jueves, 3 de abril de 2014

CAPÍTULO 4: EL ASALTO


El cielo se iba encapotando, y las negras nubes tapaban la luna que iluminaba la vasta arboleda y el prado donde descansaba el conjunto de casas que conformaban la base de la Orden. Murray, que desde el ocaso había observado el lugar, sonrió para sus adentros. “Esta oscuridad será perfecta para el asalto” pensó. Levantó un brazo en señal a sus tropas y cuatro formas putrefactas se movieron. En algún momento fueron hombres, pero esos pobres desgraciados ahora eran no muertos relegados a un estado semisalvaje. Los necrófagos subieron la ligera colina y al segundo siguiente, con un gran estruendo como de una tormenta se convirtieron en pura ceniza.



Monlee abrió los ojos de improviso y clavó su vista en Iridi.

- Ya vienen – dijo con voz de preocupación.

Todos se levantaron de improviso y corrieron por el prado hacia la linde del escudo hecho por el sabio arcanista pandaren. Karin estaba desconcertada, pero aún así siguió a los demás.

Murray se sorprendió un momento al ver que sus esbirros habían caído fulminados, pero luego sonrió al observar que aquello que los había repelido no era infalible: sus fríos ojos podían ver como las finas hebras mágicas se entretejían de nuevo aunque cada vez más lentamente cuando otro lacayo chocaba contra la barrera invisible. Pero sabía también que se quedaría sin hombres suficientes para cuando el escudo cayera, por lo que hizo una señal a los carros de cadáveres y estos se colocaron en posición para disparar.

Todos miraron hacia arriba cuando la primera salva chocó contra el escudo. Monlee frunció el entrecejo con preocupación al ver como la capa protectora se resquebrajaba como un cristal con cada nuevo embate enemigo.

- Tenemos que evitarr que entrren – dijo Iridi – Maestrro Monle, encarrgaos de mantenerr firrme la cúpula, el rresto tenemos que repelerr el ataque.

- Vuestros esfuerzos son fútiles – dijo una figura encapuchada al otro lado - ¿Creeis que podeis reclamar esta tierra como vuestra sin sufrir las consecuencias?

- No tienes ningún derrecho a estarr aquí renegado – dijo con ojos brillantes la draenei – Larrgate antes de que...

- ¿Antes de qué patas de cabra? - dijo socarronamente Murray soltando una carcajada luego – No tienes poder aquí, la tierra que pisas está maldita. Morireis.

- Eso ya lo veremos – dijo Madler desenvainando su arma y saliendo de la cúpula.

- Vaya hermano, así que tú los lideras.

- ¿Hermano? - dijo Marther extrañado - ¿Quién sois vos?

Murray se despojó del pesado capuchón que ocultaba parte de su rostro revelándose frente al brujo.


- Pero.... - dijo el brujo – es imposible.

- No es imposible Madler – dijo riendo Murray – sino inevitable.

Tan rápido como la propia muerte, el renegado atacó al brujo. Este ni siquiera pudo reaccionar a tiempo de preparar un conjuro y por la mitad habria sido cortado, cuando de pronto el bastón de Iridi se interpuso entre Madler y su agresor. La sacerdotisa seguidamente lanzó un puñado de luz que quemó levemente a Murray, obligándolo a retroceder.

- ¡Acabad con ellos! - rugió el caballero de la muerte.

Karin jamás olvidaría aquella noche. Todos salvo Monlee y ella salieron de la cúpula para combatir. “Morirán” pensó la joven huargen al ver la cantidad de no muertos que se cernían sobre el decidido pero abigarrado grupo. Lo que Karin no sabía era que ese grupo había vivido situaciones límite como esa, y sorprendida contempló la fuerza, determinación y poder que mostraban en ese momento. Protegiéndose unos a otros abatían sin cesar a los cadáveres andantes que cargaban sobre ellos. Pero, hasta los mortales más poderosos tienen un límite, y a él estaban llegando los defensores.

Karin observó como el anciano pandaren sudaba copiosamente en su intento de restaurar el escudo tan rápido como podía. “¿Qué puedo hacer?” se preguntó la joven, pues aunque había estudiado libros sobre lo arcano, nunca había practicado algo lo bastante dañino. Apreció que los círculos mágicos absorbían la energía del mago. Se volvió para ver como el resto re los miembos mostraba dificultades para detener la marea de no muertos que los rodeaban. Sin pensarlo, la chica hincó sus rodillas en tierra y apoyó las zarpas en el círculo mágico. No sabría describir la sensación dolorosa que experimentó, pero era como si todo su ser fuera a ser arrancado.

Monlee parecía en un estado de trance, pues apenas oía los gritos de dolor de Karin. Solo podía estar atento a cerrar las fisuras de la cúpula. Cuano poco faltaba para acabar, reparó en la huargen que se retorcía a sus pies. Solo entonces gritó. “¡Ayuda! ¡Qué alguien la aparte!”. Alice corrió al interior de la barrera y empujó a la joven. En ese momento, Monlee pronunció el final del ensalmo y con un estruendo el escudo se extendió unos metros más protegiendo a los defensores ya vencidos por el agotamiento. El caballero de la muerte rugía de rabia, para luego dirigirse a los miembros de nuevo.

- Volveremos – dijo – Vuestra magia no durara siempre.

Los renegados se retiraron para solo dejar el remanso de paz que había habido hacía solo un rato. Los defensores habían vencido esa batalla, aunque no habían salido muy bien parados. Chantalle tenía algunas heridas, aunque no parecían de gravedad; Alice parecía ser la que menos heridas había sufrido, pues tan solo se torció un tobillo al apartar a Karin;  Madler parecía el que más daño había recibido, pues sangraba por múltiples heridas y se sostenía como podía con su vara; Iridi parecía indemne, aunque hastiada por el agotamiento.

La única que había caído sin sentido sin embargo, había sido Karin. El hechizo de Monlee era demasiado fuerte, y a punto estuvo su alma de quebrarse y acabar con su vida. La llevaron a una casa para que descansara.

Karin se levantó extrañada. Todo lo que la rodeaba era una inmensa oscuridad. De las sombras, oyo una voz conocida y a la vez tan odiada, aquello que hacía años la había atormentado y que ahora moraba en ella le hablaba.

- Vaya, vaya. Parece que hemos encontrado algo divertido después de tantos años encerrados ¿No te parece querida?

- ¿Qué quieres ahora? - dijo Karin desafiante

- Nada – dijo la criatura riéndose – solo decirte que en esta jáula mágica sería perfecto dar rienda suelta a lo que eres realmente. Sobre todo esa criatura azulada que parece haberse encariñado contigo.

- ¡No! - gritó la chica - ¡Otra vez no!

- Vuelves de nuevo a enfurecerte, bien. Eso me gusta, así tan solo harás que mi tarea sea más próxima

- Ellos no tienen nada que ver, son inocentes.

- Karin, no lo hago por placer – dijo mintiendo la bestia.- Es mi naturaleza. Sabes que no podrás retenerme por siempre, y cuando me libere, les haré lo que les hice a tus queridos hermanos.

- ¡Callate! ¡Callate! ¡Callate!

- Cuando los despedace, te obligaré a mirar y así lo haré hasta que aceptes lo que eres, hasta que la locura te obligue a hacer que el control de este cuerpo sea mío, como debió haber sido desde el principio.

Las sombras se abalanzaron sobre la joven, envolviéndola en tinieblas. Karin despertó súbitamente con un grito ahogado. Tras coger aire, rompió a llorar temiéndose que al lugar al que había ido era aún peor y peligroso del que donde había estado recluida cuatro años. Su preocupación iba desde el miedo a lo que fuera acechaba en los árboles, pero sobre todo más aun por la bestia que ahora moraba en aquel lugar. Una bestia que era ella misma.

(Continuará)

ESCRITO POR: Iruam Sheram