sábado, 14 de septiembre de 2013

Karin Darkfield


CAPÍTULO 2


       El crepúsculo se cernía y la luz del sol se ponía entre las montañas. No tenía ni idea de dónde me encontraba, ni tan siquiera podía ver los límites de mi amada ciudad. Thadeus había utilizado un hechizo para salvarme cuando mi padre y unos cuantos más iban a matar a la bestia. Una bestia que había asesinado brutalmente a varias personas y luego impúnemente se había librado del castigo debido. Esa bestia... era yo. Vagué por aquel bosque insondable y frondoso, que parecía no tener fin, hacía días que caminaba por él, sin encontrar salida alguna. Me encontraba exhausta. Mi nueva forma me había dado más resistencia para poder caminar y aguantar mejor el hambre y la sed. Pero todo tiene un límite, y cuando huí de Gilneas estaba ya consumida por los remedios a los que me sometió el hechicero. Me dirigí hacia un grupo de pinos para resguardarme mejor de la humedad. Por entre ellos vi un conejo. Mis ojos se tornaron rojizos y en mi cabeza solo tenía un pensamiento: comida, comida, comida. Solté el hato donde guardaba el libro pesado que me dio Thadeus, me puse a cuatro patas y con una fuerza que desconocía que tuviera me lancé sobre la presa destrozando su cuello. No podía creer lo que estaba haciendo, pero cuando me quise dar cuenta ya le había dado varios mordiscos al conejo, masticando y tragando la carne cruda y con pelo , y sintiendo la sangre aún caliente en mi boca. Tenía sueño tras la cena y me apoyé contra el tronco de un árbol cerrando mis ojos.

El disparo me despertó por completo. La bala se alojó en la corteza, a escasos centímetros de mi oreja izquierda. Me sobresalté y escudriñé por toda la floresta en busca del que había hecho esto. Me levanté e intenté ponerme a cubierto, pero oí otra detonación y una quemazón seguida de un fuerte dolor en mi costado. Me miré instintivamente y veía sangre manar y mezclarse con la tela de mis vestiduras, que al paso de los días ya eran puros harapos. “Acaba con ellos” oía constántemente en mi cabeza. Eran un par de hombres vestidos de una manera extraña y portaban rifles de caza. Volvieron a apuntarme. Mis fuerzas me abandonaban. Me deje caer de rodillas mientras mi vista se nublaba. Sentía un sueño extraño de cuando te pesan todos los miembros del cuerpo. 

- Mira Mathew – dijo uno de ellos, que parecía ser más joven que el otro, mientras se acercaban a mi – Es una buena pieza sin duda. ¿Qué crees que es?

- No lo se Parker – dijo el otro sin quitarme ojo de encima – Pero sea lo que sea su piel debe de valer mucho.

- Por favor – susurré – No me hagan daño.

Esto pareció sobresaltarlos aún más puesto que me apuntaron con temor.

- Y encima habla – dijo Parker sin poder contener una risa - ¿Tienes idea de lo que pagarían por tener a un ser como este con vida?

- Eso debiste pensarlo antes de dispararle en el hígado merluzo – dijo el otro, y luego se dirigió a mi – Podemos llegar a un acuerdo. No podemos hacer nada por salvarte pero puedo dispensarte una muerte rápida si me dices si hay más como tú. Y más vale que no me mientas o haré de tu muerte una lenta agonía, tanto que desearas que te mate.

- Ni siquiera sé dónde me encuentro señor – dije mientras intentaba acallar el constante pensamiento que me repetía una y otra vez que acabara con ellos como si de un mantra se tratara.

- Creo que eso no es la respuesta correcta – dijo el viejo cazador mientras con su bota apartaba mi mano de la herida y la pisaba con todo su peso

- Agggggh!!! - grité con toda la fuerza de mis pulmones – Os estoy diciendo la verdad.

- Volvamos a intentarlo – dijo - ¿Hay más como tú?

- Os juro por La Luz que no lo sé.

El cazador me golpeó con su bota en el hocico. Sentí el cálido y amargo sabor de mi propia sangre en la boca. La rabia me empezaba a consumir, deseaba clavarle mis colmillos aunque fuera lo último que hiciera en vida. Comencé a gruñir y de mi interior parecía que mis fuerzas se renovaban. Cuando Mathew se apartó de mi para volver a preguntar, salté sobre él tirándolo al suelo y le mordí justo en la yugular, mientras el viejo gritaba de pavor. Su compañero dio un grito de terror mientras retrocedía. Llamó mi atención su alarido y dejando al maltrecho humano desangrándose en el suelo me levanté y me dirigí hacia el joven. Este me apuntó 

- ¡No te acerques! - dijo

- Puedo oler tu miedo – dije mientras podía sentir el fuerte latido de su corazón.

El chico disparó pero a pesar de mi tamaño no consiguió alcanzarme. Salió corriendo mientras fui tras él dispuesta a matarlo. Algo se había apoderado de mi, como si ese odio y rabia acumulados en mi interior hubiera tomado forma. Pero.... era imposible, había acabado con ese ser que me poseía. De todos modos en ese momento poco me importaba. Alcancé al chaval. A la luz de la luna lo pude ver bien; no tendría más años que yo. Encima de él me encontraba, dispuesta a sacarle las entrañas de un zarpazo cuando un sentimiento afloró y me detuve. Sentí compasión de él y me separé de improviso.

- Huye mientras puedas – le dije con un ligero gruñido – Y no mires atrás. No creo que puedas tener una segunda oportunidad chico.

El joven asintió temblando y echó a correr. Me arrodillé intentando controlar a la bestia interior para no ir tras el y alimentarme. Tal fue mi intento de refrenarme que tan solo oí el eco del disparo y luego sentí que vomitaba un líquido que solo cuando abrí los ojos vi que era mi sangre. Me desplomé en el suelo, el anciano en su último aliento había conseguido coger su rifle y dispararme por la espalda. El mundo empezaba a hacerse borroso. En mi última visión observé una figura imponente que se acercaba a mi. 

Vestía una armadura dorada, reluciente y brillante. El yelmo le tapaba el rostro y a su alrededor la luz era intensa, como un amanecer. A su espalda, un par de alas de ángel  que irradiaban una increíble blancura, me cegaban. “Si esta es la muerte que me viene a buscar” pensé “no está tan mal”. Cerré los ojos aceptando mi destino. Sentí como el ser me levantaba y posaba sus manos sobre mi, tenían un calor agradable, como cuando sientes el sol primaveral en tu rostro. Creí que mi alma sería absorbida y dejaría atrás mi cuerpo. Me dejé acunar por esos brazos que me sostenían.

No recuerdo mucho del viaje, puesto que mis heridas eran muy serias. Todo lo que recuerdo son retazos, como fragmentos. Podía verlo a él en fugaces miradas que luego se deshacían en oscuridad. Una de esas visiones fue la de unos imponentes muros de piedra y el olor del mar y las gaviotas; el susurro de las olas. El tránsito por el mundo de los vivos era un bello recuerdo y ahora la muerte me llevaba a un lugar desconocido.

Pero no había llegado mi hora. No lo supe hasta que desperté y sentí mi pesado cuerpo y un dolor que me asolaba por entera. Abrí los ojos y cuando mi vista enfocó del todo, me fijé que estaba vendada en algunos sitios. No podía moverme, y sentía mi garganta áspera y seca. ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? Miré a mi alrededor tumbada en la cama la habitación. En una silla había un hombre que podría tener cualquier edad que dormía. Digo cualquier edad porque a pesar de su cuerpo fuerte y vigoroso; su rostro y su semblante me decía que había visto mucho del mundo y las marcas de la edad empezaban a hacer mella en él. Se encontraba dormido apoyando un brazo en su asiento. El libro que estaba leyendo se le había caído de su mano. Intenté incorporarme, pero nuevos dolores afloraron impidiéndomelo del todo. Supongo que por mis quejidos el humano abrió sus ojos y después de un bostezo me habló.

- No – dijo – Aún debéis descansar amigo, vuestras heridas no han sanado todavía y moveros podría abrirlas.

- ¿Dónde estoy? - dije yo

- ¡Oh! Perdonad señorita, no sabía que fueseis una dama.

- Supongo que con este aspecto es un poco confuso señor – dije mientras intentaba incorporarme.- ¿Dónde me encuentro?

- En mi casa, en Ventormenta.

- ¿Ventormenta? - dije extrañada - ¿Tan al sur?

- Así es – dijo el caballero.

- ¿Cómo.. - dije confusa.

- ¿Cómo os encontré? - terminó él – La Luz me guió hacia un necesitado.

- Erais vos. Creí que erais un emisario del más allá.

- No niña – dijo sonriendo un poco – Pero estuvisteis a las puertas de la muerte. Incluso temí haber llegado demasiado tarde.

- Sé que soy un tanto indiscreta pero, nunca oí hablar de un sacerdote que portara tal imponente ropa.

- No soy exactamente un sacerdote – dijo él riendo levemente. - Soy un paladín. Me llamo Crossnesai Doe, a vuestro servicio.

Hizo una amplia reverencia. A primera vista no lo parecía, pero tanto sus formas como sus modales denotaban cierta etiqueta.

- Yo me llamo Karin, Karin Dar... - me detuve, desde el momento en que mi padre me repudió, para él su hija mayor había muerto junto con mis dos hermanos pequeños.- Solo Karin. Siento  no poder levantarme y presentarme como es debido.

- Sois un ser interesante Karin – dijo Crossnesai – Tenéis la apariencia de una bestia. Pero en vuestros ojos y vuestras palabras puedo ver que no fuisteis siempre así. Incluso por vuestro tono y las palabras que elegís, diría que fuisteis antes una joven dama. O tal vez me equivoque y siempre habéis tenido ese aspecto.

- No os equivocáis señor Doe. Antes tenía el mismo aspecto humano que tenéis vos; pero el destino quiso que poseyera esta forma animaloide.


Esa forma que tantos pecados me hizo cometer. Abracé mis piernas posando mi mentón en ellas, mientras pensativa recordaba las atrocidades que hice.

- Soy una asesina – dije – He matado a gente inocente inducida por la locura de la maldición del mordisco de otra criatura como yo. Pero eso no exculpa la mácula que he hecho. Sois un paladín según me habéis dicho. En cuanto a por qué me habéis salvado solo se me ocurre que sea para entregarme a la justicia y ser ejecutada por mis crímenes.

- ¿Veis cadenas? ¿Una celda oscura y maloliente tal vez? - dijo el paladín – No os preocupéis  Si fuerais una criatura del mal lo habría sabido. Hay luz en vuestro interior, Karin. Ahora descansad y reparad vuestras heridas. Ya habrá tiempo de hablar.

Quise decirle algo más pero posó su mano sobre mi frente y me recostó. El sueño volvía a mi como un amante que abraza cálidamente. Cerré mis ojos y dormí como no había dormido desde hacía meses.


(Continuará)

Escrito por Iruam Sheram