viernes, 30 de agosto de 2013

Areil Vientoestival

Los fuegos consumían todo a su paso. Las vastas regiones alrededor del árbol del mundo eran atacadas por legiones de demonios, liderados por el temible Archimonde. Los druidas del Círculo de Cenarion se congregaban para hacer frente al enemigo y proteger su amado árbol del mundo.

-¡Hermanos! - dijo un gran druida mientras paseaba mirando las filas de elfos – Nuestro enemigo desea la destrucción de todo lo que es bueno y fértil. Nuestro señor Malfurion Tempestira nos necesita para proteger nuestro Árbol. El enemigo cree que puede calcinar y destruir todo lo que tiene a su paso. ¡Pero yo os digo que mientras me quede una gota de sangre en el cuerpo, jamas permitiré que esos malnacidos de las tinieblas profanen nuestro hogar!!! ¡¡POR ELUNE HERMANOS!!!

Los gritos enfervorecidos resonaron por toda la floresta después de que Mellithorn Vientoestival encendiera los corazones de los combatientes, que ya empezaban a ver como los demonios se abrían paso. Los elfos se lanzaron contra los atacantes. Tigres y osos, cuervos y ciervos, dríadas y druidas con los ojos encendidos cargaron contra ellos. Aeril sintió miedo cuando vio la devastación que se cernía, pero cuando su padre pronunció esas palabras no pudo sino rugir enfervorecida y cambiar su pavor por odio y rabia. La lucha fue feroz entre gritos, rugidos y hechizos de naturaleza y fuego. La primera carga hizo que los demonios retrocedieran y hasta huyeran despavoridos, pero tras ello se reagruparon volviendo como la fuerza de las mareas del océano. Parecía que todo estaba perdido cuando de pronto, unos cuernos sonaron y una lluvia de flechas de penachos plateados volaron sobre los atacantes. Las centinelas acudían a la llamada de la lucha y ahora la contienda estaba más equilibrada.

Areil se entregó por completo a su bestia interior, cargó y derribó; mordió y arañó hasta los mismos huesos de los engendros. Siempre permanecía al lado de su padre que le daba fuerza y confianza para combatir esa plaga. Saltó encima de un sátiro que iba a lanzar un hechizo y sesgándole la garganta de un zarpazo, clavó sus colmillos en el cuello de un guardia vil y luego encarándose con una criatura ciega con unas antenas extrañas. El perro arremetió contra Areil dispuesto a matarla. El embate hizo que la elfa perdiera momentaneamente sus poderes, devolviéndola a su forma original. Trató de lanzar unos cuantos hechizos al demonio, pero sus poderes parecían haberse agotado. Una flecha se hundió profundamente en la carne del animal, alojándose en su cabeza y extinguiendo su vida. Areil viéndose libre de la opresión del manáfago, volvió a la contienda. El tiempo pasaba, pero la marea de demonios parecía interminable. Los elfos perdían a muchos en la batalla y los supervivientes empezaban a estar extenuados. Fue entonces cuando la tierra tembló y unos rugidos se oían en la floresta. “¡¡Por Lordaeron, Por Kalimdor!!!” gritaban mientras cargaban y se unían rompiendo las filas de La Legión Ardiente. Los demás habían llegado. Jaina había mantenido su palabra para alivio de los combatientes, al igual que Thrall que cargaba junto a ella con sus huestes de orcos y tauren. La victoria parecía estar asegurada, pero entonces unas figuras se perfilaron en una loma fuera del alcance de las centinelas. Una hueste de sátiros se había separado del grupo principal y lanzaban andanadas de flechas sobre el campo de batalla. Areil trató de cubrirse entre cuerpos y personas pegándose lo más posible al suelo pero todo parecía ser en vano pues corría el riesgo de ser aplastada por los caídos. En su carrera no vio un gran demonio alado que se le ponía delante y este tuvo tiempo para acertarle con su hacha y abrirle una herida importante. Mellithorn miró hacía donde estaba su hija.

-¡Nooo!!!! - gritó mientras ciego de ira se lanzaba contra el gran demonio alado.

Asestó varios hechizos que acertaron en el blanco y luego congregó a ramas y raíces que apresaron al ser, aplastándolo contra el suelo. El demonio frenético de rabia y dolor comenzó a cortar los tallos de las plantas que lo apresaban. De los dedos de Mellithorn surgió un fuego blanco que quemaban la carne corrompida del ser alado que arremetía contra el viejo druida. Unos cuantos druidas intentaron sumarse a la pelea, pero estaban demasiado ocupados para poder socorrerlo. Y entonces, un joven druida de poblada barba y pelo azulado, saltó unos cuantos cadáveres apilados, enredaderas y con un grito de guerra arremetió contra el demonio. Los dos elfos lanzaban hechizos por doquier hasta que finalmente lograron derribarlo. Mellithorn corrió hacia su maltrecha hija. Frenéticamente le palpó buscando el pulso. Areil aún estaba viva, pero la herida había sido más profunda que a simple vista, y su vida se le escapaba. 

La batalla continuaba y también se cernía sobre Areil y su padre que no se dio cuenta que el demonio alado aún no estaba completamente derrotado. Este arremetió con su hacha y partió limpiamente el brazo de Mellithorn. Este gritó de dolor mientras se volvía lanzando un hechizo que hizo que los árboles cercanos cobraran vida y arremetieran contra el demonio. Invocando a los poderes ancestrales, consiguió contener la sangrante hemorragia de su brazo. Un joven druida corrió a socorrerle en ese momento pero Mellithorn le cogió con el brazo que le quedaba y le dijo 

-No a mi no, coge a mi hija y llévala a salvo. Cúrala .

-Pero maestro – dijo el joven – Necesitais ayuda con ese engendro.

-No hay tiempo – dijo Mellithorn – Por Elune hazme ese favor, llevate a mi hija a salvo. Puedo con él.

El joven druida cargó con el tigre de pelaje claro que era Areil a su espalda y corrió entre las filas. Nunca se sabrá si fue pura suerte o si el espíritu de Elune estaba con el joven pues aunque corría por un campo de batalla ni una sola flecha, ni un solo enemigo se fijó en ellos. Cuando corrió unos cien pasos volvió la vista atrás un momento para ver al demonio alado alzar la cabeza del druida con el que habló momentos antes. Pero ahora no podía detenerse, tenía que cumplir la promesa que le hizo a éste. Consiguió atravesar las lineas del frente y llegar al campamento que habían habilitado para los heridos. Areil había perdido mucha sangre y sus fuerzas la abandonaban. Su salvador por su parte la tendió en la mullida alfombra del bosque y comenzó a hacer complicados movimientos, con palabras en el idioma desconocido de los elfos, implorando a los dioses que salvaran a la chica. Del druida surgieron entonces espíritus de hojas que rodearon a Areil, rodeando las heridas y cerrándolas. Cuando acabó de realizar el hechizo, el tigre abrió sus ojos dorados y se dispuso a levantarse, pero el elfo negó con la cabeza diciendo

-Aún es pronto para que te muevas, mejor descansa.

El tigre hizo caso omiso, pero cuando había dado un par de pasos se derrumbó como si el peso del mundo lo aplastara.

-¡¡Irothem!! - dijo entonces otro elfo desde una pequeña colina – Vamos Tenemos que seguir combatiendo.

Areil vio como el druida que la sacó de allí se alejaba, mientras su forma de tigre comenzaba a desvanecerse. Su cabeza empezó a tornarse más estirada, sus zarpas comenzaron a reducir a unas manos delicadas, mientras las patas se transformaban en brazos y piernas desnudos. Las orejas comenzaron a estirarse más y más y los dientes a hacerse más pequeños. 

Solo pudo oír la batalla desde lejos y luego gritos de victoria por parte de los elfos y humanos que luego se tornaron en terror al ver a lo lejos una figura demoníaca subiendo por el árbol. Tal vez habían vencido a La Legión, pero su líder trepaba por el árbol dispuesto a destruirlo. Nadie estaba lo bastante cerca como para impedírselo, y entonces desde un altiplano el gran maestro Malfurion Tempestira, alzó el cuerno de Cenarius y sopló con toda la fuerza de sus pulmones. El bosque se inundó con el grave sonido del instrumento. De repente de los mismos árboles del bosque, mas de un millón de espíritus se dirigían al árbol, hacia la criatura que lo escalaba impíamente. Los fuegos fatuos rodearon a Archimonde que trataba de quitárselos de encima como si de mosquitos se tratara, pero todo fue en vano. Los fuegos fatuos fueron explotando uno tras otro destruyendo pedazo a pedazo a  Archimonde que gritó con agonía y fue desintegrándose poco a poco. Pero el precio a pagar fueron las fértiles tierras que rodeaban al árbol calcinándose y haciéndolas baldías y secas. Areil lo vio todo desde el campamento mientras acostada, se recuperaba de sus heridas. 



Cuando todo acabó y los combatientes volvían, intentó escudriñar y reconocer de entre todos a su querido padre. Reconoció al joven que la rescató de ese infierno con la cara ensangrentada de una sangre que no era suya. Iba a darle las gracias cuando un anciano elfo amigo de su padre, se acercó a ella; su rostro decía sin palabras lo que quería decir. Se limitó a negar levemente con la cabeza mientras de sus ojos brotaban lágrimas de tristeza. Areil gritó de desesperanza mientras trataba de volver a lo que fue el campo de batalla y Atherus la retuvo contra sí. Areil golpeó el pecho del viejo druida con rabia porque la dejara ir mientras seguía llorando desconsoladamente. Al final terminó por abrazar al amigo de su padre.


Los años posteriores, fueron para Areil como la vida de otra persona. Se limitaba a cumplir las órdenes, mantener limpio el lugar donde dormían los sables de la noche y alimentar a estos. Nada mas, ya ni siquiera se molestaba en hacer uso de sus poderes druídicos. El dolor de la pérdida de su padre era punzante. Pero más aún el no poder haber podido despedirse una última vez de él. Los demonios no dejaron ni rastro de su cadáver. Y así pasaron varias décadas donde Areil parecía que mejoraba; pero solo creaba una pared de piedra entre el mundo y sus sentimientos. 

Una noche mientras se ocupaba de sus tareas, fue convocada en la casa del maestro Loganaar, para un importante asunto.

-¿Me habéis llamado maestro Loganaar? - dijo Areil

-Ah pasa, joven pasa – dijo Loganaar - ¿Puedo ofrecerte un té?

-No, gracias maestro.

-Como quieras hija. Veras, te he mandado llamar porque creo que ya va siendo hora de que vuelvas a tus responsabilidades como druida.

-Sirvo a Elune y a Cenarion, su voluntad he de cumplir – dijo ella

-Bien – dijo Loganaar. Te voy a enviar a Vallefresno, los orcos de esa zona se han movido mucho desde hace tiempo y queremos que investigues que tramas y vuelvas para contármelo todo ¿De acuerdo?

-Si, maestro.

-Bien, podrás partir al amanecer, duerme bien Areil.

Areil hizo una reverencia a Loganaar y se retiró a sus aposentos dispuesta a guardar sus pertenencias y emprender el viaje. A la mañana siguiente fue al puesto de hipogrifos del claro de luna.

-Hombre Areil – dijo la encargada - ¿Vas a alguna parte?

-Sí – dijo la joven – El maestro quiere que vaya a Vallefresno a investigar.

-Bueno parece que no vas a estar sola, pues otro druida partió hace apenas dos días hacia allí. Un joven fuerte de melena azulada y larga y unos ojos penetrantes que te entran ganas de perderte en ellos. 

-¿Sabes como se llama?

-Claro, su nombre es Irothem

Los ojos de Areil se abrieron como platos recordando el momento en que ese mismo druida lo sacó de la batalla.

-¿Qué pasa? - dijo la cuidadora - ¿No te encuentras bien?

-Sí – dijo Areil – estoy bien, solo ha sido un momento. Que Elune ilumine tu camino.

-Lo mismo digo hermana.

Subió a uno de los hipogrifos y espoleándolo, se perdió en el horizonte dispuesta a cumplir su misión.


Escrito por Iruam Sheram