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Chocaban las olas contra las rocas en
aquella espesa noche. Espesa de humos, espesa de males. El viento
soplaba violento y furioso, cargado de voces, de malos augurios. Nada
manchaba aquel oscuro cuadro, tan negro como el futuro de aquellos
que se aventuraban en la tormenta. Sólo un recuerdo, un recuerdo de
traición, de poder, de riquezas... un rapto, una herencia, una
disputa y una resolución...
Algo traían las olas, algo pálido
como el mármol, algo de cabellos rojizos que bailaban al vals de la
marea. La arena recogió aquel cuerpo amoldándose a su figura. Sus
ropas raídas hablaban de pelea, sus muñecas hablaban de ataduras y
su corazón...dolor.
El cuerpo inerte permaneció en la
orilla, acurrucado, asustado, esperando ser consolado. El agua jugaba
con sus brazos, parecía querer controlarlos, sus manos eran movidas
con gracia por las olas, por el agua., agua que caía por sus
mejillas y se deslizaba hasta sus labios, aun carmesíes.
Aquella imagen contrarrestaba la
violencia del cuadro, era quietud, sueño, blancura. La eterna
juventud de una muerte prematura.
-¡Despierta!
Aquella voz llegó como si de un trueno
se tratara.
-¡Levanta, aun no ha llegado tu hora!
Los primeros en obedecer fueron los
pulmones, rechazando el agua en su interior y tosiendo con fuerza.
Luego sus ojos se abrieron de par en par, unos ojos verdes asustados.
Su piel notó el frío de la noche y sus brazos se cruzaron en un
pobre intento por protegerse de aquel tiempo.
-Sígueme niña, yo puedo ayudarte.
Esa voz... podía oírla, pero no
gracias a sus oídos, era una voz profunda. Un seseo caracterizaba a
esa voz que le dio fuerzas para continuar.
¿Dónde estaba? Aquel lugar oscuro no
destacaba salvo por sus rocas... Un momento, un faro, otro más...y
otro. Varios haces de luz se podían apreciar a medida que avanzaba
temblorosa hacia el interior de lo que parecía una isla.
Mientras caminaba descalza la escasa
vegetación parecía apartarse de su camino, no veía animales, ni
rastro de criatura alguna, pero sí la sensación de ser observada.
Un edificio metálico de extrañas
proporciones hizo aparición. La puerta estaba abierta.
Movida como si de un títere se
tratara, la muchacha entró en aquel edificio, varias tuberías
recorrían las paredes interiores y podía oírse el corretear de
roedores que huían ante su presencia, o quizás no.
El frío metálico que sentía en los
descalzos pies no la hizo parar ni un momento. Aquel lugar era sin
lugar a dudas una cárcel, pero a ella no le importaba eso ahora,
continuaba andando hechizada por aquella voz que la llamaba, mientras
pasaba por delante de celdas, unas vacías, otras aun con habitantes
que seguían con la mirada a la recién llegada.
-Ya casi has llegado. Un poco más.
Se detuvo delante de una celda, con la
mirada perdida hacia la oscuridad de su interior.
Unos ojos violeta brillaron en su
interior.
-Ya sabes lo que hay que hacer y ambos
seremos libres.
La muchacha apartó la vista de
aquellos penetrantes ojos y se dirigió a la cerradura.
-Bien hecho, ahora salgamos de aquí.
Unos párpados se abrieron en la
oscuridad, la respiración agitada y gotas de sudor caían por la
espalda.
Estaba en la cama, había sido el mismo
sueño otra vez.
Las pupilas se fueron acostumbrando a
la oscuridad.
-¿Ya estás despierta?- Dijo la voz
del sueño
-Hasta cuando vas a atormentarme con el
mismo sueño- dije yo.
-Hasta que no terminemos lo que hemos
empezado.
Aquellos ojos violáceos era lo poco
que podía ver en la oscuridad del cuarto, pero era todo cuanto
necesitaba ver de aquel ser, hasta a veces pienso que son esos
ojos los que me hablan y no su boca desmesurada.
Aquella criatura rió con su
característica voz de manera estruendosa, pero nadie salvo yo podía
oirlo...