Música
Bajo la luz de la luna llena,
Ventormenta sigue con sus bullicios, sus taberneros, mercaderes,
herreros y un largo etcétera. Presas del calor veraniego algunos
huyen al frescor de los canales, otros abren sus ventanas de par en
par, mostrando la intimidad de sus viviendas a los vecinos más
curiosos que sin ningún disimulo se asoman. Las terrazas, repletas,
son el alivio de los más acalorados y la pesadilla de los
residentes.
El sonido de los abanicos a la salida
de la ópera era habitual, gran amigo de flirteos y coqueteos entre
cortesanas y galanes. Tras uno de estos abanicos, Chantalle coquetea
con dos jóvenes apuestos mientras las damas la miran, unas celosas,
las más mayores escandalizadas. Su escote nada protocolario causaba
estragos entre los varones jóvenes y no tan jóvenes, llevándose
éstos últimos una reprimenda por parte de sus señoras.
No muy lejos de allí, en el barrio de
Mercaderes, Beatrice escribe a la luz de las velas una carta a su
querida hija. No hay mayor amor que el que una madre puede mostrar en
sus palabras; Con cada una acaricia el rostro de su hija. Parece que
puediera abrazarla y besarla. Hace cierto calor en la estancia;
decide abrir la ventana desde donde puede ver el bullicio de la
calle.
Bajo un árbol en el prestigioso Barrio
de los magos, Kendra y Elesirt juntan sus manos, separándolas rápido
cuando pasos de terceros se acercaban. La luz tililante de la farola
resaltaba los pómulos de la muchacha, algo que a Elesirt le acelera
el corazón. ¡Cuánto calor hacía aquella noche!
En el barrio de la Catedral Iridi lee
un cuento a los pequeños del orfanato. Narra historias de una Orden
de valientes que protegían artefactos increíbles y salvaban amigos
de toda clase de peligros y malhechores. La preferida de todas las historias era en
la que un gato parlante aparecía. El pequeño Lou dormía abrazado a
un gato de trapo, igualito al de los relatos de la anacoreta. Iridi
no puede más que sonreir al ver aquella escena.
El reflejo de la luna ondea en el lago
central de la ciudad; allí Tahlean medita y reza a su diosa Elune en
silencio. Desde la otra orilla dos niños lo miran curiosos. El grito
de su madre anunciando la cena les hace desistir de cualquier
travesura. Abre un ojo y sonríe por un momento. Los humanos no son
tan distintos al fin y al cabo.
No importa si hace calor o frío, la
vida continúa para todos los ventormentinos. Pero aquella noche era
especialmente hermosa, o así le pareció a Nizdorni, que sentada en
lo alto de un tejado observaba curiosa todo aquel trajín a la luz de
las estrellas. Tanto tiempo ha pasado que estaba cogiendo cariño a
quien no debía. Las razas mortales todavía tienen cosas que
enseñarnos.
Se hace tarde, es hora de regresar. Con
gran pesar puso en pie su menudo cuerpo sobre el tejado de pizarra de
aquella señorial casa. Un grácil salto bastaría para coger la
corriente deseada.
Sobrevolar la ciudad es algo que todos
deberían poder hacer en noches como ésta. Por algo así merece la
pena seguir luchando.
Bajo la luz de la luna, la ciudad de
Ventormenta sigue bulliendo de vida, sus taberneros, mercaderes,
herreros, sus héroes del día a día...
Buenas noches Azeroth.