sábado, 29 de noviembre de 2014

Prólogo Cap I - En tierras de Draenor (Parte 1)


La Marea de Hierro, así la habían llamado. Nunca antes un nombre había hecho tanta justicia a lo que estaba teniendo lugar en aquel devastado lugar, cuya desolación y baldías tierras habían dado lugar a una desconocida invasión que amenazaba con arrasar todo a su paso, como si de un salvaje oleaje se tratara. La marea avanzaba cada día, cada noche, cada minuto, donde un sinfín de orcos alzaban fervientemente sus armas en contra de aquello que osara siquiera enfrentarse a ellos. Nethergarde había caído. Ni siquiera habían podido defenderse de aquella aniquilación, de aquel derramamiento de sangre del cual no habían sido los únicos en sufrir, la Horda y la Alianza padecían las recientes pérdidas bajo aquel estandarte apodado La Horda de Hierro.

Habían pasado días, incluso semanas, desde que numerosos grupos militares y de apoyo habían partido con el objetivo de poner fin a aquellos que amenazaban con destruir sus tierras, su mundo. Muchos habían perdido ya la cuenta de las bajas que habían tenido lugar en el frente, otros rezaban mientras tanto por impartir aquello que consideraban justicia, por vengar a sus compañeros caídos o por defender a los millares de inocentes que esperanzados aguardaban a que la nueva guerra llegara a su fin tan pronto como había comenzado. Sin embargo la suerte estaba ya echada. La gran ofensiva final estaba teniendo lugar, mientras los que allí se hallaban temían que sus fuerzas terminasen cediendo ante la imparable marcha de los ejércitos enemigos que se cernían una y otra vez sobre ellos. Enemigos que no parecían agotarse, que no parecían terminar, y que no parecían menguar por más orcos a los que se les diese muerte.
Tal y como habían sido nombrados, la Marea de Hierro, parecía esperar pacientemente el romper de su oleaje sobre el campo de batalla, del cual tan solo un bando saldría victorioso.


Garrett tomó tan solo unos segundos para coger aire mientras extraía su espada del cadáver de uno de sus enemigos.Observó con desdén al orco de piel oscura que yacía inerte mancillado por la sangre que manaba de una profunda herida en el pecho. No sabía con certeza cuantos orcos había visto caer ese día, ni cuantos lo habían hecho bajo el filo de su arma, pero nada de aquello importaba ahora. Lo único que anhelaba era que aquella cruenta batalla terminara cuanto antes, sin embargo sus más profundos deseos estaban lejos de convertirse en realidad. Cada orco muerto parecía ser sustituido por otro, como si no importase, como si la muerte de uno de los suyos no tuviera sentido alguno para ellos, careciendo así importancia. Por desgracia, cada pérdida que tenía lugar entre los nuestros era una dolorosa punzada que ahondaba en lo más profundo de nuestro ser y de cada uno de los que allí se congregaban.

El caminante del tiempo miró a su alrededor, intentaba percatarse de lo que ocurría, pero el caos hacía que tal hazaña fuera imposible. Hacía tiempo que había perdido de vista a algunos de sus compañeros, temiendo que hubiera tenido lugar lo peor. Suprimió rápidamente esos amargos pensamientos de su cabeza, y se centró en lo que era realmente importante, ganar la batalla, luchar hasta el final. Después de todo, los miembros de la Orden y los numerosos aliados que habían encontrado por el camino, eran lo suficientemente fuertes y poderosos como para resistir bajo la presión que ejercían los numerosos enemigos.

El joven continuó luchando, blandió su espada con una mano mientras sostenía con fuerza el robusto escudo que le mantenía a salvo. Inmerso en el combate perdió la noción del tiempo, dejándose llevar agotadamente por el vaivén que ejercían sus movimientos mientras asestaba los numerosos golpes para protegerse a él y a los suyos, para dar al menos un respiro a aquellos que como él mismo, se hallaban sin aliento. Sus piernas comenzaban a fallar, mientras que sus manos temblaban al aferrarse a sus armas. Recordó rápidamente las razones que le habían llevado hasta allí, las razones que habían hecho que una decisión tras otra los situara en el lugar en el que se encontraban. Los últimos meses la Orden había logrando derrotar a sus más oscuros y siniestros enemigos, no sin perder a muchos de los suyos por el camino, pero a fin de cuentas lo habían logrado. Sin embargo esto era distinto, aquí la Orden y los cometidos de ésta carecían de relevancia alguna. Algo mayor se tejía en el horizonte, algo incapaz de vislumbrarse aún pero perceptible a aquellos que fueran capaces de ver más allá de lo que la vista permitía observar. La guerra no era contra orcos, era contra un enemigo aún mayor. Aún así, los allí presentes formaban parte de un mecanismo, cada uno de ellos era una pieza vital para determinar la victoria que podían llegar a alcanzar y el destino que les deparaba a cada uno de los mortales que allí luchaban con ansia.

De pronto una voz retumbó por la zona. Fue algo más que un grito, fue para muchos un atisbo de esperanza necesario en aquel momento, mientras que para otros infundió el temor a lo desconocido, el temor al devenir de los acontecimientos. De cualquier modo, el grito de guerra del archimago se oyó en toda la zona, indicando que había llegado el momento, el momento de avanzar, de tomar aquel portal que se erguía orgulloso e imponente a partes iguales mientras los mortales derramaban un sinfín de sangre bajo su petrificada sombra.

Un escalofrío recorrió al joven paladín. Jamás había planeado nada de lo que estaba teniendo lugar, pero aún así habían formado parte de aquel gran batallón, sin embargo, una cosa era luchar en el frente y otra muy distinta cruzar hacia algo que desconocían, hacia aquel peligroso lugar desde donde el enemigo avanzaba. No hacía falta ser un gran estratega para saber que era un suicidio.

Garrett fijó la vista en Iridi y Azurin, que se encontraban cerca de su situación. Ambas habían sido de gran apoyo estas duras semanas, y sabía que cualquier decisión que dictaminaran sería infinitamente más sabía de la que él mismo pudiera tomar. La anacoreta se arrodilló con presteza ante un herido que permanecía debatiéndose entre la vida y la muerte. Posó sus manos con delicadeza mientras la luz brotaba rápidamente de ellas para adentrarse en el cuerpo del humano herido.

-No podéis irrr... no estamos preparrrados parrra lucharr contra ellos.-Dijo la draenei mientras continuaba rezando por salvar al humano guerrero.-Si caéis al otro lado...todo habrrá terrminado...

Sus brillantes ojos se clavaron en los del joven caminante mientras reflejaba con su mirada aquello que más temía, aquello que había padecido decenas de veces antes, la pérdida de sus seres queridos.
Garrett miró a la elfa druida y asintió. El gesto bastó para que Azurin se transformara rápidamente en un gran cuervo de plumaje púrpura y alzara el vuelo velozmente por encima de las cabezas de los que componían el campo de batalla.
Voló a gran altura ondeando el cielo mientras buscaba al resto de sus compañeros. Mientras afinaba su desarrollada vista observó como las tropas compuestas por soldados de la Horda y de la Alianza, avanzaban hacia el portal obligando a retroceder al enemigo. Una sensación esperanzadora recorrió su menudo cuerpo al saber que quizás todavía cabía la esperanza de conseguir aquello que ansiaban. Tras varios segundos logró encontrar al primero de todos, el maestro Monlee cruzaba el portal torpemente atacando desde la retaguardia junto al resto de los héroes que avanzaban. ''Maldición'', pensó. Debía intentar encontrar al resto antes de que fuera demasiado tarde. Los nervios y la incertidumbre recorrieron su encorvado cuerpo mientras agitaba las alas repetidamente. Entonces fue cuando la vio. A lo lejos Alice se debatía en duelo con un corpulento orco que prácticamente doblaba el tamaño de la bruja. El enemigo logró derribar a la humana de una patada mientras recogía su hacha del suelo y se acercaba decididamente hasta la joven.

Azurin descendió en picado. Cruzó a gran velocidad la distancia que la separaba de aquella masa de luchadores que combatían a muerte. Esquivó el suelo ágilmente a pocos metros de entrar en contracto con el mismo, para continuar atravesando con gran destreza los cuerpos que se cernían en la batalla. Giró varias veces sobre si misma esquivando algún que otro golpe que aunque no iban dirigidos hacia ella, se cruzaban en su trayectoria. Agitó las alas tan solo un par de veces más para obtener un mayor impulso, fijando la vista en el orco que sostenía el hacha en el aire, con el objetivo de poner fin a la vida de Alice. Tan solo tenía una oportunidad, una carta en la cual se jugaba no solo la suerte de su compañera sino la suya propia. La druida agitó por última vez sus alas mientras colocaba sus garras por delante de ella, recorriendo los pocos metros que la separaban de su enemigo hasta arrancar de las manos del orco el hacha que sostenía obligándole a trastabillar tras unos segundos de forcejeo. Azurin levantó nuevamente el vuelo tras varios aleteos, cargando con la pesada arma entre sus garras, dejándola caer en una zona alejada segundos después. El orco permaneció estupefacto ante la situación mientras varias bolas de fuego impactaban contra su pecho calcinándolo instantáneamente.

Alice sacudió rápidamente el polvo de su toga mientras se apoyaba en su bastón. Observó a lo lejos que Garrett se acercaba hasta donde se encontraba, mientras que la druida sobrevolaba aquel mismo lugar.

-Alice, estás bien...¿Dónde está el resto?-preguntó el caminante del tiempo alterado mientras intentaba recuperar el aliento.
-El cruzado Strang ha traspasado el portal, pretendía seguirlo hasta que me alcanzó el orco.
-El pandaren también lo ha hecho, pude verlo con mis propios ojos.-respondió rápidamente la druida que había tomado su forma original.
-Debemos encontrarlos...tenemos que hacer que vuelvan, tan solo aquí estarán seguros.-ordenó el paladín mientras se reincorporaba.

El grupo cruzó el portal decididamente sin tener conocimiento de lo que encontrarían al otro lado del mismo. Sus ojos no daban crédito a lo que se alzaba ante ellos. Una horda de orcos cubría todo el paisaje hasta donde abarcaba la vista. Podrían ser cientos o incluso miles, lo que era seguro es que doblaban sin lugar a duda el numero de los efectivos aliados.

El caótico escenario rodeó a los miembros de la Orden antes de que pudieran cerciorarse de lo que realmente estaba teniendo lugar. Los numerosos disparos de fuego, las explosiones y los enemigos inundaron aprisa su alrededor estallando ante sus rostros. Ambos se separaron mientras los soldados de las fuerzas aliadas avanzaban para poner freno a los enemigos.

Garrett intentó sortear la zona más peligrosa de la batalla mientras buscaba con la mirada el paradero de sus compañeros. A lo lejos descubrió al pandaren que aplacaba a un orco con varios virotes de hielo que se clavaban en el cuerpo del enemigo. El caminante avanzó rápidamente eludiendo a sus enemigos hasta que sintió como un golpe le derribaba por completo. Un orco enemigo embistió al paladín obligándole a caer, provocando que el delgado cuerpo del humano rodara por el suelo de fría piedra hasta precipitarse por un peldaño de varios metros de altura. El golpe agotó el poco aliento que le quedaba al joven, siendo incluso incapaz de quejarse ante el mazazo que había supuesto la caída. El paladín hizo ademán de las pocas fuerzas que le quedaban para incorporarse lentamente y acercarse débilmente hasta donde se encontraba su escudo a varios metros de distancia. Avanzó lentamente cuando se percató de que el orco que le derribó había cruzado de un hábil salto, la distancia que cubría desde su antigua posición.

Garrett caminó rápidamente hasta su escudo y se aferró a él para hacer frente al enemigo. Observó detenidamente al orco que se aproximaba pacientemente con una maza de gran tamaño entre ambas manos. El joven temió no estar a la altura de su contrincante, había perdido la espada en la caída, y le inquietaba que el escudo no fuera capaz de detener siquiera el primer golpe de aquel robusto orco. El enemigo aumento la velocidad del paso mientras se dibujaba una sonrisa en su rostro tras emitir un fiero rugido. Garrett adelantó su pierna derecha a la vez que blandía el escudo frente a sí mientras que observaba las grandes zancadas del orco de piel marrón, hasta que algo le obligó a desviar su mirada. Un enano de piel oscura y pobladas barbas azabache agitaba los brazos enérgicamente realizando indicaciones que el humano no supo descifrar. Garrett fijó su vista nuevamente en el orco que alzaba sus fuertes brazos levantando la pesada maza para abatir al paladín.

De pronto un estruendo ensordeció el lugar. Una puerta de piedra estalló junto a ellos en lo que fue una sonora explosión, quebrándola en miles de fragmentos, y provocando que tanto el humano como el orco salieran despedidos por los aires.

El joven humano rodó por una pendiente de tierra hallada bastante alejada del portal durante varios minutos mientras su cuerpo inconsciente giraba hasta topar con tierra llana. Los numerosos golpes le hicieron perder el sentido durante un largo y vital tiempo, dejando el cuerpo del paladín bajo la sombra de una amplia vegetación que resguardaba aquella zona.




Iridi arrastró torpemente al humano que portaba las armaduras típicas del ejército de la Alianza, resguardándose junto a él tras un peñasco en las proximidades del lugar donde aún continuaba la batalla. Centró sus energías en sanar al soldado, logrando estabilizarlo en pocos minutos. La draenei desviaba una y otra vez la vista hacia el portal, con la esperanza de que sus allegados regresaran sanos y salvos, pero aquello aún no había tenido lugar. Tras varios minutos decidió dejar al soldado en aquel lugar seguro y avanzó por la zona para sanar a otros de los heridos. Se arrodilló rápidamente ante un enano que se retorcía de dolor al haberse fracturado uno de sus brazos. Iridi calmó al enano mientras rezaba a la luz por sanar las heridas del pequeño soldado. El dolorido gesto del enano se tornó preocupación cuando sus ojos se fijaron en uno de sus enemigos que se dirigía hacia ellos. La anacoreta siguió con la mirada la dirección hacia la cual apuntaba el enano. El orco clavó su espada en varios de los soldados que se acercaban a detenerlo, como si nadie pudiese frenar su pasos. 

Mientras caminaba envalentonado hacia la draenei, algo en su rostro se tornó oscuro, obligándole a detenerse. El orco se llevó las manos al cuello como si intentara desprenderse de algo que no existía a simple vista, como si algo le asfixiara por dentro. La anacoreta se percató de que una fugaz sombra violácea rodeaba la garganta del enemigo, serpenteando hasta las manos de un caballero de la muerte al que reconoció instintivamente. El imponente humano mantenía su brazo extendido mientras cerraba su mano con la intención de estrangular al orco desde la distancia. Mientras el orco agitaba sus brazos en el aire para vencer aquello que frenaba sus ansias de matar, el joven Akuo corrió hasta él tras las indicaciones de Ephdel para rematar al enemigo. El guerrero no tardó siquiera dos segundos en atravesar con su espada el cuello de su contrincante.

Ambos se acercaron rápidamente hasta la draenei y el enano, ayudando a cargar con el herido para dejarlo a buen recaudo.

-Suerte que hemos llegado a tiempo.-exclamó Akuo sonriendo ante la sacerdotisa.
-Han crruzado el porrtal... debéis traerrlos de vuelta...-respondió la anacoreta atropelladamente.
-La batalla aún no ha terminado, debemos continuar aquí.-insistió el guerrero.
Iridi miró tanto al caballero de la muerte como a Akuo.
-Irre yo entonces.-dijo Iridi mientras se incorporaba.
Fue entonces cuando sintió la pesada mano del caballero de la muerte sobre su hombro. Su gélida mirada se clavó en los ojos azules resplandecientes de la draenei mientras permanecía inerte frente a ella.
-Lo haremos nosotros.-rrespondió
-Pero...Ephdel, ¡Llevamos más de una treintena de orcos a nuestras espaldas!, no podemos detenernos ahora.
-He dicho que lo haremos nosotros.-dijo el caballero de la muerte mientras agarraba la mandíbula del joven guerrero con su mano.
Akuo asintió con desgana mientras el letal dúo reanudaban la marcha hacia el portal.

Iridi observó como ambos se alejaban sin evitar sentir preocupación por ellos. Al igual que en muchas ocasiones antes, se había visto obligada a alejarse de aquellos a los que quería e incluso amaba, y nunca más los había vuelto a ver. Su corazón le susurraba que volvería a verlos, pero su mente sabía que no sería pronto...