje, sin hijos varones que pudieran hacerse cargo de la compañía, el futuro de esta de y de la tripulación era incierto y esta condenada a desaparecer.

Cristofer descansaba apoyado en la baranda de una de las cubiertas del barco intentando distraerse, mientras miraba al puerto que por el contrario no se había detenido y seguía con la misma actividad frenética de siempre y que suelen tener todos los puertos.

Los pescadores descargaban cajas llenas de diferentes tipos de peces, algunos aun coleando e intentando escapar de allí sin éxito mientras otros corrían a echarles cubos de hielo por encima antes de que fueran apiladas y llevadas a la lonja para su subasta.

Llegan carros llenos de víveres y los jóvenes mozos se apresuran a descargar y a meterlos en las bodegas de sus respectivos barcos.

En medio de toda esta algarabía se preguntaba cuando y como les llegaría la noticia, tan vez fuera en cuestión de días o quizá solo de algunas hora, cada vez que se acercaba alguien al barco más de lo necesario pensaba si no sería un mensajero con alguna carta donde se le comunicara que la compañía había sido absorbida por otra, o comprada, o peor aun que la compañía de comercio disuelta y el barco  comprado para otros fines al mejor postor, tal vez el comprador tuviera ya su propia tripulación y tuviera que despedir a sus hombres y.. ¿Qué les diría?

De repente Cristofer creyó ver algo que le sacó de sus pensamientos y a lo que no daba crédito, tuvo que frotarse los ojos con la palma de sus manos y volver a mirar al frente para creérselo. Sí, era ella, una joven chica se abría paso entre la multitud.
 Ataviada con un ajustado pantalón de cuero negro, unas botas altas, y una fina blusa de raso blanca, muy amplia y remetida en su pantalón por la cintura, una casaca colgada de uno de sus hombros y su cabello rubio suelto y esperando a ser revuelto por el viento.
Le seguían varios criados que porteaban un par de baúles aparentemente muy pesados.

Si, es ella sin duda. Inconfundible. -Murmuro para sí el marino.  -  ¿Que viene a hacer aquí esa cría?
La joven Mary Victoria era la única hija del Señor Laine, bien conocida por toda la tripulación pues desde que contaba con tan solo 7 años había tenido que ser parte de ella.
La chica se acercaba directamente hacía el navío con su mismo nombre, grabado con letras doradas en un lateral del cascarón de proa, cruzó la pasarela subiendo a bordo , dio orden a los criados para que la siguieran y continuó hasta llegar a la cubierta principal donde se encontraba Cristofer, seguida  por las miradas de toda la tripulación que guardaba silencio a su paso y la saludaban con timidez y respeto.
Cuando se encontró frente al marino, esta hizo una señal a los criados que portaban sus baúles para que los dejaran sobre la cubierta.

-Siento mucho su pérdida señorita .- Se apresuró a decir Cristofer.

-Déjate de monsergas y formalismos, claro que lo sientes! Eso ya lo sé.- Interrumpió la chica.

-¿Se puede saber que te trae por aquí?

-Ordena a la tripulación que dejen estos baúles en mi camarote, que llenen las bodegas y dispongan todo para zarpar cuanto antes.

-¿Tu camarote? ¿Zarpar?

-¿Qué te pasa Cristofer, estas sordo? ¿No hablo claro?

-¿Qué pretendes?

-Hacerme cargo del negocio, ¿Tienes alguna objeción? Tengo pensado algunos cambios, acompáñame a mi camarote y te voy contando.

Cristofer parecía perplejo, y no salía de su asombro, esto era lo último que se había imaginado, mientras seguía a Victoria hasta su camarote recordaba  el día que la vio por primera vez, era solo una mocosa, llegó con cara de asustada y cogida de la mano de su madre, recordó como esta le abrazó, se dio media vuelta y nunca más la volvió a ver, la mujer al parecer se cansó de su vida de esposa paciente y decidió cambiarla. Mary Victoria no entraba en esos planes.
Desde entonces la chica no se había separado de su padre, acompañándolo en todos sus viajes, el Mary Victoria había pasado a ser su hogar desde entonces, conocía cada amarre, cada palo a la perfección, la longitud de cada cuerda , la dimensión de cada vela  y cada rincón de ese barco. Y el resto de la tripulación prácticamente su familia.
¿Cuánto tiempo ha pasado ya desde entonces? .-Pensaba pasa si Cristofer mientras la seguía y la miraba desde atrás. Como ha crecido la niña.. está hecha toda una mujercita.
Por fin llegaron al camarote y Cristofer se mantuvo en silencio, mirándola y esperando que tenía que decir.

-Perdona el retraso, pero me surgieron algunos contratiempos que he tenido que solucionar

-¿Contratiempos?

-Sí, mi madre después de estar desaparecida de repente aparece de la nada reclamando parte de no sé que, menos mal que mi padre lo tenía todo bien atado y se ha tenido que ir tal como ha venido.

-Bien, cuéntame, soy todo oídos, ¿Cuales son tus planes?

-Pues creo que estaba claro, voy a hacerme cargo de este negocio.

-¿Tú?

-¿Tienes alguna objeción?. - Continuó la chica sin dejarle responder. - No pienso quedarme en tierra viendo pasar el tiempo, sin volver a sentir la emoción de adentrarme en alta mar, de balancearme con el vaivén del oleaje, sin sentir de cerca el olor de la mar cuando esta agitado, ni de sentir sobre mi rostro la brisa ni el agua salpicándome cuando rebota después de chocar contra el casco.. ¿Tienes algún plan mejor o piensas abandonar el barco?

Cristofer se sentía realmente emocionado por las palabras de la joven que habían hecho que este levantara totalmente el ánimo


-No, no pienso abandonar el barco

-Eso quería escuchar. -Dijo Victoria regalando al joven una sincera sonrisa. -Ve a ordenar a la tripulación que hagan todos los preparativos y en cuanto todo esté dispuesto que leven ancla, que icen las velar y a zarpar!

-Bien mi capitana! ¿Rumbo a donde?

-A barlovento!






Las nubes pasaban veloces por encima sus cabezas y el movimiento de las olas hacia bambolear la nave en mitad del océano como una simple cascara de nuez. La tripulación estaba inquieta por la proximidad de la tormenta y quería poner cuanta más distancia posible entre ellos y los relámpagos que azotaban las aguas unas leguas al oeste.

La capitana del navío estaba de pie, asomada por la borda, mirando con un catalejo la fascinante tormenta. El remolino de nubes hacía que la lluvia cayera oblicua, cada gota en una dirección diferente y a una velocidad monstruosa. Las aguas embravecidas alcanzaban alturas descomunales que fácilmente harían volcar un barco. Y para terminar la visión de horror los rayos azotaban la superficie acuática casi constantemente.

-Capitana…- Se acercó a decirle Cristofer.- Señora… La tripulación empieza a estar preocupada. Deberíamos irnos de aquí cuanto antes.

Mary Victoria Laine bajó el catalejo sin apartar la vista de la tormenta.

-Es increíble. ¿Has visto nunca una tan grande, Cristofer?

-Las tormentas son frecuentes a estas latitudes, capitana. Pero no una de tan violenta.

-Acerquémonos. – Dijo Mary Victoria tras pensarlo no más de cinco segundos.

-¿Capitana?- Inquirió el segundo a bordo incrédulo.- No podemos entrar en la tormenta. Destrozará el Mary Victoria y todos acabaremos en el fondo el mar.

-No he dicho que entremos. He dicho que nos acerquemos. Quiero echar un ojo de cerca. – Volvió a mirar por el catalejo pero al notar que el hombre no se movía le dijo:- Vamos, venga. No quiero que amaine antes de tener una buena visión de esta furia cataclismica.

El regio y noble barco viró a estribor para encararse a la tempestad. La tripulación estaba muy nerviosa, siguiendo las órdenes de la nueva capitana, viéndose dirigirse hacia la tormenta. El segundo de a bordo hacía lo posible para apaciguar a los hombres y dirigirles, manteniendo un voto de confianza en la capitana pero listo para tomar el mando si las vidas de todos corrían un riesgo innecesario.

Llegaron hasta lo que Victoria consideraba el borde de la tormenta. Atravesada la cortina de lluvia y amenazado por las olas, su navío se mantenía firme. La heredera del negocio Laine podía notar el retumbar de los truenos en sus oídos, en su cuerpo y en la madera bajo sus pies.

Un momento… No eran truenos lo que oía. Ahí estaba otra vez. Había sido el disparo de un cañón, estaba segura.

-¡Barcos a proa!- Gritó el joven Barns desde lo alto del palo mayor.- ¡Capitana! ¡Es un naufragio!

- Que la luz acoja sus almas. – Dijo Cristofer a su lado.

-No veo como la luz va a atravesar esas nubes negras, Cristofer.- Se dio la vuelta y cogió el timón. – ¡Arriad velas! ¡Sacad los remos! Vamos a entrar.

-¡Capitana! ¡No pued...!

-¡Cumple las órdenes, segundo de a bordo! – Gritó Victoria por encima los truenos sonriendo.- O juro que te dejaré en el próximo puerto en el que desembarquemos.

-Si llegamos a algún puerto… - Contestó el hombre. Pero acto seguido fue a dirigir a los hombres, haciendo cumplir las órdenes dadas por su capitana.

Todos la habían visto crecer desde niña, pensó Victoria, era hora de demostrarles que no era la cría que aún veían en ella. Sujetó bien fuerte el timón entre sus manos, evitando que la fuerza de las olas y el viento los desviaran de su rumbo. Ignoró los rayos que caían a su alrededor y la lluvia que le empapaba hasta los huesos, nada haría flaquear su convicción. Con una voluntad de hierro Victoria se adentró en la tempestad.

Tardaron poco tiempo en encontrar los restos del naufragio pero a todos se les hizo una eternidad. A medida que se acercaban al lugar del siniestro empezaron a ver restos de madera flotante en llamas y cadáveres a la deriva a merced del oleaje. Encontraron la mitad de un buque volcado con la quilla al aire y hundiéndose lentamente junto a los restos de un palo mayor en llamas del que solo sobresalía la punta superior. Los marineros del Mary Victoria buscaron supervivientes entre los restos pero la lluvia y el constante vaivén de las olas hacían imposible la tarea.

-¡Cristofer! ¡Agarra el timón! – Gritó Victoria por encima del fragor de la tormenta.

Ella se acercó a la borda y enrolló su brazo en un cabo para mantenerse sujeta mientras sacaba y desplegaba el catalejo con la otra mano. Con ojo rápido y minucioso escrutó los restos en busca de supervivientes. No había rastros de vida, pero si descubrió que los barcos naufragados eran dos, no uno, y que la tormenta no había sido la única causa de que se hundieran, pues el casco del navío volcado presentaba orificios de bala de cañón.

-¡Hombre al agua! ¡A estribor!- Gritó Barns. Victoria corrió a verificar las palabras del chico, apuntando el catalejo en esa dirección.- ¡Hay un hombre en el agua!

En un primer momento no pudo ver nada. Sólo las olas sucediéndose y llevándose consigo cadáveres y restos de los barcos. Pero por un momento… le pareció ver algo… ahí, no. Había desaparecido. Ahí estaba otra vez. Sí.

La capitana apartó el catalejo, sorprendida, y volvió a mirar por él. Un hombre nadaba hacia ellos. A buen ritmo, sin dejarse vencer por las olas enormes que lo ocultaban de vez en cuando. No estaba lejos. La capitana ordenó lanzar un cabo al náufrago una vez estuviera lo suficientemente cerca para alcanzarlo y se concentró en la búsqueda de más supervivientes.

No encontraron a nadie más, y al cabo de un rato desistieron y con esfuerzo escaparon de la tormenta. Las nubes de tormenta fueron sustituidas por una noche tranquila que dio un respiro a los espíritus de la tripulación por el contraste con la pesadilla de la que habían escapado.

La capitana Victoria Laine fue a hablar con el hombre que habían rescatado. Sus hombres le habían dado una manta para que se abrigara. Lo encontró de espaldas, mirando a la ahora lejana tormenta, con la mirada fija buscando los restos del navío que lo había llevado. Victoria no pudo evitar fijarse en que aparte de la manta que se había enrollado en la cintura y le tapaba hasta por debajo las rodillas estaba desnudo. El hombre tenía un cuerpo musculado, piel morena, tostada por el sol y con bastantes cicatrices. Su pelo rubio se asemejaba a la paja recién cosechada.

-Sujétate bien esa manta.- Le dijo para llamar su atención.- Hace frío, será mejor que te abrigues.

El hombre se volvió y le ofreció una sonrisa. En su torso musculado aún se apreciaban las gotas de agua perladas de la tormenta.

-Es una noche plácida. Es agradable sentir el aire en tu cuerpo después de una tormenta como esta.

-¿Cómo te llamas, marinero? -Dijo Victoria cruzándose de brazos.

- Me puedes llamar Ricko. Eres tú la capitana de este navío, supongo. - Tras asentir Victoria él siguió hablando.- Entonces deja que te de las gracias por salvarme el pellejo. Estábamos bastante lejos como para llegar a la costa nadando.

-¿En mitad de una tormenta te preocupabas por si podías llegar "hasta la costa"? ¡Tienes suerte de no haberte ahogado!

- Sí... Parece que la suerte me sigue allá donde vaya. Ya son seis naufragios, ¿sabes? Cinco estrictamente, hubo uno que no se hundió pero tuvimos que abandonarlo igualmente.

-Parece que llevas una vida peligrosa.- se acercó un par de pasos más al hombre mientras le examinaba de nuevo. - ¿A dónde se dirigía tu barco?

-Volvíamos a la base. Llevaba a los chicos a la base, en la isla Canto de Sirena, tras completar con éxito una misión de escolta de unos mercaderes. Maldita sea, nos pagaron bien y ahora todo ha acabado bajo el mar... junto a los chicos.

- Mis condolencias. Has dicho que los llevabas, ¿Eras tú el capitán? - La capitana dejó un momento de silencio tras asentir el otro capitán. - ¿Y el otro barco?

-Piratas. Hediondos y mugrientos piratas... - Su voz se tiñó de desprecio. - Se ocultaban tras unos islotes y nos asaltaron con el viento a favor. Es muy frustrante para un corsario que tú presa intente emboscarte a ti. La tormenta nos pilló en pleno combate. Un rayo cayó en nuestro mástil y nos hundió, pero no antes de dejar el barco de los piratas como un colador.

Victoria asimiló toda la información que le iba dando el hombre desnudo.

-Espera, ¿entonces eres corsario?

-Así es. -Le respondió volviendo a su semblante alegre.- Corsario en la compañía mercenaria Espadas de la Tormenta. Seguro que has oído hablar de nosotros.

Era cierto. El renombre de los mercenarios de McAllan había crecido durante años, llegando a los confines más recónditos de Azeroth. Se decía que cumplían cualquier misión por peligrosa que fuera. Pero también se les tildaba de infames, se decía que llevaban la destrucción con ellos y que ningún pueblo estaba totalmente a salvo con ellos cerca. Pero no había enemigo que les pudiera hacer frente.

-Sigamos hablando en mi camarote. Cristofer, dale algo de ropa.

El segundo de a bordo se acercó para entregarle al corsario unos pantalones y un jubón ancho.

-Gracias Cris - Le dijo el rubio  mientras se cambiaba a la vista de todos, se quitó  la toalla lanzándola a su espalda, cayendo justamente en la cara del marino. El corsario pareció no darse cuenta así que tras vestirse rápidamente se apresuró a seguir a la capitana sin pedir una disculpa.
Una vez a solas ambos se acomodaron en las sillas a lado y lado del escritorio de la capitana.

Victoria observó con curiosidad renovada al hombre que decía pertenecer a la compañía de mercenarios más prometedora en la actualidad.

-¿Y cómo es... - Preguntó sacando una petaca de su bolsillo - la vida de un corsario?

- No te puedes hacer una idea. - le respondió sonriente. - Levantarte cada mañana, sin saber que te encontrarás tras el horizonte. Afrontar los desafíos que te propone el mar, cazar a los piratas hasta sus guaridas, enfrentarse a tormentas y mares embravecidos y los monstruos de las profundidades desconociendo si saldrás con vida de todo ello. - Paró un instante para tomar aire pues las palabras salían de su boca disparadas a gran velocidad, obviamente emocionado por encontrar a alguien con quien compartir su opinión de su oficio. - Y encontrar los paisajes más hermosos, desde el sol saliendo en las arenas de Tanaris a las lunas coronando los glaciares de la Tundra Boreal. Las junglas de Tuercespina, el gran remolino de la Vorágine, las soleadas playas de la Espesura Krasarang... No hay sitio al que no podamos llegar. Ni desafío que no nos atrevamos a afrontar.

La capitana escuchaba al corsario sin darse cuenta que había detenido su brazo a mitad de movimiento cuando se acercaba la petaca a la boca.

- ¿Y cómo es la vida en Los Espadas de la Tormenta? Espera... ¿Has dicho monstruos de las profundidades?

- Sí... Eso fue divertido... Estábamos atorados en un islote cerca del mundo sumergido de Vashj'ir y reparábamos el barco tras un enfrentamiento con unos piratas cuando...

Victoria absorbía cada palabra que salía del corsario, fascinada por cada historia, fuera cierta o no, soñando con las aventuras que le explicaba y las que querría vivir ella. Sentía que había un mundo nuevo ahí afuera, un mundo que no había sabido ver hasta ese momento. Se pasaron la noche hablando distendidamente, bebiendo, él contando historias y ella escuchándolas vorazmente. Tenía un hambre atroz de experiencias nuevas y Ricko la satisfacía explicándole sus vivencias a lo largo y ancho de los mares.

Al salir el sol la capitana subió al castillo de proa dónde se encontró a Cristofer contemplando el amanecer sobre el mar calmo.

-Buenos días capitana.

-Buenos días Cristofer. Coge el timón, cambiamos de rumbo.

-¿A dónde vamos, señora?


- A la Isla Canto de Sirena.

Escrito por Nezhae