miércoles, 6 de mayo de 2015

Brandon McAllan - Espadas de la Tormenta

Era noche cerrada en la adusta ciudad de Ventormenta. Bajo las titilantes estrellas una figura encapuchada se dirigía a la que ahora era su casa. Brandon llamó a la puerta; que tuviera las llaves no significaba que no disfrutara haciendo trabajar a Henry el mayordomo. La mueca reprimida del sirviente que acababa de ser despertado era todo un cuadro, muy divertido de admirar. Esta vez, sin embargo, le abrió sin la bata de dormir habitual. Aún llevaba puesto su uniforme de sirviente.

- ¿Se ha vuelto a olvidar las llaves, señor?

- Si Henry. No sé dónde meto la cabeza últimamente. - respondió el mercenario ocultando la sonrisa de su rostro y entrando en casa. - ¿Han llegado las visitas?

- Sí, señor. Le agradecería que la próxima vez me avisara si va a haber visitas. Me temo que la señorita Meziere puede haberse ofendido por haberla recibido sin estar propiamente vestido.

- No te preocupes. Elisabeth no se habrá ofendido. ¿Está Ricardo en casa?

- Me temo que no, señor. Maese Greenhood salió esta mañana con mucha prisa y aún no ha vuelto. No dijo a dónde iba.- dijo anticipándose a la pregunta de su señor.

- ¿Dónde están ahora las visitas? - preguntó mientras colgaba la capa en el perchero de la pared.

- Ofrecí que esperaran en la sala de estar pero insistieron en esperarle en la sala de reuniones.

Brandon asintió con la cabeza agradeciendo el servicio a Henry. Mientras caminaba por los pasillos de la antigua casa de Quincy y bajaba las escaleras que llevaban al sótano que servía de sala de reuniones, el pelirrojo mercenario no podía dejar de pensar que esa era una noche especial, el principio de un nuevo camino. La tarea que estaba por emprender era monumental pero las bases que decidirían si tendría éxito o fracasaría serían puestas esa noche. Colocándose bien el parche sobre el ojo izquierdo entró en la sala. Allí le esperaban aquellos que él había elegido para que le ayudaran en su misión. Los hombres y mujeres a los que les confiaría su vida. Nada más entrar, el grito de Catherine le hizo ponerse en guardia. Su potente voz era de gran utilidad en abordajes de alta mar pero cuando se trataba de pasar desapercibido no tanto.

- ¡Por fin ha llegado! - Exclamó la capitana corsaria levantándose de la silla y quitando los pies de la mesa. Llevaba una blusa ceñida de cintura que revelaba un generoso escote, aunque quedaba parcialmente oculto por la casaca que llevaba sobre los hombros. Un florete colgaba de su cintura y en su cabeza vestía un gran sombrero negro. - Ya era hora. Cómo te gusta hacernos esperar, Bran.

- Sólo hace cuatro minutos tarde. - contestó Cedric cerrando su reloj de bolsillo desde un rincón de la sala. Hoy había aparecido con la forma de un chico joven, castaño y escuálido pero no por ello menos atractivo. Vestía pulcramente y una espada pendía de su cinto. Se había adueñado de un sillón tapizado en rojo desde dónde le hablaba a la corsaria sacudiendo una copa de coñac. -Aunque a ti se te hiciera eterno.

- ¿Que quieres decir, rata de cloaca? Habla claro si te diriges a mí.

- Nada, preciosa. Sólo que hay más hombres en esta sala a parte de nuestro querido jefe. - Dijo el ilusionista con esbozando una sonrisa pícara.

- Antes me dejaba penetrar por un cangrejo que dejarme tocar por tus pervertidas manos. - respondió Cath entrecerrando los párpados y bajando el tono.

- Ya somos dos, querida. - Dijo Elisabeth desde la otra punta de la sala. Había dejado los ropajes de noble sobre una silla detrás suyo y ahora aparecía con la ropa cómoda de un joven ladronzuelo: un pantalón de cuero ceñido, botas altas, una sencilla camisa cubierta por un chaleco de cuero. - Sus habilidades transformantes son útiles, lo reconozco. Pero dan un poco de repelús. - dijo la pícara estremeciéndose.

- Sois ambas mujeres crueles. - Se quejó el ilusionista. - Jefe, ¿de verdad tenemos que trabajar con estas dos arpías? Pueden ser peligrosas...

- Aquí el único que corre peligro eres tú, Nevado. - Dijo Rheddy desde la estantería en la que estaba sentado. El gnomo asesino se había ocultado tan bien en las sombras que a Brandon le había costado localizarlo cuando habló. Ahora jugaba con un pequeño cuchillo mientras le hablaba al mago- Te recuerdo que aún estás endeudado y cada día que pasa la deuda crece. Y crece. Y sigue creciendo...

- Ya lo pillo. No hace falta regodearse de la mala suerte de los otros

- No hace falta, pero es la mar de divertido.

- Me alegra ver que estáis de buen humor. - Dijo Brandon mientras se acercaba a la mesa central que ocupaba gran parte de la sala. Dejó sobre la mesa una gran bolsa que había traído con él con un pesado sonido metálico. - Acercaos, sentaos alrededor de la mesa.

El grupo se acercó hasta formar un círculo, todos mirando a su jefe y esperando órdenes. Aunque el ambiente había sido distendido hasta el momento, una leve tensión se apoderó de la cámara y sus ocupantes. Miraban a la bolsa y al mercenario expectantes y curiosos.

- Sabéis porque estáis aquí. -Comenzó Brandon. Todos asintieron, ya les había explicado a cada uno sus intenciones. - Vivimos en un mundo lleno de crímenes y horrores, dónde la maldad se arraiga en las personas desde su tierna infancia. Vivimos en un mundo dónde el conflicto y el miedo se nutren de la desesperación de la gente y quienes terminan pagando el precio más alto son los que no pueden defenderse por sí solos. - Hizo una pausa para observar las reacciones de sus camaradas. De momento todos permanecían solemnes ante sus palabras. - ¿Digo yo, que ya es hora de sacar tajada de esta situación, no?

Rheddy sonrió a su derecha, cualquier actividad que le produjera beneficios comerciales sería bien defendida por el gnomo. Cedric también esbozó una media sonrisa pero ni Catherine ni Elisabeth respondieron.

- Hemos estado demasiado tiempo en la sombra... - continuó Brandon. - Hemos sido títeres en unas manos obesas con el único objetivo de llenar los bolsillos de otros. Todos nosotros hemos sido utilizados durante demasiado tiempo y esto cambiará a partir de ahora. Ya hemos cortado los hilos, solo debemos escoger el camino por el que andaremos a partir de ahora. - Brandon ponía en cada palabra el sentimiento y la pasión que lo habían movido durante todo este tiempo, intentando transmitir a sus compañeros parte de estas emociones.

Tanto Cath como Eli asintieron esta vez. Ambas sabían lo que era sentirse utilizadas y ahora que se habían liberado no iban a pasar por lo mismo otra vez. La capitana corsaria había liberado su gente del yugo de la piratería y los encauzaba ahora a una vida más productiva en alta mar. La pícara, estafadora y grandísima actriz podría no haber venido a esta reunión perfectamente, pues le bastaba con meterse en el papel de Nesma Meziere, una noble adinerada, para vivir el resto de sus días entre cómodas almohadas, y sin embargo había acudido para, tal y como deseaba Brandon, dar su apoyo a la causa.

- ¿Y cuál es el camino que propones, jefe? - preguntó Cedric. Conocía la respuesta pero el ilusionista le ayudaba así a seguir con su discurso, dando pie a que explicara sus planes.

El antiguo bandido sonrió.

- Como sabéis, desde la muerte del Quincy su banda se ha disuelto y desperdigado por el mundo, pese a los intentos que ha hecho Ricardo par...

El ruido de la puerta abriéndose a su espalda interrumpió el discurso del pelirrojo. Un hombre corpulento, de pelo y barba espesa y marrón apareció tras el marco de madera y les echó un rápido vistazo a los presentes. Ataviado con un chaleco de cuero que dejaba ver su ancho torso y un enorme espadón a su espalda, el guerrero se adentró en la sala hasta posicionarse al otro lado de la mesa, entre Cedric y Catherine.

- Buenas noches a todos. - Saludó Ricardo con voz ronca. El habitualmente alegre ex-soldado mantenía un rostro serio y podía verse que su ánimo estaba por los suelos. Exhaló un suspiro apesadumbrado como queriendo enfatizar que no estaba de humor y se sacudió el pelo mojado por la lluvia.

- ¿Buenas noches? ¡Si parece que vengas del funeral de tu abuela! ¿A qué viene esa cara de perro hervido? - Preguntó la poco sutil Catherine.

- Luego os lo cuento, no quería interrumpir. Sigue Brandon. - Respondió el guerrero haciendo ademán para que su jefe siguiera hablando.

- Bien, en cualquier caso nos alegramos que estés ya de vuelta. Ahora podremos proseguir la reunión hasta el final. - Asintió Brandon. - Como iba diciendo, la banda de Quincy se ha desperdigado. Ricardo ha hecho un gran trabajo para mantener unidos a tantos como ha podido pero la fragmentación y posterior disolución del imperio criminal que conocíamos es una realidad. - Con un movimiento repentino dio un golpe en la mesa, sobresaltando a sus oyentes. - Y nosotros vamos a aprovechar esta situación. Los buscaremos, los encontraremos a todos y los uniremos bajo un nuevo estandarte, el nuestro. - Hizo una pausa para tantear los ánimos de la gente. Por ahora iba bien. - No os confundáis. No estoy hablando de otra banda criminal, no. Ya hay demasiada maldad en este mundo como para añadir nosotros más sufrimiento. En cambio... podemos equilibrar la balanza.

Brandon colocó la pesada bolsa que había traído con él encima la mesa, expuesta bajo las miradas curiosas del resto. El sonido metálico de su interior les daba pistas de su contenido pero nadie sabía a ciencia cierta lo que había dentro. Con movimientos rápidos pero intentando dar una solemnidad a sus actos abrió la bolsa. De su interior sacó cinco espadas. Asiéndolas con ambas manos las lanzó al aire, rozaron el techo y cayeron para clavarse en la mesa, frente a cada uno de sus camaradas.

Henry me matará por esto, pensó Brandon al ver como la madera oscura de la mesa se agrietaba  y saltaban astillas al clavar su propia espada frente a él. Las espadas que ahora descansaban bajo sus miradas eran todas idénticas. Hoja de doble filo con un mango en cruz ribeteado en azul oscuro. El mango estaba adornado con una inscripción en forma de rayo que llegaba hasta la hoja y terminaba a la mitad de esta. Acarició el surco que dibujaba el rayo en la hoja maravillándose de la perfección con la que había sido forjada.

- No vamos a abandonar a nuestra gente. - siguió Brandon posando su mano en la empuñadura. - Los reuniremos bajo nuestro estandarte. El estandarte de los Espadas de la Tormenta. La mayor compañía mercenaria que se haya creado nunca. Todas esas almas desgraciadas, a lo ancho y largo de Azeroth, que fueron explotadas por tipos como Quincy estarán unidas y a salvo. Los alzaremos del barro en el que nacimos y les conduciremos hacia una vida mejor. Oro, gloria, aventuras o riesgo, que cada uno elija su motivo por el que vender su espada. Libres de la mala influencia de crímenes cometidos a diario los hombres levantarán la cabeza, orgullosos de pertenecer a Espadas de la Tormenta. - Acarició con el pulgar la pequeña gema azul engastada en la empuñadura. - Y para ello os necesito a vosotros.

Brandon dejó que el tiempo pasara lentamente mientras repasaba con la mirada a los hombres y mujeres que había escogido para ser sus generales.

- Nuestros hombres serán gente que han vivido toda o casi toda su vida en la oscuridad. No estarán acostumbrados a la vida del mercenario honrado. Necesitan líderes fuertes, personas con carácter que les inspiren y sean un modelo a seguir. - Comprobó contento como algunos rostros se distendían para esbozar una sonrisa, sintiéndose alagados. -Todos vosotros sois los mejores en vuestros respectivos campos. No esperaba menos. He elegido a aquellos que creo que pueden llevar sobre sus espaldas las misiones que les voy a encomendar. - El mercenario volvió su vista a su izquierda dónde la desafiante mirada de Catherine se había impregnado de un halo de orgullo. - Catherine, capitana de los corsarios del navío Sable del Mar. Tú compartes mi punto de vista. Sabes que el potencial de los hombres es mucho mayor que el de ser unos salteadores o unos ladrones. Has convertido tu tripulación de piratas borrachos a corsarios con objetivos menos sanguinarios, aunque me consta que seguís bebiendo igual...

- ¡Y no dejaremos de hacerlo nunca! - rió la capitana

- No... Tampoco os lo pido. Lo que quiero de ti es que dirijas a los Espadas de la Tormenta en el mar. Únete a nosotros y purga los océanos de piratas. Recluta a más corsarios, crea nuestra flota, tiñe de rojo los mares y de oro nuestras arcas. Compartimos un mismo ideal. ¿Quieres compartir un mismo destino, hacia la gloria?

Catherine no se lo pensó un segundo. Con una sonrisa pícara puso su mano en la empuñadura de la espada.

- Eres un cabeza hueca y un archipámpano si crees que voy a quedarme de brazos cruzados mientras tú inicias una revolución en tierra firme. Monta tu chiringuito, une a tu gente y condúcela por los caminos. Porque cuando los Espadas de la Tormenta deban navegar lo harán en mis barcos. -arrancó la espada de la mesa y la alzó en el aire. - ¡Por los Espadas de la Tormenta!

Brandon asintió y a continuación miró a su derecha. El gnomo asesino estudiaba el filo de la espada con curiosidad, pero al sentirse observado volvió su mirada hacia el mercenario pelirrojo.

-Rheddy... Sé que no eres partícipe de comprometerte de primeras. Tú más que nadie conoces el mundo del subterfugio, sus mecanismos intrínsecos, sus tejemanejes en las sombras. Eres de las personas más sigilosas y sutiles que conozco y siempre pareces ir dos pasos por delante de todo el mundo. Necesito que seas aquel maestro que nos instruyó a mí y a mis hermanos. Necesito que seas el maestro de las sombras de los Espadas de la Tormenta. Une, dirige, controla a los asesinos. No podemos permitir que vaguen sueltos a la merced de cualquier hombre como Quincy o Raúl que quieran aprovecharse de ellos. Los Espadas de la Tormenta necesitan a los asesinos, necesitan a los espías. Y yo necesito tu consejo.

- Brandon McAllan... Como bien has dicho no soy gnomo de comprometerse con nada ni nadie. Mi vida se ha basado en la supervivencia y en buscar y aprovechar las mejores oportunidades para vivir mejor. Pero he aquí que me ofreces la oportunidad de enriquecerme por el hecho de hacer lo que siempre he hecho gratuitamente… controlar el mercado del asesinato. No temas. Si necesitas a alguien para mantener a la panda de brutos descerebrados en que se ha convertido últimamente la competencia yo me ocuparé con mucho gusto. No nos pillarán por la espalda y nunca quedará un secreto que no sepamos. – El gnomo trató de desclavar la espada de la mesa y al no poder se valió de un cuchillo para sacarla habilidosamente. La levantó con ambas manos y dijo solemnemente. –Por los espadas de la Tormenta.

Brandon asintió aceptando sus palabras de apoyo. Sin duda iban a necesitar a Rheddy. Su red de contactos era tan inmensa como la de Quincy y siempre parecía estar al tanto de todo. La gente que subestimaba a los gnomos por su tamaño cometía un grave error. Volvió su mirada a Elisabeth. La pícara sonreía divertida de la visión del gnomo levantando una espada que era casi tan grande como él pero cuando Brandon la llamó por su nombre se volvió seria para escucharle.

-Elisabeth. Eli… Seguramente no entenderás porque te he pedido que vengas a esta reunión. Me dirás que no pegas en una banda de mercenarios, que no estás hecha para comandar grandes tropas. –Brandon esperaba no ofenderla con sus palabras. - Lo cierto es que tendrías razón. No tendría sentido ponerte al frente de un campo de batalla. Sabes defenderte, sí, lo reconozco. Pero no posees las dotes de liderazgo que esperarían los hombres de un comandante. – El mercenario fijó su vista en los ojos de la actriz quien no es había acobardado por sus duras palabras. – No… La misión que tengo para ti es otra muy distinta y de igual o mayor importancia. Los Espadas de la Tormenta tienen un origen sombrío, reclutaremos a matones y delincuentes. Por ello nos granjearemos enemigos y hostilidades a muchos niveles. Tú nos protegerás en las altas esferas. Serás nuestra representante, nuestra embajadora, nuestra espía y divulgadora de chismes que nos mantendrá dentro de la legalidad y nos apartará de en medio a los enemigos burocráticos. – Le dedicó una amplia sonrisa. – A esos enemigos solo puedes enfrentarte tu y necesitamos que lo hagas o no llegaremos a salir de Ventormenta…

-Desde luego soy más útil en la corte que en el frente de un campo de batalla. Aunque hay momentos en los que las batallas que se desarrollan en las cámaras del castillo harían encogerse al más aguerrido de los combatientes. Son combates de sutileza y engaño, y en eso soy una maestra. Podéis contar conmigo. – Sacó la espada de la mesa y la levantó en el aire.- Por los Espadas de la Tormenta.

Brandon sonrió. Realmente había acertado al elegir a cada uno de ellos. Eran buenos en sus campos y aún más importante buenas personas, aunque fuera en el fondo. Necesitaba a gente como ellos si quería triunfar en su propósito. Se fijó en el hombre frente a él. Cedric le sonreía descaradamente como si ya supiera lo que iba a decirle. Aunque el mago y el mercenario se habían conocido en bandos distintos del filo de la daga habían acabado fraguando una amistad duradera. El ilusionista solía meterse en muchos problemas y antes solían enviar a Brandon a reclamarle los pagos por los desperfectos. Divertido e imprevisible, Cedric no tardaba en encandilar los corazones de la gente, aunque ellos mismos no se dieran cuenta.

-Ya sé que vas a decir, jefe. – empezó el ilusionista sobreactuando y gesticulando ampliamente. – Me necesitáis. No podéis hacer nada sin mí. Mi guía y mi talento os inspiran y sin mi belleza natural estaríais perdidos…

-Sobretodo natural… - Rió Eli

-No iba por ahí la cosa… - dijo Brandon ignorando la mirada que le echó Cedric a su compañera. – Pero sí es cierto que te necesitamos, Cedric. Ya no sólo por tus habilidades como ilusionista y cómo mago. Sino porque tienes la capacidad de influir en la gente. Te he visto manipular al más agarrado de los mercaderes para que te pagara por una bolsa vacía. Te he visto dar una alegría a una madre permitiéndole ver a su hijo que había partido a la guerra. Tú, con tu magia o sin ella, afectas a los que están a tu alrededor. Puedes inspirar a nuestros hombres, puedes llevarlos a unas cotas de honor, fidelidad y orgullo que de otro modo tardarían vidas en conseguir. No te pido que los manipules. Te pido que les ayudes a encontrar la versión de ellos mismos que quieren ser en realidad.

-No sé si puedo hacer todo lo que esperas de mí, jefe. – dijo el mago tras unos segundos de silencio. – Me pides cosas que no suelo hacer. Pero daré lo mejor de mí para responder a la confianza que me tienes depositada.- Alzó la espada. – Por los Espadas de la Tormenta.

Brandon asintió, seguro de que el mago sería uno de los pilares fundamentales que ayudarían a su compañía a alcanzar sus cotas más altas. Giró la cabeza a su izquierda para mirar al hombre al lado de Catherine. Aunque con el tiempo que llevaba aquí se le había secado el pelo, la cara de preocupación no había desaparecido del rostro de Ricardo Greenhood.

-Ricardo… Conocerte a ti ha sido fundamental para encontrar un camino honesto dentro del mundo turbio en el que nos movemos. Tú nos enseñaste a mí y a mis hermanos que ser bandido no significa no tener honor. Tú, que has dirigido exitosamente todo el territorio al sur de Elwyn para Quincy, recabando oro y respetando vidas. Necesito que hagas aquello que se te da tan bien. Necesito que conduzcas a los mercenarios, que los entrenes y eduques como hiciste conmigo, que los dirijas en el campo de batalla. Cuando te hice llamar para que te pusieras al frente del negocio de Quincy no lo dudaste un momento y viniste a ayudarme. Dime, amigo, ¿Me ayudarás con esto también?

-Brandon… Quiero creer en tus intenciones. Quiero creer que el futuro que prometes puede hacerse realidad. Y por todos los diablos ¡Claro que te ayudaré a conseguirlo!

-Bien. Entonces…

-Pero tenemos un problema. – Interrumpió Ricardo. – El motivo que haya llegado tarde y que nos afecta a todos. Queremos reclutar de nuevo a los chicos de Quincy pero la justicia ha hecho su movimiento.

-¿A qué te refieres?- Preguntó Catherine.

-Cuando me ha llegado la noticia he ido a comprobarlo personalmente. Saldrá mañana en el periódico pero la guardia ya ha empezado esta noche, para que el golpe sea más fuerte. – El silencio hacía que el suspense fuera palpable en la habitación. – Han redactado una ley que endurece los castigos contra los criminales. Aquellos que sean sospechosos de cometer o haber cometido un crimen o aquellos sospechosos pertenecer o de haber pertenecido a una organización criminal serán llevados a los calabozos para interrogar… Los guardias ya recorren las calles, buscando a los criminales… buscando a la gente de Qunicy.

-¿Cómo saben quienes formaban parte de la banda de Quincy? ¿Cómo han podido saberlo?

-Por lo visto uno de los hombres de Raúl fue a ver a la guardia y les entregó unos papeles dónde aparecen los nombres de todos.

Brandon maldijo para sus adentros. Recordó el secuaz que por poco le apuñaló en La Ratonera y su rostro lleno de ira. Por su culpa ahora todos estaban en peligro. Tenía que actuar y tenía que hacerlo rápido. Dándose la vuelta subió las escaleras a grandes zancadas seguido por Ricardo y Catherine. Salió fuera de la ostentosa casa y una vez fuera en la calle se dio cuenta de que se había desatado una tormenta encima de la ciudad. No importaba, tenía prisa. Transformó sus huesos en unos más alargados y estilizados y sus músculos crecieron hasta doblar su tamaño. Le salió pelo por todo el cuerpo y su rostro adopto unas facciones lupinas. Brandon se puso a cuatro patas en su cuerpo huargen y saltó a cabalgar la noche, dejando atrás a sus camaradas más lentos.

Con el cielo negro por techo, Brandon corría atravesando la cortina de lluvia y levantando salpicaduras a su paso con cada charco que pisaban sus zarpas. Los fríos adoquines amenazaban con hacerle resbalar pero hasta el momento lo había evitado y había mantenido el equilibrio. Las casas pasaban veloces a su lado mientras su cuerpo huargen se contorsionaba sacando el máximo potencial a sus lupinos músculos.

-Has hecho un buen trabajo Elisabeth – dijo Cedric. – Siento no haber podido decírtelo con más antelación.

-¿Me contarás ahora porque hacemos esto a espaldas de Bran?- Preguntó la actriz mientras se sentaba con un quejido en el sillón rojo.

Las estrechas callejuelas eran demasiado enrevesadas. Así nunca los encontraría a tiempo. Necesitaba una visión amplia y el laberinto que suponía el casco antiguo de noche y encima lloviendo le imposibilitaba la tarea.  Sin detener su carrera se dirigió al muro que tenía en frente. Pero en vez de estamparse contra la pared, utilizo las cajas y barriles que contra la misma descansaban para con un par de saltos llegar a los tejados.

-Pues verás. Los planes del jefe son buenos. – Comentó Cedric mientras llenaba su copa de un poco del brandy de Quincy. – Pero dependen demasiado de la buena voluntad de los hombres.

-Pero de eso se trata ¿no? De darles a los hombres una segunda oportunidad para redimirse de su oscuro pasado.

-Sí y no. – Con una elegante reverencia le entregó una copa llena a la pícara quien la aceptó sin cambiar su rostro de incertidumbre. – A los hombres se les puede dar una segunda oportunidad pero no por ello tienen porque aceptarla.

Un ruido rítmico metálico llamó la atención de Brandon y frenó su carrera. Medio escondido tras una chimenea se asomó a la calle para ver el origen del ruido. Era el resonar de las armaduras de una patrulla de soldados que avanzaban a buen paso en formación por las calles que bordeaban el canal. En su mano tenían las espadas desenvainadas y la mayoría portaban cadenas. Debía darse prisa.

-¿A qué te refieres?- Preguntó Elisabeth tomando un sorbo de su copa

-Los hombres que han vivido en las sombras no suelen querer salir de ellas. Podemos intentar convencerles uno por uno, ofrecerles oro, gloria y aventuras, y aun así la mayoría lo rechazarían. Están demasiado acostumbrados a la mala vida como para dejarla atrás por unas palabras bonitas.- Imitó a su interlocutora al tomar un trago de su bebida.- No… Se les debe forzar a tomar la decisión.

Los había encontrado. Tal y como él pensaba la voz había corrido en la ciudad. Con las puertas de la ciudad cerradas y el puerto y el tranvía bloqueados, ahora todos los ladronzuelos, asesinos, matones y carteristas de la ciudad buscaban refugio en el único sitío que creían seguro: La Ratonera. Los gorilas de Galileo bloqueaban las puertas ante las oleadas de delincuentes que buscaban refugiarse en el antro. Obviamente La Ratonera no podía albergar a toda esa multitud pero nadie quería quedarse fuera cuando llegaran los guardias. Brandon se deslizó como una sombra por los tejados y se subió al tejadillo de una ventana que lo exponía a todas las miradas. Necesitaba que lo vieran bien.

-¿Pero no te parece que ha sido… desmesurado? Les ponemos entra la espada y la pared.

-No. Les ponemos entre la salvación y la prisión

-¡Escuchadme! ¡Silencio! ¡ESCUCHADME! – El grito de Brandon que se había tornado medio aullido resonó por encima del griterío que formaba la gente. Cuando creyó que había suficientes miradas centradas en él, habló. - ¡Ladrones! ¡Asesinos! ¡Carteristas! ¡Matones! ¡Os hablo a todos vosotros! ¡Vosotros que vivís en las sombras, en la parte más baja de la sociedad! ¡A vosotros que os marginan y desprecian! ¡A vosotros que os persiguen por vuestros actos y oficio! ¡A vosotros que habéis sido utilizados por hombres malvados para llenarles los bolsillos! ¡Arriesgando vuestras vidas! ¡Arriesgando vuestra libertad! – Brandon hizo una pausa para tomar aire. Comprobó satisfecho que ahora todos los presentes le escuchaban y le miraban con curiosidad. - ¡A vosotros he venido a hablaros, así que escuchadme! ¡Ya habéis sufrido bastante a costa de otros! ¡Ya está bien de que os persigan e intenten apresaros! ¡Fuisteis utilizados por hombres como Quincy Thaulberg, Raúl Cenz y muchos más! ¡Por hombres como esos os habéis sumido en un mundo de oscuridad, dónde teméis quedaros dormidos, dónde esperáis la traición del compañero, la muerte del amigo y la desdicha propia cómo algo natural! ¡Pero yo os digo que hay otro camino! ¡Aún estáis a tiempo! ¡Dejad atrás el mundo del crimen, permitid que os salve esta noche! ¡Empuñad una espada y levantaos del barro! ¡Venid conmigo aquellos que busquen cambiar sus vidas, aquellos que busquen oro, aventuras, emociones y desafíos! ¡Que vengan conmigo aquellos que quieran sobrevivir a esta noche! – Brandon desenvainó su espada y la alzó con la punta mirando al cielo a la vez que decía- ¡Venid conmigo aquellos que quieran pertenecer a los Espadas de la Tormenta!

Un rayo cruzó el cielo coincidiendo con las palabras del mercenario y casi al instante un poderoso trueno retumbante ocultó los vítores jubilosos de la marea mercenaria que gritaba por su libertad.

Brandon observó satisfecho como la gente empezaba a salir de la Ratonera para seguirle. Todos gritaban el nombre de “Espadas de la Tormenta” felices y seguros de saberse a salvo. La Ratonera era una cueva estrecha que había aprovechado Galileo de las antiguas alcantarillas, pensó Brandon, y ahí no cabían todos. Sin embargo aún restaban las propias alcantarillas, libres y dispuestas a albergar a todos los hombres que necesitaran ocultarse. Allí habría sitio para todos. Luego los iría sacando poco a poco, en pequeños grupos, y los mandaría a entrenarse con Ricardo. Necesitaba que Elisabeth empezara a trabajar en un resguardo legal por el que todos esos hombres quedarían exculpados ante la justicia. Había mucho por hacer pero el líder mercenario sonreía, contento de ver que su sueño empezaba a cumplirse.


Una vez más se maravilló de la coincidencia de aquel rayo que había caído justo en el momento exacto y que había otorgado fuerza y magia a su discurso. Quizás no se habría impresionado tanto si hubiera visto a un escurridizo gnomo vestido de negro entregar una bolsa de monedas a un chamán que casualmente pasaba por allí.
                                                                                                                                                                             Escrito por: Vandante