Estaba
cayendo el atardecer en la isla Canto de Sirena. Aunque el sol había
desaparecido tras los acantilados que formaban la bahía Espadas cruzadas los
rayos de luz remanentes aún se filtraban por la translucida cortina de la ventana
de la casa del líder en Refugio pero poco a poco se iban apagando. De este
modo, usando la luz de las velas, sentado en un viejo sillón incomodo frente a
la mesa de madera sepultada por papeles Brandon McAllan buscaba encontrar
sentido al interminable papeleo que conllevaba su cargo como líder de los
Espadas de la Tormenta.
Su
desesperación aumentaba con cada informe sobre daños que leía, cada queja de un
alcalde al que sus ciudadanos se habían quejado por destrozos ocasionados por
sus hombres, cada factura que hacía que sus arcas menguaran. El mercenario
pelirrojo maldijo para sí. Sus hombres eran buenos. No había cometido que se
les resistiera. Sin embargo tenían la mala costumbre de no pensar en las
consecuencias y a menudo los destrozos que ocasionaban eran peores que el problema
original. ¿Que unos bandidos se han apoderado un fortín? ¡Construyamos una
catapulta y derruyámoslo! Brandon sabía que no todos sus hombres eran así pero
últimamente se preguntaba si aquellos hombres que había rescatado de la vida
criminal habían dejado del todo sus malas costumbres. Había notado cierto
descontento entre las filas, algunos miembros le dirigían miradas...
El
ruido de la puerta al abrirse le sacó de su ensimismamiento. No pudo ver entrar
a nadie, así que supuso que la enorme pila de papeles que tenía sobre la mesa
le estaba impidiendo ver a Lilla, su alegre ayudante y secretaria gnoma experta
en los números que le ayudaba a llevar las cuentas de las arcas. Y al decir
ayudar se refería a que las llevaba ella prácticamente en su totalidad y él
solo ponía su sello. Confirmando su suposición una voz aguda se hizo
escuchar mientras avanzaba hacia la
mesa.
-¡Traigo
los últimos informes, jefe!
- Dime
que son buenas noticias.- Contestó Brandon rezando por dentro para que así
fuera.
-Pues...
- Dijo la gnoma mientras se subía a un taburete para alcanzar la mesa. Llevaba
entre sus brazos una buena pila de informes y los fue entregando uno por uno. -
Las reparaciones del Vela Negra han concluido y está listo para reincorporarse
al servicio. Esto es otra petición de Bárbara la tabernera para que le
ampliemos el local, que se queda pequeño dice. Esto y esto son informes de
misiones, ambas terminadas con éxito. Y el resto - Dejó el pilón de informes
sobre la mesa con un estruendo sordo. - son quejas de nuestros contratistas.
Brandon
suspiró.
-¿Tantas?
¿Así agradecen que cumplamos sus encargos? Nos ocupamos de aquello que nadie
más puede y aún se quejan por los daños colaterales.
-Aún
gracias que nos pagan. Si destruimos las tierras que se supone que hemos ido a
liberar de bandidos deberíamos sentirnos afortunados de que nos paguen. Al
menos con los corsarios no hay tantos problemas.
-¿Estás
segura? Mira esto. - Brandon cogió un informe bajo una pila, haciendo que el
resto se desparramara sobre la mesa.
- El informe de el Rayo. ¿Sabes lo que hizo el
joven Strang? Se coló él solo en la fortaleza que debían liberar escalando el
muro. Y Robert tuvo que enterarse por una nota que le dio el maldito mono.
- Todo
acabó bien. Liberaron la fortaleza de piratas, ¿no?
-Sí,
pero esa no es la cuestión. El cachorro es impulsivo y aunque eso suele ser
bueno, si le llega a pasar algo mientras está de prácticas con nosotros tendremos
a su padre a nuestras puertas pidiendo explicaciones. Y no quiero tener que
conocer la cólera del cruzado. - Rebuscó entre la pila otro informe. - O mira
éste. Ricko ha perdido su sexto barco. No sé cómo diablos lo hace pero cada
barco que se le pone bajo sus órdenes acaba mal. Y no lo entiendo porque pocos
hombres más capaces he conocido en alta mar como ese maldito bribón.
-El
hecho que sobreviva siempre puede darte una pista de su valía. Además lo hundió
tras haber completado su encargo por lo que nuestra reputación no se ha visto
afectada. De todos modos se apellida Sietemares, ¿no? Puede que su séptimo
barco sea el definitivo...
-Oh,
no. Si quiere otro barco va a tener que ganárselo. - El jefe se echó para atrás
en el sillón incómodo. -¿Qué hay de la chica que lo trajo? La que estaba
interesada en nosotros.
- Mary
Victoria Laine, Capitana del navío Mary
Victoria. Hija del difunto señor Laine y heredera de su fortuna. El negocio
Laine ha sido fructífero hasta la actualidad, se espera que su hija siga la
estela de su padre y mantenga su apellido a flote. - leyó la secretaria de su
bloc de notas.
- Pues
uniéndose a nosotros no sé si lo va a conseguir - dijo Brandon repasando por
encima la factura más reciente. - De
todos modos le propondremos un trato. Si hace que su gente abra una tienda en
la isla podemos beneficiarnos ambos de los beneficios que produzca. Y por otra
parte su navío sería un buen refuerzo para la flota de Catherine. Si lo que
quiere es vivir emociones es bienvenida, le daremos una tripulación preparada
si no quiere poner en riesgo sus hombres y se unirá a nuestros activos.
- Bien,
redactaré la propuesta. Aún hay más asuntos que atender. Ha habido reyertas en
la taberna y Bárbara amenaza con largarse si alguien no pone orden.
-Déjame
adivinar. Demian es uno de los alborotadores.
Lilla
asintió.
-Ese
chico concibe las peleas como un deporte. Maldita sea... ¡no puedo mandar
hombres a luchar si se parten los huesos entre ellos en casa! - se quedó
meditativo un instante y luego suspiró. - Abriremos una arena de combate donde
los hombres puedan desahogarse. Que quede cerca de la taberna. Así de paso que
entrenen y evitamos destrozos.
- Hay
un espacio grande tras el edificio de la taberna se puede habilitar para
construir una arena. - asintió la gnoma mientras lo apuntaba en su cuaderno de
notas.
- Para
que luego digas que los corsarios no traen problemas... Aunque quizás lo decías
pensando en uno en especial... - Brandon sonrió. - ¿Cómo va la caza de tu amor
de pelo verde?
Lilla
se sonrojó visiblemente y la normalmente alegre y estridente voz de la gnoma
bajó a un susurro tímido y apenas audible.
- Bi-
Bien... Ahora está en una fortaleza de bandidos. Se ofreció para intercambiarse
por unos rehenes. Le gusta buscar retos que pongan a prueba su habilidad para
escapar.
-Bueno,
no te preocupes. Si alguien sabe escapar de cualquier prisión ese es tu chico. Y con su hermano en la isla, sabes que volverá
tarde o temprano. Lo malo es que su afán por escapar también lo lleva a escapar
de ti. Tú no te rindas.
Lilla
asintió aún sonrojada. Luego se acordó de algo y sacó una carta bien doblado de
su bolsillo. Por el aroma floral que despedía el papel Brandon supo que el
remitente no podía ser otro que Cedric.
- El
primer consejero ha enviado esto para ti, jefe.
Brandon
abrió la carta y leyó su contenido. El potente aroma a flores le subió por la
nariz consiguiendo que se mareara un poco pero lo disimuló.
Querido jefe,
Lo de
querido sobra, pensó Brandon.
La misión está resultando un éxito. El
cónclave de magos ha oído hablar de nosotros y nos ven con buenos ojos. Han
abierto sus puertas a los suyos a que sean reclutados por nosotros. Espero
volver pronto con nuevos integrantes que se unan a nuestras filas.
Por fin
una buena noticia. Entre los Espadas de la Tormenta no habían demasiados magos.
Éstos solían estar atados a círculos o cónclaves con más gente de su profesión
y acostumbraban a salir de ellos salvo los magos errantes. Contar con el
beneplácito de uno de estos gremios de magos para que sus integrantes se
unieran a ellos prometía una futura alianza de altos beneficios. Por no hablar
del inmenso poder que ostentarían con más magos en sus filas. Se dio cuenta de
que la carta continuaba por la otra cara del papel y siguió leyendo.
También me he asegurado de acallar los
rumores que nos difamaban y he esparcido unos cuantos dejándonos en buen lugar.
Si todo va bien en poco tiempo tendremos una oleada de reclutas nuevos. Seguiré
con los ojos abiertos. Pronto volveremos a la isla.
Besos. Esto también sobra.
Cedric Snowed
El
mercenario exhaló un largo suspiro. La publicidad de los Espadas de la Tormenta
había sido mermada por la aparición de otras compañías mercenarias que,
inspirados por el éxito de los suyos, intentaban hacerse un hueco en la
profesión. Brandon entendía que quisieran probar el placer y las aventuras que
se vivían con este estilo de vida pero
si simplemente se unieran a ellos todo sería más fácil. Si los Espadas de la
Tormenta querían seguir siendo la compañía número uno en Azeroth debían tener
una buena publicidad. Solo había compartido sus pensamientos con Cedric e Ivy, sus
manos derecha e izquierda, a quienes sabía que podía confiar cualquier asunto y
quienes además le podían ayudar a actuar sin levantar la alarma y crear aún más
tensión entre sus hombres. Para el resto, sería mejor no levantar sospechas
sobre sus pensamientos. Haría que Jon y Ricardo pusieran a los hombres en forma
para que dieran una buena imagen en las misiones, y se planteaba seriamente el
tema de los uniformes.
Suspirando
de nuevo se guardó la carta en un bolsillo de la chaqueta y se levantó,
estirando los brazos y las piernas para que la sangre volviera a sus
entumecidos músculos tras pasar el día firmando papeleo.
-Creo
que ya hemos terminado por hoy, Lilla.
-¡Pero,
aún hay un montón de documentos que firmar!- se quejó la responsable ayudante.
– Ni siquiera ha empezado con los edictos de garantía de este trimestre…
-Eso
puede esperar a mañana. Sí paso un momento más en este sillón se me van a
atrofiar las piernas. Necesito salir y oler la brisa, parece que es una noche
fresca. Nos veremos por la mañana.
Brandon
escapó por la puerta antes de dar tiempo a la gnoma a quejarse. Aún así oyó sus
berridos tras cerrar la puerta quejándose sobre los retrasos que su jefe la
obligaba a soportar.
-¿Un
día duro?- preguntó una voz a su derecha.
Ivy
Collins, su maestra de las sombras, la comandante de los espías, asesinos y
agentes de élite de los Espadas de la Tormenta se hallaba recostada en la pared
de madera, cruzada de brazos y mirándole.
-Ha habido
mejores. – Sin decir más sacó de su bolsillo la carta de Cedric aún doblada y
se la pasó para que la leyera.
La
asesina leyó la carta rápidamente mientras ambos tomaban la ruta que bajaba al
puerto, descendiendo por los adoquines blanquecinos que formaban el camino que
atravesaba Refugio. Chasqueó con la lengua al enterarse de la falta de
noticias.
-Ese
charlatán inútil lo ha hecho bien. Aún así creo que debiste enviarme a mí.
-Para
entablar conversación con el cónclave de magos era mejor enviar a otro mago. –Adoptó
un posado más serio.- ¿Han averiguado algo nuestros agentes?
Ivy
negó con la cabeza.
-Todos
los informes reportan negativo. No hay actividades hostiles en los alrededores
de la isla ni costas cercanas. Tenemos espías apostados en los pueblos más
cercanos por lo que si algo se acerca lo sabremos…
-¿…Y?-
Preguntó Brandon al notar que la maestra del espionaje dudaba sobre algo.
-No es
nada. Dos de nuestros agentes no han vuelto aún ni han mandado sus informes de
campo. Son hombres capaces por lo que no temo por su vida pero aún así estoy
intranquila.
-Si por
la mañana no tenemos noticias de ellos mandaremos un grupo a buscarlos. No
dejamos a nadie atrás y no les abandonaremos perdidos a su suerte.
La
maestra de las sombras asintió agradecida y le devolvió la carta. Brandon aún
se sorprendía cómo la gente cambiaba su actitud cuando estaba junto a él.
Piratas, mercenarios, espías y asesinos, todos le trataban con respeto,
honraban al hombre que les guiaba hacia un futuro mejor. Al principio lo
agradecía aunque no se considerara merecedor de halago alguno, pero el asunto
había evolucionado hasta el punto de que aquellos que consideraba sus más
próximos amigos, quienes solían ser de carácter proclive al alboroto y la
pendencia se volvían serios y profesionales cuando estaban con él, como si
buscaran impresionarle o agradarle. Les había repetido en múltiples ocasiones
que no quería que cambiaran por él, que los necesitaba tal y como eran pero los
malditos bribones no salían de sus casillas. Aún se reía cuando recordaba el
día que Ricardo apareció vestido con traje elegante de noble, seguramente
comprado por Elisabeth, pero con las mangas cortadas a mano convirtiendo la
cara vestimenta en una armilla como las que solía llevar siempre.
Todos
menos Cedric, claro. El ilusionista pendenciero había sido el primero en
llamarlo jefe y sin embargo el único que no se dejaba amilanar por tal título. Las
ilusiones del mago a menudo eran fuente tanto de problemas como de diversión en
la taberna del puerto. Y cuando Brandon llegaba, atraído por el jolgorio Cedric
ayudaba a que el resto de los hombres se sintieran cómodos, bebiendo con su
comandante, viéndole no solo como un jefe y alguien de confianza sino como un
hombre más.
Brandon
e Ivy llegaron al puerto dónde estaban atracados la mayor parte de los navíos
que formaban la flota de los Espadas de la Tormenta. Tenían otros amarraderos
en torno a la isla pero la mayoría estaban resguardados en la bahía Espadas
Cruzadas. Las casas y tiendas de madera se alineaban paralelas a la costa,
separadas por callejuelas empedradas o pasarelas entablonadas. El mercenario
miró con orgullo el fortín. Puede que no pareciera mucho pero cada tramo de
Refugio albergaba una cantidad enorme de recuerdos de cada uno de sus
habitantes. La brisa oceánica grababa en la piedra y madera los sentimientos,
dudas, temores y alegrías de cada miembro de los Espadas de la Tormenta,
dándoles la sensación de que habían encontrado un nuevo hogar.
El
ruido iba en aumento a medida que se acercaban al edificio de la taberna, señal
del jaleo que se estaba desarrollando dentro. Cuando conquistaron la isla,
arrebatándosela a los piratas, y decidieron usarla para construir su base,
Brandon tenía muy claro que la taberna debía ser uno de los edificios más
grandes del poblado. Pues prácticamente la compañía entera, en su totalidad, se
apretujaba entre esas cuatro paredes cada noche para beber, cantar y reír entre
camaradas. Bárbara, la tabernera y esposa de Ricardo, se había quejado y con
razón múltiples veces para que ampliaran su local ya que las noches en que
acudían todos en estampida apenas se podía respirar y deba la sensación de que
las paredes iban a estallar por la presión.
Saludó
a los hombres que bebían en el porche de fuera quienes lo saludaron
efusivamente. Se detuvo antes de abrir la puerta al notar que Ivy no lo estaba
siguiendo.
-¿No
vienes?
-No...-
Dijo la asesina torciendo el cuello y sonriendo. - Tengo cosas que hacer.
-Aún no
has examinado a los nuevos reclutas. No sabes si hay alguno que te interese.
-Eso es
lo que tú crees. -respondió con una amplia sonrisa.
-Como
quieras- Dijo Brandon y empujó la puerta para entrar en la taberna.
El
edificio estaba lleno a rebosar. Cada silla, mesa y taburete estaba ocupado. El
ambiente estaba cargado por la mezcla de olor a sudor y sal marina y si uno
escuchaba con atención podía oír, si ignoraba las decenas de conversaciones a
gritos, la música del bardo Juffiel, quien pese a saber que nadie le escuchaba
seguía tocando incansable durante horas y horas.
Se
acercó a la saturada barra. Por suerte no tenía que abrirse paso a codazos como
la mayoría, a él le reconocía y le abrían paso mientras le saludaban con
respeto. Un mercenario le cedió su asiento y Brandon aceptó con un asentimiento.
Fue gritar su pedido pero antes de que pudiera hacerlo alguien puso una botella
frente suyo. Bárbara era la madre de Refugio. Cuidaba de todos los mercenarios
por igual, fueran comandantes o novatos que aún no se habían ganado su espada.
Pero durante las noches se estresaba en sobremanera sirviendo alcohol a todos y
mandando a las camareras para que mantuvieran el flujo de bebidas activo en la
apretujada sala.
-¿Y un
vaso?- preguntó el líder pelirrojo
- No
quedan vasos- respondió brusca la ancha y morena tabernera. Con un pañuelo
blanco en la cabeza, la imponente mujer era capaz de dar dolor de cabeza por la
enorme palabrería que podía soltar en apenas un minuto.
-Pues
dame una jarra
-Tampoco
quedan jarras.
-Pues
vaya un servicio más deficiente- dijo Brandon en broma, pero Bárbara lo miró
con el ceño fruncido.
-Sí
alguien se dignara a ampliarme el local tendríamos más espacio por el que
movernos y los chicos no tropezarían cada dos por tres rompiendo cada maldito
vaso y jarra que tenemos. Porque te digo algo Brandon McAllan, si no me das un
establecimiento en condiciones ya puedes irte buscando otra.... ¡Eh! ¡McAllan,
vuelve aquí! No he terminado contigo.
Brandon
se escabulló entre la multitud evitando escuchar la cháchara y quejas de la tabernera,
ya las tenía en papel durante el día como para escucharla en directo durante la
noche. Pensó en salir fuera, ara huir del ambiente cargado y el ruido sofocante
de la sala, pero entonces vio en el fondo de la misma a Jon y Ricardo sentados
en una mesa y se dirigió a ellos. Tanto su hermano como Ricardo eran buenos
soldados, sabían dar, cumplir y hacer cumplir órdenes y por ello eran los
generales de sus fuerzas. Charlar con ellos le distraería del día duro que
había tenido. Cuando lo vieron llegar, ambos le sonrieron.
-¡Hermano!
Veo que vienes con refuerzos. - Dijo Jon señalando la botella que firmemente
agarraba Brandon.- Coge asiento y cuéntanos tu
día.
-La
verdad Jon es que preferiría olvidar mí día por unos instantes, añoro esos
tiempos en los que nos lanzábamos todos desde el mismo frente de la batalla.
Los últimos combates que he tenido han sido con papel y pluma. Y esa reunión
del próximo mes... - Brandon se estremeció al pensar a tener que aguantar otra
sesión de insultos y discusiones que no llegaban a ninguna parte en los salones
del castillo de los Doe. Aunque poder ver a su amada compensaba con creces todo
lo demás. A menudo sus pensamientos volaban hacia Alice, la líder de la Orden,
y debía hacer un gran esfuerzo para centrarse en algo que no fueran los
preciosos momentos que pasaba a su lado.
-Vamos,
vamos. Bebe y relájate con nosotros. - Dijo Ricardo dándole unas palmadas en la
espalda. Su barba solía bambolearse al ritmo de sus movimientos de un modo
hipnótico según describían los más aficionados a la bebida del local. -¿Dónde
está vuestro hermano por cierto?
-
Robert está preparando sus cosas de nuevo, por la mañana sale con el Rayo a
cumplir un encargo. Espero que luego se pase y bebamos por su éxito.
Los
tres brindaron mientras las horas pasaban. Brandon les informó de sus planes
para mejorar la imagen de la compañía, de que debían poner un poco de
disciplina entre los hombres.
-...E
incluso podríamos pensar en producir uniformes para los chicos...
-¿Uniformes?-
Preguntó una voz a la espalda de Brandon.- Eso sería estupendo, quedarían todos
geniales si me los dejas diseñar a mí. Y darían una imagen mejor de nosotros.
Quien
había hablado era Elisabeth Lobet, quien se acercaba a su mesa cogida de la
mano de la Almirante Catherine. Ambas mujeres completaban el círculo del alto
mando de los Espadas de la Tormenta, junto con Cedric, Ivy y Robert.
- No os fiéis de ella. - Dijo Cath mientras tomaba asiento sonriendo. - Esta tarde ha
vuelto a intentar ponerme un vestido de esos infernales que no te dejan
respirar. Si diseña ella los uniformes nuestros hombres irán ataviados con
lacitos y cintas.
-¡Eso
no es verdad!- contestó la embajadora y responsable de relaciones de los
Espadas.- Y además te verías bellísima en ese vestido.
-Antes
me encontraras vestida con las maderas de un barril.
-Eso ya
lo he visto...
Una carcajada generalizada salió de la mesa de los oficiales. Brandon sonrió mientras observaba a sus compañeros lanzarse bromas y pullas amistosas. Y se sintió feliz porque por mal que fuera el día ellos conseguían animar sus noches. Ellos eran su familia, los Espadas eran su familia, y se sentía muy orgulloso de ellos.
Escrito por Vandante