No podía evitarlo. Cada vez que
abandonaba el cuartel de la Casa Doe para realizar algún recado, no
podía evitar detenerme al menos unos instantes para admirar aquel
gran abeto que habían posicionado en la plaza central de la sala de
exploradores. Supongo que por la cantidad de personas que se
arremolinaban alrededor del gran árbol con espadas colgantes, no
debía ser el único al que el festival de invierno le traía
nostálgicos recuerdos o especial interés.
Me fijé detenidamente en la altura del
mismo, un sinfín de lazos de colores, principalmente rojizos y verdosos,
rodeaban sus hojas abrazándose a el suavemente y consiguiendo
otorgarle el aspecto cálido del que ahora disponía. No entendía la
metáfora que representaban las espadas, hachas y dagas que colgaban
de sus hojas, quizás representaran algo autóctono de los enanos, ya
que días antes pude presenciar como algunos de ellos se subían en
altas escaleras para colocarlas cuidadosamente. Al menos viendo la
cantidad de armas que parecían flotar en el árbol entendí por qué
habían puesto un recinto protector alrededor de éste.
Una de las espadas logró llamar mi
atención, su empuñadura estaba compuesta por dos dragones rojos entrecruzados, y su filo era fino y delicado como pocas de las que se encontraban allí. Me acerqué cuidadosamente aunque manteniendo una distancia
prudente, para observar el grabado que recorría la desgastada hoja
de acero. Sin duda esa espada había librado infinidad de batallas,
la dureza de los años habían hecho mella en ella, pero cualquier
caballero o incluso cualquier escudero que se precie diferenciaría
un buen arma solo con echarle un vistazo.
''Mi espada pertenece al rey, mi vida a
Lordaeron''
Tras leer las palabras grabadas en el
filo, me di cuenta de que aparecía tras ellas el nombre del
caballero que supuse, había portado dicha arma. Fruncí el ceño al
leer el nombre de Prim Doe. No pude evitar hacer una mueca de
disgusto, de decepción... Sin duda alguna mi intuición me había
jugado una mala pasada al creer que un gran caballero había sido el
dueño de esa espada. Quizá años atrás el hermano del Doctor
Cross Nesai Doe había llegado a ser alguien relevante entre la milica del rey Terenas Menethil, pero hacía mucho que sus acciones
borraron esos honorables actos. Puede que fuera el hermano del Señor
de la casa de la cual me había convertido en caballero, pero jamás
permitiría que ese despreciable ser intentara atentar contra ninguno
de aquellos a los que servía.
-Bonita espada ¿Verdad?
-Eso depende de para que haya sido
usada antes.- respondí mientras me giraba para descubrir a la
desconocida que había formulado la pregunta.
Se trataba de una bella Quel'dorei, de
ojos azules brillantes con una larga cabellera ondulada de un tono
rubio claro. Su rostro era bastante delicado y denotaba juventud,
aunque conociendo la historia de esta singular raza seguramente me
equivocaría en mi predicción. Vestía una toga ceñida de colores
dorados y azules bastante llamativa. Me llamó mucho la atención su
altura, medía prácticamente igual que yo, que entre los suyos debía
ser bastante poco.
-Forjaz se llena de forasteros y
curiosos en esta época...-dijo la elfa mientras seguía con la mirada
a unos niños humanos que correteaban alrededor del árbol.- Da
alegría ver tanto movimiento.
-Si...- contesté sin saber muy bien
que decir, me sentía incomodo por la presencia de la descocida,
sinceramente no tenía ganas de mantener una conversación, y menos
aún con una Quel'dorei, siempre que había visto alguno me habían
resultado de lo más fríos y arrogantes. Pero tenía razón en sus palabras, en
esta época la ciudad se llenaba de humanos, niños o incluso elfos
que venían a celebrar las costumbres de dicha festividad.
-¿Venís desde muy lejos?- preguntó
-No, vivo aquí...
La elfa hizo una pausa antes de continuar.
-¿Es aquí donde os gustaría
quedaros señor Wood?
-Pues...- me dispuse a responder pero
de repente caí en la cuenta de que me había llamado por mi
apellido.- ¿Me conocéis de algo?
-Conozco lo suficiente...-respondió
mientras parecía analizarme con la mirada.
El rostro de la elfa pareció tornarse
algo más serio. Decidí que la conversación había dejado de
gustarme minutos atrás, así que opté por marcharme de aquel lugar.
-Creo que he de irme, me están
esperando, ha sido un placer mantener esta conversación con vos.
Realicé una cortés reverencia
segundos antes de girarme disponiéndome a continuar mi camino.
-Espera.- oí decir a la delicada voz de
la elfa mientras noté que algo me sujetaba del brazo.-Hay algo que
deberías saber...
Me giré mirándola fijamente, no sabía
que intentaba conseguir, pero no me gustó nada el juego que se traía
entre manos.
-Sabes tan bien como yo que este no es
tu lugar, sabes que has nacido para algo más que para servir, algo que aunque aun no
sabes de qué se trata, presientes que te espera tras estas paredes
de roca. Tu destino...
Entonces entendí todo, me percaté del
cartel que habían colgado junto a una columna anunciando que
próximamente tendría lugar el festival de la luna negra. Enarqué
una ceja con incredulidad a la vez que intentaba deshacerme de la
supuesta pitonisa.
-Puedo darte a conocer tu futuro...
-susurró la elfa intentando captar mi interés
-Lo siento, no tengo tiempo para
juegos.- dije mientras me apartaba de ella.
-¿No quieres saber donde se encuentra
vuestra hermana? ¿No tenéis curiosidad por ella o por Lloyth?
Me detuve en seco. Eran muy pocas las personas que conocían la existencia de mi hermano Lloyth, tan
solo algunos de mis compañeros de la Casa Doe habían llegado a
conocerlo cuando tuvimos un encuentro en uno de los encargos que nos
habían propuesto, pero nadie conocía a mi hermana. Ni siquiera mi
hermano o yo sabíamos su paradero desde que se marchó de nuestro
lado cuando tan solo eramos unos críos.
-¿Qué sabes de ellos?- respondí
automáticamente de forma amenazante.
-Sé mucho más que todo eso...,
conozco todo tu futuro, al igual que todo tu pasado. La pregunta
es...¿Estarías dispuesto a conocerlo?-respondió la desconocida
mientras extendía la mano animándome a que la tomara.
-¿Qué intentas hacer?
-No tienes nada que perder...-susurró
mientras miraba hacia su mano.
Decidí estrechar su mano para terminar
con todo esto. De pronto sentí una sacudida en todo el cuerpo, una
especie de calambre me recorrió de la cabeza a los pies. Observé
como se levantaba lentamente arena a nuestro alrededor, cada vez
había más y más arena. No sabía de donde había salido tal cantidad
de ella, pero comenzó a girar a nuestro alrededor, nos envolvió a
ambos como si nos halláramos en el corazón de un ciclón. Intenté
mirar a través del mismo con la intención de saber que ocurría tras
la arena, seguramente alguien de la ciudad se hubiese alertado al
encontrarse algo como eso. La elfa chasqueo los dedos y la arena dejó
de girar para precipitarse hacia el suelo.
Ya no estaba en Forjaz. Me encontraba
en un lugar desconocido, había mucha arena por el suelo, rocas, e incluso huesos que debían haber pertenecido a criaturas gigantescas. Estaba
paralizado, no podía creer nada de lo que estaba pasando, intenté
caminar, moverme, pero era imposible, mi cuerpo no me respondía
aturdido por la impresión.
De pronto un dragón de color azabache
cruzó volando rápidamente frente a mi, perseguido por otro dragón
de color dorado. Caí al suelo de espaldas y retrocedí arrastrándome
por la arena mientras seguía con la mirada el curso de los dragones.
Ambos parecían estar enfrascados en una lucha, se movían
rápidamente, volando a una velocidad vertiginosa al mismo tiempo que
lanzaban una especie de rayos que desprendían de su boca. Los
dragones parecían incluso aparecer y desaparecer en algunas ocasiones. Guié la mirada
hacia el cielo y descubrí que no se trataba tan solo de dos
dragones, había muchos más como ellos cubriendo el cielo de manchas
negras y doradas.
-¿Dónde... dónde...
estoy...?-tartamudeé.
-Ahora mismo, estás ahí arriba.- la elfa se
agachó junto a mi y señaló hacia el cielo, donde se encontraba un
dragón dorado que atacaba sin descanso a otro de un tamaño mucho
mayor. Afiné la vista para ver que sus palabras eran ciertas, me
hallaba a lomos de un dragón, que volaba junto a otros dragones en
una cruenta batalla.
-No... puede ser...
No creía lo que veían mis ojos.
Recorrí con la vista el escenario y encontré que no era el único
que me hallaba en una situación similar, había mas humanos sobre
dragones luchando junto a ellos, guiándolos.
La elfa me tocó la mano de nuevo y
todo a mi alrededor se esfumó. Me hallaba de nuevo sentado en el duro suelo
de la ciudad de Forjaz. No podía responder siquiera a lo que había
visto, no sabía de que clase de broma o ilusión se trataba, pero me
había parecido tan real que aún seguía paralizado del miedo.
-Ese es tu destino...-la extraña sacó
una pequeña bolsita que parecía contener arena de su talega
depositándolo en mi mano.- Lleva esto a Tanarís, encuentra las
Cavernas del tiempo. Allí te espera Nizdorni, allí encontrarás tu
destino.
Tras decir esto la elfa se incorporó y
se alejó hasta desaparecer entre las calles de la ciudad.
Por unos instantes me sentí participe
de una pesada broma, me sentí engañado o quizás no quería
despertar falsas ilusiones dentro de mi. Sentí algo dentro de mis
botas, aproveché que estaba sentado en mitad de la calle para
desatármelas. Entonces pude ver como de su interior cayó una gran
cantidad de arena. Cogí un puñado entre mis manos dejándola caer
gradualmente. Era arena de verdad...
Pasaron cinco días hasta que decidí
poner rumbo a un nuevo lugar, un enigmático lugar situado al sur de
Kalimdor. Abandoné las estancias de la Casa Doe dejando atrás tan
solo una nota, mi armadura de caballero y algunas buenas amistades.
Algún día regresaría, pero antes debía arriesgarme a buscar ese
destino el cual me habían prometido, tan solo esperaba que Lord
Cross Nesai lo comprendiera.
Por suerte no haría el viaje solo, un
escriba humano de Forjaz también había recibido la visita de la
elfa, así que tras un casual encuentro decidimos partir juntos hacia
el lugar que nos habían indicado.
Caminé por la plaza central y no pude
evitar detenerme nuevamente junto al gran árbol. Suspiré
preguntándome si estaría haciendo lo correcto. Cogí mi espada y la
sostuve entre mis manos, acaricié su fría hoja con suavidad,
seguidamente me acerqué cuidadosamente al abeto y la coloqué
suspendida en el aire ayudada por una de las ramas que sobresalían
del mismo. Me detuve en la inscripción sonriendo orgullosamente.
''Tan solo aquel que tiene fe en si
mismo encuentra su destino''