lunes, 27 de abril de 2015

La Orden 2.0 - La espera.


La reunión había terminado siendo aquello que todo el mundo sabía, temía pero no deseaba. Tan solo el primer tema a tratar había levantado los más profundos resentimientos entre algunos de los que asistían tanto de representantes como miembros del grupo. Los presentes no tardaron en abandonar la sala temiendo que su estancia allí sería más larga de lo que presuponían en un primer momento, pensando principalmente en como colmar la espera de los dos días hasta que tuviera lugar la reanudación del evento. La tarde arropó aquellas tierras rápidamente cubriendo el horizonte con un hermoso atardecer que tiñó el cielo de vetas anaranjadas.

Garrett se adentró en su habitación tras haber puesto fin a varias horas de coloquio con su viejo amigo Strang. Intentó reflexionar a partir de los numerosos hechos que habían tenido lugar esa misma mañana, además de las sabias palabras que el cruzado le había brindado. El caminante depositó el pesado libro apodado como ''Diario de Caleb'' sobre el gran escritorio de madera para examinarlo detenidamente más tarde. Se quitó las botas para no estropear el delicado enmoquetado granate que cubría la gran estancia de invitados en la que permanecería los días hasta que concluyera la reunión, mientras miraba a su alrededor sobrecogido por el dispendio que debía haber supuesto el simple hecho de adecentar esa única habitación. La vida de los Caminantes era mucho más austera de lo que cualquier Doe pudiera llegar a comprender. Quizás era precisamente por eso que eran pocos los que elegían ese camino decantándose más por una vida de comodidad y dicha.

Garrett se deshizo de la ajustada e incómoda camisa que portaba, mientras recorría la sala recogiendo algunas de sus pertenencias sintiendo como en cada paso el suave suelo acariciaba sus pies descalzos. Se detuvo unos segundos ante un gran espejo ovalado con el marco de bronce con flores talladas alrededor de éste, que se encontraba junto al armario. El caminante miró la gran cicatriz que se ubicaba en su abdomen, recordando entonces lo ocurrido meses atrás, y como tanto Ireli como su, en aquella línea temporal, joven madre Beatrice, lograron salvarlo de una muerte segura cuando un afilado hierro atravesaba su cuerpo. Ahora el tiempo había pasado, sin embargo esa marca era la señal de que había fallado a los suyos una vez mas, ya que aunque el corrió la suerte de salvarse hubieron otros que sufrieron un destino peor, entre ellos el joven Lionell.

Varios golpes se oyeron en la puerta arrancando a Garrett de sus pensamientos.
-Adelante, está abierta.-gritó mientras tomaba una camisa blanca holgada para vestirse.

Azurin entró cautelosamente a la habitación, caminando delicadamente como si su figura flotara hasta tomar asiento en el borde de la mullida cama del caminante.


-Lo siento Azurin, pero no estoy para regañinas.-dijo Garrett mientras colocaba un par de prendas en el interior del amplio ropero.
-No vengo a espetarte nada. Después de todo eres el líder del grupo, sabes que...
-No vengas con esas, eso nunca te ha detenido para decirme aquello que piensas.
-Lo sé.-sonrió la elfa.- pero es mi deber alentarte en tus decisiones por erróneas que sean. Quizás sea la única forma de que aprendas, errando.
-¿De qué estás hablando?-preguntó el caminante que sospechaba que la elfa guardaba lo que realmente pretendía mostrar.- Ve al grano, estoy agotado del día de hoy, y aún tengo que encargarme de rellenar unos pergaminos con el resto de los asuntos a tratar en la reunión. Además no creo que me vayas a decir nada que no me hayan dicho ya Marther y Khaden.
-Garrett, ¿Estás seguro de lo que estás haciendo?-preguntó la elfa poniéndose en pie observando como su compañero hacía sus tareas sin reparar apenas en su presencia.
-¿Te refieres al asunto de la Orden?- se aseguró Garrett.- Claro que lo estoy.
-¿Realmente crees que es adecuado actuar guiado por el rencor?- preguntó Azurin en lo que fue casi un susurro entrecortado.
-No todos tenemos la piel de un oso para protegernos de los golpes que recibamos Azurin.
-No entiendo tu respuesta Garrett.-mintió sabiendo que el caminante se refería a su serenidad y saber estar innato.-pero sé que es lo que te mueve a actuar, y te conozco lo suficiente como para saber que todo esto terminará por consumirte.
-Azurin, no guardo rencor a la Orden si es lo que te preocupa.-respondió el caminante mientras se fijaba por primera vez en la druida dejando lo que hacía a un lado y apoyándose en la mesa.
-Sé que no les has perdonado lo que hicieron a...Nizdorni.-añadió la elfa con la voz temblorosa.
-Te equivocas.-respondió el caminante rotundamente.- Nizdorni se estaba corrompiendo y yo no quise verlo.-confesó.- Pensé que aún habría algo que pudiéramos hacer... que lograríamos salvarla. Ellos hicieron aquello que debía haber hecho yo mismo.- suspiró el caminante.- Eso no quita que las formas no fueran las adecuadas, pero no les guardo rencor por ello. Tuvieron las agallas que yo no tuve.
-Entonces...-la elfa analizó detenidamente los ojos claros de su compañero mientras recitaba sus palabras.- Lo que sientes es... remordimiento...
-No quiero continuar hablando de esto Azurin.
-Lo comprendo, aún así no entiendo tu afán por destruir al grupo. Sabes que Nizdorni dio vida a la Orden tal y como hizo con nosotros. ¿Qué crees que pensaría si estuviese viva? ¿No crees que su legado sería que aquello que creó siguiese adelante?- preguntó la elfa con cuidado de no exaltar al caminante.
-Nizdorni ya no está aquí Azurin.- respondió fríamente el humano mientras volvía a dar la espalda a la elfa apoyando sus brazos en el escritorio.- Y te guste o no ahora soy yo quien decide que es lo mejor para todos...
-Garrett no puedes...
-¡Maldita sea Azurin!- gritó el caminante mientras daba un golpe en la madera con su puño sobresaltando a la druida.- ¡¿Cuánta gente más tiene que morir antes de que os deis cuenta?!
La pregunta rasgó el interior de la elfa que se tambaleó levemente acordándose de lo que le ocurrió a su hija Isnalar.
-¡Vi en tus propios ojos reflejados el dolor que sufriste tras la pérdida de tu hija!-exclamó Garrett.- ¡Viví contigo cada segundo que pasó hasta que superaste su pérdida!...¡Y qué hay de Strang!¡O de la misma Alice! ¡¿Es qué nadie piensa en eso?! ¡¿Ya se os ha olvidado a todos?!
Azurin se estremeció preguntándose si tanto ella como el resto realmente habrían superado u olvidados tan fácilmente las numerosas pérdidas de las que el caminante hablaba.
-Lo siento Azurin pero no voy a pasar por lo que tu pasaste, no perderé a mi hijo.
-Lo... comprendo Garrett.- Azurin se puso en pie dolida manteniendo el semblante serio dirigiéndose hacia la puerta.- Garrett, ten cuidado con las decisiones que tomes... quizás te equivoques, la Orden no tuvo la culpa...
-Yo decidiré quien es el culpable.-respondió tajantemente el caminante.

Azurin caminó cabizbaja por el corredor, dejando atrás las numerosas habitaciones donde se alojaban los invitados. De pronto sintió como alguien la tomaba del brazo tirando de ella hacia uno de los pasillos que cruzaban. Zephiel agarró a la elfa por los hombros haciéndole un gesto para que guardase silencio mientras se percataba que no hubiera nadie capaz de descubrirlos. Azurin se mantuvo serena observando la impaciencia y preocupación con la que actuaba el humano.

-¿Qué has descubierto?- susurró el guerrero.-¿Te ha contado algo que podamos usar en su contra?
-Es posible que haya algo...
-Buena chica.-respondió el humano acariciando los largos y coloridos cabellos de la elfa.

Zephiel sonrió a la druida acariciando su barbilla segundos antes de que su rostro, su esbelta y alargada figura e incluso sus largos cabellos cambiaran para dar lugar a la imagen de Kathaisa.



Katherina observaba con nostalgia el florido paisaje que podía verse a través del gran ventanal que decoraba su habitación. Su cabeza no hacía más que meditar acerca de todo lo que estaba teniendo lugar estos días. Quizás todo no sería tan difícil si la gente a su alrededor no la mirara con lástima. Su hijo había elegido el bando equivocado, pero aún así eso no era el fin del mundo. Era obvio que deseaba con todas sus fuerzas que Khairos sirviera en la casa Doe, siendo un sacerdote como era, su futuro dentro de este gran linaje estaría totalmente asegurado para el resto de su vida. Sin embargo las cosas no habían resultado tal y como ella creía.

Nathan abrió la puerta intentando hacer el mínimo ruido posible, pero no fue suficiente para que la paladina no se percatara de su llegada.

-Pensé que estarías descansado.- dijo Nathan cerrando la puerta tras de sí.
-Tan solo estaba... pensando.
Katherina sonrió a su amado mientras observaba como éste se acercaba hasta ella otorgándole un dulce beso en la frente.
-Has tardado mucho.- insinuó.- ¿Has contado a Lord Doe lo ocurrido?
-Mejor que eso.-respondió el paladín.- Lord Alexander ha estado hablando largo y tendido conmigo, y me ha propuesto que a partir de ahora ejerza como representante de la casa Doe en su nombre con todos los asuntos relacionados con la Orden.-confesó Nathan dejando sobre la mesa vario pergaminos enrollados donde se reflejaba el cese de poder en los asuntos pertinentes.
-Eso es estupendo.-sonrió.
-Es más, Lord Doe me ha propuesto que nos quedemos aquí. Tu y yo, que nos ocupemos del condado en sus largas ausencias.
-¿Lo dices en serio?- preguntó incrédula.
-Totalmente.-respondió el paladín tomando las manos de su amada entre las suyas.- Imagínate, podremos vivir aquí tranquilamente los años que nos queden. Una vida cómoda y feliz, juntos.
-Pero, ¿Qué ocurre con Lord Doe? ¿Quién será su escolta? ¿Quién...?
-No debes preocuparte por eso.- interrumpió Nathan.- Faby y Julius ocuparán nuestro lugar, ellos se encargarán de viajar con Lord Alexander y de sus asuntos a partir de ahora.
Nathan observó el rostro distraído de Katherina.
-¿No te hace ilusión?.- preguntó mientras la abrazaba por la espalda de cara al ventanal.
-Sí, es solo que... no me lo esperaba.
-Solo quiero lo mejor para ti, ¿Lo sabes verdad?
-Claro.-respondió la paladina.- Por cierto, ¿Has decidido que harás con el asunto de la Orden?
-Aún no. Creo que... el caminante se ha excedido demasiado. Pero de todos modos, la Orden pocas veces nos favorece en algo. ¿Tú que harías?
Katherina se tomó unos segundos para elegir las palabras indicadas antes de hablar.
-Si la Orden se deshace... los mercenarios no tendrán nada que les ate al resto de bandos.-dijo la paladina.-Lo que significa que la unión de los grupos se rompería, y quizás tengamos la oportunidad de vivir una vida normal y corriente, sin todos estos asuntos.
-Nosotros ya tenemos una vida normal y corriente, y más ahora que podremos vivir aquí.-respondió Nathan dándole un beso en el hombro.
-No hablaba de mi.- añadió Katherina mientras señalaba por la ventana al joven Khairos que se dirigía hacia un pequeño mausoleo situado en una zona de los jardines del castillo.
-Khairos ya es mayor.-susurró Nathan.-Tarde o temprano alzará el vuelo. Sé cuanto lo quieres pero tienes cosas más importantes de las que preocuparte en estos momentos. ¿Has pensado cuando vas a contarlo?
-Creo que ahora no es el mejor momento Nathan. Quizás más adelante, cuando las aguas hayan vuelto a su cauce.
Tras estas palabras el caballero de la casa Doe acarició el vientre de su amada mientras le obsequiaba con un beso en la mejilla.



El joven sacerdote recorrió los vastos jardines que conocía a la perfección, buscando la forma de evadirse de forma momentánea tras las disputas que había presenciado esa misma mañana. Khairos caminó hasta un pequeño mausoleo adentrándose en su interior. La oscura estancia estaba únicamente iluminada por numerosas velas y cirios que aportaban un colorido armónico y relajante. El joven se acercó hasta una gran estatua central arrodillándose frente a ella para rezar sus plegarias. La estatua parecía ser de una mujer humana que entrelazaba sus manos dejándolas descansar sobre su pecho. Las grandes alas que crecían desde la espalda de ésta daba a entender que se trataba más que de un símbolo sagrado, ya que no había visto una escultura tan perfecta como aquella. El sacerdote permaneció en silencio durante algunas horas. Sus miedos lo acongojaban día y noche desde hacía varias semanas, pero siempre que permanecía en aquel tranquilo lugar su alma parecía descansar y liberarse de todas sus ataduras.

Había perdido la noción del tiempo cuando oyó a alguien carraspear desde la puerta. Khairos se puso en pie rápidamente intentando vislumbrar al trasluz de quien se trataba. Marther Strang caminó con calma hasta el sacerdote, sin apartar la mirada de la hermosa estatua que daba sentido a aquel pequeño edificio.

-Es preciosa ¿Verdad?.-susurró el cruzado sin dejar de mirar al frente en ningún momento mientras señalaba con su mirada la obra de arte.
Khairos asintió permaneciendo en silencio.
-No esperaba que estuvieras aquí.-dijo el paladín tras dejar una rosa blanca a los pies del ángel.
-Este lugar me otorga paz.-respondió el joven.
-A mi también.
El cruzado se giró hacia el joven sacerdote mientras posaba su mano en el hombro de éste.
-¿Estás bien?¿Hay algo que te preocupe Khairos?
El suspiro se difundió a su alrededor. Eran demasiadas cosas las que afligían al joven, tantas que quizás era mejor reservarlas para sí mismo.
-Sabes que puedes contarme aquello que te preocupes.-dijo Marther.- Aunque no hace falta siquiera preguntarte para saber que estás triste por algo.
El cruzado caminó hasta uno de los laterales y comenzó a encender las velas que se habían apagado valiéndose de aquellas que permanecían iluminadas.
-Tío Marther, ¿Crees que mi padre me odia?-preguntó finalmente.
-¿Tu padre? Debes de estar bromeando.-respondió el cruzado.-Tu padre te quiere más que a nada en el mundo. ¿Por qué dices eso?- preguntó aunque ya sabía la respuesta de sobra.
-Porque elegí pertenecer a la Orden...
-Carsnten eligió ser de los mercenarios, y no por ello le odio.-el paladín se giró hacia el joven mientras sostenía una vela aún en su mano.
-Pero ya sabes... como es él, quizás no me perdone que...
-Tonterías joven. Yo pertenecí a la Orden, formé parte de ella durante muchos años al igual que lo hizo tu tía Beatrice, y no creo que nos haya odiado por ello. ¿No crees?
Marther continuó iluminando la estancia poco a poco.
-¿Has hablado ya con él?
-¿Con mi padre? Aún no...
-Deberías hacerlo. Ya no eres un crío Khairos, quiera o no tu tienes tus razones y si se las explicas seguro que te entenderá.
-Pero... ¿Y si no lo hace?
-Lo entenderá, créeme.
-¿Cómo estas tan seguro tío Marther?.
-Porque se requiere más tiempo y empeño en estar enfadado que en querer a alguien, y tu padre es alguien que valora mucho el tiempo. ¿No crees?
El joven reflexionó sobre las palabras del sabio humano aunque conociendo el carácter de su padre dudaba que pudiera estar totalmente en lo cierto.
-Tu conoces a mi padre desde hace mucho... ¿Siempre fue...así?
-¿Así? Bueno recuerdo que antes era más joven... sí estoy casi seguro de hecho.-bromeó el paladín sacando una sonrisa al apesadumbrado joven.
-Me refiero a... serio. Bueno, ya me entiendes.
-Sí pequeño, siempre fue así.-Marther suspiró dejando unos segundos su mirada fijada en una de las llamas que parecía agitarse danzando.- De hecho hace años no nos llevábamos nada bien.
-¿No? Pero... ¿Por qué?
-Es una larga historia pero quizás guarde relación con lo que ocurre ahora. Hace muchos años yo fui el Guardián de la Orden mientras que tu padre era el líder de los Caminantes. Por aquel entonces Nizdorni aún vivía, y aunque cada uno nos encargábamos de lo nuestro, la mayoría de las veces la dragona mediaba entre ambos.-Marther se tomó unos segundos antes de continuar.-El caso es que nuestra rivalidad de convirtió en algo dañino, no solo para nosotros mismos, sino para el resto del grupo. Ambos nos detestábamos y la propia Nizdorni dejó que actuáramos como creyéramos conveniente.
-¿Qué ocurrió entonces?
-Me reuní con tu padre, y le dejé las cosas claras. Estuvimos hablando durante horas, y le convencí de que él como caminante debería saber lo valioso que es el tiempo. Gastarlo haciéndonos daño no nos iba a hacer mejores, tan solo ayudábamos a que ese preciado don se esfumara invirtiéndolo tontamente en vencernos el uno al otro. Le dije que ya había pasado por eso antes, que la Orden ya se fracturó en una ocasión por disputas entre sus miembros, hasta el punto de que tanto el talismán como la por aquel entonces joven guardiana cayeron ante nuestros ojos sin poder hacer nada para evitarlo. No iba a arriesgarme a que se repitiera la historia, y menos siendo el Guardián. Así que hicimos un pacto.

Khairos atendió entusiasmado por la historia que le estaba contando el cruzado

-Le dije que a partir de entonces yo confiaría en él como un hermano, y que él debía hacer lo propio. Entonces me preguntó, ¿Cómo podré confiar en ti ciegamente? ¿Cómo sé que no me traicionarás una vez te hayas ganado mi confianza?
Khairos asintió expectante.
-Le respondí, fácil, te entregaré aquello que más quiero para que lo cuides como si fuera tuyo, de esta forma sabrás que no te haré daño. Convencerás a Nizdorni para que en unos años acepte a mi hija Ireli como caminante, y tú te convertirás en su maestro. Entonces él me dijo, yo no puedo ofrecerte lo mismo, no tengo hijos... ¿Cómo sabrás que no te traicionaré?.
-¿Qué respondiste a eso tío Mather?
-Le dije que la amistad no se basa en dar a cambio de obtener algo. Yo confiaré en que sabrás actuar cuando lo necesite.
-¿Es por eso que tu me enseñaste a usar la luz?-preguntó el joven recordando todos los años de entrenamiento que el cruzado le había ayudado para llegar a ser lo que era hoy.
-En parte sí.
-¿Qué hizo mi padre después de eso?
-Desde entonces fuimos grandes amigos, y tanto la Orden como los Caminantes se ayudaron mutuamente cuando necesitaban la ayuda del otro grupo. Al poco tiempo naciste tu, y tu padre tenía tan presente las palabras que habíamos tenido hacía años, que entonces me dijo: Quiero que mi hijo sea tan sabio como lo eres tu, que aprenda del mejor y que sepa actuar tal y como lo harías tu, por eso he decidido que se llame Khairos Marther Wood en tu honor.
Khairos asintió sonriente al conocer la historia y el por qué de su segundo nombre.
-Ve y habla con tu padre Khairos, y si no está de acuerdo contigo, entonces respóndele... que eres Khairos Marther Wood, que aprendiste del más sabio y jamás te equivocarás al tomar decisiones.

El joven se alegró esperanzado tras oír las palabras de ánimo de su antiguo maestro. Tras su marcha, el cruzado permaneció en la sala hasta terminar de dar vida a aquel lugar. Entonces se sentó en uno de los bancos de piedra para descansar unos segundos admirando la figura angelical. Dejó escapar un suspiro mientras se incorporaba nuevamente arrodillándose frente a ella. El paladín sacó un pañuelo de tela de su bolsillo y limpió el grabado que esperaba a ser leído a los pies del ángel donde aparecía el nombre de la que había sido su amada, Beatrice Strang.



Lorraine examinaba repetidamente la carta que habían recibido días atrás donde aparecía el anuncio de la muerte de su padre y desaparición de su madre. Sintió como su frustración aumentaba, y esperaba que todo aquello fuese una broma de mal gusto. Por si fuera poco, la pérdida de Caleb sumado a que la Orden se encontraba sostenida de un fino hilo, quebró aún más si cabe los ánimos de la joven guardiana. Observó la cama de Alice sin deshacer. Aunque la bruja había insistido en hacerle compañía, Lorraine prefirió pasar algo de tiempo sola. Por desgracia ese tiempo no fue demasiado, ya que a los pocos minutos el joven Thomas abrió la puerta repentinamente mientras se dejaba caer en la cama de la joven ocultando su rostro cubierto de lágrimas entre sus brazos. Lorraine se puso en pie extrañada por el comportamiento del Gilneano que lloraba desconsoladamente.

-Thomas, ¿Qué estas haciendo?

El joven continuó llorando hasta que la joven se acomodó a su lado intentando averiguar que era lo que afligía al pequeño.

-Ey, ¿Qué te pasa?
-Nada.- sollozó.
-¿Y no puedes irte a llorar a tu habitación?-preguntó sin mucho tacto.
-Es que... no quiero que... el chico nuevo me vea llorar. ¿Qué va a pensar de mi.. si ve que soy un blando?-confesó
-Tu no eres un blando, es solo que...-Lorraine prefirió frenar a tiempo.- ¿Vas a contarme qué es lo que te pasa?
-Se han burlado de mi.-dijo por fin el pequeño Thomas.
-¿Quién se ha...? Un momento... no habrán sido ellos ¿Verdad?-refiriéndose a los mercenarios.
-Me han llamado perro pulgoso y... me han tirado un hueso golpeándome... en la cabeza.-sollozó.
-¡Malditos sean! ¡Ya verán esos palurdos!.-exclamó la joven.-¡Límpiate esas lágrimas que vamos a darles su merecido!
-Pero Lorraine...
-¡Estoy cansada de tantos peros y sandeces, andando!

El joven huargen confío a ciegas en la guardiana. Ambos caminaron por todo el castillo hasta que encontraron la habitación donde se alojaba el grupo compuesto por los tres mercenarios. Lorraine indicó al joven huargen que vigilara. De su bolsillo sacó una llave plateada que introdujo en la cerradura adaptándose fielmente a ésta a medida que se abría paso por ella, terminando por abrir la puerta.
-¿Cómo has hecho eso?-preguntó el pequeño sorprendido por lo que acababa de ocurrir con la llave.
-Se supone que tenías que vigilar..., eres muy pequeño para saber tanto. Vamos, entremos.

La habitación del grupo compuesto por Ricko, Cedric y el joven Strang parecía una leonera llena de harapos, botellas de cristal la mayoría de ellas vacías y un fuerte olor que obligó a la joven a taparse la nariz. Thomas estornudó al oler con su afinado olfato una mezcla de olor a tabaco y al menos a cinco fragancias de distintas flores.

-Esto está....-miró a Lorraine que no paraba de hacer muecas de repugnancia.-Si tienes pensado hacerle algo a sus cosas creo que les estarás haciendo un gran favor. Deberíamos prender fuego a toda esta porquería antes de que se propague.
-Sí, tienes razón... aquí no encontraremos nada. Se me acaba de ocurrir una idea.

Los mercenarios avanzaban por el pasillo bromeando entre ellos.
-Te digo que hace trampa.... siempre las hace.- dijo Ricko.- El no sabe jugar, así que se vale de sus farsas para sacarnos los cuartos.
-Eso es totalmente falso, no tienes como demostrarlo.-dijo Cedric
-¿Que no? Pero si hemos registrado tus chaquetas y todas tienen una doble manga con cartas guardadas...
-¿Quién te dice a ti que son mías?-reprochó el ilusionista mientras observaba como el corsario y el joven aprendiz enarcaban una ceja.
-A ver cuando te enteras que a nosotros no nos engañas con tus...
-Eh mirad.-interrumpió Cedric señalando la puerta de su habitación que se encontraba entreabierta.
-¡Cachorro te dije que la cerraras, fuiste el último en salir!
-¡Yo la cerré, lo juro!-respondió Carsnten.-Es más, tengo aquí la llave.-dijo sacando la llave de su bolsillo.
-Callaos, creo que hay alguien...-insinuó Cedric.
Ricko se adelantó al grupo mientras desenfundaba su espada corta al acercarse hasta la puerta. Hizo un gesto a sus compañeros para que permanecieran atrás mientras intentaba vislumbrar algo a través del hueco abierto. El corsario empujó la puerta lentamente adentrándose cuando de repente sintió un golpe en la cabeza y todo se volvió oscuro. Un cubo lleno de miel y plumas de los almohadones cayó sobre Ricko dejándolo cubierto al completo, ademas de correr con la mala suerte de verse atrapado con el cubo en la cabeza. Antes de que sus aliados pudieran ayudarle el corsario se golpeó contra una silla y cayó al suelo.

-Pero qué demonios...-susurró Cedric
-¡Cooc cooc cooc! ¡Gallinas!.-gritó Lorraine desde el otro extremo del pasillo asomando la cabeza por uno de los caminos que se abrían al final del mismo.
-Malditos críos... ¡Strang vamos a por ellos!-ordenó el ilusionista.
-Pero Ricko...
Cedric comenzó a correr hacia el lugar donde había visto a los bromistas, pero el joven Carsnten lo adelantó rápidamente.
-¡Se han ido por la izquierda! ¡Tu otra izquierda!-vociferó Cedric que no lograba alcanzar al joven.

El novato llegó hasta final del corredor girando rápidamente hacia lugar indicado por su compañero cuando sintió como sus pies tropezaban con una cuerda que sus enemigos habían atado, obligándose a caer de bruces en un gran barreño de metal lleno de estiércol. Cedric se detuvo una vez había llegado, observando como el joven Strang intentaba sacar la cabeza a flote de la trampa en la que había caído.

-Agh, ¿Qué mierda es esta?-exclamó Strang
-Tu mismo acabas de responderte...-dijo Cedric
-Ayúdame a salir de aquí, resbala.
-Ni lo sueñes, estos ropajes cuestan más de lo que crees.
-Pero...-refunfuñó Carsnten

El ilusionista observó como Thomas y Lorraine escapaban hacia el fondo del pasillo, saltó la cuerda que había hecho caer a Carsnten que intentaba limpiarse las vestimentas y entonces el ilusionista se detuvo. Miró hacia el lugar por el que habían huido los pequeños y decidió volver sobre sus pasos.

Lorraine hizo una señal al pequeño Thomas que sostenía una sartén entre sus manos preparado para atizar al mercenario cuando pasara. La joven pelirroja asomó la cabeza y vio que el tercero de sus objetivos no estaba.

-Maldita sea... se ha ido el muy cobarde...
-¿Qué se supone que estáis haciendo?- interrumpió Zephiel que esperaba pacientemente tras los jóvenes sobresaltando a ambos.
-Eh ¿Hacer? ¿A qué te refieres?-preguntó la guardiana mientras con su mano bajaba la sartén que todavía sostenía en alto el huargen.
-Dije que nada de meteros en líos, ¿Es qué nunca haréis caso de nada de lo que os digo?
-¡Se burlaron de Thomas, se merecían un escarmiento!-exclamó Lorraine
-La próxima vez que esos mercenarios de pacotilla os hagan algo decídmelo a mi, y yo les daré su merecido.-respondió Zephiel seriamente.
-No hemos dicho que fueran los mercenarios.- dijo Thomas mirando al guerrero fijamente y después a su compañera.- Y... ¿Hueles a... Jazmín?-preguntó el joven tras estornudar un par de veces.
-¿De qué hablas?

Lorraine propinó una patada en la entrepierna del humano que cayó de rodillas retorciéndose de dolor.
-¡Arréale ahora Thomas!
El joven levanto la sartén lo mas alto que pudo y golpeo con fuerza la cabeza del aparente guerrero que acto seguido se desmayó transformándose nuevamente en el ilusionista.
-Lorraine, ¿Y si le hubieras dado la patada al verdadero Zephiel?
-Entonces ahora tendríamos problemas de verdad.
-¿Qué hacemos con él?-Indicó el joven.
-Mira lo que he cogido del bolso de Alice...-respondió la joven enseñando una barra de carmín.

Ivy cruzó las piernas mientras se sentaba en el borde de la cama. Observó a los tres allí presentes sin poder reprimir soltar una carcajada cuando repasó uno a uno la estampa que ofrecían. El joven Strang estaba cubierto de estiércol que desprendía un desagradable olor, Ricko aún tenía el cubo en la cabeza sin olvidar que estaba cubierto de miel y plumas, mientras que Cedric reflejaba una extraña expresión compuesta por el dolor que aún sentía en sus partes más sensibles y por las cejas, sonrisa, barba y pecas que habían dibujado de rojo los jóvenes en su cara.


-¿Y decís que todo eso... os lo han hecho dos críos?