domingo, 1 de septiembre de 2013

Elesirt Van Hesing

Bautismo de sangre

Nubes de tormenta se cernían sobre la región de Gilneas. Las primeras gotas empezaban a caer, amenazando un gran temporal que hacía vibrar los troncos de la precaria estructura que conformaba el cuartel perdido en el bosque. El precario edificio, más que un cuartel parecía la cabaña de algún leñador o cazador y estaba ocupada por un grupo de personas con los ojos vendados y atados de pies y manos. Algunas mujeres sollozaban temiendo que las violaran. Otros guardaban silencio como les ordenaron hace una hora cuando los trajeron y otros intentaban llamar la atención de alguno de los hombres pidiendo clemencia.

En el momento en que una figura se perfiló en el umbral de la cabaña, saliendo al frío de la tormenta donde sus hombres esperaban firmes como estatuas esperando revista. Tras un par de vueltas a la línea se paró en seco.

-Buenas noches señoritas – dijo a los soldados – Si habéis venido a mi solo se me ocurren dos razones. O sois unos ingenuos o unos locos que no tienen ni pajolera idea de dónde se han metido.

Paseó más lentamente fijándose en cada una de las caras de sus hombres buscando algún signo de debilidad.

-Esto solo lo diré una vez y que os quede claro – prosiguió – No se admite a chusma como vosotros porque sí. Antes tenéis que demostrar algo que solo poseen ciertos hombres. Obediencia ciega; pero sobre todo sangre fría.

Sacó de la cabaña a un hombre maniatado que gritaba y se intentaba arrastrar por el barro inútilmente.

-Por favor – dijo sollozante – Por favor no me mate noble señor. Tengo esposa e hijos.

El sargento hizo caso omiso al maltrecho prisionero.

-Vedlo señoras – dijo con teatralidad entonces – He aquí a un enemigo. ¿Y qué hacemos con los enemigos? ¡¡Matarlos!!

La espada cayo sobre la cabeza del desgraciado sesgándola limpiamente. Aun con la oscuridad de la noche, un relámpago iluminó la ejecución en el momento en que lo decapitaba y la sangre salpicando la cara del verdugo.

-Bien – dijo una vez más - ¿Quién es el siguiente que quiere probar la sangre que tienen esos rebeldes? Quien este preparado para matar, que de un paso al frente.

Todos los hombres vacilaron salvo uno que con paso firme, cruzó la linea y encaró al sargento sin dar cuenta al cuerpo que en el barro empezaba a pudrirse. El sargento miró con extrañeza al soldado. Sus ojos de un azul intenso y brillante lo delataban en no ser completamente humano, sino de estirpe Quel'dorei. 

-Vaya, parece que el semihumano quiere probar suerte – dijo en un tono jocoso – Demuestra lo que vales y puede que hasta me caigas bien.

El sargento le tendió el pesado mandoble tinto en sangre que goteaba y le indicó con el dedo la cabaña donde los prisioneros esperaban a ser ajusticiados. El joven soldado cuando estuvo a punto de entrar se paró en seco y volvió la vista atrás.

-¿A que esperas? - le dijo el sargento - ¿A que me haga viejo? Cumple con el deber que has asumido mierda de vaca.

-Me preguntaba sargento – dijo con una voz grave entonces – Si pudiera quitarles la venda de los ojos, a todos. Quiero ver sus caras de terror cuando el acero sesgue sus vidas .

-¿De todos? - dijo el sargento haciendo una mueca - ¿Incluso de los niños?

-Especialmente los niños – dijo sonriendo.

El veterano soldado dio la orden al resto de la columna de que desataran las vendas de los prisioneros. Cuando acabaron, el mestizo fue sacando al patio uno a uno sin prisas a los reos que ya enloquecidos por el terror o por la pesadumbre contemplaban como sus seres queridos eran ejecutados a manos de ese demonio de ojos azules que parecía disfrutar matando. Ni la tormenta, ni los truenos, ni el gélido viento ululante pudieron amortiguar los gritos de agonía de los desgraciados que aquella noche murieron. Algunos soldados tuvieron que darse la vuelta y taparse los oídos para no soportar ver y oír esa escena dantesca. Incluso el sargento ya había tenido suficiente cuando el ejecutor ya había acabado con las mujeres y ahora que había dejado los niños para el final se disponía a matarlos.

-¡Basta! - dijo el sargento cuando el joven levantaba la espada para partir en dos a un muchacho que no tendría ni doce años.

-Espero que haya disfrutado del espectáculo sargento – dijo el asesino con el rostro cubierto de la sangre de los inocentes.

-Con creces diría yo. Desde hoy seras conocido como: La Parca, Elesirt Van Hesing.

La noche envejecía mientras la lluvia limpiaba el campo y la sangre que fluía como un río, pero que no limpió los pecados atroces que se cometieron esa noche.


Elesirt despertó empapado en sudor respirando agitadamente. Se incorporó un poco sentándose en la cama y cuando se calmó lo suficiente derramó unas lágrimas mientras se tapaba la cara con sus zarpas, recordando lo que hace años cometió a sangre fría. No eran sino unos simples campesinos que ese sargento demente había detenido para su divertimento personal y que al final él, Elesirt, había ejecutado solo por reconocimiento. Se volvió hacia el lugar donde estaba su esposa, viendo que esa parte de la cama estaba vacía. Hace tiempo cuando las pesadillas volvían, ella lo apaciguaba con su dulce voz, aunque él nunca le contó nada de su sórdido pasado, pues había cambiado desde que la elfa lo encontró sucio y desaliñado en aquel lago. Pero ahora ella estaba muy lejos. Tristemente se tumbó en la cama negándose a dormir de nuevo, contando las horas hasta el amanecer.

Escrito por Cross e Iruam