lunes, 15 de julio de 2013

Diario de Iruam - Parte 6


La verdad


-Despierta escoria – dijo uno de los carceleros dándole una patada a Iruam y obligándolo a levantarse – Hemos llegado.
-¿Dónde estamos? - dijo un poco desorientado el mago. Durante días apenas había dormido a causa del trabajo que hubo de realizar de localizar el último punto.
-En el corazón del miedo – dijo el otro.
-Estais locos – dijo Iruam poniéndose en pie – Lo que intentáis es imposible.
-¡Calla! - dijo uno de los guardias golpeádolo en la sien y obligándolo a caminar.

Una figura se perfiló en el umbral, y Kheilam con la cara de pocos amigos le dijo al guardian.

-¿Qué dije sobre no golpearle en la cabeza?
-Mi señora yo... - dijo el mercenario.

Kheilam golpeó con fuego al soldado y este en cuestión de segundos se convirtió en pura ceniza.

-Disculpas aceptadas – dijo Kheilam agitando la mano y apagando el fuego que aún contenía en su palma. Se dirigió al otro guardia – Llévalo ante la emperatriz.

Al bajar del zeppelin, Iruam observó en el lugar donde se encontraban. La devastación y el mal poblaban ese lugar. Pisara donde pisara veía a los espíritus malignos que los pandaren ya en otra ocasión le hablaron. Pero en ese sitio, poblaban cada centímetro de tierra, como si, como si la plaga en un pasado remoto hubiera vuelto. Le obligaron a dirigirse hacia una imponente estructura donde estaba habitada por un montón de criaturas extrañas: medio humanas por como se sostenían por sus patas traseras e insectoides por sus rostros y patas de mantis, a la par de la coraza que los cubría y la ferocidad con la que se mostraban, así eran los mántides. Hablaban en un lenguaje extraño, haciendo ruido con los colmillos de sus bocas de insecto y con las patas. Iruam se dio cuenta durante el viaje de la realidad de este plan. No deseaban encontrar artefactos con los que derrotar al Kirin Tor, sino un artefacto para controlar a la emperatriz y así atacar Dalaran con un ejército de mantides. Mientras caminaba, una mancha oscura se separó del resto y de ella surgió Valkyas.




-Bueno Iruam – dijo – Hoy vamos a reescribir la historia. No pongas esa cara y alégrate, estás ayudando a una causa justa y has vuelto a encontrar a tu esposa. Creo que ganas con esto incluso. Siempre quisiste saber qué ocurrió. Bueno pues cuando esto acabe tendrás tus respuestas. Vamos, aún estamos a tiempo de quitarte esos grilletes y que te unas a nuestro bando.

-No lo hará – dijo Kheilam desde detrás de Iruam – No tiene intención de traicionar a los que sirve. 
-¿Por qué Kheilam? - dijo Iruam
-Conoces la respuesta – dijo Kheilam seria.
-Te equivocas, siempre te has equivocado. La orden de Dalaran no tuvo nada que ver con el incidente. 
-¿Crees que es por los patéticos intentos que el Kirin Tor intentó por encontrarme? No Kvothe, esto va por lo que me arrebataron. 
-¿De que estas hablando? El Kirin Tor te ascendió mucho antes que a mi, te concedieron un honor que no conceden a muchos, te dio el mando de uno de los mejores batallones a su servicio.
-Es algo más complicado que eso querido. Cuando me enviaron en contra de mis deseos a esa asquerosa misión, yo esperaba a una hija. Y desoyendo mis súplicas en quedarme en Dalaran contigo, insistieron en que fuera, que los magos más competentes me cuidarían y no dejarían que me pasara nada malo. Cuando desperté del hielo, perdí a nuestra pequeña. Y ahora dime ¿Aún estás dispuesto a servir a aquellos que te mintieron durante tiempo?
-Entonces no deseas gobernar la orden de magos. Esto lo haces por simple rabia. Comprendo tu dolor, pero esta no es la forma y lo sabes.
-Creía que te convencería, pero veo que me he equivocado. Ahora quiero que vayas y te dirijas a la emperatriz con las palabras que quiero que le digas.

Iruam se adelantó del resto del grupo que le acompañaba y se acercó al insecto más grande de toda la colmena.

-¿Quiénes sois y por qué invadís mis dominios? - dijo la emperatriz mántide.
-Venimos desde tierras lejanas oh vuestra majestad – dijo Iruam – Para haceros un presente.
-¿Y qué presente es ese si puede saberse?
-Traedlo – dijo Kheilam a dos lacayos que llevaban una voluminosa caja.- Observad, emperatriz, os traemos.... vuestro futuro.

Cuando la tapa fue abierta, rayos de luz inundaron la sala y la voz de Kheilam resonó en toda la estancia: “Ahora escuchad todos, escuchad lo que vuestra señora tiene que deciros, escuchad con atención. Pues es vuestra dueña y señora”. Todo volvió a la normalidad, y el tiempo volvió a su cauce.

-Y supongo que querréis algo a cambio – dijo la emperatriz.
-Desde luego – dijo Kheilam – Mi deseo es que me acompañeis en un viaje bastante largo y que me ayudeis en un espinoso problema. Por supuesto la recompensa por tal esfuerzo, será debidamente recompensada y más.
-Supongo que podríamos llegar a un acuerdo humana.
-Bien entonces, dejaremos que preparéis vuestro ejército. En tres días emprenderemos la marcha – dijo Kheilam inclinándose.

Cuando se marcharon, Kheilam fingió tropezarse y llevarse sin que nadie la viera, excepto los que la acompañaban, una pequeña varita, que sobresalía de las demás cosas. Todos volvieron al zeppelin, dispuestos a emprender el vuelo y abandonar ese lugar, cuando de pronto el cielo se pobló de gris un instante y algo cayó de él en picado.

-¡Rebeldes! - gritó un centinela del palacio – ¡A vuestros puestos!

Con la confusión, Iruam aprovechó para empujar fuera de la parasela que se elevaba del zeppelin, cayendo con Kheilam a la dura tierra. Con el impacto, los cristales que contenían los poderes del mago se rompieron, y este congelando el metal, se liberó por completo.

-No voy a permitir lo que vas a hacer bruja – dijo Iruam
-Sabes que ocurrirá si lo haces ¿verdad? - dijo Kheilam
-No me importa si me convierto en pasto de estas criatura, si al menos puedo salvar a los que me importan.

Lanzó una descarga helada, que Kheilam detuvo con una barrera de fuego y haciendo que los restos deflagaran el aire dirigiéndose a Iruam. Este proyectó una sombra y desapareció atacando a la chica por el costado, mientras esta gritó y de su boca surgió una llamarada de fuego de dragón.

-Sabes que no puedes conmigo Kvothe. Soy mucho más poderosa que tú.
-He aprendido más de lo que te imaginas en estos años.

La lucha se reanudó. Alrededor de los dos hechiceros una pequeña tempestad había estallado. Las chispas y el hielo, así como las partículas arcanas hacían que hasta el aire se cargara con algo más que electricidad. Parecía que al principio Kheilam tendría las de ganar. Pero algo alentaba a Iruam a concetrar cada partícula de su cuerpo en no perder ese combate. A punto estuvo de dar el golpe de gracia para incapacitar a Kheilam cuando Valkyas, cayendo del cielo, apuñaló a Iruam por la espalda. Iruam se volvió y concentrando todo su poder en uno de sus brazos lo hundió en la masa oscura, liberando una mina de fuego dentro de Valkyas y de una patada se lo quitó de encima. El antiguo maestro explotó envuelto en llamas. Iruam se desplomó entonces por la herida causada. Enfrente suya Kheilam también estaba malherida mirándolo.

-Yo solo... quería – comenzó

Iruam no dijo nada, solo coger pequeño cetro que sostenía Kheilam como aferrando su última esperanza.

-¡No! - dijo ella envolviéndose en llamas – No me arrebataras mi venganza.
-Has perdido Kheilam – dijo Iruam levantándose trabajosamente – Abandona y aún podrías estar a tiempo de rehacer tu vida. Jamás diré lo que hiciste si lo haces, lo prometo.
-Mis hombres están al llegar, así que no me digas que he perdido.
-¿De veras? - dijo Iruam mirando al cielo – Creo que están teniendo problemas mucho mayores.

La aeronave era atacada incesantemente por una legión de esas criaturas y los ocupantes hacían lo imposible por mantenerla en vuelo y salir de ese infierno.

-Aún puedo manejarlos, aún puedo decirles que acaben contigo. Ahora eres tú quien podría huir, y las tornas parecen haberse girado – dijo riendose a mandíbula batiente – Casi logras convencerme Kvothe, pero ambos sabemos porque hoy yo triunfaré, y tú no vivirás para ver un nuevo día. Eres deb...

No pudo terminar la frase. Cuatro virotes de hielo le sobresalían por delante y tres sombras de Iruam habían ejecutado a la mujer.

-No....- dijo escupiendo sangre.
-Yo nunca fallo – dijo Iruam conjurando el último virote y dirigiéndolo a la cabeza de Kheilam miró hacia otro lado y la estalactita se alojó atravesando la frente de lo que en otro tiempo fue su esposa.

La batalla había acabado, pero los vencedores; la legión de la emperatriz, se preparaba para la última orden de Kheilam. Por el enfrentamiento, sus efectivos estaban listos y preparados para partir. Iruam sabía que no tendría mucho tiempo así que pensó en la forma más impensable de todas. Debía destruir el bastón de mando. Los objetos con gran poder no se pueden destruir tan solo arrojándolos o rompiéndolos, su carga mágica es tal que los hacen más resistente que la propia roca madre de los cimientos de la tierra. Solo hay algo que puede acabar con ellos, una gran fuente mágica. Antes de que el hechizo de las sombras se rompiera, Iruam le dijo a sus clones: “Reuníos”

Pronunció complicados ensalmos que antaño leyó en las tablillas que le pusieron delante, obligándolo a descifrarlas. Lo que le quedaba de magia se empezó a manifestar y a rodear el lugar donde tenía lugar el ritual. Lo sentía en cada célula de su cuerpo, su intención era quebrar y romper el dichoso artefacto, y la del artefacto romperlo a él. Podía sentir el dolor de intentar ser partido, incinerado, machacado, lacerado y hasta enloquecido de recordar lo peor de su vida. Cada grieta en el cetro, era una herida abierta en el mago. Cada crepitar, un hueso roto. Pero solo tenía una cosa en mente que le daba fuerzas para no parar. Al final la vara se hizo añicos, soltando algo parecido al polvo y con un gran grito, se desvaneció. 

Ensangrentado y roto, sabía que su vida acababa en ese lugar. Notaba como su esencia se apagaba. De sus ojos lagrimas y sangre se entremezclaban y de su boca solo surgió una palabra: “Thilane”. Sus ojos se cerraron sabiendo que jamás volvería a abrirlos.

Una sombra alada que lo observó todo voló hasta el cuerpo del maltrecho hombre y lo levantó a los cielos, llevándolo lejos del desierto.

Escrito por Iruam Sheram