El atardecer empezaba a decaer en Bahía del Botín. Las
ruidosas gaviotas volvían a sus nidos a dormir mientras los avezados goblins
cerraban o abrían sus negocios dependiendo de la legalidad de los mismos.
La negra silueta de Brandon se reseguía en el entarimado del
suelo de madera, marcado por la luz que se filtraba a través de las ventanas de
cristal amarillo. Avanzaba con paso seguro pero lentamente, necesitaba tiempo
para seguir buscando formas de abordar la situación que estaba por venir. Estaba
decidido a crear la más grande compañía de mercenarios jamás organizada. Su
principal idea era la reconversión de los ladrones de la banda de Quincy a
honrados mercenarios y para ello necesitaría a los mejores hombres como sus
comandantes. Aquellos que serían el alma de la compañía, un ejemplo en que los
hombres se reflejarían. Brandon ya tenía en mente sus próximos objetivos, pero tenía
claro que tendría que haber un primer hombre, uno que fuera su mano derecha y
en quien Brandon pudiera confiar ciegamente (cosa peligrosa en el mundo en el
que se movían).
Brandon tenía claro que su primer hombre, sería una mujer.
Una en concreto.
No concebía emprender un proyecto como ese sin su
participación y por eso había venido hasta el lugar dónde esperaba encontrarla.
Brandon se plantó frente a la pasarela que conducía al Sable del Mar, contento
de haber acertado el momento y lugar exactos para coincidir con ella. La nave
tenía un aspecto noble pero desgastado. Habían indicios de la dura vida que
había llevado y el intento de apedazarlo que habían ejercido sus propietarios.
Partes de las velas estaban hechas jirones, la madera se astillaba en varios
puntos del casco y el mascarón de proa se había partido por la mitad.
Sin ocultar su presencia a los ojos que lo miraban desde el
navío sin bandera subió la pasarela. Un enano rubio le esperaba sentado en la
borda mientras se limpiaba las uñas con un cuchillo.
- - Que me quiten los ojos si ese que viene no es el joven
Brandon “Aguasclaras” –El enano no se levantó para recibirlo pero si le sonrió
y bajó el cuchillo. – ¡Que me aspen chico! Muy loco tienes que estar para
volver por aquí… o muy necesitado. Hacía tiempo que no nos visitabas.
- - Buenas noches a ti también, Barnabás. Y sí… Hacía
tiempo que no venía. Quizá por eso mismo podrías quitarme ya ese dichoso mote…
- - ¿Has aprendido ya a beber como un enano?
- - No llego al nivel de ebriedad de los de tu raza pero
ya no soy el niño inexperto que te retó a una batalla de rondas. – rió Brandon.
- - Eso habrá que verlo, Bran… Por ahora seguirás siendo
Aguasclaras hasta que demuestres lo contrario. – contestó Barnabás con una
sonora carcajada.
- - ¿Está ella a bordo? – inquirió el pelirrojo volviendo
a su seriedad anterior.
- - Sí… Ya sabes dónde. Ha dado noche libre a los chicos y
se ha quedado dándole a la pluma y la botella. Pasa. Perdona que no te
acompañe, pero se supone que estoy de guardia – Barnabás se ríe.- Pero además
ya te sabes el camino.
Brandon asintió y se adentró en el navío. Pasó la vieja
puerta de madera astillada por la que el viento se colaba emitiendo ruidos
fantasmales y bajó las endebles escaleras. Brandon se sorprendía de que aún
estuvieran en pie. Definitivamente los escalones no habían cambiado un ápice
desde la última vez que estuvo aquí. Cómo nada a su alrededor.
El mercenario rememoró el tiempo que pasó entre las
crepitantes maderas de la borda del Sable del mar. Quincy le envió junto a sus
hermanos para recibir una instrucción de Filbert “el hacedor de viudas”, un
mote puesto por él mismo pese a que lo más mortal que tenía era su aliento a
loro muerto. El cruel Filbert era entonces el capitán del Sable del mar y un
subordinado fiel de Quincy. Brandon y sus hermanos no aprendieron nada de él,
salvo de distanciarse de su boca lo máximo posible. Sin embargo si aprendieron
del resto de la tripulación del navío pirata: Barnabás, Marcy, Hully Tres Ojos
y los demás quienes los acogieron y les enseñaron los entresijos de la vida
delictiva en alta mar.
Y por supuesto estaba Catherine.
Brandon terminó de bajar las escaleras y se encaró a la
puerta que daba al camarote de capitán. Llamó a la puerta tres veces con los
nudillos y la rascó dos con las uñas. La señal que usaban cuando quedaban a
escondidas para verse. Al principio solo le contestó el silencio, pero cuando
se disponía a repetir la llamada la puerta se abrió repentinamente y Brandon se
encontró la punta de un florete apuntando directamente a su cuello. La mano que
lo sujetaba pertenecía a una joven morena de pelo oscuro, largo y rizado.
Vestía una casaca azul desabrochada indecorosamente mostrando una simple blusa
de generoso escote y unos pantalones bombachos blancos manchados de algo que
tanto podía ser vino como sangre.
Los ojos de la joven destilaban odio y de su boca provenía el
olor fuerte de un buen ron. Aún así hablaba claramente y sin titubeos.
- - Creo que dejé muy claro lo que te pasaría si volvías a
asomar la cabeza por aquí…
Brandon levantó las manos a la altura de la cabeza, para
demostrar su nula intención de combate.
- - No he olvidado la amenaza que me diste cuando me fui.
Y pese a que tengo en alta estima tanto mi pescuezo como mis testículos me he
arriesgado a venir. ¿No tienes algo de curiosidad por lo que tengo que decir? –
Brandon trató de lucir su mejor sonrisa. – Además… - dijo sacando una botella
licor del caro de su bolsa. – Traigo un obsequio para hablar de una tregua…
Catherine le miró con tanto odio que parecía que se le salían
los ojos de las orbitas. La botella era de su licor preferido, de una rara y
cara marca que había dejado de producirse tiempo atrás. Clavó la punta de su
florete en el cuello del pelirrojo hasta que una gota de sangre empezó a
deslizarse por la hoja y entonces lo retiró con un movimiento brusco. Arrebató
la botella de la mano de Brandon y se volvió hacia su escritorio.
El mercenario se frotó el cuello allí donde el arma había
rasgado su piel, aliviado de que al menos aún conservaba la cabeza. Había dado
un primer paso y conseguido que lo escuchara, pero convencerla no iba a ser
fácil. Cerró la puerta y la siguió hasta el escritorio abarrotado de papeles y
mapas así como de botellas vacías y útiles de navegación y la imitó en su gesto
al poner las botas encima de la mesa.
Ella lo fulminó con la mirada. Brandon observó en silencio y
sin perder la sonrisa como descorchaba la botella y daba el primer trago.
Entonces ella habló.
- - Aún llevas ese estúpido parche. – hizo notar.
- - Por supuesto. Me lo regalaste tú a fin de cuentas. –
Brandon recordaba perfectamente la jovialidad y el amor que desprendían los
ojos de la joven que le regaló el parche. “Ahora sí que eres un verdadero
pirata” le dijo. Y ahora esos mismos ojos le miraban con odio y rencor.
- - ¿Qué es lo que quieres McAllan? –No dice mi nombre, notó Brandon. – He recibido una carta de
Ricardo, diciendo que habías matado al cerdo de Quincy y que le habías dejado
al mando. ¿Es cierto?
- - Lo es. – Aseveró el mercenario.
- - Brindo por la muerte del bastardo tragaballenas. –
Dijo tras unos momentos de silencio.
Brandon sabía cuánto odiaba Catherine a Quincy. Él la había
recogido de niña como a muchos otros y entrenado en el arte de la delincuencia.
A cambio le había prometido que averiguaría que había pasado con su familia.
Ella seguía esperando. Poco tiempo después recogerla, la entregó a Filbert bajo
la tutela de quién se convirtió en la furia salvaje de los mares que era
ahora. El espíritu indomable y salvaje
de Cath la había mantenido con vida y por sus sueños e ideales, que mantenía
ocultos para todos, fue por lo que Brandon se enamoró de ella. Y ella lo había
estado de él, aunque el tiempo había pasado. Tras su instrucción a bordo,
Brandon y sus hermanos fueron llamados de nuevo a Ventormenta y así la joven
pareja se separó, rompiendo sus corazones en pedazos de los que se alimentaron
los peces. Algún tiempo después, Brandon se enteró de la muerte de Filbert por
una herida infectada y de cómo la inquebrantable voluntad de Catherine se
impuso al resto de miembros de la tripulación para asumir el cargo de capitán.
Ahora el amante volvía y ya podía tener una buena razón para
ello si quería mantener la cabeza sobre los hombros, pues no había furia mayor
que la de una mujer despechada, y sobre todo la de las mujeres piratas.
- - Si Quincy esta muerto – siguió la capitana. – Nada ata
ya la tripulación del Sable a su banda. – Tomó otro trago de la botella-
Ricardo puede decir lo que quiera pero ahora vamos por libre. – Frunció el ceño
y le clavó su mirada penetrante. - Es por eso que te ha mandado ¿verdad?
- - No. No me ha mandado Ricardo. – Brandon sacó su propia
petaca y tomó un trago. – Como has dicho, “dejé” al mando a Ricardo… Mientras yo
me centraba en otros asuntos.
- - ¿Te refieres a que ahora TÚ estás al mando? Tendrás
suerte si sales con todos tus miembros de este barco… Sabes perfectamente lo
que opino de los ladrones y asesinos de
la banda de la que eres “jefe”.
- - … Dijo la mujer pirata…
- - ¡Basta! – Llena de ira, la joven de piel morena se
levantó y encaramó sobre el escritorio, dando una vista muy explícita del
inicio de sus senos aunque no pareció darse cuenta (Hecho que Brandon
agradeció). –¡Vienes aquí después de años de silencio, tras abandonarnos a
todos los que te aceptamos como uno más de la tripulación, tras abandonarme a
MÍ! – Ahí estaba. La furia de los mares en todo su esplendor. – El Sable del
Mar ya no es un barco pirata. Ya no pertenece a tu estúpida banda. Ahora somos
corsarios. Los barcos pirata nuestro objetivo…
- - Quiero que te unas a mí – la cortó Brandon
levantándose y acercando su rostro al de ella. – en la empresa que tengo en
mente.
- - ¿Qué te hace pensar que querría unirme a una sabandija
traicionera y embustera como tú? – siseó con un hilo de voz y entrecerrando
mucho sus oscuros ojos.
- - A que tendrás la oportunidad de ser la mano que dirija
la fuerza mercenaria más grande que ha habido nunca – Sonrió Brandon.
Eso pareció desubicar a la mujer, aplacando un poco su ira.
- - ¿Mercenarios? Explícate.
- - Imagínatelo… La compañía mercenaria más grande que ha
existido. Todos los miembros que tenía la red de Quincy alrededor del mundo,
convertidos en soldados honrados (todo lo que se pueda esperar de honradez de
ellos). Y tú, dirigiendo su conversión desde la cúspide de poder, como mi mano
derecha.
Katherina no contestó. Le miró fijamente de arriba abajo,
cerciorándose de si era el mismo hombre en quien creía que se habría convertido
o el hombre que deseaba que fuera.
- - Propósitos honrados Cath… Lo que siempre repetías de
jóvenes. El potencial de estos hombres si se dedicaran a una causa más noble… -
Continuó Brandon. – Bueno… No digo que luchar por dinero sea una causa noble,
pero viendo el origen de sus miembros no se puede pedir mucho más… Pero
piénsalo. Todos ellos, una fuerza dedicada al orden en vez de al caos. Tú ya
has empezado, has sacado a tus hombres de la piratería para volverlos
corsarios. Ese es un primer paso, pero queda mucho por hacer…
- - ¿Te has dado un golpe en la cabeza o has pasado un
tiempo en un convento de sacerdotes? – inquirió ella para asegurarse de si
estaba loco.
- - Nada de eso. Solo que… empiezo a pensar en el futuro.
– El mercenario se irguió e inspiró profundamente. – Y realmente no concibo un
futuro sin tú a mi lado.
Ella pareció haber calmado su furia para considerar
seriamente su propuesta.
- - Yo… ¿Estaría al mando de todo eso?
- - Mi mano derecha. Capaz de tomar decisiones, dar
órdenes por encima de todos salvo de mí. Y libertad completa para instruir a
los hombres en tus ideales. Realmente necesitaré tu ayuda para convertir a esa
panda de maleantes en hombres de provecho.
Catherine se rió con ganas. La primera vez que había visto
algo distinto a odio en sus ojos desde que se habían reencontrado.
- - Está bien… Consideraré tu propuesta. Aunque seguramente te pediré algo a cambio...
- - Perfecto – sonrió Brandon. – Solo te pido eso. – le
hizo una marcada reverencia a la sonriente capitana y se volvió hacia la puerta
cerrada. Pero justo antes de alcanzar el pomo el florete de la mujer se clavó
en la madera de la puerta, rozando la oreja del mercenario. El pelirrojo se
volvió alarmado pero antes de que alcanzara sus armas ya la tenía encima. Pese
a que lo que esperaba era un ataque lo que hizo ella fue unir sus labios a los
suyos en un salvaje beso con sabor a licor.
- - ¿Te he dado permiso para abandonar la nave, Bran?-
Preguntó sonriendo- ¿Has olvidado ya todo lo que te enseñamos?
- - Hay cosas que nunca se olvidan, Cath… Y otras que me
gustaría que me recordaras – susurró devolviéndole el beso.
- - Habrá que hacerse, pues. No puedo dejar que alguien
que se ha entrenado en el Sable del Mar vaya por ahí sin saber todo lo que
debería saber… - Miró al catre que había al fondo de la habitación y sonrió. –
Habrá que recordarte como es la vida en el mar…
Brandon siguió a la corsaria morena que le recordó cómo eran
las noches en el mar; abrazado por una mujer ardiente, mecido por el vaivén de
sus caderas y el murmullo de sus gemidos como a su vez el navío lo era por el
vaivén de las olas y el murmullo de la espuma.
La luz de la luna bañó los cuerpos de los amantes
reencontrados. Mientras en cubierta, el enano rubio sonreía, admirado por el
ardiente deseo que poseían los jóvenes, con capacidad para cambiar el mundo.
Escrito por Vandante