lunes, 1 de septiembre de 2014

Azrhael Darkhollow - Señor de sus tierras


Allí se hallaba frente a él, tal y como lo había dejado meses atrás, inmóvil, imperecedero. El gran castillo se erguía ante él mientras sentía como si este le observara amenazante, sin reconocerle. Algo había cambiado, aunque no a simple vista, o al menos no en el exterior. Tan solo la erosión del paso del tiempo había logrado hacer mella en la piedra rasgando las paredes como si de una tela de araña se tratase. Azrhael avanzo hasta las grandes puertas de madera robusta que daba acceso al interior del mismo. Abrió la puerta, pues él era el único que conservaba aún las llaves del lugar.

Caminó con paso decidido por el vestíbulo, deteniéndose en cada objeto, en cada cuadro, en cada recoveco que conocía a la perfección, ya que allí había vivido la mayor parte de su vida. Se detuvo frente a las escaleras, observando serenamente como parte de la decoración había sufrido estragos, y se culpó por haber abandonado aquel lugar.

Varias personas se arremolinaron alrededor de las escaleras, algunos expectantes de ver a un intruso en la que era su propia casa, otros amenazantes mientras gritaban o lo señalaban con armas. Dejó pasar unos segundos, el sentimiento de incertidumbre en el rostro de los desconocidos que habían ocupado ese lugar le hacía gracia.

-¡Quiero ver a vuestro señor!-gritó Azrhael al grupo que le observaba.
-¿Quién le busca?-preguntó un guardia que amenazaba con una lanza.

Los ojos de Azrhael se tornaron oscuros como la noche. El brujo alzó el brazo hacia su oponente, bastando tan solo algunos segundos para que éste se arrodillara mientras era estrangulado por una especie de magia oscura que desprendía la mano del brujo. El cuerpo muerto del soldado se desplomó con la mirada fija hacia el techo del castillo segundos después.

-¿Cuántos de vosotros moriréis hasta que aparezca vuestro señor?-amenazó el brujo.

La gente permaneció en silencio sin moverse, sin ni siquiera responder. Algunos había cambiado el rostro de curiosidad por el de pavor, al igual que otros permanecían entusiasmados por la situación. Varias palmadas terminaron con el silencio que había reinado en la sala.

-Increíble, me habéis dejado sin palabras.-dijo un hombre que salió de entre la muchedumbre.-Mi nombre es Vicent Leproux, y soy aquel al que buscáis.

La mirada de Azrhael se tornó mas siniestra aún, y aunque sus ojos habían vuelto al color original, la oscuridad permanecía dentro de ellos esperado salir si la situación lo requería. Vicent hizo un gesto al resto de los que se encontraba en la sala y cada uno de ellos se esparcieron dejando tan solo un par de guardias con aquel que los guiaba.

-Bienvenido a mi humilde morada.-dijo Vicent con una amplia sonrisa en su rostro.-Me gustaría saber que puedo hacer por vos.
-Podéis comenzar por no adueñaros de aquello que no os pertenece.-respondió el brujo.
-Disculpadme, creo que no os entiendo con claridad.
-Entiendo, no esperaba mucho de alguien como...tú.-dijo Azrhael atreviéndose a hablarle como si de un plebeyo se tratase.-Estas tierras son mías, este castillo.-dijo señalando a su alrededor.- es mio.
-Oh, era eso... que descuido. Os aseguro que en ningún momento era mi intención privaros de vuestras propiedades. Pensé en un primero momento que estaban abandonadas, y tras poner un pie en ellas confirmé mis sospechas por el estado en que se encontraban...
-Como has visto, te equivocas.-dijo el brujo frunciendo el ceño
-Lo siento, me gustaría ayudaros, sin embargo me va a ser imposible. Necesito este lugar, necesito...

Azrhael se abalanzó hacia Vicent agarrando su cuello con una de sus manos. Sus dedos se aferraban a su cuello estrangulándolo lentamente. No estaba usando magia como había hecho con el guardia, tan solo su ira era suficiente para acabar con aquel indeseable. Varios de los guardias que aún permanecían en la sala se acercaron rápidamente.

-Acercaos un paso más y acabaré con la vida de vuestro señor.-amenazó

Los guardias se detuvieron sin saber como actuar mientras Vicent ya se había arrodillado intentando deshacerse inútilmente del brazo de su oponente. Azrhael soltó al brujo que tosió en numerosas ocasiones intentando absorber aire. Tras unos segundos Vicent se incorporó masajeándose aun el cuello mientras fijaba la mirada llena de rabia en el humano de piel morena. Vicent abandonó la sala haciendo un gesto tanto a sus guardias como a Azrhael. Caminaron por los largos pasillos hasta llegar al amplio patio central donde se situaba la mayoría de aquellos que le servían. Azrhael observó que se trataban de más de una veintena de hombres entre los que parecían haber magos, brujos, maleantes y toda las variantes posibles de asesinos que pudieran existir.

-Hay más de treinta hombres a mi cargo.-dijo Vicent mientras señalaba con la mano a su alrededor.- ¿Sinceramente sois tan estúpidos como para creer que podéis conquistar vuestro castillo vos solo?- preguntó mientras sonreía con malicia.
-Por supuesto que no, pero con matarte me sería suficiente. Dudo que esta gente decida seguirte después de muerto ¿no crees?- Azrhael se perfiló la barba mientra observaba como el rostro de Vicent cambiaba por completo.
-No juegues conmigo, no sabes de lo que soy capaz...-amenazó Vicent.

Azhrael esperó unos segundos antes de responder.

-No me hace falta saberlo. He entrado en el castillo que has ocupado, por la puerta, he matado a uno de tus hombres, te he cogido del cuello y todo eso sin ayuda alguna.-el brujo miró el rostro parcialmente quemado de Vicent.-Si alguien ha logrado hacerte eso.-dijo señalando su rostro.- Es que no eres tan poderoso como dices ser, y por eso te vales de tantos hombres a tus servicio, hombres que te venderán o te traicionarán en cuanto les sea posible.Hombres que pasarían a servirme con tan solo chasquear los dedos. ¿De verdad estás dispuesto a perderlo todo?

La paciencia de Vicent se esfumaba cada vez más rápidamente ante los alardes del brujo.

-Debo terminar unos asuntos aquí, cuando haya terminado nos marcharemos. Os devolveré vuestras tierras, pero hasta entonces no me iré. Pedid lo que queráis hasta que llegue ese momento y os será entregado.
Azrhael tomó unos minutos reflexionando sobre la oferta del brujo, pensó en pedir algo desorbitado, algo que obligara a su rival a ceder.
-Quiero un barco.-respondió confiadamente.
Vicent soltó una leve carcajada.
-Amigo.-dijo mientras ponía su mano en el hombro de Azrhael.-Es lo mejor que me podías haber pedido.
Azrhael miró incrédulo el rostro de aquel hombre. No podía creer que fuera a entregarle aquello que pedía, con un barco podría adelantar la búsqueda de aquello que ansiaba encontrar.
-Hablo de un barco, con toda su tripulación...
-Lo tendrás, os prometo que os estará esperando en Ventormenta. La Rosa de los mares os aguardará esperando tomar el rumbo que deseéis. Además os doy mi palabra de que os devolveré vuestras tierras en unas semanas.
-No creo en las palabras.- dijo Azrhael mientras extraía un pergamino y materiales de escritura de su bolsa.
-¿Qué pretendéis?-preguntó Vicent
-Sellar un pacto.
-¿Un pacto? ¿Habláis en serio?
-Un pacto de sangre.-respondió el brujo a la vez que observaba el rostro atónito de su enemigo.-Si no cumplís vuestra palabra..., si no me entregáis mis tierras como prometéis, moriréis.
-Permitidme que lo tome a broma pero...¿Insinuáis que si rompo ese pacto vendréis a matarme?
-Eso es lo mejor, no hará falta siquiera.-dijo el brujo mientras sonreía maliciosamente.- Me refiero a que no hará falta porque cumpliréis vuestra palabra, ¿No es cierto?
-Por supuesto...


Vicent observó aún desde el patio como el brujo se alejaba de aquel lugar, no entendía muy bien que había intentado con el pacto pero nada de eso debía de preocuparle, aquel hombre no duraría mucho tiempo vivo, tan solo necesitaba enviar una orden y aquellos que aún le servían asesinarían y arrojarían el cadáver del misterioso brujo al mar. Entre tanto Azrhael cruzaba confiadamente las puertas de su hasta entonces hogar, sabiendo que los pactos esconden infinidades de estratagemas y artimañas que tan solo él conocía a la perfección, y que la vida de ese desgraciado se esfumaría con que tan solo una pequeña piedra saliera de su lugar.


Ambos sabía que no volverían a verse las caras de nuevo.