domingo, 22 de marzo de 2015

Las reglas del protocolo delincuente.

     Era noche cerrada en Dun Morogh. Aunque en la ciudad de Forjaz no se divisaba el cielo, las horas tardías se notaban en lo desiertas que se volvían las calles y en la mudez de la canción de los yunques una vez la luna había salido.

Brandon McAllan caminaba solo por esas mismas calles. Alerta en todo momento por los seres que tomaban las calles por la noche y podían acecharlo desde los callejones. De vez en cuando se frotaba la cabeza. Aún le dolía del golpe recibido.
Junto con el golpe había sido obsequiado con una visión de su futuro. El mago, Khaden, había usado esas arenas mágicas sobre él. Gracias a eso había podido recordar un fragmento de su pasado, así como ver un fragmento de lo que estaba por devenir. Ignoraba si la visión había sido real, una artimaña del mago o solo un sueño pero le había dado en que pensar...

Sacudió la cabeza despejando esos pensamientos. Necesitaba la cabeza fría. Tener contactos en el submundo era un deporte peligroso. Nunca se sabía si el siguiente encuentro podía ser el último. Siempre se seguían unos protocolos no escritos para los encuentros entre delincuentes, establecidos para tratar de poner un poco de orden en los agentes del caos.

[Primera regla del protocolo delincuente: La persona que solicita el encuentro, o con un mayor rango dentro de la banda, debe llegar antes.]

Esta regla era de las más frecuentemente incumplidas, pero si el otro individuo llegaba antes tenía la picardía de esconderse, ya fuera por decoro o para planear una emboscada.

Brandon se colocó en la esquina acordada en la hora acordada. Había visto su contacto, un enano de barba oscura y cráneo rapado, escondido entre unas cajas y barriles bajo la ventana de una casa. Sin embargo siguió el protocolo y le ignoró.

[Segunda regla del protocolo delincuente: Las armas siempre visibles, peno nunca en la mano]

Era cuestión de marcar una línea entre la ostentación de poder y una posible agresión.

El pelirrojo llevaba sus armas al cinto, bien visibles. Aún así se cruzó de brazos para apartar sus manos de ellas. En caso de un ataque siempre podría recurrir a sus armas ocultas.

[Tercera regla del protocolo delincuente: Para iniciar el encuentro, el que había sido convocado hablaba primero.]

Brandon dejó que el enano se escabullera por un callejón para aparecer luego como si acabara de llegar. El pelirrojo no dijo nada, ni dio a entender que le había visto y que sabía que llevaba rato observándolo. Dejó que fuera él quien hablara primero.

- ¿Porqué es roja la serpiente? - sobrevino el enano cuando se hallaba a pocos metros de distancia.

- Porque está empapada en vino. - Respondió Brandon, completando así el santo y seña ideado por su antiguo jefe, Quincy Thaulberg, con su chiste sin gracia- Tengo que hacer que cambien eso. Siempre me ha parecido una bufonada.

- Han cogido a Ormyr. - siguió en enano. Parecía nervioso y obviamente cansado.- Ha habido... revuelo entre los miembros de la banda aquí.

- ¿Quién se ha erigido jefe?

- Pasoroca. Se estuvo debatiendo entre él y Ceñoumbrío. Pero al final se decantó la balanza.

Brandon se rió interiormente. Era irónico que, pese al turbio propósito con el que se creó su banda, rara vez había asesinatos internos. Incluso cuando había que decidir un jefe regional sustituto, mientras el jefe seleccionaba a otro, se decidía por debate entre los que tendrían que ser sus hombres. Establecer un orden dentro de la banda fue una de las pocas cosas que hizo bien Quincy.

- Ormyr era un canalla. Siempre lamiéndole el culo a Quincy...

- Entonces... ¿Es cierto? - El enano se había acercado y bajado el tono de su ronca voz-  ¿Has... has matado al jefe? Han llegado los rumores pero ningún comunicado oficial.

- Todo lo que queda del jefe debe estar en las barrigas de los peces del puerto de Ventormenta. - Le aclaró Brandon.- Que Pasoroca esté atento. Pronto le llegarán las ordenes de Richard. Él está al mando por ahora. De momento infórmale a tu jefe que os tomáis un descanso. No conviene llamar la atención.

-¿Ricardo? - se extrañó el enano. -¿Entonces... Qué vas a hacer tú?

- ¿Yo? - Brandon se detuvo un instante antes de responder. Su intención había sido ir a Draenor, a buscar a sus hermanos. Pero ahora, por un giro de los acontecimientos, no iba a poder ir tan pronto como desearía. Sin embargo le sorprendió darse cuenta de que no estaba preocupado. En la visión estaban a su lado, sanos y salvos. Pensó sin embargo en esos chavales y en el viaje que el mago les prometía... En las oportunidades que significaba formar parte de ello. - Yo voy a viajar un tiempo. Quiero repasar que todas las zonas que controlamos siguen operativas y en buen estado y quizá abrir nuevas zonas dónde establecernos.... No.-Sacudió la cabeza ante el enano que iba anotando mentalmente su respuesta. - Eso habría dicho antes. Voy a viajar por un tiempo y veré como está la banda si me viene de paso pero no es ese mi objetivo. Por ahora Richard está al mando.

- ¿Y ya está? ¿Eso es todo lo que debemos hacer? - El enano parecía un poco ofendido.- ¿Quedarnos quietos y esperar a que vuelvas?
Brandon se detuvo cuando ya se estaba empezando el camino de vuelta.

-Entrenad. Preparaos para luchar.

-¿Se avecina una guerra de bandas? -Preguntó el enano animado.

- No exactamente. Tan sólo estad en buena forma. Cuando vuelva os diré más. Y espero no ver ninguna tripa cervecera para entonces.

[Cuarta regla del protocolo delincuente: Deja siempre tu huella]

Brandon se marchó de la esquina oscura dejando a su contacto intrigado pero con la certeza de que grandes cambios estaban por llegar.


***************************La visión*********************************

Brandon miró los ojos de ese hombre. Eran unos ojos experimentados. Se notaba que habían visto muchas cosas. Las cicatrices  en el rostro y cuerpo del hombre lo corroboraban. Sentado en una roca bajo una noche estrellada y frente a una cálida hoguera. Una botella de brandy Gilneano pendía en su mano. Su sonrisa parecía no perecer nunca.

El hombre no estaba solo. Todo a su alrededor estaba repleto de hombres y mujeres cantando, bebiendo, riendo. Sus tiendas abarrotaban el claro en el que estaban y seguían bajando la colina. Todos armados, pues eran mercenarios.
La ardiente compañía militarizada parecía estar acampada ya desde hacía unos días, quizá tras realizar un buen trabajo y haber recibido su pago.

Brandon se volvió a fijar en el hombre que parecía su líder. Todos lo miraban con respeto, con admiración, orgullosos de que fuera su líder. Era un hombre que les había llevado a la victoria en más de una ocasión. Un hombre que los había levantado del barro, de los escombros de la sociedad para dirigirlos con éxito a un futuro que, pese a peligroso, les prometía riquezas y prosperidad. Todos esos hombres eran hermanos y hermanas, compañeros en un viaje a la fortuna.

Brandon observó los hombres que más cerca estaban del líder y se dio cuenta de que eran sus hermanos. Un mensajero llegó entonces con una carta para el líder. Este la cogió con una mano, sin soltar la botella.  Soltó una risotada y arrojó la carta al fuego. Entonces se levantó y habló con una voz ronca:

-Recoged. Partimos al alba. Los chavales nos necesitan.

Brandon se acercó mucho al rostro del líder, que seguía mirando a través de él como si fuera un fantasma. Y se dio cuenta. Ese hombre era él.


                                                                                    Escrito por Vandante