lunes, 29 de julio de 2013

Relato de Awiergan


La joven entró corriendo en la habitación. Los sonidos metálicos de la batalla retumbaban en el exterior entremezclados con furiosos rugidos y voces de ultratumba. Aunque parecía saber perfectamente lo que buscaba las prisas y quizás los nervios  jugaban en su contra. Tras palpar unas cuantas veces bajo la cama, en su mano apareció  una llave y con ella en alto corrió escaleras abajo. Debía ser rauda y procurar que nadie lo descubriera o su hermano se pondría furioso.  Golpeó con suavidad la tercera tabla de la mesa y ésta se separó de la estructura. La caja se ocultaba en un doble fondo del mueble, la sacó y la abrió usando la llave. Rebuscando entre papeles encontró un cuaderno. –Aquí estás- dijo.- Lo besó y colocó el resto de los objetos tal y como los había encontrado.  No podía esperar para retornar el cuaderno a su dueño así que salió a toda prisa de la casa pero ya era tarde. Un carromato en el que viajaban decenas de evacuados se alejaba a toda prisa.

Un hombre miraba a la joven desde la parte de atrás, iba vestido con un abrigo largo y un sombrero de copa típicos de la burguesía gilneana, en su rostro la preocupación y el miedo luchaban por apoderarse de la expresión. Ella frenó en seco, impotente y él extendió su brazo como intentado agarrarla y tirar de ella desde la distancia. Las lágrimas inundaban los ojos de la chica  y tras el silencio y un par de espasmos provocados por no saber qué hacer en la plaza entera resonó un grito, ahogado por el ruido de las hojas batientes.

Un cadáver cayó a sus pies, no era humano, los rasgos cánidos eran evidentes aunque algo hizo que al verlo pensara en el señor Angus Coltrane que vivía calle abajo. Atemorizada corrió cuanto pudo y esquivando espadas y garras consiguió salir de la ciudad. La lluvia casi perenne de Gilneas  empapaba sus cabellos y su vestido que se iba llenando de barro a medida que avanzaba por el bosque. Están cerca, lo han estado todo el rato, acechan, no se les puede ver pero se les oye respirar. El miedo se apoderaba de ella más y más  mientras su visión se nublaba entre lágrimas de desesperación. Quizás no debería haber vuelto a la casa, quizás no debería haber recogido tan pulcramente las pruebas de su saqueo o quizás no debería haber intentado saltar el arroyo.

Unos minutos después,  la joven miraba hacia el cielo mientras la lluvia lavaba su cara cubierta por una mezcla de barro y sangre. Ella sostenía el diario entre sus manos mientras sus dedos se iban enfriando. Una pequeña silueta se acercó reptando desde debajo de un tronco. Un rostro angelical se posó sobre el pecho de la desdichada joven  y una voz inocente resonó en sus oídos como si de la más dulce música se tratara.

-Descansa tía Woohpie, te vas a poner bien.

Escrito por Awiergan Osbourne