Allí se hallaba frente a él, tal y
como lo había dejado meses atrás, inmóvil, imperecedero. El gran
castillo se erguía ante él mientras sentía como si este le
observara amenazante, sin reconocerle. Algo había cambiado, aunque
no a simple vista, o al menos no en el exterior. Tan solo la erosión
del paso del tiempo había logrado hacer mella en la piedra rasgando
las paredes como si de una tela de araña se tratase. Azrhael avanzo
hasta las grandes puertas de madera robusta que daba acceso al
interior del mismo. Abrió la puerta, pues él era el único que
conservaba aún las llaves del lugar.
Caminó con paso decidido por el
vestíbulo, deteniéndose en cada objeto, en cada cuadro, en cada
recoveco que conocía a la perfección, ya que allí había vivido la
mayor parte de su vida. Se detuvo frente a las escaleras, observando serenamente como parte de la decoración había sufrido estragos, y
se culpó por haber abandonado aquel lugar.
Varias personas se arremolinaron
alrededor de las escaleras, algunos expectantes de ver a un intruso
en la que era su propia casa, otros amenazantes mientras gritaban o
lo señalaban con armas. Dejó pasar unos segundos, el sentimiento de
incertidumbre en el rostro de los desconocidos que habían ocupado
ese lugar le hacía gracia.
-¡Quiero ver a vuestro señor!-gritó
Azrhael al grupo que le observaba.
-¿Quién le busca?-preguntó un guardia
que amenazaba con una lanza.
Los ojos de Azrhael se tornaron oscuros
como la noche. El brujo alzó el brazo hacia su oponente, bastando
tan solo algunos segundos para que éste se arrodillara mientras era
estrangulado por una especie de magia oscura que desprendía la mano
del brujo. El cuerpo muerto del soldado se desplomó con la mirada
fija hacia el techo del castillo segundos después.
-¿Cuántos de vosotros moriréis hasta
que aparezca vuestro señor?-amenazó el brujo.
La gente permaneció en silencio sin
moverse, sin ni siquiera responder. Algunos había cambiado el rostro
de curiosidad por el de pavor, al igual que otros permanecían
entusiasmados por la situación. Varias palmadas terminaron con el
silencio que había reinado en la sala.
-Increíble, me habéis dejado sin
palabras.-dijo un hombre que salió de entre la muchedumbre.-Mi nombre
es Vicent Leproux, y soy aquel al que buscáis.
La mirada de Azrhael se tornó mas
siniestra aún, y aunque sus ojos habían vuelto al color original,
la oscuridad permanecía dentro de ellos esperado salir si la
situación lo requería. Vicent hizo un gesto al resto de los que se
encontraba en la sala y cada uno de ellos se esparcieron dejando tan
solo un par de guardias con aquel que los guiaba.
-Bienvenido a mi humilde morada.-dijo
Vicent con una amplia sonrisa en su rostro.-Me gustaría saber que puedo hacer por vos.
-Podéis comenzar por no adueñaros de
aquello que no os pertenece.-respondió el brujo.
-Disculpadme, creo que no os entiendo
con claridad.
-Entiendo, no esperaba mucho de alguien
como...tú.-dijo Azrhael atreviéndose a hablarle como si de un
plebeyo se tratase.-Estas tierras son mías, este castillo.-dijo
señalando a su alrededor.- es mio.
-Oh, era eso... que descuido. Os
aseguro que en ningún momento era mi intención privaros de vuestras
propiedades. Pensé en un primero momento que estaban abandonadas, y
tras poner un pie en ellas confirmé mis sospechas por el estado en que se encontraban...
-Como has visto, te equivocas.-dijo el
brujo frunciendo el ceño
-Lo siento, me gustaría ayudaros, sin
embargo me va a ser imposible. Necesito este lugar, necesito...
Azrhael se abalanzó hacia Vicent
agarrando su cuello con una de sus manos. Sus dedos se aferraban a su
cuello estrangulándolo lentamente. No estaba usando magia como había
hecho con el guardia, tan solo su ira era suficiente para acabar con
aquel indeseable. Varios de los guardias que aún permanecían en la
sala se acercaron rápidamente.
-Acercaos un paso más y acabaré con
la vida de vuestro señor.-amenazó
Los guardias se detuvieron sin saber
como actuar mientras Vicent ya se había arrodillado intentando
deshacerse inútilmente del brazo de su oponente. Azrhael soltó al
brujo que tosió en numerosas ocasiones intentando absorber aire.
Tras unos segundos Vicent se incorporó masajeándose aun el cuello
mientras fijaba la mirada llena de rabia en el humano de piel morena. Vicent abandonó
la sala haciendo un gesto tanto a sus guardias como a Azrhael.
Caminaron por los largos pasillos hasta llegar al amplio patio
central donde se situaba la mayoría de aquellos que le servían.
Azrhael observó que se trataban de más de una veintena de hombres
entre los que parecían haber magos, brujos, maleantes y toda las
variantes posibles de asesinos que pudieran existir.
-Hay más de treinta hombres a mi
cargo.-dijo Vicent mientras señalaba con la mano a su alrededor.-
¿Sinceramente sois tan estúpidos como para creer que podéis conquistar
vuestro castillo vos solo?- preguntó mientras sonreía con malicia.
-Por supuesto que no, pero con matarte
me sería suficiente. Dudo que esta gente decida seguirte después de
muerto ¿no crees?- Azrhael se perfiló la barba mientra observaba
como el rostro de Vicent cambiaba por completo.
-No juegues conmigo, no sabes de lo que
soy capaz...-amenazó Vicent.
Azhrael esperó unos segundos antes de
responder.
-No me hace falta saberlo. He entrado
en el castillo que has ocupado, por la puerta, he matado a uno de tus
hombres, te he cogido del cuello y todo eso sin ayuda alguna.-el
brujo miró el rostro parcialmente quemado de Vicent.-Si alguien ha
logrado hacerte eso.-dijo señalando su rostro.- Es que no eres tan
poderoso como dices ser, y por eso te vales de tantos hombres a tus
servicio, hombres que te venderán o te traicionarán en cuanto les
sea posible.Hombres que pasarían a servirme con tan solo chasquear los dedos. ¿De verdad estás dispuesto a perderlo todo?
La paciencia de Vicent se esfumaba cada
vez más rápidamente ante los alardes del brujo.
-Debo terminar unos asuntos aquí,
cuando haya terminado nos marcharemos. Os devolveré vuestras
tierras, pero hasta entonces no me iré. Pedid lo que queráis hasta
que llegue ese momento y os será entregado.
Azrhael tomó unos minutos
reflexionando sobre la oferta del brujo, pensó en pedir algo
desorbitado, algo que obligara a su rival a ceder.
-Quiero un barco.-respondió
confiadamente.
Vicent soltó una leve carcajada.
-Amigo.-dijo mientras ponía su mano en
el hombro de Azrhael.-Es lo mejor que me podías haber pedido.
Azrhael miró incrédulo el rostro de
aquel hombre. No podía creer que fuera a entregarle aquello que
pedía, con un barco podría adelantar la búsqueda de aquello que
ansiaba encontrar.
-Hablo de un barco, con toda su
tripulación...
-Lo tendrás, os prometo que os estará
esperando en Ventormenta. La Rosa de los mares os aguardará esperando
tomar el rumbo que deseéis. Además os doy mi palabra de que os
devolveré vuestras tierras en unas semanas.
-No creo en las palabras.- dijo Azrhael
mientras extraía un pergamino y materiales de escritura de su bolsa.
-¿Qué pretendéis?-preguntó Vicent
-Sellar un pacto.
-¿Un pacto? ¿Habláis en serio?
-Un pacto de sangre.-respondió el brujo
a la vez que observaba el rostro atónito de su enemigo.-Si no cumplís
vuestra palabra..., si no me entregáis mis tierras como prometéis,
moriréis.
-Permitidme que lo tome a broma
pero...¿Insinuáis que si rompo ese pacto vendréis a matarme?
-Eso es lo mejor, no hará falta
siquiera.-dijo el brujo mientras sonreía maliciosamente.- Me refiero
a que no hará falta porque cumpliréis vuestra palabra, ¿No es cierto?
-Por supuesto...
Vicent observó aún desde el patio
como el brujo se alejaba de aquel lugar, no entendía muy bien que
había intentado con el pacto pero nada de eso debía de preocuparle,
aquel hombre no duraría mucho tiempo vivo, tan solo necesitaba enviar una orden y
aquellos que aún le servían asesinarían y arrojarían el cadáver del
misterioso brujo al mar. Entre tanto Azrhael cruzaba confiadamente
las puertas de su hasta entonces hogar, sabiendo que los pactos
esconden infinidades de estratagemas y artimañas que tan solo él
conocía a la perfección, y que la vida de ese desgraciado se
esfumaría con que tan solo una pequeña piedra saliera de su lugar.
Ambos sabía que no volverían a verse
las caras de nuevo.