Había caído en la trampa. No solo no
había logrado encontrar a Caleb, sino lo que es peor, me habían
capturado. Hacía días que había dejado el monasterio, decidí
estúpidamente partir en solitario pensando que me adelantaría al
resto al depender únicamente de mi mismo, pero las cosas no
resultaron ser como esperaba. Ya casi había llegado al lugar donde
se encontraban cuando de pronto me tendieron una emboscada, me
superaban en numero, así que no pude hacer nada por evitarlo.
Mis captores me arrastraban por una
serie de pasadizos que llegué a reconocer. Las paredes de piedra
grisácea, las grandes puertas de madera, incluso los barrotes de las
celda me vinieron a la mente nuevamente como si de una pesadilla se
tratase. Era mismo lugar donde había estado capturado meses atrás,
cuando la Orden se enfrentó a Lionell. Nuestro nuevo enemigo había
ocupado el mismo castillo que él ocupó en su día, un pequeño
condado situado al norte de Reinos del Este, un lugar tan...
abandonado que nadie nos encontraría jamás.
Decidí dejar mi cuerpo en peso muerto
mientras mis enemigos me sostenían por los brazos arrastrándome.
Sé que no solucionaría nada, pero no pensaba colaborar, sabía con
certeza lo que ocurriría... primero me encadenarían, luego me
torturarían para sacar información y por último pondrían fin a mi
vida. No les daría el placer de ponérselo fácil.
Por desgracia a mis captores, sobre
todo a uno de ellos, pareció no importarle nada de aquello. Eran los
mismos que me habían capturado horas atrás. Uno de ellos era un no
muerto, un débil y enclenque renegado que debía mantenerse en
pie por alguna especie de voluntad divina, porque no llegaba a
comprender como ese tronco huesudo y esas piernas esqueléticas
soportaban el peso siquiera de la cota de malla que llevaba. Mi otro
captor era todo lo contrario, medía tres palmos más alto que yo, y
su cuerpo debía de ser tan ancho como un gran barril de cerveza.
Cualquiera de sus extremidades podría tumbarme de un solo golpe, y
aseguraría a que cuando digo cualquiera de ellas, es cualquiera.
Ninguno de los dos soltaron palabra en
ningún momento, parecía que por gestos o miradas se entendían a la perfección, así
que no iba a ser yo quien rompiera ese silencio sepulcral. Intenté
forcejear siempre que tenía ocasión, pero era inútil, el robusto
enemigo con pintas de verdugo me sostenía con tanta fuerza que
empezaba a sentir como se me dormía el brazo por el que me sujetaba.
Tras una gran larga visita turística
por las mazmorras del castillo, mis captores se detuvieron junto a la
ultima prisión de aquel largo pasillo. El no muerto abrió la puerta
sosteniendo las llaves entre sus menudos dedos, no pudo evitar que
las llaves se resbalaran de los mismos precipitándose hasta el suelo.
Se arrodilló a recogerlas y todos pudimos oír como su espalda crujió
soltando un chasquido. Apostaría a que no fui el único que sintió
un escalofrió en ese momento. El no muerto volvió a realizar el
mismo intento de abrir la puerta de barrotes color carbón, y
nuevamente se le escaparon las llaves de entre los dedos yendo a parar al suelo.
-Agh... por el amor de...¿Esta es vuestra forma de torturarme?-exclamé
frunciendo el ceño mientras el matón con pinta de verdugo apretó
aún más el brazo por el que me sostenía.
Después de el no muerto tuviera que
repetir incluso una tercera vez la misma maniobra, logró abrir la
puerta. Ambos me arrastraron en contra de mi voluntad mientras me
oponía con total resistencia. Observé los grilletes anclados a la
pared, aquellos que ya había conocido y sufrido en otra ocasión.
Temí sufrir el mismo destino que entonces, pero lo que en realidad
temía es que esta vez nadie decidiera venir a buscarme, que hubiera
dejado de serles útil a mis compañeros.
Me percaté de que justo en la pared
opuesta se encontraba una persona apresada. El humano nos miró con
curiosidad mientras descansaba sentado en el frío suelo atado por las
muñecas obligado a mantener las manos y los brazos en alto. Era un
hombre de apariencia joven, de facciones y complexión delgada, y
largos cabellos oscuros como la noche. Sus ojos verdes se cruzaron
con los míos y fue entonces cuando un escalofrío recorrió mi cuerpo
al completo. Conocía a ese hombre, y lo conocía bastante bien. La
ira creció dentro de mi interior hasta niveles insospechables. Sentí
como el corazón me latía tan fuerte que podía notar las punzadas
en el pecho. Cerré la mandíbula y los puños con fuerza mientras mi
ojos reflejaban el odio creciente que poseía dentro de mí.
-Vaya... esto si que debe tratarse de
una broma del destino.- dijo Lionell al ver mi rostro, mientras
sonreía desde la otra punta de la prisión.
En ese momento no había fuerza humana
en el mundo que pudiera detenerme, ni siquiera el robusto captor con
apariencia de verdugo pudo seguir agarrándome del brazo.
-¡Hijo de perra!-grité
Crucé rápidamente la distancia que se
encontraba entre nosotros olvidándome de todo lo demás. Me abalancé
hasta él propinándole numerosos puñetazos en la cara haciendo
acopio de todas mis fuerzas. En ese instante no me importó que
estuviera encadenado sin poder defenderse, tampoco el hecho de que no
sintiera siquiera mi brazo entumecido, ni siquiera la posibilidad de
poder huir de aquel lugar. Mi único objetivo era acabar con él.
Sentí como el no muerto me agarró del
brazo. Miré con rabia a ese engendro y le asesté tal golpe con el
codo que su cabeza salió despedida por los aires haciendo que
segundos después el saco de huesos que tenía por cuerpo se
desplomara sin vida.
Deje de golpear el ensangrentado rostro
de mi archienemigo y decidí agarrarlo con fuerza del cuello. Mis
manos se aferraron alrededor de éste intentando asfixiarlo mientras se retorcía de dolor. Fue
entonces cuando sentí un golpe en la cabeza y todo se volvió negro.
Desperté al cabo de unas horas. Pensé
que todo había sido parte de una cruenta pesadilla, pero entonces
sentí un gran dolor en la cabeza que se encargó de confirmar mis
terribles sospechas. Tenía los brazos en alto, que se encontraban atados
por grilletes alrededor de los mismos. El peso de mis brazos
inertes durante el tiempo que había estado sin sentido habían
provocado las primeras llagas y heridas alrededor de mis muñecas.
Ya había pasado por esto, y era lo que
más había temido en los últimos meses, el simple hecho de volver a
estar en esta situación. Miré entre la oscuridad de la celda hacia
el lugar donde se encontraba mi enemigo. Sople hacia arriba
intentando apartar un mecho de pelo que caía por mi rostro mientras
mis ojos se acostumbraban al sombrío perenne de aquel sitio.
Conseguí vislumbrar el cuerpo del no muerto que todavía se hallaba
en el suelo a escasa distancia de mi posición. Busqué a mi
alrededor el paradero de su cabeza pero no logré encontrar nada.
Cuando me acostumbré a la oscuridad,
pude ver a Lionell. Estaba inconsciente o dormido. Sin darme cuenta
de ello, mi mandíbula comenzó a tensarse y mi cuerpo al completo se
ponía alerta ante la persona que más había odiado en toda mi
existencia.
Muchas preguntas recorrieron mi mente.
¿Qué hacía Lionell de nuevo en nuestra época? ¿Por qué estaba
atado? Sin duda puede que el destino hubiera sido generoso conmigo y
me permitiera cumplir aquello que en su día no pude, la oportunidad de acabar con él.
Miré hacia arriba fijándome en el
artefacto de metal que me impedía escapar intentando hacer fuerza
para liberarme. Forcejeé durante un rato observando como los
consistentes grilletes apenas cedían ni un milímetro. Mis ojos se
clavaron en Lionell y susurré...
Reza porque estas cadenas logren
retenerme...