jueves, 2 de mayo de 2013

Diario de Iruam - Parte 3




El pasado siempre vuelve


- Kvothe, Kvothe – decía una voz que parecía venir de lejos.


La mañana moría para dejar paso al mediodía en las lejanas tierras de allende los mares. La floresta inundaba todo y los árboles como enormes signos de exclamación de la grandiosidad del lugar se elevaban hacia los cielos. Un murmullo de un arrollo cercano, con pequeñas cascadas y piar de especies de pájaros que un naturalista se maravillaría en estudiar era la música del pequeño claro donde un pequeño de oscuros cabellos y mirada curiosa vagueaba deleitándose de los sonidos que daba la vida y la tierra de ese sitio. De una de sus manos descansaba un sedal atado a un corcho que se mecía como un barco. El chico se levantó de improviso al oir la voz que lo llamaba. Sonrió, y se escondió tras el tronco de un árbol hueco caído.


    • Kvothe – dijo la voz cantarina que lo llamó la primera vez – Vamos hijo es hora de cenar. Hmmm ¿Dónde puede estar? - dijo con voz juguetona como si jugara al escondite – Veamos, es....... ¡Aqui!.


La figura cogió al niño sacándolo de su escondite riendo risueñamente y cogiendolo en brazos.


    • Mamá – dijo Kvothe riendo con ella – para, para ya. Pero ¿Cómo lo haces para encontrarme siempre?

    • Magia, mi pequeño, cada hoja, cada animal pequeño, cada brizna de hierba me dice constantemente donde estás.
    • ¿Y yo tendré ese poder alguna vez mamá?

    • Con el tiempo hijo mío, con el tiempo tú también verás y oirás lo que yo oigo, vamos tu padre nos espera y la cena se enfría.

La joven que precedía a su hijo era esbelta y grácil como una rama: flexible y resistente al mismo tiempo. Su andar era como si todo fuera un baile. De ojos vivos y azules y una larga melena suelta de color castaño claro era como el sol de la primavera luciendo incluso en el más crudo de los inviernos. Así era Kaila Sheram.

Caminaron un trecho del bosque hasta llegar al claro donde habían acampado. Era un lugar ámplio, y bien recogido, donde ocho carromatos grandes tirados por bueyes estaban esparcidos como un pequeño poblado. Desde que tenía uso de razón, para Kvothe la vida era un viaje contínuo y sin prisas. Cada ciudad, cada pueblo era un lugar donde deleitar a la gente que vivía en ellos. Cada campamento y cada estancia o incluso cada choza en el camino, era como un palacio, y de todos esos lugares sacaban el sustento que les hacía falta, pues la compañía Daerlia era el divertimento en las tierras al oeste del mar. Solían ser sobre todo poblaciones de elfos y draeneis donde actuaban para divertimento de los lugareños. También había estancias de humanos destinados en el continente, aunque menos numerosos y aun menos generosos. Pero nada nublaba el sol que era Daerlia iluminando aunque solo fuera por una noche la población donde actuaba. Los padres del joven eran los directores de la compañía, aunque también actores, guionistas y hasta maquilladores.

Para Kvothe cada obra representada y cada lugar visitado era como si fuera su cumpleaños, y más cuando sus padres incluían efectos añadidos a las obras de teatro: como pequeños fuegos fatuos, fuentes de colores y hasta en una ocasión una mesa repleta de dulces y vino cuando estrenaron su mejor obra titulada “La Pastelera Milagrosa”. Los padres de Kvothe eran magos, pero hacía ya mucho retirados, dedicados a una vida más libre y sin ataduras.

Así fue durante años, hasta que un día, la desgracia se cirnió y Daerlia desapareció, para siempre. La noche era oscura y de tormenta, fría y sin luna. La brizna del campo silbaba y los aparejos de los carruajes batían contra estos. La compañía sin embargo estaba acostumbrada a estos cambios repentinos y se refugiaban al calor de sus casas rodantes. Sin embargo aquella noche era distinta. Se podía sentir en el aire que algo no iba bien, y al caer la sexta hora que precede al alba, la tragedia se sumió sobre los actores.

    • Kvothe – dijo Kaila – Vamos despierta, rápido.

    • Hmmm – dijo Kvothe medio dormido - ¿Qué pasa mamá? Aún es de noche.

    • Cariño, levantate y vístete rápido, tenemos poco tiempo

Gritos y entrechocar de metales inundaban la noche. Tres carromatos ya ardían desde su lona y los asaltantes se veían llegando como una manada de lobos. Mataron a muchos en la primera oleada, y aunque Daerlia también contaba con buenos luchadores, muchos cayeron a manos de los bandidos. Kvothe y su madre corrieron por entre los carromatos, huyendo por la extensión de hierba. Los perseguidores montaban en los lobos más grandes que Kvothe había visto jamás.

    • Corre cielo – gritaba Kaila – No mires atrás.

La joven se paró esgrimiendo un bastón haciendo frente a los jinetes.

    • Mamá, vamos, no me dejes.
    • Kvothe escuchame bien, yo los detendré tu corre lo más que puedas hacia Darnassus, alerta a los elfos. Diles que necesitamos ayuda.
    • Pero...

    • ¡Haz lo que te digo!

En ese momento un lobo se abalanzó sobre madre e hijo y Kaila agitó la vara y de ella salió un chorro de llamas que quemó de lleno al animal, desplomándose y desmontando a su amo.

    • Kvothe, eres nuestra única esperanza, debes ir. Yo te cubriré.

Kvothe corrió hacia la orgullosa ciudad, aunque antes de que llegara ya habían sonado campanas de alarma y los kaldorei se preparaban para hacer frente al enemigo que invadía sus tierras. Pasaron de largo al chico y fueron en pos de los huargos y los orcos que los montaban. Dos elfas lo levantaron y lo llevaron al interior de la ciudad donde le trataron las heridas y le dieron algo para que descansara de la larga carrera. En cuanto el chico tocó las suaves plumas de la almohada durmió como si no hubiera dormido en años. A la mañana siguiente despertó con la suave luz del sol derramándose sobre la estancia. No se encontraba solo, una imponente elfa estaba sentada en la cabecera de su cama.

    • Vaya – dijo con voz suave como la seda – parece que vuelves a estar entre nosotros pequeño humano.

    • ¿Dónde estoy? - dijo Kvothe.

    • En la casa de Tyrande Susurravientos

    • ¿Y mis padres? ¿Están bien?

La elfa miró hacia abajo con gesto de tristeza y negando pausadamente la cabeza.

    • Lo siento, no llegamos a tiempo. Los orcos acabaron con todos antes de que pudieramos hacer algo.
Kvothe no lloró en aquel momento. Se quedó mirando la pared del cuarto contando los ladrillos que componían el muro. Se negaba a ver la verdad, a oirla o entenderla. Se levantó y se vistió.

    • ¿Adónde vas? - dijo la elfa.

El pequeño no respondió y siguió su camino saliendo de las estancias y buscando la salida, se topó con lo que le confirmó su negación de lo ocurrido. Entró en otra estancia donde todos los amigos de sus padres y sus propios padres descansaban ya para siempre, mientras los kaldorei les limpiaban la sangre y las heridas para darles una sepultura digna. Benjen Sheram y su esposa Kaila yacían juntos. Según le contaron a Kvothe los encontraron sin vida abrazados como si hubieran intentado protegerse mutuamente. Kvothe se derrumbó de rodillas, rompiendo a llorar. La elfa que lo siguió lo asió para sí tranquilizándolo.

    • Tus padres me dieron una última voluntad Kvothe – dijo entonces por fin. Me hicieron prometer que cuidaría de ti.

    • Quiero vengarlos, quiero que los que les hicieron esto lo paguen.

    • No todavía pequeño, aún queda mucho camino para ti.

    • ¿Y tú serás ahora la que cuide de mi?

    • Un kaldorei siempre cumple con sus promesas. Soy Kendra. Y juro por Elune que te protegeré con mi vida. Kvothe, Kvothe...
Iruam despertó súbitamente incorporándose sobre la cama. Sus heridas habían sido curadas y el brazo derecho lo llevaba vendado completamente. Fue el primer signo que sintió cuando brúscamente despertó.

    • Kvothe, has despertado – dijo una figura femenina que se perfiló y a la luz tomó forma

Era una mujer de rasgos bellísimos y finos. De cabellos dorados y los ojos de la luz del mar. Vestía una túnica roja con adornos exquísitos.

Iruam no cabía en su asombro. Sus ojos se abrieron como platos y su boca se abrió como un buzón. Intentó articular palabra pero no pudo hasta que consiguió decir.

    • Kheilam.

Y entonces la joven le besó en los labios apasionadamente.

    • No – dijo Iruam apartándola – no eres real.

    • Claro que soy real Kvothe, acaso olvidarías a tu esposa.

    • Pero, tú caiste. Me contaron que moriste cuando encabezaste una expedición que terminó en tragedia.

    • En tragedia sin duda querido, pero no del todo. Kvothe, tanto tiempo anhelando encontrarte, y cuando ya perdí toda esperanza, caes de una montaña nevada a mis pies.
Kheilam se acercó de nuevo al mago y con lágrimas en los ojos lo volvió a besar de nuevo. Esta vez, Iruam no opuso resistencia, aunque al final la volvió a apartar.

    • No – dijo – No puedo Kheilam. Kvothe murió aquel día. Ahora soy.....
    • Iruam – completó Kheilam – Dócil mago y archivero de Ventormenta. Arqueólogo en tus ratos libres o como a ti te gustan que te llamen, aventurero. También aficionado a la bebida y a exponer tu vida como el loco que fuiste siempre. Kvothe, no moriste. Sigues siendo el chico fanfarrón y encantador que conocí en Kirin Tor.

Esta vez fue Iruam el que se acercó a ella y le dijo: No puede ser Kheilam, ahora tengo otra vida. Lo lamento, pero no puedo volver a esa vida.

    • No te comprendo – dijo extrañada – Hay otra mujer ¿Verdad?

    • Sí, así es.

    • Te doy la espalda y te vas con la primera que se te presenta.

    • Te creí muerta. Busqué un remedio para resucitarte y todo fue en vano. ¿Qué habrías hecho tú? Además si no moriste, pudiste haberme encontrado de nuevo en el Kirin.

    • No estaba en condiciones siquiera de moverme.

    • ¿Cómo dices?

    • Dije que la situación se complicó, pero cuando “caí” y me creyeron muerta no lo estaba. No lo notaron pero fui hechizada y encerrada en el frío hielo. Desperté hace apenas seis meses, y desde entonces te busco desesperadamente. Me dijeron que te habías ido a Pandaria y te seguí. No me importa con quien estes, ahora que te he encontrado aunque solo sea una noche, seras mio.

Kheilam volvió a besar apasionadamente a Iruam. El mago no se resistió en esta ocasión, y durante aquella noche yacieron como antaño.
Escrito por Iruam Sheram