lunes, 1 de diciembre de 2014

El cuidador de espíritus



“Concentración...La mente en blanco...Debemos ampliar nuestro yo, nuestra propia esencia...Extender nuestros sentidos...Debemos ser capaces de sentir aquello que los demás no pueden percibir...”

Esas palabras resonaban en mi mente siempre que me disponía a establecer el vínculo. La maestra Aluuni las repitió durante tanto tiempo que ya no hacía falta que su presencia las pronunciase nunca más ¿Cuántos años hace de eso, cien, doscientos? Bah, no importa...

Los pasos reverberaban sobre la fría piedra, cuidadosamente adornada con teselas de colores, a los márgenes del camino el mármol reflejaba la tenue luz de las lámparas, que levitaban a cierta altura.
El sonido se alzaba hasta los altos arcos que terminaban en una gran cúpula, adornada con frescos y figuras penitentes, sus manos suplicantes invocaban el amor de los naaru.
El Transepto Occidental se encontraba en la más absoluta penumbra a aquellas horas de la noche y, aunque no había nadie en el plano físico, sabía que no me encontraba solo. El sonido tranquilizador y armonioso del agua rompía ese silencio sepulcral; unos canalones a los márgenes del camino principal hacían fluir el líquido elemento a lo largo de todo el edificio.

Aquel pasillo abovedado terminaba en una gran sala circular, rodeada de grandes estatuas de aspecto afable y manos en gesto de oración, vidrieras con motivos de diversos colores cuyas imágenes se asemejaban a las figuras de un naaru y uno de los pilones maestros, encargados de la protección del recinto. Un gran fragmento de cristal, invención de los artificieros, para proteger las almas de nuestro pueblo. Había llegado a mi destino.





En la zona más opuesta de aquella sala circular se encontraba un pequeño altar, un transportador de almas. Caminé hasta allí bajo la gran luz de aquel pilón, cuya energía arcana iluminaba la sala con tonos purpúreos.

“Debemos purificar las almas antes de ser uno con la Luz”. Ese pensamiento asaltó mi mente de manera súbita. Por algún motivo mi cuerpo estaba más tenso de lo normal. Mi instinto me avisaba, sin embargo no quería permitir que ninguna distracción rompiera mi concentración. Al llegar al pequeño altar, posé mi mirada en él. De una de mis largas mangas extraje otro cristal; un catalizador de poder, me resultaría de mayor utilidad en mi labor. Alcé ambos brazos mientras repetía el cántico de invocación:

-¡Golad, maloch, valsheva... Golad, maloch, valsheva...Exoch, maloch, talomai!-

Varios orbes descendieron de manera serpenteante por la sala abovedada, el ritual iba a dar comienzo...
Uno de ellos descendió con mayor velocidad que los demás. La figura de un varón cobró forma. Su aspecto robusto acompañado de una imponente armadura espectral no daba lugar a dudas, vindicador en otra vida, el espíritu observaba.
Un segundo orbe descendió poco más tarde, una hembra se materializó. Su mirada dulce y lánguida, sus togas de largas mangas y un libro colgado al cinto; Una antigua anacoreta, sus cuernos habrían sido considerados atractivos entre los míos de permanecer aún con vida.

La tercera figura en cobrar forma me era muy familiar, un joven de mi especie, pacificador, de mentón perfecto, cuello fuerte y brazos capaces de hacer frente a cualquier peligro... salvo al veneno que se lo llevó de mis brazos... -Haril, hijo mio.-Sus ojos me observaban con el amor que me tuvo en vida. Una sonrisa melancólica asomaba de la comisura espectral de sus labios.

Las tres figuras se encontraban frente a mi, con sus miradas fijas en mi figura. Me dispuse a comenzar el ritual de purificación una vez más. Pronto, pronto mis amigos y mi hijo serán uno con la Luz y yo...habré acabado con el sufrimiento de no haber podido ayudarles en vida.
Me dispuse a invocar a la Luz una vez más, la Luz que nos salvo en incontables ocasiones y, que tras la muerte, es capaz de aliviarnos. La Luz que permitirá que D'ore recobre sus fuerzas, a él, al naaru caído nos uniremos. Alimentaremos su ser con nuestra humilde esencia, sólo entonces alcanzaremos la salvación de nuestras almas. Mi hijo, mi hijo pronto será uno con él...

-¡Ah! Estás aquí, Azhim, creí que no había nadie más en este lugar. Debes acudir de inmediato al Transepto oriental, se requiere tu ayuda allí.- dijo una voz femenina. El melodioso sonido de esas palabras no fueron lo que me perturbó, sino el hecho de desconcentrarme en un momento tan delicado como éste.

-Vinculadora, estoy a punto de iniciar mi ritual de purificación, no podemos dejarlo así.- Aparté la mirada de las almas allí congregadas para ver a la maestra Nyami. Su figura se encontraba en mitad de la estancia, bajo el gran pilón, como si de una estatua se tratase. Sus togas oscuras, al igual que su piel, de un azul apagado, hacían que el brillo de sus ojos contrastase.

-No debes preocuparte, terminaré yo la tarea que has comenzado. Tu labor en aquella cámara es más importante ahora mismo. No debes demorarte, Cuidaespíritus.- Respondió la Vinculadora al mismo tiempo que entrecerraba ambos ojos, dejando visibles a penas unas líneas de fulgor azulado.

-Como ordenéis, maestra.- Volví la mirada hacia mi querido Haril. Algo había diferente en él, su expresión había cambiado por completo; su mirada, antes cálida y llena de amor se había tornado por una llena de...¿Miedo?

-¡Hermano Azhim, a qué estás esperando! Es de suma importancia tu presencia en ese lugar. Debemos reforzar las defensas y preparar las almas de nuestros hermanos.-
Quería hablar con el espíritu de mi hijo, pero éste se desvaneció. Un hondo malestar se hizo presa de mi. Algo no iba bien...

Deshice el camino andado hasta regresar al comienzo, la Nave del descanso Eterno, cámara de grandes dimensiones, una de las entradas, coronada por una enorme lámpara en lo más alto de la techumbre y en el suelo teselas formando un rosetón de vivos colores. Unos metros más y llegaría al Transepto Oriental, el lugar de reunión.

Mi mente se encontraba nublada, la imagen del espíritu de mi hijo con aquella cara desfigurada por el horror...¿A qué se debía? Nunca había sido testigo de una mirada así ¿Qué estaba ocurriendo, eran ciertos los rumores?¿Han penetrado el templo las tropas enemigas?

Para mi sorpresa el camino estaba cortado. Un muro de Luz protector bloqueaba la entrada el pasillo. Observe a mi izquierda y mi derecha, en busca de alguna explicación. Este no era el protocolo habitual.

De pronto sentí una presencia intentando establecer contacto. Ayúdanos, ayúdanos por favor, dijo una voz. ¿Qué, qué está ocurriendo? 
Miré a mi alrededor, pero rápidamente pude darme cuenta que esa voz me hablaba mentalmente. Huye de aquí, avisa a los Exarcas, quieren las almas...traidores...vienen los traidores...

La brusca pérdida del vínculo mental supuso un tremendo dolor de cabeza. Algo o alguien había terminado con esa conversación de forma abrupta, sin dar tiempo a que nuestras mentes llegaran a desligarse de forma correcta.

Me tambaleé durante unos segundos, buscando con la mano un lugar al que aferrarme. En cuanto sentí el frío tacto de la pared en mi mano suspiré más aliviado. Mi vista, aun ligeramente nublada por el repentino trauma, intentaba enfocar en medio de esa oscuridad. Recobré mis plenas facultades poco después, justo a tiempo para ver como unos zelotes se acercaban hasta mi posición.

-Hermanos ¿Qué ocurre, por qué está sellado el Transepto Oriental, no está allí todo el mundo?- Pregunté, pero para mi asombro la única respuesta que recibí de aquellos guardias fue el silencio.
Mi espíritu se encontraba inquieto, tenía la impresión de que algo horrible iba a ocurrir. Pero me mantuve apoyado en la pared.

Los zelotes continuaron su camino hacia mi posición, sus grandes y pesadas pezuñas marcaban el ritmo de su paso y sus espadas resplandecían de forma ominosa en aquella penumbra. Sus rostros, ocultos tras su yelmo, hacían más inquietante la situación, ya de por sí confusa.

Padre...márchate 
-¿Haril? Haril, hijo mio ¿Dónde estás?- La imagen de Haril se materializó justo entre mi posición y la de los guardias que, a penas se encontraban ya a un par de metros de mi. 
¡Corre padre, es una trampa, vete de aquí! 
Los zelotes atravesaron la figura de mi hijo, como si de un mero holograma se tratase y alzaron sus armas con ambas manos.

Una oleada de terror me apresó. Di media vuelta y me dispuse a abandonar el templo lo más rápido que pude. Corrí, corrí con todas mis fuerzas, rezando a los naaru. Fuera las estrellas y la gran luna iluminaba todo aquel majestuoso recinto. Una suave brisa me recibió, despejando mi aturdida mente.
Aquellos zelotes me seguían ¿Pero cómo era eso posible? ¿Los protectores de los auchenai son nuestros verdugos? Debo...debo informar a Maladaar, los Exarcas deben saberlo...

Mantuve el paso durante minutos, tal vez horas, sin parar de correr ni un sólo segundo. Mis pezuñas me llevaron hasta el corazón de Talador. De alguna manera caí en la cuenta de abandonar el sendero principal y adentrarme en el bosque. En algún momento del camino mis pulmones dejaron de responder y perdí el conocimiento bajo un gran árbol en aquella noche ominosa.


Que la Luz nos proteja...



Escrito por Iridi