Había sido bautizado con ese nombre en honor a su amada
hija, la niña de sus ojos.
Construido por los mejores astilleros y con maderas
nobles de la mejor calidad y cuidado hasta el más mínimo detalle, tanto en su
interior como en su exterior.
La tripulación, joven en su mayoría, estaba inmersa en
sus quehaceres diarios, pero hoy sin el ánimo en el que era habitual verlos, no
se escuchaba el bullicio de cada día ni los comentarios grotescos a modo de
broma que se dedicaban los unos a los otros, ni se escuchaban sus sonoras
carcajadas.
Sentían la incertidumbre de saber qué pasará con ellos a
partir de ahora.
La bandera del navío ondeaba a media asta en el palo de
trinquete, una bandera con el fondo rojo escarlata con los rebordes dorados y
en el centro el escudo de la compañía de comercio que el Señor Laine había
creado años atrás.
Cristofer Swin era el segundo al mando, la mano derecha
del capitán y en el que se centraban todas la miradas por parte de la
tripulación para ver si obtenían alguna respuesta, pero este intentaba
evitarlas, pues no las tenía.
Cristofer no había alcanzado aún la treintena de años,
pero había pasado la mayoría de su vida a bordo de un barco, este hecho sumado
a su osadía y su intuición hacía que este oficio no tuviera para él ningún
secreto y es por esto, mas su carisma y su simpatía fue por lo que el Señor
Laine confiara ciegamente en él.
Ahora, fallecido el señor Laine por aquella extraña
fiebre venida a raíz de la picadura de un insecto en su último viaje, sin hijos
varones que pudieran hacerse cargo de la compañía, el futuro de esta de y de la
tripulación era incierto y esta condenada a desaparecer.
Cristofer descansaba apoyado en la baranda de una de las
cubiertas del barco intentando distraerse, mientras miraba al puerto que por el
contrario no se había detenido y seguía con la misma actividad frenética de
siempre y que suelen tener todos los puertos.
Los pescadores descargaban cajas llenas de diferentes
tipos de peces, algunos aun coleando e intentando escapar de allí sin éxito
mientras otros corrían a echarles cubos de hielo por encima antes de que fueran
apiladas y llevadas a la lonja para su subasta.
Llegan carros llenos de víveres y los jóvenes mozos se
apresuran a descargar y a meterlos en las bodegas de sus respectivos barcos.
En medio de toda esta algarabía se preguntaba cuando y
como les llegaría la noticia, tan vez fuera en cuestión de días o quizá solo de
algunas hora, cada vez que se acercaba alguien al barco más de lo necesario
pensaba si no sería un mensajero con alguna carta donde se le comunicara que la
compañía había sido absorbida por otra, o comprada, o peor aun que la compañía
de comercio disuelta y el barco comprado
para otros fines al mejor postor, tal vez el comprador tuviera ya su propia
tripulación y tuviera que despedir a sus hombres y.. ¿Qué les diría?
De repente Cristofer creyó ver algo que le sacó de sus
pensamientos y a lo que no daba crédito, tuvo que frotarse los ojos con la
palma de sus manos y volver a mirar al frente para creérselo. Sí, era ella, una
joven chica se abría paso entre la multitud.
Ataviada con un
ajustado pantalón de cuero negro, unas botas altas, y una fina blusa de raso blanca,
muy amplia y remetida en su pantalón por la cintura, una casaca colgada de uno
de sus hombros y su cabello rubio suelto y esperando a ser revuelto por el
viento.
Le seguían varios criados que porteaban un par de baúles
aparentemente muy pesados.
Si, es ella sin duda. Inconfundible. -Murmuro para sí el
marino. - ¿Que viene a hacer aquí esa cría?
La joven Mary Victoria era la única hija del Señor Laine,
bien conocida por toda la tripulación pues desde que contaba con tan solo 7
años había tenido que ser parte de ella.
La chica se acercaba directamente hacía el navío con su
mismo nombre, grabado con letras doradas en un lateral del cascarón de proa,
cruzó la pasarela subiendo a bordo , dio orden a los criados para que la
siguieran y continuó hasta llegar a la cubierta principal donde se encontraba
Cristofer, seguida por las miradas de
toda la tripulación que guardaba silencio a su paso y la saludaban con timidez
y respeto.
Cuando se encontró frente al marino, esta hizo una señal
a los criados que portaban sus baúles para que los dejaran sobre la cubierta.
-Siento mucho su pérdida señorita .- Se apresuró a decir
Cristofer.
-Déjate de monsergas y formalismos, claro que lo sientes!
Eso ya lo sé.- Interrumpió la chica.
-¿Se puede saber que te trae por aquí?
-Ordena a la tripulación que dejen estos baúles en mi
camarote, que llenen las bodegas y dispongan todo para zarpar cuanto antes.
-¿Tu camarote? ¿Zarpar?
-¿Qué te pasa Cristofer, estas sordo? ¿No hablo claro?
-¿Qué pretendes?
-Hacerme cargo del negocio, ¿Tienes alguna objeción?
Tengo pensado algunos cambios, acompáñame a mi camarote y te voy contando.
Cristofer parecía perplejo, y no salía de su asombro,
esto era lo último que se había imaginado, mientras seguía a Victoria hasta su
camarote recordaba el día que la vio por
primera vez, era solo una mocosa, llegó con cara de asustada y cogida de la
mano de su madre, recordó como esta le abrazó, se dio media vuelta y nunca más
la volvió a ver, la mujer al parecer se cansó de su vida de esposa paciente y
decidió cambiarla. Mary Victoria no entraba en esos planes.
Desde entonces la chica no se había separado de su padre,
acompañándolo en todos sus viajes, el Mary Victoria había pasado a ser su hogar
desde entonces, conocía cada amarre, cada palo a la perfección, la longitud de
cada cuerda , la dimensión de cada vela
y cada rincón de ese barco. Y el resto de la tripulación prácticamente
su familia.
¿Cuánto tiempo ha pasado ya desde entonces? .-Pensaba
pasa si Cristofer mientras la seguía y la miraba desde atrás. Como ha crecido
la niña.. está hecha toda una mujercita.
Por fin llegaron al camarote y Cristofer se mantuvo en
silencio, mirándola y esperando que tenía que decir.
-Perdona el retraso, pero me surgieron algunos
contratiempos que he tenido que solucionar
-¿Contratiempos?
-Sí, mi madre después de estar desaparecida de repente
aparece de la nada reclamando parte de no sé que, menos mal que mi padre lo
tenía todo bien atado y se ha tenido que ir tal como ha venido.
-Bien, cuéntame, soy todo oídos, ¿Cuales son tus planes?
-Pues creo que estaba claro, voy a hacerme cargo de este
negocio.
-¿Tú?
-¿Tienes alguna objeción?. - Continuó la chica sin
dejarle responder. - No pienso quedarme en tierra viendo pasar el tiempo, sin
volver a sentir la emoción de adentrarme en alta mar, de balancearme con el
vaivén del oleaje, sin sentir de cerca el olor de la mar cuando esta agitado,
ni de sentir sobre mi rostro la brisa ni el agua salpicándome cuando rebota
después de chocar contra el casco.. ¿Tienes algún plan mejor o piensas
abandonar el barco?
Cristofer se sentía realmente emocionado por las palabras
de la joven que habían hecho que este levantara totalmente el ánimo
-No, no pienso abandonar el barco
-Eso quería escuchar. -Dijo Victoria regalando al joven
una sincera sonrisa. -Ve a ordenar a la tripulación que hagan todos los
preparativos y en cuanto todo esté dispuesto que leven ancla, que icen las
velar y a zarpar!
-Bien mi capitana! ¿Rumbo a donde?
-A barlovento!
Las nubes pasaban veloces por encima sus cabezas y el
movimiento de las olas hacia bambolear la nave en mitad del océano como una
simple cascara de nuez. La tripulación estaba inquieta por la proximidad de la
tormenta y quería poner cuanta más distancia posible entre ellos y los relámpagos
que azotaban las aguas unas leguas al oeste.
La capitana del navío estaba de pie, asomada por la
borda, mirando con un catalejo la fascinante tormenta. El remolino de nubes
hacía que la lluvia cayera oblicua, cada gota en una dirección diferente y a
una velocidad monstruosa. Las aguas embravecidas alcanzaban alturas
descomunales que fácilmente harían volcar un barco. Y para terminar la visión
de horror los rayos azotaban la superficie acuática casi constantemente.
-Capitana…- Se acercó a decirle Cristofer.- Señora… La
tripulación empieza a estar preocupada. Deberíamos irnos de aquí cuanto antes.
Mary Victoria Laine bajó el catalejo sin apartar la vista
de la tormenta.
-Es increíble. ¿Has visto nunca una tan grande,
Cristofer?
-Las tormentas son frecuentes a estas latitudes,
capitana. Pero no una de tan violenta.
-Acerquémonos. – Dijo Mary Victoria tras pensarlo no más
de cinco segundos.
-¿Capitana?- Inquirió el segundo a bordo incrédulo.- No
podemos entrar en la tormenta. Destrozará el Mary Victoria y todos acabaremos en el fondo el mar.
-No he dicho que entremos. He dicho que nos acerquemos.
Quiero echar un ojo de cerca. – Volvió a mirar por el catalejo pero al notar
que el hombre no se movía le dijo:- Vamos, venga. No quiero que amaine antes de
tener una buena visión de esta furia cataclismica.
El regio y noble barco viró a estribor para encararse a
la tempestad. La tripulación estaba muy nerviosa, siguiendo las órdenes de la
nueva capitana, viéndose dirigirse hacia la tormenta. El segundo de a bordo
hacía lo posible para apaciguar a los hombres y dirigirles, manteniendo un voto
de confianza en la capitana pero listo para tomar el mando si las vidas de
todos corrían un riesgo innecesario.
Llegaron hasta lo que Victoria consideraba el borde de la
tormenta. Atravesada la cortina de lluvia y amenazado por las olas, su navío se
mantenía firme. La heredera del negocio Laine podía notar el retumbar de los
truenos en sus oídos, en su cuerpo y en la madera bajo sus pies.
Un momento… No eran truenos lo que oía. Ahí estaba otra
vez. Había sido el disparo de un cañón, estaba segura.
-¡Barcos a proa!- Gritó el joven Barns desde lo alto del
palo mayor.- ¡Capitana! ¡Es un naufragio!
- Que la luz acoja sus almas. – Dijo Cristofer a su lado.
-No veo como la luz va a atravesar esas nubes negras,
Cristofer.- Se dio la vuelta y cogió el timón. – ¡Arriad velas! ¡Sacad los
remos! Vamos a entrar.
-¡Capitana! ¡No pued...!
-¡Cumple las órdenes, segundo de a bordo! – Gritó
Victoria por encima los truenos sonriendo.- O juro que te dejaré en el próximo
puerto en el que desembarquemos.
-Si llegamos a algún puerto… - Contestó el hombre. Pero
acto seguido fue a dirigir a los hombres, haciendo cumplir las órdenes dadas
por su capitana.
Todos la habían visto crecer desde niña, pensó Victoria,
era hora de demostrarles que no era la cría que aún veían en ella. Sujetó bien
fuerte el timón entre sus manos, evitando que la fuerza de las olas y el viento
los desviaran de su rumbo. Ignoró los rayos que caían a su alrededor y la
lluvia que le empapaba hasta los huesos, nada haría flaquear su convicción. Con
una voluntad de hierro Victoria se adentró en la tempestad.
Tardaron poco tiempo en encontrar los restos del
naufragio pero a todos se les hizo una eternidad. A medida que se acercaban al
lugar del siniestro empezaron a ver restos de madera flotante en llamas y
cadáveres a la deriva a merced del oleaje. Encontraron la mitad de un buque
volcado con la quilla al aire y hundiéndose lentamente junto a los restos de un
palo mayor en llamas del que solo sobresalía la punta superior. Los marineros
del Mary Victoria buscaron supervivientes entre los restos pero la lluvia y el
constante vaivén de las olas hacían imposible la tarea.
-¡Cristofer! ¡Agarra el timón! – Gritó Victoria por
encima del fragor de la tormenta.
Ella se acercó a la borda y enrolló su brazo en un cabo
para mantenerse sujeta mientras sacaba y desplegaba el catalejo con la otra
mano. Con ojo rápido y minucioso escrutó los restos en busca de supervivientes.
No había rastros de vida, pero si descubrió que los barcos naufragados eran
dos, no uno, y que la tormenta no había sido la única causa de que se
hundieran, pues el casco del navío volcado presentaba orificios de bala de
cañón.
-¡Hombre al agua! ¡A estribor!- Gritó Barns. Victoria
corrió a verificar las palabras del chico, apuntando el catalejo en esa
dirección.- ¡Hay un hombre en el agua!
En un primer momento no pudo ver nada. Sólo las olas
sucediéndose y llevándose consigo cadáveres y restos de los barcos. Pero por un
momento… le pareció ver algo… ahí, no. Había desaparecido. Ahí estaba otra vez.
Sí.
La capitana apartó el catalejo, sorprendida, y volvió a
mirar por él. Un hombre nadaba hacia ellos. A buen ritmo, sin dejarse vencer
por las olas enormes que lo ocultaban de vez en cuando. No estaba lejos. La
capitana ordenó lanzar un cabo al náufrago una vez estuviera lo suficientemente
cerca para alcanzarlo y se concentró en la búsqueda de más supervivientes.
No encontraron a nadie más, y al cabo de un rato
desistieron y con esfuerzo escaparon de la tormenta. Las nubes de tormenta
fueron sustituidas por una noche tranquila que dio un respiro a los espíritus
de la tripulación por el contraste con la pesadilla de la que habían escapado.
La capitana Victoria Laine fue a hablar con el hombre que
habían rescatado. Sus hombres le habían dado una manta para que se abrigara. Lo
encontró de espaldas, mirando a la ahora lejana tormenta, con la mirada fija
buscando los restos del navío que lo había llevado. Victoria no pudo evitar
fijarse en que aparte de la manta que se había enrollado en la cintura y le
tapaba hasta por debajo las rodillas estaba desnudo. El hombre tenía un cuerpo
musculado, piel morena, tostada por el sol y con bastantes cicatrices. Su pelo
rubio se asemejaba a la paja recién cosechada.
-Sujétate bien esa manta.- Le dijo para llamar su
atención.- Hace frío, será mejor que te abrigues.
El hombre se volvió y le ofreció una sonrisa. En su torso
musculado aún se apreciaban las gotas de agua perladas de la tormenta.
-Es una noche plácida. Es agradable sentir el aire en tu
cuerpo después de una tormenta como esta.
-¿Cómo te llamas, marinero? -Dijo Victoria cruzándose de
brazos.
- Me puedes llamar Ricko. Eres tú la capitana de este
navío, supongo. - Tras asentir Victoria él siguió hablando.- Entonces deja que
te de las gracias por salvarme el pellejo. Estábamos bastante lejos como para
llegar a la costa nadando.
-¿En mitad de una tormenta te preocupabas por si podías
llegar "hasta la costa"? ¡Tienes suerte de no haberte ahogado!
- Sí... Parece que la suerte me sigue allá donde vaya. Ya
son seis naufragios, ¿sabes? Cinco estrictamente, hubo uno que no se hundió
pero tuvimos que abandonarlo igualmente.
-Parece que llevas una vida peligrosa.- se acercó un par
de pasos más al hombre mientras le examinaba de nuevo. - ¿A dónde se dirigía tu
barco?
-Volvíamos a la base. Llevaba a los chicos a la base, en
la isla Canto de Sirena, tras completar con éxito una misión de escolta de unos
mercaderes. Maldita sea, nos pagaron bien y ahora todo ha acabado bajo el
mar... junto a los chicos.
- Mis condolencias. Has dicho que los llevabas, ¿Eras tú
el capitán? - La capitana dejó un momento de silencio tras asentir el otro
capitán. - ¿Y el otro barco?
-Piratas. Hediondos y mugrientos piratas... - Su voz se
tiñó de desprecio. - Se ocultaban tras unos islotes y nos asaltaron con el
viento a favor. Es muy frustrante para un corsario que tú presa intente
emboscarte a ti. La tormenta nos pilló en pleno combate. Un rayo cayó en
nuestro mástil y nos hundió, pero no antes de dejar el barco de los piratas
como un colador.
Victoria asimiló toda la información que le iba dando el
hombre desnudo.
-Espera, ¿entonces eres corsario?
-Así es. -Le respondió volviendo a su semblante alegre.-
Corsario en la compañía mercenaria Espadas de la Tormenta. Seguro que has oído
hablar de nosotros.
Era cierto. El renombre de los mercenarios de McAllan
había crecido durante años, llegando a los confines más recónditos de Azeroth.
Se decía que cumplían cualquier misión por peligrosa que fuera. Pero también se
les tildaba de infames, se decía que llevaban la destrucción con ellos y que
ningún pueblo estaba totalmente a salvo con ellos cerca. Pero no había enemigo
que les pudiera hacer frente.
-Sigamos hablando en mi camarote. Cristofer, dale algo de
ropa.
El segundo de a bordo se acercó para entregarle al
corsario unos pantalones y un jubón ancho.
-Gracias Cris - Le dijo el rubio mientras se cambiaba a la vista de todos, se
quitó la toalla lanzándola a su espalda,
cayendo justamente en la cara del marino. El corsario pareció no darse cuenta
así que tras vestirse rápidamente se apresuró a seguir a la capitana sin pedir
una disculpa.
Una vez a solas ambos se acomodaron en las sillas a lado
y lado del escritorio de la capitana.
Victoria observó con curiosidad renovada al hombre que
decía pertenecer a la compañía de mercenarios más prometedora en la actualidad.
-¿Y cómo es... - Preguntó sacando una petaca de su
bolsillo - la vida de un corsario?
- No te puedes hacer una idea. - le respondió sonriente.
- Levantarte cada mañana, sin saber que te encontrarás tras el horizonte.
Afrontar los desafíos que te propone el mar, cazar a los piratas hasta sus
guaridas, enfrentarse a tormentas y mares embravecidos y los monstruos de las
profundidades desconociendo si saldrás con vida de todo ello. - Paró un
instante para tomar aire pues las palabras salían de su boca disparadas a gran
velocidad, obviamente emocionado por encontrar a alguien con quien compartir su
opinión de su oficio. - Y encontrar los paisajes más hermosos, desde el sol
saliendo en las arenas de Tanaris a las lunas coronando los glaciares de la
Tundra Boreal. Las junglas de Tuercespina, el gran remolino de la Vorágine, las
soleadas playas de la Espesura Krasarang... No hay sitio al que no podamos
llegar. Ni desafío que no nos atrevamos a afrontar.
La capitana escuchaba al corsario sin darse cuenta que
había detenido su brazo a mitad de movimiento cuando se acercaba la petaca a la
boca.
- ¿Y cómo es la vida en Los Espadas de la Tormenta?
Espera... ¿Has dicho monstruos de las profundidades?
- Sí... Eso fue divertido... Estábamos atorados en un
islote cerca del mundo sumergido de Vashj'ir y reparábamos el barco tras un
enfrentamiento con unos piratas cuando...
Victoria absorbía cada palabra que salía del corsario,
fascinada por cada historia, fuera cierta o no, soñando con las aventuras que
le explicaba y las que querría vivir ella. Sentía que había un mundo nuevo ahí
afuera, un mundo que no había sabido ver hasta ese momento. Se pasaron la noche
hablando distendidamente, bebiendo, él contando historias y ella escuchándolas
vorazmente. Tenía un hambre atroz de experiencias nuevas y Ricko la satisfacía
explicándole sus vivencias a lo largo y ancho de los mares.
Al salir el sol la capitana subió al castillo de proa
dónde se encontró a Cristofer contemplando el amanecer sobre el mar calmo.
-Buenos días capitana.
-Buenos días Cristofer. Coge el timón, cambiamos de
rumbo.
-¿A dónde vamos, señora?
- A la Isla Canto de Sirena.
Escrito por Nezhae