sábado, 10 de agosto de 2013

El camino del Anacoreta - La pérdida de Argus

Este relato es una ficción. El personaje Iridi del relato no tiene nada que ver con el mismo de "La noche del dragón".



Música






Todavía la recuerdo, puedo verla, sentirla, noto la brisa jugar con mi pelo, el cielo estrellado       matizado con un toque púrpura...púrpura como la luz de la ciudad.
-<<McAree>>- Su nombre me susurraba al oído. Sus templos del saber se erigían sólidos y orgullosos, tallados en piedra preciosa y ornamentados con runas como alarde de poder, riqueza y prosperidad. La ciudad púrpura, la ciudad santa del conocimiento.
Desde aquél balcón podía ver los meandros de los ríos a través de la gran urbe, unos ríos que desprendían un fulgor tal que en la propia noche no se necesitaba de ningún alumbrado.
Mi ciudad, el lugar en el que nací hace tanto tiempo, que tanto me ha dado, que tanto recuerdo.
Pero algo estaba cambiando. La ciudad se fue tornando de un color verdoso, los ríos se estaban secando, las luces apagando, la brisa ya no soplaba...
McAree ya no era mi ciudad, ni ésta era ya mi tierra. Hemos sido condenados a un exilio permanente. Los otrora hermanos nuestros nos han traicionado y condenado a muerte.
Esta es la historia de un pueblo sin hogar, mi pueblo...

***
En la cima más alta del monte Kaarinos los primeros rayos de la mañana fueron barriendo todo el campamento. Allí el gran Profeta nos pidió que esperásemos la señal que nos salvaría de nuestros enemigos. Durante dos meses estuvimos viajando sin tregua, víctimas de emboscadas y ataques. ¡Pero hoy era el gran día, el Profeta lo había visto así! No podíamos hundirnos ahora, solo había que esperar un poco más...
Los niños permanecían dormidos, protegidos con los cuerpos de sus padres. Cada día eran menos, muchos no despertaban del sueño de la noche, pero nuestra fe era nuestra única fuerza.

Amún me despertó y su mirada cansada se encontró con la mía, sus blancos y brillantes ojos me habían reconfortado más de mil años, pero aquella luz estaba más apagada de lo habitual.

-Iri, es hora de levantar, amor mío.-
Hacía una hora que estaba despierta, pero me gustaba guardarle el gusto de despertarme.
Me incorporé y recogí mi capa para resguardarme del frío exterior.

-¡Por fin es el gran día!- sonreí – Podremos ser libres de nuevo-

Poco a poco todos los refugiados Eredar fueron despertando.
Amún me cogió la mano, sus dedos fueron envolviendo mis helados brazos y juntos fuimos hasta el centro del campamento, donde ansiosos esperábamos la arenga de Velen.

De una tienda de cuero cubierta de nieve surgió una imponente figura de tez pálida. Mientras se dirigía al centro de la multitud que se iba congregando alzó las manos para pedir silencio:

-¡Queridos amigos, todos hemos podido contemplar el horrible destino de nuestros hermanos. Aceptar el don del Oscuro supone caer en su trampa y, ahora, no son más que simples marionetas de sus desígnios. Sé que habéis tomado una decisión difícil y que por ello estamos sufriendo las consecuencias, pero no estamos solos en esta batalla, tenemos aliados que nos ayudarán en la lucha.
Hermanos, debemos seguir las enseñanzas de la Luz, lo he visto, lo he oído. La Luz representa la antítesis de aquellos que quieren acabar con nuestro hogar y nuestro pueblo.
El día de hoy será recordado para siempre en nuestras mentes como el día en que nuestro pueblo fue salvado por la Luz!.


Todos vitorearon al Profeta tras el discurso, estaban seguros que sus penurias iban a acabar de una vez por todas. Los niños abrazaron y besaron a sus padres.
Amún se giró hacia mí, me sujetó ambas manos:

-Seremos libres, Iri, nadie nos podrá someter nunca más y, lo más importante, nadie podrá hacerte daño.

Iridi acarició la cara de Amún y colocó la palma de su mano en su pecho como muestra de afecto, muy común entre su pueblo.

-Amún, mi querido Amún, de qué sirve vivir eones sino puedo estar contigo.- Iridi sonrió.

Un cuerno de alerta resonó causando un molesto eco en la montaña.

-¡Man'ari, se aproximan en gran número, Man'ari!

La felicidad que reinaba en el campamento se disipó y el pánico se adueñó de sus moradores.

-¡Todos a sus puestos, llevad a los niños y las mujeres a la parte más alta!

Amún soltó mis manos y su alegre mirada se tornó en preocupación. Un soldado se acercó a nosotros

-Vamos, necesitamos a todos los hombres- Ordenó el soldado.

Nuestra abrupta separación nos dirigió a cada uno en sentido contrario.

-Profeta, por favor haced algo- Una mujer suplicó a Velen -¡Nos prometísteis que hoy sería el día!-

Velen miró a la mujer y asintió.

-La hora ha llegado- pensó.

Una primera línea de defensa se organizó en la base del campamento a la espera de la llegada de los atacantes.
El cuerno que había dado la voz de alarma a tan sólo unos kilómetros había dejado de sonar.

Amún fue colocado junto con los demás hombres en la línea de defensa. Nada se oía ahora salvo sus pezuñas en la nieve y el sonido de sus armaduras y telas al moverse.
Frente a ellos el bosque permanecía acechante.

-¡Algo se ha movido por ahí!- señaló un Eredar en dirección a unos árboles.
-Yo no veo nada- dijo otro.
-¡Permaneced alerta!

Amún vio un fulgor verdoso entre la maleza, como si dos pequeños orbes se aproximaran. A esos dos orbes se le sumaron otros dos y otros...

-¡Se aproximan!

El grupo quedó petrificado ante lo que se les venía encima.

-¡Por lo más sagrado, qué son esos seres!- Dijo un soldado a la izquierda de Amún.

-Esos ya no son nuestros hermanos- Contestó otro.
Pero los Eredar corruptos no vinieron solos; un ejército de criaturas dantescas les acompañaba. No sólo eso, sino que esas criaturas parecían estar a las órdenes de aquellos que un día fueron como ellos. Los ahora Man'ari comandaban un ejército de demonios y criaturas de otros mundos que habían caído bajo el yugo de la Legión Ardiente.

-¡No dejéis que lleguen al campamento!-

En lo alto de una roca Iridi podía ver el campo de batalla y rezó para que aquellos demonios no acabaran con lo que quedaba de su pueblo.

-¡Atacad!- Ordeno un fornido capitán-

Amún junto con los demás magos se dispuso a lanzar una salva de descargas arcanas mientras los soldados cargaban contra aquellas bestias.
La primera línea de combate chocó de forma virulenta. Eredar y demonios se enzarzaron en una sangrienta batalla mientras, desde una posición segura, los corruptos Man'ari observaban y comandaban más tropas con la intención de acabar con los renegados.

Un soldado Eredar luchaba, maza en mano, contra un demonio de dimensiones colosales, piel rojiza y cuyo cuerpo estaba únicamente protegido por casco, brazales y botas. A aquel ser parecía importarle poco tener el torso descubierto, su hacha gigantesca hacía las veces de escudo.
Amún, viendo las dificultades del soldado, centró su atención en aquella criatura. Acumuló toda la energía que pudo para ralentizar a aquel coloso. El soldado, viendo lo ocurrido, aprovechó para hundir la maza en el pecho del demonio, causando que un río de sustancia verdosa la salpicara la armadura.

A su alrededor tres Eredar intentaban combatir en vano una mole de rocas unida por algún tipo de energía vil que amenazaba con aplastarles.
Amún intentó ayudar nuevamente; quizás una descarga arcana hiciera trastabillar a aquel engendro.
Se dispuso a canalizar la magia en un punto concreto, sin embargo el cansancio se apoderó de él súbitamente. La poca energía que había acumulado se disipó de sus manos.

Amún giró la cabeza. -Maldita sea, he bajado la guardia- pensó.
Una criatura cuadrúpeda estaba muy cerca de él. Su carencia de ojos no parecía importar a la hora de saber dónde estaba su objetivo. Unos tentáculos emergían de su espalda apuntando diréctamente al mago. Aquella criatura abrió las fauces mostrando dos hileras de afilados dientes.

En la cima del campamento Velen recordó las palabras del Naaru que le prometió la salvación. Pero nada ocurría.

-Profeta, los están aniquilando ¡Profeta, por favor!- Lloraba una mujer.

Desesperado por la falta de señales, Velen comenzó a dudar sobre la veracidad de lo que aquel ser le había dicho. Quizás era todo mentira, quizás estaba en camino, quizás...
Velen sacudió la cabeza y descartó todos esos pensamientos. Sí aquel ser de energía llamado K'ure le había prometido su ayuda, estaba seguro de que vendría. Sólo esperaba que no fuera demasiado tarde cuando esa ayuda llegase...

Mientras tanto, Iridi se hizo cargo de un grupo de jóvenes que asustados temblaban y lloraban.

-No os preocupéis, mis niños, pronto nos iremos, pronto habrá acabado todo- En su túnica guardaba una daga de puñal engemado; esperaba no tener que usarla, sin duda era mejor morir así que en las manos de aquellos monstruos...

Aquella bestia come magia se dispuso a saltar sobre Amún. Consciente de ello, el mago agarró con fuerza su bastón coronado en ambos lados por una gema azul.
La bestia come-magia gruñó y se abalanzó sobre el Eredar. Gracias a su adiestramiento tuvo la rapidez de interponer el bastón entre las fauces de aquel demonio y su propia cara.

-Intenta comerme engendro, te daré ardores de estómago-

El demonio rugió llenando de saliva el rostro del mago. Amún aprovechó el propio impulso del come-magia para propinarle un bastonazo que le partió unos cuantos colmillos. Enfurecido volvió a gruñir.
Aprovechando los valiosos segundos, echó un rápido vistazo al campo de batalla, buscando algún posible aliado. Pero no lo halló, los pocos Eredar que quedaban en pie se encontraban en su misma situación o peor.

Aquel cánido demoníaco volvió a tomar impulso, pero no pilló esta vez desprevenido al mago. Amún se tiró al suelo y apuntó su bastón con fuerza haciendo que el propio impulso del demonio le empalara con su peso.

Desesperado, Velen alzó el cristal Ata'mal, la reliquia que consiguió llevarse consigo. Aquella reliquia había pertenecido a los Eredar durante miles de años, mucho antes de que el propio profeta naciera y, había permitido que su sociedad se desarrollara de forma increíble. No podía permitir que acabara en malas manos . Sin embargo aquella reliquia estalló dividiéndose en miles de fragmentos.

Iridi, asombrada, miraba cómo el tesoro de su sociedad se desvanecía ante ellos y dio un grito ahogado. Pero algo extraño ocurrió. Una cúpula se interpuso entre el campamento y las filas enemigas. Aquella cúpula dorada parecía estar hecha de otro tipo de energía, una magia que no conocía.

-Velen de los Eredar, he venido tal y como prometí, tu pueblo aun puede salvarse- Dijo una voz en su mente – Rápido debes conducirlos hacia esta nave que hemos dispuesto-
En ese momento lo que parecía una roca gigante se materializó dentro del campamento. Aquella roca brillante como una gema y de grandes dimensiones abrió lo que parecía una compuerta.

-¡Retirada, todos a la nave, mujeres y niños primero!- Gritó el profeta.

Iridi no perdió el tiempo y dirigió a los niños hacia aquella mole brillante.

-Entrad, yo he de buscar a alguien, volveré en seguida-

Uno a uno los supervivientes fueron entrando en aquella nave mientras los pocos soldados que quedaban entraban en la cúpula, que por alguna extraña razón, los demonios no podían traspasar.

Iridi bajó colina abajo hasta el límite de dicha cúpula buscando a una persona, Amún. Frente a ella una hembra de rasgos humanoides y seis brazos, cada uno portando una espada, golpeaba con fuerza la cúpula y emitía chillidos agudos y siseos de ira y frustración. Aquello hizo frenar a la Eredar, pero al momento recordó el motivo de su búsqueda.

-Amún...¡Amún!- Chilló

Pocos soldados quedaban fuera de aquella cúpula y a los dos que pudo ver cayeron aplastados bajo el pie de una mole de piedra vil.

-¡Iri, vete de aquí, no bajes!-

Una silueta cojeaba a unos pocos metros de donde ella estaba. Sin lugar a dudas era la persona que buscaba.

-¡Amún!- La mujer se dispuso a salir de la cúpula pero la criatura de seis brazos se interpuso en su camino. Afortunadamente no llegó a salir.

El mago, a pesar de sus heridas en la pezuña izquierda, anduvo lo más rápido que pudo, sólo un par de metros le separaban de la cúpula. Estaba a punto de traspasarla cuando perdió el equilibrio y cayó de bruces en el suelo. Un látigo se había enredado en su tobillo derecho, haciendo que el mago cayera violentamente.
Iridi levantó la vista y vio el origen de aquel látigo; una hembra de rasgos hermosos, alas en su espalda y cola espinosa. Aquel ser tiró con fuerza del látigo alejando a su amado y adentrándolo en las filas enemigas.

-¡Amún, noooo!-

Todos los refugiados habían entrado en la nave menos dos. Pero eso a Iridi poco le importaba, no iba a ir a ningún lugar sin su Amún. Se dispuso a atravesar aquella cúpula dorada para ayudarle pero unas manos se lo impidieron.

-¡Suéltame, Yoro!- Aquel fornido Eredar negó con la cabeza.

-Es demasiado peligroso, no puedes salir ahí fuera, hemos de irnos. Amún hizo lo que pudo y gracias a él muchas vidas se han salvado.-

Iridi intentó soltarse con todas sus fuerzas, pero fue imposible. Yoro se llevó a la mujer a la nave mientras ésta lloraba.
                                                                      
                                                                               ***


Desde aquella ventana podía verse Argus hacerse cada vez más pequeño a la vez que se precipitaban al vacío abisal. Iridi miraba a través de la ventana mientras peinaba con sus dedos el cabello de una niña que dormía en su regazo.

-Ésta es la historia de un pueblo sin hogar, mi pueblo...-


CONTINUARÁ...



Escrito por Iridi/Chantalle