Este relato es una ficción. El personaje Iridi del relato no tiene nada que ver con el mismo de "La noche del dragón".
Música
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-<<McAree>>- Su nombre me
susurraba al oído. Sus templos del saber se erigían sólidos y
orgullosos, tallados en piedra preciosa y ornamentados con runas como
alarde de poder, riqueza y prosperidad. La ciudad púrpura, la ciudad
santa del conocimiento.
Desde aquél balcón podía ver los
meandros de los ríos a través de la gran urbe, unos ríos que
desprendían un fulgor tal que en la propia noche no se necesitaba de
ningún alumbrado.
Mi ciudad, el lugar en el que nací
hace tanto tiempo, que tanto me ha dado, que tanto recuerdo.
Pero algo estaba cambiando. La ciudad
se fue tornando de un color verdoso, los ríos se estaban secando,
las luces apagando, la brisa ya no soplaba...
McAree ya no era mi ciudad, ni ésta
era ya mi tierra. Hemos sido condenados a un exilio permanente. Los
otrora hermanos nuestros nos han traicionado y condenado a muerte.
Esta es la historia de un pueblo sin
hogar, mi pueblo...
***
En la cima más alta del monte Kaarinos
los primeros rayos de la mañana fueron barriendo todo el campamento.
Allí el gran Profeta nos pidió que esperásemos la señal que nos
salvaría de nuestros enemigos. Durante dos meses estuvimos viajando
sin tregua, víctimas de emboscadas y ataques. ¡Pero hoy era el gran
día, el Profeta lo había visto así! No podíamos hundirnos ahora,
solo había que esperar un poco más...
Los niños permanecían dormidos,
protegidos con los cuerpos de sus padres. Cada día eran menos,
muchos no despertaban del sueño de la noche, pero nuestra fe era
nuestra única fuerza.
Amún me despertó y su mirada cansada
se encontró con la mía, sus blancos y brillantes ojos me habían
reconfortado más de mil años, pero aquella luz estaba más apagada
de lo habitual.
-Iri, es hora de levantar, amor mío.-
Hacía una hora que estaba despierta,
pero me gustaba guardarle el gusto de despertarme.
Me incorporé y recogí mi capa para
resguardarme del frío exterior.
-¡Por fin es el gran día!- sonreí –
Podremos ser libres de nuevo-
Poco a poco todos los refugiados Eredar
fueron despertando.
Amún me cogió la mano, sus dedos
fueron envolviendo mis helados brazos y juntos fuimos hasta el centro
del campamento, donde ansiosos esperábamos la arenga de Velen.
De una tienda de cuero cubierta de
nieve surgió una imponente figura de tez pálida. Mientras se
dirigía al centro de la multitud que se iba congregando alzó las
manos para pedir silencio:
-¡Queridos amigos, todos hemos podido
contemplar el horrible destino de nuestros hermanos. Aceptar el don
del Oscuro supone caer en su trampa y, ahora, no son más que simples
marionetas de sus desígnios. Sé que habéis tomado una decisión
difícil y que por ello estamos sufriendo las consecuencias, pero no
estamos solos en esta batalla, tenemos aliados que nos ayudarán en
la lucha.
Hermanos, debemos seguir las enseñanzas
de la Luz, lo he visto, lo he oído. La Luz representa la antítesis
de aquellos que quieren acabar con nuestro hogar y nuestro pueblo.
El día de hoy será recordado para
siempre en nuestras mentes como el día en que nuestro pueblo fue
salvado por la Luz!.
Todos vitorearon al Profeta tras el
discurso, estaban seguros que sus penurias iban a acabar de una vez
por todas. Los niños abrazaron y besaron a sus padres.
Amún se giró hacia mí, me sujetó
ambas manos:
-Seremos libres, Iri, nadie nos podrá
someter nunca más y, lo más importante, nadie podrá hacerte daño.
Iridi acarició la cara de Amún y
colocó la palma de su mano en su pecho como muestra de afecto, muy
común entre su pueblo.
-Amún, mi querido Amún, de qué sirve
vivir eones sino puedo estar contigo.- Iridi sonrió.
Un cuerno de alerta resonó causando un
molesto eco en la montaña.
-¡Man'ari, se aproximan en gran
número, Man'ari!
La felicidad que reinaba en el
campamento se disipó y el pánico se adueñó de sus moradores.
-¡Todos a sus puestos, llevad a los
niños y las mujeres a la parte más alta!
Amún soltó mis manos y su alegre
mirada se tornó en preocupación. Un soldado se acercó a nosotros
-Vamos, necesitamos a todos los
hombres- Ordenó el soldado.
Nuestra abrupta separación nos dirigió
a cada uno en sentido contrario.
-Profeta, por favor haced algo- Una
mujer suplicó a Velen -¡Nos prometísteis que hoy sería el día!-
Velen miró a la mujer y asintió.
-La hora ha llegado- pensó.
Una primera línea de defensa se
organizó en la base del campamento a la espera de la llegada de los
atacantes.
El cuerno que había dado la voz de
alarma a tan sólo unos kilómetros había dejado de sonar.
Amún fue colocado junto con los demás
hombres en la línea de defensa. Nada se oía ahora salvo sus pezuñas
en la nieve y el sonido de sus armaduras y telas al moverse.
Frente a ellos el bosque permanecía
acechante.
-¡Algo se ha movido por ahí!- señaló
un Eredar en dirección a unos árboles.
-Yo no veo nada- dijo otro.
-¡Permaneced alerta!
Amún vio un fulgor verdoso entre la
maleza, como si dos pequeños orbes se aproximaran. A esos dos orbes
se le sumaron otros dos y otros...
-¡Se aproximan!
El grupo quedó petrificado ante lo que
se les venía encima.
-¡Por lo más sagrado, qué son esos
seres!- Dijo un soldado a la izquierda de Amún.
-Esos ya no son nuestros hermanos-
Contestó otro.
Pero los Eredar corruptos no vinieron
solos; un ejército de criaturas dantescas les acompañaba. No sólo
eso, sino que esas criaturas parecían estar a las órdenes de
aquellos que un día fueron como ellos. Los ahora Man'ari comandaban
un ejército de demonios y criaturas de otros mundos que habían
caído bajo el yugo de la Legión Ardiente.
-¡No dejéis que lleguen al
campamento!-
En lo alto de una roca Iridi podía ver
el campo de batalla y rezó para que aquellos demonios no acabaran
con lo que quedaba de su pueblo.
-¡Atacad!- Ordeno un fornido capitán-
Amún junto con los demás magos se
dispuso a lanzar una salva de descargas arcanas mientras los soldados
cargaban contra aquellas bestias.
La primera línea de combate chocó de
forma virulenta. Eredar y demonios se enzarzaron en una sangrienta
batalla mientras, desde una posición segura, los corruptos Man'ari
observaban y comandaban más tropas con la intención de acabar con
los renegados.
Un soldado Eredar luchaba, maza en
mano, contra un demonio de dimensiones colosales, piel rojiza y cuyo
cuerpo estaba únicamente protegido por casco, brazales y botas. A
aquel ser parecía importarle poco tener el torso descubierto, su
hacha gigantesca hacía las veces de escudo.
Amún, viendo las dificultades del
soldado, centró su atención en aquella criatura. Acumuló toda la
energía que pudo para ralentizar a aquel coloso. El soldado, viendo
lo ocurrido, aprovechó para hundir la maza en el pecho del demonio,
causando que un río de sustancia verdosa la salpicara la armadura.
A su alrededor tres Eredar intentaban
combatir en vano una mole de rocas unida por algún tipo de energía
vil que amenazaba con aplastarles.
Amún intentó ayudar nuevamente;
quizás una descarga arcana hiciera trastabillar a aquel engendro.
Se dispuso a canalizar la magia en un
punto concreto, sin embargo el cansancio se apoderó de él
súbitamente. La poca energía que había acumulado se disipó de sus
manos.
Amún giró la cabeza. -Maldita sea, he
bajado la guardia- pensó.
Una criatura cuadrúpeda estaba muy
cerca de él. Su carencia de ojos no parecía importar a la hora de
saber dónde estaba su objetivo. Unos tentáculos emergían de su
espalda apuntando diréctamente al mago. Aquella criatura abrió las
fauces mostrando dos hileras de afilados dientes.
En la cima del campamento Velen recordó
las palabras del Naaru que le prometió la salvación. Pero nada
ocurría.
-Profeta, los están aniquilando
¡Profeta, por favor!- Lloraba una mujer.
Desesperado por la falta de señales,
Velen comenzó a dudar sobre la veracidad de lo que aquel ser le
había dicho. Quizás era todo mentira, quizás estaba en camino,
quizás...
Velen sacudió la cabeza y descartó
todos esos pensamientos. Sí aquel ser de energía llamado K'ure le
había prometido su ayuda, estaba seguro de que vendría. Sólo
esperaba que no fuera demasiado tarde cuando esa ayuda llegase...
Mientras tanto, Iridi se hizo cargo de
un grupo de jóvenes que asustados temblaban y lloraban.
-No os preocupéis, mis niños, pronto
nos iremos, pronto habrá acabado todo- En su túnica guardaba una
daga de puñal engemado; esperaba no tener que usarla, sin duda era
mejor morir así que en las manos de aquellos monstruos...
Aquella bestia come magia se dispuso a
saltar sobre Amún. Consciente de ello, el mago agarró con fuerza su
bastón coronado en ambos lados por una gema azul.
La bestia come-magia gruñó y se
abalanzó sobre el Eredar. Gracias a su adiestramiento tuvo la
rapidez de interponer el bastón entre las fauces de aquel demonio y
su propia cara.
-Intenta comerme engendro, te daré
ardores de estómago-
El demonio rugió llenando de saliva el
rostro del mago. Amún aprovechó el propio impulso del come-magia
para propinarle un bastonazo que le partió unos cuantos colmillos.
Enfurecido volvió a gruñir.
Aprovechando los valiosos segundos,
echó un rápido vistazo al campo de batalla, buscando algún posible
aliado. Pero no lo halló, los pocos Eredar que quedaban en pie se
encontraban en su misma situación o peor.
Aquel cánido demoníaco volvió a
tomar impulso, pero no pilló esta vez desprevenido al mago. Amún se
tiró al suelo y apuntó su bastón con fuerza haciendo que el propio
impulso del demonio le empalara con su peso.
Desesperado, Velen alzó el cristal
Ata'mal, la reliquia que consiguió llevarse consigo. Aquella
reliquia había pertenecido a los Eredar durante miles de años,
mucho antes de que el propio profeta naciera y, había permitido que
su sociedad se desarrollara de forma increíble. No podía permitir
que acabara en malas manos . Sin embargo aquella reliquia estalló
dividiéndose en miles de fragmentos.
Iridi, asombrada, miraba cómo el
tesoro de su sociedad se desvanecía ante ellos y dio un grito
ahogado. Pero algo extraño ocurrió. Una cúpula se interpuso entre
el campamento y las filas enemigas. Aquella cúpula dorada parecía
estar hecha de otro tipo de energía, una magia que no conocía.
-Velen de los Eredar, he venido tal y
como prometí, tu pueblo aun puede salvarse- Dijo una voz en su mente
– Rápido debes conducirlos hacia esta nave que hemos dispuesto-
En ese momento lo que parecía una roca
gigante se materializó dentro del campamento. Aquella roca brillante
como una gema y de grandes dimensiones abrió lo que parecía una
compuerta.
-¡Retirada, todos a la nave, mujeres y
niños primero!- Gritó el profeta.
Iridi no perdió el tiempo y dirigió a
los niños hacia aquella mole brillante.
-Entrad, yo he de buscar a alguien,
volveré en seguida-
Uno a uno los supervivientes fueron
entrando en aquella nave mientras los pocos soldados que quedaban
entraban en la cúpula, que por alguna extraña razón, los demonios
no podían traspasar.
Iridi bajó colina abajo hasta el
límite de dicha cúpula buscando a una persona, Amún. Frente a ella
una hembra de rasgos humanoides y seis brazos, cada uno portando una
espada, golpeaba con fuerza la cúpula y emitía chillidos agudos y
siseos de ira y frustración. Aquello hizo frenar a la Eredar, pero
al momento recordó el motivo de su búsqueda.
-Amún...¡Amún!- Chilló
Pocos soldados quedaban fuera de
aquella cúpula y a los dos que pudo ver cayeron aplastados bajo el
pie de una mole de piedra vil.
-¡Iri, vete de aquí, no bajes!-
Una silueta cojeaba a unos pocos metros
de donde ella estaba. Sin lugar a dudas era la persona que buscaba.
-¡Amún!- La mujer se dispuso a salir
de la cúpula pero la criatura de seis brazos se interpuso en su
camino. Afortunadamente no llegó a salir.
El mago, a pesar de sus heridas en la
pezuña izquierda, anduvo lo más rápido que pudo, sólo un par de
metros le separaban de la cúpula. Estaba a punto de traspasarla
cuando perdió el equilibrio y cayó de bruces en el suelo. Un látigo
se había enredado en su tobillo derecho, haciendo que el mago cayera
violentamente.
Iridi levantó la vista y vio el origen
de aquel látigo; una hembra de rasgos hermosos, alas en su espalda y
cola espinosa. Aquel ser tiró con fuerza del látigo alejando a su
amado y adentrándolo en las filas enemigas.
-¡Amún, noooo!-
Todos los refugiados habían entrado en
la nave menos dos. Pero eso a Iridi poco le importaba, no iba a ir a
ningún lugar sin su Amún. Se dispuso a atravesar aquella cúpula
dorada para ayudarle pero unas manos se lo impidieron.
-¡Suéltame, Yoro!- Aquel fornido
Eredar negó con la cabeza.
-Es demasiado peligroso, no puedes
salir ahí fuera, hemos de irnos. Amún hizo lo que pudo y gracias a
él muchas vidas se han salvado.-
Iridi intentó soltarse con todas sus
fuerzas, pero fue imposible. Yoro se llevó a la mujer a la nave
mientras ésta lloraba.
***
Desde aquella ventana podía
verse Argus hacerse cada vez más pequeño a la vez que se
precipitaban al vacío abisal. Iridi miraba a través de la ventana
mientras peinaba con sus dedos el cabello de una niña que dormía en
su regazo.
-Ésta es la historia de un
pueblo sin hogar, mi pueblo...-