“Concentración...La mente en
blanco...Debemos ampliar nuestro yo, nuestra propia
esencia...Extender nuestros sentidos...Debemos ser capaces de sentir
aquello que los demás no pueden percibir...”
Esas palabras resonaban en mi mente
siempre que me disponía a establecer el vínculo. La maestra Aluuni
las repitió durante tanto tiempo que ya no hacía falta que su
presencia las pronunciase nunca más ¿Cuántos años hace de eso,
cien, doscientos? Bah, no importa...
Los pasos reverberaban sobre la fría
piedra, cuidadosamente adornada con teselas de colores, a los
márgenes del camino el mármol reflejaba la tenue luz de las
lámparas, que levitaban a cierta altura.
El sonido se alzaba hasta los altos
arcos que terminaban en una gran cúpula, adornada con frescos y
figuras penitentes, sus manos suplicantes invocaban el amor de los
naaru.
El Transepto Occidental se encontraba
en la más absoluta penumbra a aquellas horas de la noche y, aunque
no había nadie en el plano físico, sabía que no me encontraba
solo. El sonido tranquilizador y armonioso del agua rompía ese
silencio sepulcral; unos canalones a los márgenes del camino
principal hacían fluir el líquido elemento a lo largo de todo el
edificio.
Aquel pasillo abovedado terminaba en
una gran sala circular, rodeada de grandes estatuas de aspecto afable
y manos en gesto de oración, vidrieras con motivos de diversos
colores cuyas imágenes se asemejaban a las figuras de un naaru y uno
de los pilones maestros, encargados de la protección del recinto. Un
gran fragmento de cristal, invención de los artificieros, para
proteger las almas de nuestro pueblo. Había llegado a mi destino.
En la zona más opuesta de aquella sala
circular se encontraba un pequeño altar, un transportador de almas.
Caminé hasta allí bajo la gran luz de aquel pilón, cuya energía
arcana iluminaba la sala con tonos purpúreos.
“Debemos purificar las almas antes de
ser uno con la Luz”. Ese pensamiento asaltó mi mente de manera
súbita. Por algún motivo mi cuerpo estaba más tenso de lo normal.
Mi instinto me avisaba, sin embargo no quería permitir que ninguna
distracción rompiera mi concentración. Al llegar al pequeño altar,
posé mi mirada en él. De una de mis largas mangas extraje otro
cristal; un catalizador de poder, me resultaría de mayor utilidad en
mi labor. Alcé ambos brazos mientras repetía el cántico de
invocación:
-¡Golad,
maloch, valsheva... Golad, maloch, valsheva...Exoch, maloch,
talomai!-
Varios orbes descendieron de manera
serpenteante por la sala abovedada, el ritual iba a dar comienzo...
Uno de ellos descendió con mayor
velocidad que los demás. La figura de un varón cobró forma. Su
aspecto robusto acompañado de una imponente armadura espectral no
daba lugar a dudas, vindicador en otra vida, el espíritu observaba.
Un segundo orbe descendió poco más
tarde, una hembra se materializó. Su mirada dulce y lánguida, sus
togas de largas mangas y un libro colgado al cinto; Una antigua
anacoreta, sus cuernos habrían sido considerados atractivos entre
los míos de permanecer aún con vida.
La tercera figura en cobrar forma me
era muy familiar, un joven de mi especie, pacificador, de mentón
perfecto, cuello fuerte y brazos capaces de hacer frente a cualquier
peligro... salvo al veneno que se lo llevó de mis brazos... -Haril,
hijo mio.-Sus ojos me observaban con el amor que me tuvo en vida. Una
sonrisa melancólica asomaba de la comisura espectral de sus labios.
Las tres figuras se encontraban frente
a mi, con sus miradas fijas en mi figura. Me dispuse a comenzar el
ritual de purificación una vez más. Pronto, pronto mis amigos y mi
hijo serán uno con la Luz y yo...habré acabado con el sufrimiento
de no haber podido ayudarles en vida.
Me dispuse a invocar a la Luz una vez
más, la Luz que nos salvo en incontables ocasiones y, que tras la
muerte, es capaz de aliviarnos. La Luz que permitirá que D'ore
recobre sus fuerzas, a él, al naaru caído nos uniremos.
Alimentaremos su ser con nuestra humilde esencia, sólo entonces
alcanzaremos la salvación de nuestras almas. Mi hijo, mi hijo pronto
será uno con él...
-¡Ah! Estás aquí, Azhim, creí que
no había nadie más en este lugar. Debes acudir de inmediato al
Transepto oriental, se requiere tu ayuda allí.- dijo una voz
femenina. El melodioso sonido de esas palabras no fueron lo que me
perturbó, sino el hecho de desconcentrarme en un momento tan
delicado como éste.
-Vinculadora, estoy a punto de iniciar
mi ritual de purificación, no podemos dejarlo así.- Aparté la
mirada de las almas allí congregadas para ver a la maestra Nyami. Su
figura se encontraba en mitad de la estancia, bajo el gran pilón,
como si de una estatua se tratase. Sus togas oscuras, al igual que su
piel, de un azul apagado, hacían que el brillo de sus ojos
contrastase.
-No debes preocuparte, terminaré yo la
tarea que has comenzado. Tu labor en aquella cámara es más
importante ahora mismo. No debes demorarte, Cuidaespíritus.- Respondió la Vinculadora al mismo tiempo que entrecerraba ambos
ojos, dejando visibles a penas unas líneas de fulgor azulado.
-Como ordenéis, maestra.- Volví la
mirada hacia mi querido Haril. Algo había diferente en él, su
expresión había cambiado por completo; su mirada, antes cálida y
llena de amor se había tornado por una llena de...¿Miedo?
-¡Hermano Azhim, a qué estás
esperando! Es de suma importancia tu presencia en ese lugar. Debemos
reforzar las defensas y preparar las almas de nuestros hermanos.-
Quería hablar con el espíritu de mi
hijo, pero éste se desvaneció. Un hondo malestar se hizo presa de
mi. Algo no iba bien...
Deshice el camino andado hasta regresar
al comienzo, la Nave del descanso Eterno, cámara de grandes
dimensiones, una de las entradas, coronada por una enorme lámpara en
lo más alto de la techumbre y en el suelo teselas formando un
rosetón de vivos colores. Unos metros más y llegaría al Transepto
Oriental, el lugar de reunión.
Mi mente se encontraba nublada, la
imagen del espíritu de mi hijo con aquella cara desfigurada por el
horror...¿A qué se debía? Nunca había sido testigo de una mirada
así ¿Qué estaba ocurriendo, eran ciertos los rumores?¿Han
penetrado el templo las tropas enemigas?
Para mi sorpresa el camino estaba
cortado. Un muro de Luz protector bloqueaba la entrada el pasillo.
Observe a mi izquierda y mi derecha, en busca de alguna explicación.
Este no era el protocolo habitual.
De pronto sentí una presencia
intentando establecer contacto. Ayúdanos, ayúdanos por favor, dijo una voz. ¿Qué, qué está ocurriendo?
Miré a mi alrededor,
pero rápidamente pude darme cuenta que esa voz me hablaba
mentalmente. Huye de aquí, avisa a los Exarcas, quieren las
almas...traidores...vienen los traidores...
La brusca pérdida
del vínculo mental supuso un tremendo dolor de cabeza. Algo o
alguien había terminado con esa conversación de forma abrupta, sin
dar tiempo a que nuestras mentes llegaran a desligarse de forma
correcta.
Me tambaleé durante unos segundos,
buscando con la mano un lugar al que aferrarme. En cuanto sentí el
frío tacto de la pared en mi mano suspiré más aliviado. Mi vista,
aun ligeramente nublada por el repentino trauma, intentaba enfocar en
medio de esa oscuridad. Recobré mis plenas facultades poco
después, justo a tiempo para ver como unos zelotes se acercaban
hasta mi posición.
-Hermanos ¿Qué ocurre, por qué está
sellado el Transepto Oriental, no está allí todo el mundo?-
Pregunté, pero para mi asombro la única respuesta que recibí de
aquellos guardias fue el silencio.
Mi espíritu se encontraba inquieto,
tenía la impresión de que algo horrible iba a ocurrir. Pero me
mantuve apoyado en la pared.
Los zelotes continuaron su camino hacia
mi posición, sus grandes y pesadas pezuñas marcaban el ritmo de su
paso y sus espadas resplandecían de forma ominosa en aquella
penumbra. Sus rostros, ocultos tras su yelmo, hacían más
inquietante la situación, ya de por sí confusa.
Padre...márchate
-¿Haril?
Haril, hijo mio ¿Dónde estás?- La imagen de Haril se materializó
justo entre mi posición y la de los guardias que, a penas se
encontraban ya a un par de metros de mi.
¡Corre padre, es una
trampa, vete de aquí!
Los zelotes atravesaron la figura de mi
hijo, como si de un mero holograma se tratase y alzaron sus armas con
ambas manos.
Una oleada de terror me apresó. Di
media vuelta y me dispuse a abandonar el templo lo más rápido que
pude. Corrí, corrí con todas mis fuerzas, rezando a los naaru.
Fuera las estrellas y la gran luna iluminaba todo aquel majestuoso
recinto. Una suave brisa me recibió, despejando mi aturdida mente.
Aquellos zelotes me seguían ¿Pero
cómo era eso posible? ¿Los protectores de los auchenai son nuestros
verdugos? Debo...debo informar a Maladaar, los Exarcas deben
saberlo...
Mantuve el paso durante minutos, tal
vez horas, sin parar de correr ni un sólo segundo. Mis pezuñas me
llevaron hasta el corazón de Talador. De alguna manera caí en la
cuenta de abandonar el sendero principal y adentrarme en el bosque. En
algún momento del camino mis pulmones dejaron de responder y perdí
el conocimiento bajo un gran árbol en aquella noche ominosa.
Que la Luz nos proteja...
Escrito por Iridi