jueves, 28 de noviembre de 2013

Prólogo Capítulo XI - La herencia de los Eredar

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En aquel momento Velen alzo las manos al cielo sosteniendo el cristal Ata'mal. No transcurrieron ni dos segundos cuando una cegadora luz emergió del mismo. Una vez los ojos de todos lo presentes se acostumbraron al resplandor pudieron observar atónitos cómo una cúpula dorada se erigía alrededor de su campamento y cómo aquel gran cristal dio paso a una hermosa gama de colores; cual arcoiris tras una benigna lluvia, el cristal se había fragmentado en siete partes. Siete hermosos fragmentos.

Velen bajó las manos lentamente mientras observaba la gran cúpula. En su mente habló una hermosa voz. -Como te prometimos, Velen de los Eredar, hemos venido a salvaros- De la nada surgió una inmensa nave formada, aparentemente, de piedras preciosas. Tan perfecta y triangular que no podía ser verdad.
Velen suspiró aliviado al haber encontrado la salvación para su pueblo. -No te olvides de los cristales, mi querido amigo. Recuerda llevarlos contigo- Le susurró aquella voz al Profeta.

En ese preciso momento uno por uno los eredar allí presentes comenzaron a levitar; era como si una cálida luz les sostuviera en el aire y les condujera delicadamente hacia la que sería su salvación, la gran nave.

Cuando todos y cada uno de aquellos nobles eredar entraron en la misma, desapareció para no volver nunca más.

Los corazones puros tuvieron recompensa a sus plegarias. Los corazones ávidos de poder fueron corrompidos y despojados de toda voluntad...

Así es como recordamos nuestra historia y así es como debe ser contada...

-Contadme más sobre nuestro pasado y ese maravilloso cristal, Anacoreta Iridi. Por favor- Le rogó Dornaa con un tono meloso mientras juntaba las palmas de las manos y se ponía de puntillas.
Iridi abrió sus ojos y acarició el suave pelo de la huérfana a la vez que sonreía. -Está bien, mi pequeña niña, pero luego irás a la cama- Dijo Iridi con su suave voz. Dornaa asintió. La educación draenei se basaba en el respeto mutuo y, máxime hacia aquellos de mayor edad, los cuales son reverenciados y consultados con frecuencia.No tenía por qué preocuparse. -Os lo prometo- Dornaa sonrió.
Iridi se dispuso a proseguir con otro relato:

Después de muchos, muchísimos años de viaje por varios planetas; ya no recuerdo ni cuántos años ni mundos dejamos atrás... aterrizamos en un vasta y hermosa tierra. Aquel lugar no poseía nombre en las lenguas locales, por lo que decidimos ponerle uno, Draenor. Construímos grandes y hermosas ciudades, comerciamos con los habitantes del lugar, aprendimos muchas cosas de ellos, pudimos verles evolucionar...Pero esa es otra historia. Has de saber que en aquellas tierras había criaturas feroces, pero no deseábamos acabar con ellas por el hecho de serlo, no somos quien para acabar con alguien por su naturaleza, ya sea violenta o no. Es por eso que decidimos ocultar nuestra ciudad para no alterar aquel lugar en concreto; nuestro Profeta decidió utilizar uno de aquellos hermosos cristales para no molestar a las criaturas conocidas como ogros. Y así fue como la gran ciudad de Telmor fue ocultada gracias a Sombra de hoja, uno de los fragmentos Ata'mal.


Dornaa dió un suspiro de sorpresa y abrió sus relucientes ojos de par en par. Iridi acarició su cara y prosiguió su relato.

Nuestro pueblo prosperó gracias a los consejos de nuestro líder y al buen uso de los cristales, cristales que descubrimos que fueron entregados por los naaru a nuestros ancestros muchos años atrás. Mientras los naaru nos tengan en sus bendiciones nuestro pueblo florecerá... Pero como iba contando -Iridi sonrió- Desde el sagrado templo de Karabor, faro de la Luz y de nuestra fe, el Profeta guardaba los cristales y hablaba con los naaru. Todos los años partíamos en procesión hasta las lejanas tierras de Nagrand para, recibir la bendición del naaru que permanecía en la nave de la salvación (Oshu'gun) ¡Qué glosiora visión, ver cómo aquella perfecta montaña triangular despuntaba entre las laderas! Nuestro amado Velen siempre ha estado en comunión con K'ure gracias al fragmento Canción del espíritu...

Dornaa yacía dormida, apoyada en el hombro de Iridi, mientras con una mano, se agarraba a una de las largas mangas de la sacerdotisa. -Mañana tendremos más- susurró Iridi. La anacoreta cogió con delicadeza el menudo cuerpo de la niña y lo llevó hasta su cama, donde la arropó y acarició de nuevo su cara. -Que los naaru te bendigan, mi niña-.


Escrito por Iridi