Era
noche cerrada en la adusta ciudad de Ventormenta. Bajo las titilantes estrellas
una figura encapuchada se dirigía a la que ahora era su casa. Brandon llamó a
la puerta; que tuviera las llaves no significaba que no disfrutara haciendo
trabajar a Henry el mayordomo. La mueca reprimida del sirviente que acababa de
ser despertado era todo un cuadro, muy divertido de admirar. Esta vez, sin
embargo, le abrió sin la bata de dormir habitual. Aún llevaba puesto su
uniforme de sirviente.
- ¿Se
ha vuelto a olvidar las llaves, señor?
- Si
Henry. No sé dónde meto la cabeza últimamente. - respondió el mercenario
ocultando la sonrisa de su rostro y entrando en casa. - ¿Han llegado las
visitas?
- Sí,
señor. Le agradecería que la próxima vez me avisara si va a haber visitas. Me
temo que la señorita Meziere puede haberse ofendido por haberla recibido sin
estar propiamente vestido.
- No te
preocupes. Elisabeth no se habrá ofendido. ¿Está Ricardo en casa?
- Me
temo que no, señor. Maese Greenhood salió esta mañana con mucha prisa y aún no
ha vuelto. No dijo a dónde iba.- dijo anticipándose a la pregunta de su señor.
-
¿Dónde están ahora las visitas? - preguntó mientras colgaba la capa en el
perchero de la pared.
-
Ofrecí que esperaran en la sala de estar pero insistieron en esperarle en la
sala de reuniones.
Brandon
asintió con la cabeza agradeciendo el servicio a Henry. Mientras caminaba por
los pasillos de la antigua casa de Quincy y bajaba las escaleras que llevaban
al sótano que servía de sala de reuniones, el pelirrojo mercenario no podía
dejar de pensar que esa era una noche especial, el principio de un nuevo
camino. La tarea que estaba por emprender era monumental pero las bases que
decidirían si tendría éxito o fracasaría serían puestas esa noche. Colocándose
bien el parche sobre el ojo izquierdo entró en la sala. Allí le esperaban
aquellos que él había elegido para que le ayudaran en su misión. Los hombres y
mujeres a los que les confiaría su vida. Nada más entrar, el grito de Catherine
le hizo ponerse en guardia. Su potente voz era de gran utilidad en abordajes de
alta mar pero cuando se trataba de pasar desapercibido no tanto.
- ¡Por
fin ha llegado! - Exclamó la capitana corsaria levantándose de la silla y
quitando los pies de la mesa. Llevaba una blusa ceñida de cintura que revelaba un
generoso escote, aunque quedaba parcialmente oculto por la casaca que llevaba
sobre los hombros. Un florete colgaba de su cintura y en su cabeza vestía un
gran sombrero negro. - Ya era hora. Cómo te gusta hacernos esperar, Bran.
- Sólo
hace cuatro minutos tarde. - contestó Cedric cerrando su reloj de bolsillo desde un rincón de la sala. Hoy
había aparecido con la forma de un chico joven, castaño y escuálido pero no por
ello menos atractivo. Vestía pulcramente y una espada pendía de su cinto. Se
había adueñado de un sillón tapizado en rojo desde dónde le hablaba a la
corsaria sacudiendo una copa de coñac. -Aunque a ti se te hiciera eterno.
- ¿Que
quieres decir, rata de cloaca? Habla claro si te diriges a mí.
- Nada,
preciosa. Sólo que hay más hombres en esta sala a parte de nuestro querido
jefe. - Dijo el ilusionista con esbozando una sonrisa pícara.
- Antes
me dejaba penetrar por un cangrejo que dejarme tocar por tus pervertidas manos.
- respondió Cath entrecerrando los párpados y bajando el tono.
- Ya
somos dos, querida. - Dijo Elisabeth desde la otra punta de la sala. Había
dejado los ropajes de noble sobre una silla detrás suyo y ahora aparecía con la
ropa cómoda de un joven ladronzuelo: un pantalón de cuero ceñido, botas altas,
una sencilla camisa cubierta por un chaleco de cuero. - Sus habilidades
transformantes son útiles, lo reconozco. Pero dan un poco de repelús. - dijo la
pícara estremeciéndose.
- Sois
ambas mujeres crueles. - Se quejó el ilusionista. - Jefe, ¿de verdad tenemos
que trabajar con estas dos arpías? Pueden ser peligrosas...
- Aquí
el único que corre peligro eres tú, Nevado. - Dijo Rheddy desde la estantería
en la que estaba sentado. El gnomo asesino se había ocultado tan bien en las
sombras que a Brandon le había costado localizarlo cuando habló. Ahora jugaba
con un pequeño cuchillo mientras le hablaba al mago- Te recuerdo que aún estás
endeudado y cada día que pasa la deuda crece. Y crece. Y sigue creciendo...
- Ya lo
pillo. No hace falta regodearse de la mala suerte de los otros
- No
hace falta, pero es la mar de divertido.
- Me
alegra ver que estáis de buen humor. - Dijo Brandon mientras se acercaba a la
mesa central que ocupaba gran parte de la sala. Dejó sobre la mesa una gran
bolsa que había traído con él con un pesado sonido metálico. - Acercaos,
sentaos alrededor de la mesa.
El
grupo se acercó hasta formar un círculo, todos mirando a su jefe y esperando
órdenes. Aunque el ambiente había sido distendido hasta el momento, una leve
tensión se apoderó de la cámara y sus ocupantes. Miraban a la bolsa y al
mercenario expectantes y curiosos.
-
Sabéis porque estáis aquí. -Comenzó Brandon. Todos asintieron, ya les había
explicado a cada uno sus intenciones. - Vivimos en un mundo lleno de
crímenes y horrores, dónde la maldad se arraiga en las personas desde su tierna
infancia. Vivimos en un mundo dónde el conflicto y el miedo se nutren de la
desesperación de la gente y quienes terminan pagando el precio más alto son los
que no pueden defenderse por sí solos. - Hizo una pausa para observar las
reacciones de sus camaradas. De momento todos permanecían solemnes ante sus
palabras. - ¿Digo yo, que ya es hora de sacar tajada de esta situación, no?
Rheddy
sonrió a su derecha, cualquier actividad que le produjera beneficios
comerciales sería bien defendida por el gnomo. Cedric también esbozó una media
sonrisa pero ni Catherine ni Elisabeth respondieron.
- Hemos
estado demasiado tiempo en la sombra... - continuó Brandon. - Hemos sido títeres
en unas manos obesas con el único objetivo de llenar los bolsillos de otros.
Todos nosotros hemos sido utilizados durante demasiado tiempo y esto cambiará a
partir de ahora. Ya hemos cortado los hilos, solo debemos escoger el camino por
el que andaremos a partir de ahora. - Brandon ponía en cada palabra el
sentimiento y la pasión que lo habían movido durante todo este tiempo,
intentando transmitir a sus compañeros parte de estas emociones.
Tanto
Cath como Eli asintieron esta vez. Ambas sabían lo que era sentirse utilizadas
y ahora que se habían liberado no iban a pasar por lo mismo otra vez. La
capitana corsaria había liberado su gente del yugo de la piratería y los
encauzaba ahora a una vida más productiva en alta mar. La pícara, estafadora y
grandísima actriz podría no haber venido a esta reunión perfectamente, pues le
bastaba con meterse en el papel de Nesma Meziere, una noble adinerada, para
vivir el resto de sus días entre cómodas almohadas, y sin embargo había acudido
para, tal y como deseaba Brandon, dar su apoyo a la causa.
- ¿Y
cuál es el camino que propones, jefe? - preguntó Cedric. Conocía la respuesta
pero el ilusionista le ayudaba así a seguir con su discurso, dando pie a que
explicara sus planes.
El
antiguo bandido sonrió.
- Como
sabéis, desde la muerte del Quincy su banda se ha disuelto y desperdigado por
el mundo, pese a los intentos que ha hecho Ricardo par...
El
ruido de la puerta abriéndose a su espalda interrumpió el discurso del
pelirrojo. Un hombre corpulento, de pelo y barba espesa y marrón apareció tras
el marco de madera y les echó un rápido vistazo a los presentes. Ataviado con
un chaleco de cuero que dejaba ver su ancho torso y un enorme espadón a su
espalda, el guerrero se adentró en la sala hasta posicionarse al otro lado de
la mesa, entre Cedric y Catherine.
-
Buenas noches a todos. - Saludó Ricardo con voz ronca. El habitualmente alegre
ex-soldado mantenía un rostro serio y podía verse que su ánimo estaba por los
suelos. Exhaló un suspiro apesadumbrado como queriendo enfatizar que no estaba
de humor y se sacudió el pelo mojado por la lluvia.
-
¿Buenas noches? ¡Si parece que vengas del funeral de tu abuela! ¿A qué viene
esa cara de perro hervido? - Preguntó la poco sutil Catherine.
- Luego
os lo cuento, no quería interrumpir. Sigue Brandon. - Respondió el guerrero
haciendo ademán para que su jefe siguiera hablando.
- Bien,
en cualquier caso nos alegramos que estés ya de vuelta. Ahora podremos
proseguir la reunión hasta el final. - Asintió Brandon. - Como iba diciendo, la
banda de Quincy se ha desperdigado. Ricardo ha hecho un gran trabajo para
mantener unidos a tantos como ha podido pero la fragmentación y posterior
disolución del imperio criminal que conocíamos es una realidad. - Con un
movimiento repentino dio un golpe en la mesa, sobresaltando a sus oyentes. - Y
nosotros vamos a aprovechar esta situación. Los buscaremos, los encontraremos a
todos y los uniremos bajo un nuevo estandarte, el nuestro. - Hizo una pausa
para tantear los ánimos de la gente. Por ahora iba bien. - No os confundáis. No
estoy hablando de otra banda criminal, no. Ya hay demasiada maldad en este
mundo como para añadir nosotros más sufrimiento. En cambio... podemos
equilibrar la balanza.
Brandon
colocó la pesada bolsa que había traído con él encima la mesa, expuesta bajo
las miradas curiosas del resto. El sonido metálico de su interior les daba
pistas de su contenido pero nadie sabía a ciencia cierta lo que había dentro.
Con movimientos rápidos pero intentando dar una solemnidad a sus actos abrió la
bolsa. De su interior sacó cinco espadas. Asiéndolas con ambas manos las lanzó
al aire, rozaron el techo y cayeron para clavarse en la mesa, frente a cada uno
de sus camaradas.
Henry
me matará por esto, pensó Brandon al ver como la madera oscura de la mesa se
agrietaba y saltaban astillas al clavar
su propia espada frente a él. Las espadas que ahora descansaban bajo sus
miradas eran todas idénticas. Hoja de doble filo con un mango en cruz ribeteado
en azul oscuro. El mango estaba adornado con una inscripción en forma de rayo
que llegaba hasta la hoja y terminaba a la mitad de esta. Acarició el surco que
dibujaba el rayo en la hoja maravillándose de la perfección con la que había
sido forjada.
- No
vamos a abandonar a nuestra gente. - siguió Brandon posando su mano en la
empuñadura. - Los reuniremos bajo nuestro estandarte. El estandarte de los
Espadas de la Tormenta. La mayor compañía mercenaria que se haya creado nunca.
Todas esas almas desgraciadas, a lo ancho y largo de Azeroth, que fueron
explotadas por tipos como Quincy estarán unidas y a salvo. Los alzaremos del
barro en el que nacimos y les conduciremos hacia una vida mejor. Oro, gloria,
aventuras o riesgo, que cada uno elija su motivo por el que vender su espada.
Libres de la mala influencia de crímenes cometidos a diario los hombres
levantarán la cabeza, orgullosos de pertenecer a Espadas de la Tormenta. -
Acarició con el pulgar la pequeña gema azul engastada en la empuñadura. - Y
para ello os necesito a vosotros.
Brandon
dejó que el tiempo pasara lentamente mientras repasaba con la mirada a los
hombres y mujeres que había escogido para ser sus generales.
-
Nuestros hombres serán gente que han vivido toda o casi toda su vida en la
oscuridad. No estarán acostumbrados a la vida del mercenario honrado. Necesitan
líderes fuertes, personas con carácter que les inspiren y sean un modelo a
seguir. - Comprobó contento como algunos rostros se distendían para esbozar una
sonrisa, sintiéndose alagados. -Todos vosotros sois los mejores en vuestros
respectivos campos. No esperaba menos. He elegido a aquellos que creo que
pueden llevar sobre sus espaldas las misiones que les voy a encomendar. - El
mercenario volvió su vista a su izquierda dónde la desafiante mirada de
Catherine se había impregnado de un halo de orgullo. - Catherine, capitana de
los corsarios del navío Sable del Mar. Tú compartes mi punto de vista. Sabes
que el potencial de los hombres es mucho mayor que el de ser unos salteadores o
unos ladrones. Has convertido tu tripulación de piratas borrachos a corsarios
con objetivos menos sanguinarios, aunque me consta que seguís bebiendo igual...
- ¡Y no
dejaremos de hacerlo nunca! - rió la capitana
- No...
Tampoco os lo pido. Lo que quiero de ti es que dirijas a los Espadas de la
Tormenta en el mar. Únete a nosotros y purga los océanos de piratas. Recluta a
más corsarios, crea nuestra flota, tiñe de rojo los mares y de oro nuestras
arcas. Compartimos un mismo ideal. ¿Quieres compartir un mismo destino, hacia
la gloria?
Catherine
no se lo pensó un segundo. Con una sonrisa pícara puso su mano en la empuñadura
de la espada.
- Eres
un cabeza hueca y un archipámpano si crees que voy a quedarme de brazos
cruzados mientras tú inicias una revolución en tierra firme. Monta tu
chiringuito, une a tu gente y condúcela por los caminos. Porque cuando los
Espadas de la Tormenta deban navegar lo harán en mis barcos. -arrancó la espada
de la mesa y la alzó en el aire. - ¡Por los Espadas de la Tormenta!
Brandon
asintió y a continuación miró a su derecha. El gnomo asesino estudiaba el filo
de la espada con curiosidad, pero al sentirse observado volvió su mirada hacia
el mercenario pelirrojo.
-Rheddy...
Sé que no eres partícipe de comprometerte de primeras. Tú más que nadie conoces
el mundo del subterfugio, sus mecanismos intrínsecos, sus tejemanejes en las
sombras. Eres de las personas más sigilosas y sutiles que conozco y siempre
pareces ir dos pasos por delante de todo el mundo. Necesito que seas aquel
maestro que nos instruyó a mí y a mis hermanos. Necesito que seas el maestro de
las sombras de los Espadas de la Tormenta. Une, dirige, controla a los
asesinos. No podemos permitir que vaguen sueltos a la merced de cualquier
hombre como Quincy o Raúl que quieran aprovecharse de ellos. Los Espadas de la
Tormenta necesitan a los asesinos, necesitan a los espías. Y yo necesito tu
consejo.
-
Brandon McAllan... Como bien has dicho no soy gnomo de comprometerse con nada
ni nadie. Mi vida se ha basado en la supervivencia y en buscar y aprovechar las
mejores oportunidades para vivir mejor. Pero he aquí que me ofreces la
oportunidad de enriquecerme por el hecho de hacer lo que siempre he hecho
gratuitamente… controlar el mercado del asesinato. No temas. Si necesitas a
alguien para mantener a la panda de brutos descerebrados en que se ha
convertido últimamente la competencia yo me ocuparé con mucho gusto. No nos
pillarán por la espalda y nunca quedará un secreto que no sepamos. – El gnomo
trató de desclavar la espada de la mesa y al no poder se valió de un cuchillo
para sacarla habilidosamente. La levantó con ambas manos y dijo solemnemente. –Por
los espadas de la Tormenta.
Brandon
asintió aceptando sus palabras de apoyo. Sin duda iban a necesitar a Rheddy. Su
red de contactos era tan inmensa como la de Quincy y siempre parecía estar al
tanto de todo. La gente que subestimaba a los gnomos por su tamaño cometía un
grave error. Volvió su mirada a Elisabeth. La pícara sonreía divertida de la
visión del gnomo levantando una espada que era casi tan grande como él pero
cuando Brandon la llamó por su nombre se volvió seria para escucharle.
-Elisabeth.
Eli… Seguramente no entenderás porque te he pedido que vengas a esta reunión.
Me dirás que no pegas en una banda de mercenarios, que no estás hecha para
comandar grandes tropas. –Brandon esperaba no ofenderla con sus palabras. - Lo cierto
es que tendrías razón. No tendría sentido ponerte al frente de un campo de
batalla. Sabes defenderte, sí, lo reconozco. Pero no posees las dotes de
liderazgo que esperarían los hombres de un comandante. – El mercenario fijó su
vista en los ojos de la actriz quien no es había acobardado por sus duras
palabras. – No… La misión que tengo para ti es otra muy distinta y de igual o
mayor importancia. Los Espadas de la Tormenta tienen un origen sombrío,
reclutaremos a matones y delincuentes. Por ello nos granjearemos enemigos y
hostilidades a muchos niveles. Tú nos protegerás en las altas esferas. Serás
nuestra representante, nuestra embajadora, nuestra espía y divulgadora de
chismes que nos mantendrá dentro de la legalidad y nos apartará de en medio a los
enemigos burocráticos. – Le dedicó una amplia sonrisa. – A esos enemigos solo
puedes enfrentarte tu y necesitamos que lo hagas o no llegaremos a salir de
Ventormenta…
-Desde
luego soy más útil en la corte que en el frente de un campo de batalla. Aunque
hay momentos en los que las batallas que se desarrollan en las cámaras del
castillo harían encogerse al más aguerrido de los combatientes. Son combates de
sutileza y engaño, y en eso soy una maestra. Podéis contar conmigo. – Sacó la
espada de la mesa y la levantó en el aire.- Por los Espadas de la Tormenta.
Brandon
sonrió. Realmente había acertado al elegir a cada uno de ellos. Eran buenos en
sus campos y aún más importante buenas personas, aunque fuera en el fondo.
Necesitaba a gente como ellos si quería triunfar en su propósito. Se fijó en el
hombre frente a él. Cedric le sonreía descaradamente como si ya supiera lo que
iba a decirle. Aunque el mago y el mercenario se habían conocido en bandos
distintos del filo de la daga habían acabado fraguando una amistad duradera. El
ilusionista solía meterse en muchos problemas y antes solían enviar a Brandon a
reclamarle los pagos por los desperfectos. Divertido e imprevisible, Cedric no
tardaba en encandilar los corazones de la gente, aunque ellos mismos no se
dieran cuenta.
-Ya sé
que vas a decir, jefe. – empezó el ilusionista sobreactuando y gesticulando
ampliamente. – Me necesitáis. No podéis hacer nada sin mí. Mi guía y mi talento
os inspiran y sin mi belleza natural estaríais perdidos…
-Sobretodo
natural… - Rió Eli
-No iba
por ahí la cosa… - dijo Brandon ignorando la mirada que le echó Cedric a su
compañera. – Pero sí es cierto que te necesitamos, Cedric. Ya no sólo por tus habilidades
como ilusionista y cómo mago. Sino porque tienes la capacidad de influir en la
gente. Te he visto manipular al más agarrado de los mercaderes para que te
pagara por una bolsa vacía. Te he visto dar una alegría a una madre permitiéndole
ver a su hijo que había partido a la guerra. Tú, con tu magia o sin ella,
afectas a los que están a tu alrededor. Puedes inspirar a nuestros hombres,
puedes llevarlos a unas cotas de honor, fidelidad y orgullo que de otro modo
tardarían vidas en conseguir. No te pido que los manipules. Te pido que les
ayudes a encontrar la versión de ellos mismos que quieren ser en realidad.
-No sé
si puedo hacer todo lo que esperas de mí, jefe. – dijo el mago tras unos
segundos de silencio. – Me pides cosas que no suelo hacer. Pero daré lo mejor
de mí para responder a la confianza que me tienes depositada.- Alzó la espada. –
Por los Espadas de la Tormenta.
Brandon
asintió, seguro de que el mago sería uno de los pilares fundamentales que
ayudarían a su compañía a alcanzar sus cotas más altas. Giró la cabeza a su
izquierda para mirar al hombre al lado de Catherine. Aunque con el tiempo que
llevaba aquí se le había secado el pelo, la cara de preocupación no había desaparecido
del rostro de Ricardo Greenhood.
-Ricardo…
Conocerte a ti ha sido fundamental para encontrar un camino honesto dentro del
mundo turbio en el que nos movemos. Tú nos enseñaste a mí y a mis hermanos que
ser bandido no significa no tener honor. Tú, que has dirigido exitosamente todo
el territorio al sur de Elwyn para Quincy, recabando oro y respetando vidas.
Necesito que hagas aquello que se te da tan bien. Necesito que conduzcas a los
mercenarios, que los entrenes y eduques como hiciste conmigo, que los dirijas
en el campo de batalla. Cuando te hice llamar para que te pusieras al frente
del negocio de Quincy no lo dudaste un momento y viniste a ayudarme. Dime,
amigo, ¿Me ayudarás con esto también?
-Brandon…
Quiero creer en tus intenciones. Quiero creer que el futuro que prometes puede
hacerse realidad. Y por todos los diablos ¡Claro que te ayudaré a conseguirlo!
-Bien.
Entonces…
-Pero
tenemos un problema. – Interrumpió Ricardo. – El motivo que haya llegado tarde
y que nos afecta a todos. Queremos reclutar de nuevo a los chicos de Quincy
pero la justicia ha hecho su movimiento.
-¿A qué
te refieres?- Preguntó Catherine.
-Cuando
me ha llegado la noticia he ido a comprobarlo personalmente. Saldrá mañana en
el periódico pero la guardia ya ha empezado esta noche, para que el golpe sea
más fuerte. – El silencio hacía que el suspense fuera palpable en la
habitación. – Han redactado una ley que endurece los castigos contra los
criminales. Aquellos que sean sospechosos de cometer o haber cometido un crimen
o aquellos sospechosos pertenecer o de haber pertenecido a una organización
criminal serán llevados a los calabozos para interrogar… Los guardias ya
recorren las calles, buscando a los criminales… buscando a la gente de Qunicy.
-¿Cómo
saben quienes formaban parte de la banda de Quincy? ¿Cómo han podido saberlo?
-Por lo
visto uno de los hombres de Raúl fue a ver a la guardia y les entregó unos
papeles dónde aparecen los nombres de todos.
Brandon
maldijo para sus adentros. Recordó el secuaz que por poco le apuñaló en La
Ratonera y su rostro lleno de ira. Por su culpa ahora todos estaban en peligro.
Tenía que actuar y tenía que hacerlo rápido. Dándose la vuelta subió las
escaleras a grandes zancadas seguido por Ricardo y Catherine. Salió fuera de la
ostentosa casa y una vez fuera en la calle se dio cuenta de que se había
desatado una tormenta encima de la ciudad. No importaba, tenía prisa.
Transformó sus huesos en unos más alargados y estilizados y sus músculos
crecieron hasta doblar su tamaño. Le salió pelo por todo el cuerpo y su rostro adopto
unas facciones lupinas. Brandon se puso a cuatro patas en su cuerpo huargen y
saltó a cabalgar la noche, dejando atrás a sus camaradas más lentos.
Con el cielo negro por techo, Brandon corría atravesando la
cortina de lluvia y levantando salpicaduras a su paso con cada charco que
pisaban sus zarpas. Los fríos adoquines amenazaban con hacerle resbalar pero
hasta el momento lo había evitado y había mantenido el equilibrio. Las casas
pasaban veloces a su lado mientras su cuerpo huargen se contorsionaba sacando
el máximo potencial a sus lupinos músculos.
-Has hecho un buen trabajo Elisabeth – dijo Cedric. – Siento
no haber podido decírtelo con más antelación.
-¿Me contarás ahora porque hacemos esto a espaldas de Bran?-
Preguntó la actriz mientras se sentaba con un quejido en el sillón rojo.
Las estrechas callejuelas eran demasiado enrevesadas. Así
nunca los encontraría a tiempo. Necesitaba una visión amplia y el laberinto que
suponía el casco antiguo de noche y encima lloviendo le imposibilitaba la
tarea. Sin detener su carrera se dirigió
al muro que tenía en frente. Pero en vez de estamparse contra la pared, utilizo
las cajas y barriles que contra la misma descansaban para con un par de saltos
llegar a los tejados.
-Pues verás. Los planes del jefe son buenos. – Comentó
Cedric mientras llenaba su copa de un poco del brandy de Quincy. – Pero
dependen demasiado de la buena voluntad de los hombres.
-Pero de eso se trata ¿no? De darles a los hombres una
segunda oportunidad para redimirse de su oscuro pasado.
-Sí y no. – Con una elegante reverencia le entregó una copa
llena a la pícara quien la aceptó sin cambiar su rostro de incertidumbre. – A
los hombres se les puede dar una segunda oportunidad pero no por ello tienen
porque aceptarla.
Un ruido rítmico metálico llamó la atención de Brandon y
frenó su carrera. Medio escondido tras una chimenea se asomó a la calle para
ver el origen del ruido. Era el resonar de las armaduras de una patrulla de
soldados que avanzaban a buen paso en formación por las calles que bordeaban el
canal. En su mano tenían las espadas desenvainadas y la mayoría portaban
cadenas. Debía darse prisa.
-¿A qué te refieres?- Preguntó Elisabeth tomando un sorbo de
su copa
-Los hombres que han vivido en las sombras no suelen querer
salir de ellas. Podemos intentar convencerles uno por uno, ofrecerles oro,
gloria y aventuras, y aun así la mayoría lo rechazarían. Están demasiado
acostumbrados a la mala vida como para dejarla atrás por unas palabras
bonitas.- Imitó a su interlocutora al tomar un trago de su bebida.- No… Se les
debe forzar a tomar la decisión.
Los había encontrado. Tal y como él pensaba la voz había
corrido en la ciudad. Con las puertas de la ciudad cerradas y el puerto y el
tranvía bloqueados, ahora todos los ladronzuelos, asesinos, matones y
carteristas de la ciudad buscaban refugio en el único sitío que creían seguro:
La Ratonera. Los gorilas de Galileo bloqueaban las puertas ante las oleadas de
delincuentes que buscaban refugiarse en el antro. Obviamente La Ratonera no
podía albergar a toda esa multitud pero nadie quería quedarse fuera cuando
llegaran los guardias. Brandon se deslizó como una sombra por los tejados y se
subió al tejadillo de una ventana que lo exponía a todas las miradas.
Necesitaba que lo vieran bien.
-¿Pero no te parece que ha sido… desmesurado? Les ponemos
entra la espada y la pared.
-No. Les ponemos entre la salvación y la prisión
-¡Escuchadme!
¡Silencio! ¡ESCUCHADME! – El grito de Brandon que se había tornado medio
aullido resonó por encima del griterío que formaba la gente. Cuando creyó que
había suficientes miradas centradas en él, habló. - ¡Ladrones! ¡Asesinos!
¡Carteristas! ¡Matones! ¡Os hablo a todos vosotros! ¡Vosotros que vivís en las
sombras, en la parte más baja de la sociedad! ¡A vosotros que os marginan y
desprecian! ¡A vosotros que os persiguen por vuestros actos y oficio! ¡A
vosotros que habéis sido utilizados por hombres malvados para llenarles los
bolsillos! ¡Arriesgando vuestras vidas! ¡Arriesgando vuestra libertad! –
Brandon hizo una pausa para tomar aire. Comprobó satisfecho que ahora todos los
presentes le escuchaban y le miraban con curiosidad. - ¡A vosotros he venido a
hablaros, así que escuchadme! ¡Ya habéis sufrido bastante a costa de otros! ¡Ya
está bien de que os persigan e intenten apresaros! ¡Fuisteis utilizados por hombres
como Quincy Thaulberg, Raúl Cenz y muchos más! ¡Por hombres como esos os habéis
sumido en un mundo de oscuridad, dónde teméis quedaros dormidos, dónde esperáis
la traición del compañero, la muerte del amigo y la desdicha propia cómo algo
natural! ¡Pero yo os digo que hay otro camino! ¡Aún estáis a tiempo! ¡Dejad
atrás el mundo del crimen, permitid que os salve esta noche! ¡Empuñad una
espada y levantaos del barro! ¡Venid conmigo aquellos que busquen cambiar sus
vidas, aquellos que busquen oro, aventuras, emociones y desafíos! ¡Que vengan
conmigo aquellos que quieran sobrevivir a esta noche! – Brandon desenvainó su
espada y la alzó con la punta mirando al cielo a la vez que decía- ¡Venid
conmigo aquellos que quieran pertenecer a los Espadas de la Tormenta!
Un rayo
cruzó el cielo coincidiendo con las palabras del mercenario y casi al instante
un poderoso trueno retumbante ocultó los vítores jubilosos de la marea
mercenaria que gritaba por su libertad.
Brandon
observó satisfecho como la gente empezaba a salir de la Ratonera para seguirle.
Todos gritaban el nombre de “Espadas de la Tormenta” felices y seguros de
saberse a salvo. La Ratonera era una cueva estrecha que había aprovechado
Galileo de las antiguas alcantarillas, pensó Brandon, y ahí no cabían todos.
Sin embargo aún restaban las propias alcantarillas, libres y dispuestas a albergar
a todos los hombres que necesitaran ocultarse. Allí habría sitio para todos.
Luego los iría sacando poco a poco, en pequeños grupos, y los mandaría a
entrenarse con Ricardo. Necesitaba que Elisabeth empezara a trabajar en un
resguardo legal por el que todos esos hombres quedarían exculpados ante la
justicia. Había mucho por hacer pero el líder mercenario sonreía, contento de
ver que su sueño empezaba a cumplirse.
Una vez
más se maravilló de la coincidencia de aquel rayo que había caído justo en el momento
exacto y que había otorgado fuerza y magia a su discurso. Quizás no se habría
impresionado tanto si hubiera visto a un escurridizo gnomo vestido de negro
entregar una bolsa de monedas a un chamán que casualmente pasaba por allí.
Escrito por: Vandante