domingo, 14 de diciembre de 2014

James Vandante - Maestro de cuervos

El humo ennegrecía el cielo tanto como la sangre había enrojecido el suelo de las Tierras Devastadas. El olor de la pólvora y el azufre escondían el hedor a carne chamuscada. Las explosiones y gritos retumbaban sordos en los oídos de James, tumbado con los ojos en el cielo, algo apartado del campo de batalla. Sentía como el viento arrastraba nubes de polvo y ceniza ajeno al caos de la batalla...

El pellizco de Cena en su mejilla le hizo reaccionar. El golpe de maza que le había dado ese orco le había derribado y por un momento se había desorientado, pero recobró el sentido y se puso en pie. Retomó su rifle, caído a no mucha distancia, y examinó el campo devastado ante sí. Las fuerzas de la Alianza y la Horda estaban cruzando el portal rojo, por lo visto habían dado la orden de ataque. James trató de localizar infructuosamente a sus compañeros de escuadrón. No había ni rastro. O los chicos habían cruzado ya o habían caído...

Se sacudió la cabeza y llamó la atención de Cena quien revoloteaba cerca de su cabeza.
- Reúnelos y seguidme. - le dijo, sabiendo que se refería a los cuervos que formaban su bandada.
El cuervo graznó y alzó el vuelo embotado por el humo. Cómo guía de la bandada, Cena sabría encontrar los cuervos allí dónde no llegaban los silbidos de James.

El cazador corrió, sorteando los cadáveres de aliados y enemigos por igual, para unirse a los últimos soldados que cruzaban el rojo portal que empezaba a tintinear. Con una señal indicó a la bandada la orden de cruzar y, sin perder tiempo, la nube sombría de plumas negras cruzó el portal a toda velocidad.  James Vandante cogió aire... y cruzó.

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Pantalla de carga.
Consejo: ¿Sabías que tu personaje puede comer y beber a la vez? ¡Y sin atragantarse! Eso merece un logro.

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Si lo que había dejado atrás era una batalla caótica de humo, sangre y explosiones lo que lo recibía no era nada mejor. El ejercito orco se extendía hasta donde llegaba su vista, con armas de asedio y bestias temibles que los cargaban. Y frente a ellos un pequeño reducto de fuerzas de la Alianza y la Horda, muriendo sin remedio...

Un estallido sonó a su espalda. El enorme cúmulo de energía mágica que unía los dos mundos había desaparecido dejando a aquellos que hubieran cruzado... atrapados.

James maldijo el día que se le ocurrió unirse a la leva de voluntarios. No debía haber salido nunca de bosque en el que solía cazar. Vio como su bandada volaba desorientada, sorprendida por los cielos extraños. James hizo ademán de llamarla, reunirla para unirse al reducido número de fuerzas invasoras que ahora se retiraban. Sin embargo le alcanzó la explosión.  

Por un momento voló. No un vuelo grácil como el de Brote, más bien una caída acelerada como cuando Banquete se abalanzaba sobre los restos de su comida. Aterrizó encima de unos arbustos, sus eternos compañeros de caza, asustando de este modo a unos extraños pájaros coloridos de enorme pico.

Su bandada se desperdigó. El humo y el ataque cruzado de los extraños pájaros los separaron y confundieron. James vio cómo Brote, Huella y Ojo volaban hacia el norte siguiendo la dirección del viento. Tapón, Cruz y Azafrán volaron hacia el este y se perdieron en el cielo extraño. Entrante , el violento, se lanzó hacia el ejército enemigo y desapareció en el humo del oeste seguido por su hermano Banquete. Desayuno, Merienda, y el joven Aperitivo volaron hacia el sur, lejos de la batalla.  Cena y Postre volaron asustados hacia James y se posaron sobre su pierna, que asomaba por encima de los matojos.  Desde su incómoda posición vio caer a Alacrán. Las aves coloridas lo abatieron y rompieron el cráneo con sus poderosos picos.

James sintió como el corazón le daba un vuelco. Alacrán era un cuervo dócil, había sido fácil de capturar y amaestrar. No era ruidoso, por el contrario, le gustaba permanecer callado, observando cómo se escribían los mensajes que él debería llevar. Y lo hacía siempre con pulcritud, sin arrugar el papel o comerse los bordes. Era una criatura noble y magnifica, de mirada curiosa, un poco reacia con los desconocidos pero muy tierna cuando te ganabas su amistad. Y su último grito se grabó en la cabeza de James.

Llevado por el impulso de la venganza recogió su rifle, que milagrosamente seguía entero, y disparó a las aves coloridas. Las acribilló una a una. Una bala por cada pluma manchada de Alacrán.

Calmada su furia, se volvió hacia el cuerpo inerte de Alacrán cerca de unas tiendas de aspecto tribal. Se arrodilló frente al cuerpo del pájaro ignorando la algarabía que se oía tras de sí. Ya no se acordaba del portal o de estar atrapado en un territorio hostil, había muerto uno de sus pájaros, a los que consideraba sus compañeros.

Notó de repente calor a su espalda. Las tiendas habían prendido en llamas como por arte de magia. Un orco salió de una de ellas, envuelto en un fuego abrasador, y se abalanzó sobre James, seguramente creyéndolo autor del incendio. Forcejearon, el orco gritándole a la cara y el cazador tratando de apartarle con la culata de su arma. La fuerza bruta del orco ganaba pero James se las arreglaba para redirigir sus empujes para hacerle tropezar. El baile duró unos momentos hasta que, sin darse cuenta, se acercaron hasta al borde del precipicio.

En un último empuje agónico, el ardiente orco saltó al vacio, llevándose al cazador con él. James soltó el rifle que lo unía con el orco y con pavor vio como las turbulentas aguas de un rio se acercaban peligrosamente rápido.

Con la fortuna de su parte sobrevivió a la zambullida.  Quiso nadar en dirección a la orilla pero la corriente era demasiado fuerte. El bramido de un orco le indico que su enemigo tampoco estaba muerto y que, pese a sus graves heridas, seguía buscando guerra.



El rio discurría presto y caudaloso y los mantenía alejados el uno de otro. Sin embargo las afiladas rocas magullaban a los navegantes sin navío cada vez que las golpeaban. Las piezas de su armadura se soltaban y perdían en el fondo del rio. Cena y Postre le seguían a pocos metros pero frenaron su vuelo al oír un estruendo.  James abrió mucho los ojos cuando vio como rocas ígneas caídas del cielo golpeaban un puente, maldijo cuando lo vio romperse y gritó cuando se dio cuenta de que los trozos caerían coincidiendo con su paso por debajo.

Aceleró su nado sobre las turbulentas aguas, perdiendo el poco equipo que ya le quedaban. Las rocas y la madera en llamas que formaban el puente cayeron detrás suyo, provocando un gran oleaje que lo impulsó hacia delante.

De pronto el rio terminaba y tras un salto de cascada James Vandante se encontró flotando en un lago. Nadó hasta la orilla. Empapado y desarmado en tierra desconocida y hostil. Se calmó, respiró hondo. Cena y Postre acudieron a él, y por su conducta supo que no había enemigos cerca. El orco habría muerto bajo los restos del puente.

Recurrió a sus dotes de explorador y con cautela llego a la costa. Siguiendo su intuición ( y la de los estómagos de sus cuervos) se dirigió hacia el oeste bordeando la costa, evitando el incesante murmullo proveniente de la jungla.

Al poco encontró las primeras pisadas... No eran pisadas orcas.

- Bueno...- dijo para sí. - Parece que no estamos solos.

Y se encaminó tras el rastro.



Escrito por Vandante