La reunión había terminado siendo
aquello que todo el mundo sabía, temía pero no deseaba. Tan solo el
primer tema a tratar había levantado los más profundos
resentimientos entre algunos de los que asistían tanto de
representantes como miembros del grupo. Los presentes no tardaron en
abandonar la sala temiendo que su estancia allí sería más larga de
lo que presuponían en un primer momento, pensando principalmente en
como colmar la espera de los dos días hasta que tuviera lugar la
reanudación del evento. La tarde arropó aquellas tierras
rápidamente cubriendo el horizonte con un hermoso atardecer que tiñó
el cielo de vetas anaranjadas.
Garrett se adentró en su habitación
tras haber puesto fin a varias horas de coloquio con su viejo amigo
Strang. Intentó reflexionar a partir de los numerosos hechos que
habían tenido lugar esa misma mañana, además de las sabias
palabras que el cruzado le había brindado. El caminante depositó el
pesado libro apodado como ''Diario de Caleb'' sobre el gran
escritorio de madera para examinarlo detenidamente más tarde. Se
quitó las botas para no estropear el delicado enmoquetado granate
que cubría la gran estancia de invitados en la que permanecería los
días hasta que concluyera la reunión, mientras miraba a su
alrededor sobrecogido por el dispendio que debía haber supuesto el
simple hecho de adecentar esa única habitación. La vida de los
Caminantes era mucho más austera de lo que cualquier Doe pudiera
llegar a comprender. Quizás era precisamente por eso que eran pocos
los que elegían ese camino decantándose más por una vida de
comodidad y dicha.
Garrett se deshizo de la ajustada e
incómoda camisa que portaba, mientras recorría la sala recogiendo
algunas de sus pertenencias sintiendo como en cada paso el suave
suelo acariciaba sus pies descalzos. Se detuvo unos segundos ante un
gran espejo ovalado con el marco de bronce con flores talladas
alrededor de éste, que se encontraba junto al armario. El caminante
miró la gran cicatriz que se ubicaba en su abdomen, recordando
entonces lo ocurrido meses atrás, y como tanto Ireli como su, en
aquella línea temporal, joven madre Beatrice, lograron salvarlo de
una muerte segura cuando un afilado hierro atravesaba su cuerpo.
Ahora el tiempo había pasado, sin embargo esa marca era la señal de
que había fallado a los suyos una vez mas, ya que aunque el corrió
la suerte de salvarse hubieron otros que sufrieron un destino peor,
entre ellos el joven Lionell.
Varios golpes se oyeron en la puerta
arrancando a Garrett de sus pensamientos.
-Adelante, está abierta.-gritó
mientras tomaba una camisa blanca holgada para vestirse.
Azurin entró cautelosamente a la
habitación, caminando delicadamente como si su figura flotara hasta
tomar asiento en el borde de la mullida cama del caminante.
-Lo siento Azurin, pero no estoy para regañinas.-dijo Garrett mientras colocaba un par de prendas en el interior del amplio ropero.
-No vengas con esas, eso nunca te ha
detenido para decirme aquello que piensas.
-Lo sé.-sonrió la elfa.- pero es mi
deber alentarte en tus decisiones por erróneas que sean. Quizás sea
la única forma de que aprendas, errando.
-¿De qué estás hablando?-preguntó
el caminante que sospechaba que la elfa guardaba lo que realmente
pretendía mostrar.- Ve al grano, estoy agotado del día de hoy, y
aún tengo que encargarme de rellenar unos pergaminos con el resto de
los asuntos a tratar en la reunión. Además no creo que me vayas a
decir nada que no me hayan dicho ya Marther y Khaden.
-Garrett, ¿Estás seguro de lo que
estás haciendo?-preguntó la elfa poniéndose en pie observando como
su compañero hacía sus tareas sin reparar apenas en su presencia.
-¿Te refieres al asunto de la Orden?-
se aseguró Garrett.- Claro que lo estoy.
-¿Realmente crees que es adecuado
actuar guiado por el rencor?- preguntó Azurin en lo que fue casi un
susurro entrecortado.
-No todos tenemos la piel de un oso
para protegernos de los golpes que recibamos Azurin.
-No entiendo tu respuesta
Garrett.-mintió sabiendo que el caminante se refería a su serenidad
y saber estar innato.-pero sé que es lo que te mueve a actuar, y te
conozco lo suficiente como para saber que todo esto terminará por
consumirte.
-Azurin, no guardo rencor a la Orden si
es lo que te preocupa.-respondió el caminante mientras se fijaba por
primera vez en la druida dejando lo que hacía a un lado y
apoyándose en la mesa.
-Sé que no les has perdonado lo que hicieron a...Nizdorni.-añadió
la elfa con la voz temblorosa.
-Te equivocas.-respondió el caminante
rotundamente.- Nizdorni se estaba corrompiendo y yo no quise
verlo.-confesó.- Pensé que aún habría algo que pudiéramos
hacer... que lograríamos salvarla. Ellos hicieron aquello que debía
haber hecho yo mismo.- suspiró el caminante.- Eso no quita que las
formas no fueran las adecuadas, pero no les guardo rencor por ello.
Tuvieron las agallas que yo no tuve.
-Entonces...-la elfa analizó
detenidamente los ojos claros de su compañero mientras recitaba sus
palabras.- Lo que sientes es... remordimiento...
-No quiero continuar hablando de esto
Azurin.
-Lo comprendo, aún así no entiendo tu
afán por destruir al grupo. Sabes que Nizdorni dio vida a la Orden
tal y como hizo con nosotros. ¿Qué crees que pensaría si estuviese
viva? ¿No crees que su legado sería que aquello que creó siguiese
adelante?- preguntó la elfa con cuidado de no exaltar al caminante.
-Nizdorni ya no está aquí Azurin.-
respondió fríamente el humano mientras volvía a dar la espalda a la
elfa apoyando sus brazos en el escritorio.- Y te guste o no ahora soy
yo quien decide que es lo mejor para todos...
-Garrett no puedes...
-¡Maldita sea Azurin!- gritó el
caminante mientras daba un golpe en la madera con su puño
sobresaltando a la druida.- ¡¿Cuánta gente más tiene que morir
antes de que os deis cuenta?!
La pregunta rasgó el interior de la
elfa que se tambaleó levemente acordándose de lo que le ocurrió a
su hija Isnalar.
-¡Vi en tus propios ojos reflejados
el dolor que sufriste tras la pérdida de tu hija!-exclamó Garrett.-
¡Viví contigo cada segundo que pasó hasta que superaste su
pérdida!...¡Y qué hay de Strang!¡O de la misma Alice! ¡¿Es qué
nadie piensa en eso?! ¡¿Ya se os ha olvidado a todos?!
Azurin se estremeció preguntándose si
tanto ella como el resto realmente habrían superado u olvidados tan fácilmente las numerosas
pérdidas de las que el caminante hablaba.
-Lo siento Azurin pero no voy a pasar
por lo que tu pasaste, no perderé a mi hijo.
-Lo... comprendo Garrett.- Azurin se
puso en pie dolida manteniendo el semblante serio dirigiéndose hacia
la puerta.- Garrett, ten cuidado con las decisiones que tomes...
quizás te equivoques, la Orden no tuvo la culpa...
-Yo decidiré quien es el
culpable.-respondió tajantemente el caminante.
Azurin caminó cabizbaja por el
corredor, dejando atrás las numerosas habitaciones donde se alojaban
los invitados. De pronto sintió como alguien la tomaba del brazo
tirando de ella hacia uno de los pasillos que cruzaban. Zephiel
agarró a la elfa por los hombros haciéndole un gesto para que
guardase silencio mientras se percataba que no hubiera nadie capaz de
descubrirlos. Azurin se mantuvo serena observando la impaciencia y
preocupación con la que actuaba el humano.
-¿Qué has descubierto?- susurró el
guerrero.-¿Te ha contado algo que podamos usar en su contra?
-Es posible que haya algo...
-Buena chica.-respondió el humano
acariciando los largos y coloridos cabellos de la elfa.
Zephiel sonrió a la druida acariciando
su barbilla segundos antes de que su rostro, su esbelta y alargada
figura e incluso sus largos cabellos cambiaran para dar lugar a la
imagen de Kathaisa.
Katherina observaba con nostalgia el
florido paisaje que podía verse a través del gran ventanal que
decoraba su habitación. Su cabeza no hacía más que meditar acerca
de todo lo que estaba teniendo lugar estos días. Quizás todo no
sería tan difícil si la gente a su alrededor no la mirara con
lástima. Su hijo había elegido el bando equivocado, pero aún así
eso no era el fin del mundo. Era obvio que deseaba con todas sus
fuerzas que Khairos sirviera en la casa Doe, siendo un sacerdote como
era, su futuro dentro de este gran linaje estaría totalmente
asegurado para el resto de su vida. Sin embargo las cosas no habían
resultado tal y como ella creía.
Nathan abrió la puerta intentando
hacer el mínimo ruido posible, pero no fue suficiente para que la
paladina no se percatara de su llegada.
-Pensé que estarías descansado.- dijo
Nathan cerrando la puerta tras de sí.
-Tan solo estaba... pensando.
Katherina sonrió a su amado mientras
observaba como éste se acercaba hasta ella otorgándole un dulce
beso en la frente.
-Has tardado mucho.- insinuó.- ¿Has
contado a Lord Doe lo ocurrido?
-Mejor que eso.-respondió el paladín.-
Lord Alexander ha estado hablando largo y tendido conmigo, y me ha
propuesto que a partir de ahora ejerza como representante de la casa
Doe en su nombre con todos los asuntos relacionados con la
Orden.-confesó Nathan dejando sobre la mesa vario pergaminos enrollados
donde se reflejaba el cese de poder en los asuntos pertinentes.
-Eso es estupendo.-sonrió.
-Es más, Lord Doe me ha propuesto que
nos quedemos aquí. Tu y yo, que nos ocupemos del condado en sus
largas ausencias.
-¿Lo dices en serio?- preguntó
incrédula.
-Totalmente.-respondió el paladín
tomando las manos de su amada entre las suyas.- Imagínate, podremos
vivir aquí tranquilamente los años que nos queden. Una vida cómoda
y feliz, juntos.
-Pero, ¿Qué ocurre con Lord Doe?
¿Quién será su escolta? ¿Quién...?
-No debes preocuparte por eso.-
interrumpió Nathan.- Faby y Julius ocuparán nuestro lugar, ellos se
encargarán de viajar con Lord Alexander y de sus asuntos a partir de
ahora.
Nathan observó el rostro distraído de
Katherina.
-¿No te hace ilusión?.- preguntó
mientras la abrazaba por la espalda de cara al ventanal.
-Sí, es solo que... no me lo esperaba.
-Solo quiero lo mejor para ti, ¿Lo
sabes verdad?
-Claro.-respondió la paladina.- Por
cierto, ¿Has decidido que harás con el asunto de la Orden?
-Aún no. Creo que... el caminante se
ha excedido demasiado. Pero de todos modos, la Orden pocas veces nos
favorece en algo. ¿Tú que harías?
Katherina se tomó unos segundos para
elegir las palabras indicadas antes de hablar.
-Si la Orden se deshace... los
mercenarios no tendrán nada que les ate al resto de bandos.-dijo la
paladina.-Lo que significa que la unión de los grupos se rompería, y
quizás tengamos la oportunidad de vivir una vida normal y corriente,
sin todos estos asuntos.
-Nosotros ya tenemos una vida normal y
corriente, y más ahora que podremos vivir aquí.-respondió Nathan
dándole un beso en el hombro.
-No hablaba de mi.- añadió Katherina
mientras señalaba por la ventana al joven Khairos que se dirigía
hacia un pequeño mausoleo situado en una zona de los jardines del
castillo.
-Khairos ya es mayor.-susurró
Nathan.-Tarde o temprano alzará el vuelo. Sé cuanto lo quieres pero
tienes cosas más importantes de las que preocuparte en estos
momentos. ¿Has pensado cuando vas a contarlo?
-Creo que ahora no es el mejor momento
Nathan. Quizás más adelante, cuando las aguas hayan vuelto a su
cauce.
Tras estas palabras el caballero de la
casa Doe acarició el vientre de su amada mientras le obsequiaba con
un beso en la mejilla.
El joven sacerdote recorrió los vastos
jardines que conocía a la perfección, buscando la forma de evadirse
de forma momentánea tras las disputas que había presenciado esa
misma mañana. Khairos caminó hasta un pequeño mausoleo
adentrándose en su interior. La oscura estancia estaba únicamente
iluminada por numerosas velas y cirios que aportaban un colorido
armónico y relajante. El joven se acercó hasta una gran estatua
central arrodillándose frente a ella para rezar sus plegarias. La
estatua parecía ser de una mujer humana que entrelazaba sus manos
dejándolas descansar sobre su pecho. Las grandes alas que crecían
desde la espalda de ésta daba a entender que se trataba más que de
un símbolo sagrado, ya que no había visto una escultura tan
perfecta como aquella. El sacerdote permaneció en silencio durante
algunas horas. Sus miedos lo acongojaban día y noche desde hacía
varias semanas, pero siempre que permanecía en aquel tranquilo lugar
su alma parecía descansar y liberarse de todas sus ataduras.
Había perdido la noción del tiempo
cuando oyó a alguien carraspear desde la puerta. Khairos se puso en
pie rápidamente intentando vislumbrar al trasluz de quien se trataba.
Marther Strang caminó con calma hasta el sacerdote, sin apartar la
mirada de la hermosa estatua que daba sentido a aquel pequeño
edificio.
-Es preciosa ¿Verdad?.-susurró el
cruzado sin dejar de mirar al frente en ningún momento mientras
señalaba con su mirada la obra de arte.
Khairos asintió permaneciendo en
silencio.
-No esperaba que estuvieras aquí.-dijo
el paladín tras dejar una rosa blanca a los pies del ángel.
-Este lugar me otorga paz.-respondió el
joven.
-A mi también.
El cruzado se giró hacia el joven
sacerdote mientras posaba su mano en el hombro de éste.
-¿Estás bien?¿Hay algo que te
preocupe Khairos?
El suspiro se difundió a su alrededor.
Eran demasiadas cosas las que afligían al joven, tantas que quizás
era mejor reservarlas para sí mismo.
-Sabes que puedes contarme aquello que
te preocupes.-dijo Marther.- Aunque no hace falta siquiera
preguntarte para saber que estás triste por algo.
El cruzado caminó hasta uno de los
laterales y comenzó a encender las velas que se habían apagado
valiéndose de aquellas que permanecían iluminadas.
-Tío Marther, ¿Crees que mi padre me
odia?-preguntó finalmente.
-¿Tu padre? Debes de estar
bromeando.-respondió el cruzado.-Tu padre te quiere más que a nada en el mundo. ¿Por qué dices eso?- preguntó aunque ya sabía la respuesta de
sobra.
-Porque elegí pertenecer a la Orden...
-Carsnten eligió ser de los
mercenarios, y no por ello le odio.-el paladín se giró hacia el
joven mientras sostenía una vela aún en su mano.
-Pero ya sabes... como es él, quizás
no me perdone que...
-Tonterías joven. Yo pertenecí a la
Orden, formé parte de ella durante muchos años al igual que lo hizo
tu tía Beatrice, y no creo que nos haya odiado por ello. ¿No crees?
Marther continuó iluminando la
estancia poco a poco.
-¿Has hablado ya con él?
-¿Con mi padre? Aún no...
-Deberías hacerlo. Ya no eres un crío
Khairos, quiera o no tu tienes tus razones y si se las explicas
seguro que te entenderá.
-Pero... ¿Y si no lo hace?
-Lo entenderá, créeme.
-¿Cómo estas tan seguro tío Marther?.
-Porque se requiere más tiempo y
empeño en estar enfadado que en querer a alguien, y tu padre es
alguien que valora mucho el tiempo. ¿No crees?
El joven reflexionó sobre las palabras
del sabio humano aunque conociendo el carácter de su padre dudaba que
pudiera estar totalmente en lo cierto.
-Tu conoces a mi padre desde hace
mucho... ¿Siempre fue...así?
-¿Así? Bueno recuerdo que antes era
más joven... sí estoy casi seguro de hecho.-bromeó el paladín
sacando una sonrisa al apesadumbrado joven.
-Me refiero a... serio. Bueno, ya me
entiendes.
-Sí pequeño, siempre fue así.-Marther
suspiró dejando unos segundos su mirada fijada en una de las llamas
que parecía agitarse danzando.- De hecho hace años no nos
llevábamos nada bien.
-¿No? Pero... ¿Por qué?
-Es una larga historia pero quizás
guarde relación con lo que ocurre ahora. Hace muchos años yo fui el
Guardián de la Orden mientras que tu padre era el líder de los
Caminantes. Por aquel entonces Nizdorni aún vivía, y aunque cada uno
nos encargábamos de lo nuestro, la mayoría de las veces la dragona
mediaba entre ambos.-Marther se tomó unos segundos antes de
continuar.-El caso es que nuestra rivalidad de convirtió en algo
dañino, no solo para nosotros mismos, sino para el resto del grupo.
Ambos nos detestábamos y la propia Nizdorni dejó que actuáramos como
creyéramos conveniente.
-¿Qué ocurrió entonces?
-Me reuní con tu padre, y le dejé las
cosas claras. Estuvimos hablando durante horas, y le convencí de que
él como caminante debería saber lo valioso que es el tiempo.
Gastarlo haciéndonos daño no nos iba a hacer mejores, tan solo
ayudábamos a que ese preciado don se esfumara invirtiéndolo
tontamente en vencernos el uno al otro. Le dije que ya había pasado
por eso antes, que la Orden ya se fracturó en una ocasión por
disputas entre sus miembros, hasta el punto de que tanto el talismán
como la por aquel entonces joven guardiana cayeron ante nuestros ojos
sin poder hacer nada para evitarlo. No iba a arriesgarme a que se
repitiera la historia, y menos siendo el Guardián. Así que hicimos
un pacto.
Khairos atendió entusiasmado por la
historia que le estaba contando el cruzado
-Le dije que a partir de entonces yo
confiaría en él como un hermano, y que él debía hacer lo propio.
Entonces me preguntó, ¿Cómo podré confiar en ti ciegamente? ¿Cómo
sé que no me traicionarás una vez te hayas ganado mi confianza?
Khairos asintió expectante.
-Le respondí, fácil, te entregaré
aquello que más quiero para que lo cuides como si fuera tuyo, de
esta forma sabrás que no te haré daño. Convencerás a Nizdorni
para que en unos años acepte a mi hija Ireli como caminante, y tú
te convertirás en su maestro. Entonces él me dijo, yo no puedo
ofrecerte lo mismo, no tengo hijos... ¿Cómo sabrás que no te
traicionaré?.
-¿Qué respondiste a eso tío Mather?
-Le dije que la amistad no se basa en
dar a cambio de obtener algo. Yo confiaré en que sabrás actuar
cuando lo necesite.
-¿Es por eso que tu me enseñaste a
usar la luz?-preguntó el joven recordando todos los años de
entrenamiento que el cruzado le había ayudado para llegar a ser lo
que era hoy.
-En parte sí.
-¿Qué hizo mi padre después de eso?
-Desde entonces fuimos grandes amigos,
y tanto la Orden como los Caminantes se ayudaron mutuamente cuando
necesitaban la ayuda del otro grupo. Al poco tiempo naciste tu, y tu
padre tenía tan presente las palabras que habíamos tenido hacía
años, que entonces me dijo: Quiero que mi hijo sea tan sabio como lo
eres tu, que aprenda del mejor y que sepa actuar tal y como lo harías
tu, por eso he decidido que se llame Khairos Marther Wood en tu
honor.
Khairos asintió sonriente al conocer
la historia y el por qué de su segundo nombre.
-Ve y habla con tu padre Khairos, y si
no está de acuerdo contigo, entonces respóndele... que eres Khairos
Marther Wood, que aprendiste del más sabio y jamás te equivocarás
al tomar decisiones.
El joven se alegró esperanzado tras
oír las palabras de ánimo de su antiguo maestro. Tras su marcha, el
cruzado permaneció en la sala hasta terminar de dar vida a aquel
lugar. Entonces se sentó en uno de los bancos de piedra para
descansar unos segundos admirando la figura angelical. Dejó escapar
un suspiro mientras se incorporaba nuevamente arrodillándose frente a
ella. El paladín sacó un pañuelo de tela de su bolsillo y limpió
el grabado que esperaba a ser leído a los pies del ángel donde
aparecía el nombre de la que había sido su amada, Beatrice Strang.
Lorraine examinaba repetidamente la
carta que habían recibido días atrás donde aparecía el anuncio de
la muerte de su padre y desaparición de su madre. Sintió como su
frustración aumentaba, y esperaba que todo aquello fuese una broma
de mal gusto. Por si fuera poco, la pérdida de Caleb sumado a que la
Orden se encontraba sostenida de un fino hilo, quebró aún más si
cabe los ánimos de la joven guardiana. Observó la cama de Alice sin
deshacer. Aunque la bruja había insistido en hacerle compañía,
Lorraine prefirió pasar algo de tiempo sola. Por desgracia ese
tiempo no fue demasiado, ya que a los pocos minutos el joven Thomas
abrió la puerta repentinamente mientras se dejaba caer en la cama de
la joven ocultando su rostro cubierto de lágrimas entre sus brazos.
Lorraine se puso en pie extrañada por el comportamiento del Gilneano
que lloraba desconsoladamente.
-Thomas, ¿Qué estas haciendo?
El joven continuó llorando hasta que
la joven se acomodó a su lado intentando averiguar que era lo que
afligía al pequeño.
-Ey, ¿Qué te pasa?
-Nada.- sollozó.
-¿Y no puedes irte a llorar a tu
habitación?-preguntó sin mucho tacto.
-Es que... no quiero que... el chico
nuevo me vea llorar. ¿Qué va a pensar de mi.. si ve que soy un
blando?-confesó
-Tu no eres un blando, es solo
que...-Lorraine prefirió frenar a tiempo.- ¿Vas a contarme qué es
lo que te pasa?
-Se han burlado de mi.-dijo por fin el
pequeño Thomas.
-¿Quién se ha...? Un momento... no
habrán sido ellos ¿Verdad?-refiriéndose a los mercenarios.
-Me han llamado perro pulgoso y... me
han tirado un hueso golpeándome... en la cabeza.-sollozó.
-¡Malditos sean! ¡Ya verán esos
palurdos!.-exclamó la joven.-¡Límpiate esas lágrimas que vamos a
darles su merecido!
-Pero Lorraine...
-¡Estoy cansada de tantos peros y
sandeces, andando!
El joven huargen confío a ciegas en la
guardiana. Ambos caminaron por todo el castillo hasta que encontraron
la habitación donde se alojaba el grupo compuesto por los tres
mercenarios. Lorraine indicó al joven huargen que vigilara. De su
bolsillo sacó una llave plateada que introdujo en la cerradura
adaptándose fielmente a ésta a medida que se abría paso por ella,
terminando por abrir la puerta.
-¿Cómo has hecho eso?-preguntó el
pequeño sorprendido por lo que acababa de ocurrir con la llave.
-Se supone que tenías que vigilar...,
eres muy pequeño para saber tanto. Vamos, entremos.
La habitación del grupo compuesto por
Ricko, Cedric y el joven Strang parecía una leonera llena de
harapos, botellas de cristal la mayoría de ellas vacías y un fuerte
olor que obligó a la joven a taparse la nariz. Thomas estornudó al
oler con su afinado olfato una mezcla de olor a tabaco y al menos a cinco fragancias de distintas flores.
-Esto está....-miró a Lorraine que no
paraba de hacer muecas de repugnancia.-Si tienes pensado hacerle algo
a sus cosas creo que les estarás haciendo un gran favor. Deberíamos
prender fuego a toda esta porquería antes de que se propague.
-Sí, tienes razón... aquí no
encontraremos nada. Se me acaba de ocurrir una idea.
Los mercenarios avanzaban por el
pasillo bromeando entre ellos.
-Te digo que hace trampa.... siempre
las hace.- dijo Ricko.- El no sabe jugar, así que se vale de sus
farsas para sacarnos los cuartos.
-Eso es totalmente falso, no tienes
como demostrarlo.-dijo Cedric
-¿Que no? Pero si hemos registrado tus
chaquetas y todas tienen una doble manga con cartas guardadas...
-¿Quién te dice a ti que son
mías?-reprochó el ilusionista mientras observaba como el corsario y
el joven aprendiz enarcaban una ceja.
-A ver cuando te enteras que a nosotros
no nos engañas con tus...
-Eh mirad.-interrumpió Cedric
señalando la puerta de su habitación que se encontraba
entreabierta.
-¡Cachorro te dije que la cerraras,
fuiste el último en salir!
-¡Yo la cerré, lo juro!-respondió
Carsnten.-Es más, tengo aquí la llave.-dijo sacando la llave de su
bolsillo.
-Callaos, creo que hay
alguien...-insinuó Cedric.
Ricko se adelantó al grupo mientras
desenfundaba su espada corta al acercarse hasta la puerta. Hizo un
gesto a sus compañeros para que permanecieran atrás mientras
intentaba vislumbrar algo a través del hueco abierto. El corsario
empujó la puerta lentamente adentrándose cuando de repente sintió
un golpe en la cabeza y todo se volvió oscuro. Un cubo lleno de miel
y plumas de los almohadones cayó sobre Ricko dejándolo cubierto al
completo, ademas de correr con la mala suerte de verse atrapado con
el cubo en la cabeza. Antes de que sus aliados pudieran ayudarle el
corsario se golpeó contra una silla y cayó al suelo.
-Pero qué demonios...-susurró Cedric
-¡Cooc cooc cooc! ¡Gallinas!.-gritó
Lorraine desde el otro extremo del pasillo asomando la cabeza por uno
de los caminos que se abrían al final del mismo.
-Malditos críos... ¡Strang vamos a
por ellos!-ordenó el ilusionista.
-Pero Ricko...
Cedric comenzó a correr hacia el lugar
donde había visto a los bromistas, pero el joven Carsnten lo
adelantó rápidamente.
-¡Se han ido por la izquierda! ¡Tu
otra izquierda!-vociferó Cedric que no lograba alcanzar al joven.
El novato llegó hasta final del
corredor girando rápidamente hacia lugar indicado por su compañero
cuando sintió como sus pies tropezaban con una cuerda que sus
enemigos habían atado, obligándose a caer de bruces en un gran
barreño de metal lleno de estiércol. Cedric se detuvo una vez había
llegado, observando como el joven Strang intentaba sacar la cabeza a
flote de la trampa en la que había caído.
-Agh, ¿Qué mierda es esta?-exclamó
Strang
-Tu mismo acabas de responderte...-dijo
Cedric
-Ayúdame a salir de aquí, resbala.
-Ni lo sueñes, estos ropajes cuestan
más de lo que crees.
-Pero...-refunfuñó Carsnten
El ilusionista observó como Thomas y
Lorraine escapaban hacia el fondo del pasillo, saltó la cuerda que
había hecho caer a Carsnten que intentaba limpiarse las vestimentas
y entonces el ilusionista se detuvo. Miró hacia el lugar por el que
habían huido los pequeños y decidió volver sobre sus pasos.
Lorraine hizo una señal al pequeño
Thomas que sostenía una sartén entre sus manos preparado para atizar
al mercenario cuando pasara. La joven pelirroja asomó la cabeza y
vio que el tercero de sus objetivos no estaba.
-Maldita sea... se ha ido el muy
cobarde...
-¿Qué se supone que estáis haciendo?-
interrumpió Zephiel que esperaba pacientemente tras los jóvenes
sobresaltando a ambos.
-Eh ¿Hacer? ¿A qué te
refieres?-preguntó la guardiana mientras con su mano bajaba la
sartén que todavía sostenía en alto el huargen.
-Dije que nada de meteros en líos, ¿Es
qué nunca haréis caso de nada de lo que os digo?
-¡Se burlaron de Thomas, se merecían
un escarmiento!-exclamó Lorraine
-La próxima vez que esos mercenarios de
pacotilla os hagan algo decídmelo a mi, y yo les daré su
merecido.-respondió Zephiel seriamente.
-No hemos dicho que fueran los
mercenarios.- dijo Thomas mirando al guerrero fijamente y después a
su compañera.- Y... ¿Hueles a... Jazmín?-preguntó el joven tras
estornudar un par de veces.
-¿De qué hablas?
Lorraine propinó una patada en la
entrepierna del humano que cayó de rodillas retorciéndose de dolor.
-¡Arréale ahora Thomas!
El joven levanto la sartén lo mas alto
que pudo y golpeo con fuerza la cabeza del aparente guerrero que acto
seguido se desmayó transformándose nuevamente en el ilusionista.
-Lorraine, ¿Y si le hubieras dado la
patada al verdadero Zephiel?
-Entonces ahora tendríamos problemas de
verdad.
-¿Qué hacemos con él?-Indicó el
joven.
-Mira lo que he cogido del bolso de
Alice...-respondió la joven enseñando una barra de carmín.
Ivy cruzó las piernas mientras se
sentaba en el borde de la cama. Observó a los tres allí presentes
sin poder reprimir soltar una carcajada cuando repasó uno a uno la
estampa que ofrecían. El joven Strang estaba cubierto de estiércol
que desprendía un desagradable olor, Ricko aún tenía el cubo en la
cabeza sin olvidar que estaba cubierto de miel y plumas, mientras que
Cedric reflejaba una extraña expresión compuesta por el dolor que
aún sentía en sus partes más sensibles y por las cejas, sonrisa,
barba y pecas que habían dibujado de rojo los jóvenes en su cara.
-¿Y decís que todo eso... os lo han
hecho dos críos?