jueves, 25 de abril de 2013

Diario de Iruam - Parte 2


El despertar oscuro

La ventisca asolaba las faldas de la montaña aposentándose uniformemente, cubriéndolo todo como un manto blanco. Parecía como si una voz cruel se abriera paso entre los copos de nieve violentos deseando la peor de las suertes a quien pasara por allí. Iruam tiritaba bajo sus ropas y su gran abrigo de piel de yak. Hacía ya dos semanas que escapó de la cuadrilla que lo secuestró antaño y lo obligó a descifrar el contenido de unas tablillas antiguas que ubicaban artefactos de gran poder, que conferiría a esos hombres la fuerza suficiente como para provocar un alzamiento entre las filas de Kirin Tor y hacerse con el control de la orden de magos. Cuando inspeccionaba un templo en los bosques de jade, en un descuido de los guardias, corrió hacia un acantilado y sin pensárselo dos veces se precipitó al vacío. Rayos, fuegos y flechas silbaban a su alrededor tratando de abatirlo. De repente uno de los mortales proyectiles mágicos acertó a su blanco a la altura de una de sus manos, cercenando de cuajo uno de sus dedos. El dolor era agónico y la pérdida de sangre, bastante importante. En los últimos segundos, pronunció unas palabras entrecortadas y su caída se vio reducida considerablemente, aunque su estado le impedía hacer magia y dio con sus huesos en la fría agua del océano. Probablemente le dieron por muerto, puesto que cuando salió del agua y pataleó tratando de mantenerse a flote y llegar a la costa, no vio que lo siguieran.

Iruam recordó el momento de su huida y sintió un picor donde habría estado su dedo anular de la mano izquierda. Desde que perdió a sus captores, emprendió su marcha hacia el norte de Pandaria, una tierra que se transformó del bosque a una estepa y seguidamente montañas nevadas que se cobraban más de una vida de tanto incautos como expertos escaladores. Algunos lugareños ya advirtieron a Iruam de esos peligros, pero hizo oídos sordos dado que el tiempo apremiaba. Así pues cambiando algunas menudencias se hizo con un abrigo, un par de yaks y dos criaturas extrañas y enanas enfundadas en tupidos abrigos que hablaban de un modo extraño pero que parecían conocer las montañas.

-¡¡Señor!! Tenemos que refugiarnos – dijo uno de los pequeñajos intentando alzar su voz por encima del viento.
-No podemos parar, ya nos acercamos, lo presiento – dijo con voz entrecortada Iruam mientras observaba un instrumento redondo con una aguja que cambiaba de dirección cada vez que se movía.
-Es una locura – dijo el otro – Si seguimos avanzando por la ventisca, nos perderemos y posiblemente muramos, tenemos que encontrar una caverna o construir un refugio o nos helaremos.

Fue entonces cuando, de entre las sombras que formaban las paredes de piedra de la montaña y la nieve, hielo y viento surgió un imponente edificio tallado en roca viva y coronado por estatuas gigantescas de criaturas fascinantes y terroríficas. Bípedos y fuertes, con unos brazos y piernas que podrían destrozar a un hombre con facilidad y unos rostros que reflejaban el odio y la maldad, las estatuas se erigían a ambos lados de lo que parecía ser unas grandes puertas cerradas a cal y canto.

Iruam sonrió levemente.

-Lo encontramos – dijo

-Señor – dijo uno de los guías – Este lugar es sagrado para los mogu. No es un buen sitio para guarecernos, menos aún para adentrarnos en él.

Iruam miró al principio con extrañeza al pequeño, se permitió una risa sardónica y pasó de largo. No había recorrido tantos kilómetros para que ahora le dijeran que volviera atrás. Su objetivo lo tenía muy claro. Debía ir antes que ellos en conseguir los artefactos y esconderlos.

Cuidadosamente estudió las runas erosionadas que estaban talladas en la puerta, soplando y descubriendo con las manos desnudas los surcos que formaban palabras y frases escritas en la roca. Pronunció palabras en mogu para intentar abrir la puerta, empujó las pesadas hojas sin resultado, hasta se arriesgó con magia, pero todo fue en vano. La puerta se encajaba firmemente negándose a ser abierta. Se planteó la posibilidad de probar por otra entrada. Descansó un momento apoyado contra una de las estatuas y entonces algo sonó en las bisagras de la entrada. Las puertas se abrieron hacia afuera lentamente, amenazando con cerrarse debido a la ventisca. Cuando se abrió lo suficiente como para que pasara una persona, comenzaron a ceder hacia adentro de nuevo cerrándose. Iruam corrió lo más rápido que pudo y se lanzó hacia el interior oscuro del templo. Justo cuando consiguió franquear la entrada, las pesadas hojas de la puerta de roca batieron hacia adentro y se cerraron de nuevo violentamente.

El interior de la tumba estaba oscuro y húmedo. Olía mal y sonaba el eco del agua por todas partes. Iruam chasqueó los dedos haciendo aparecer en su palma una pequeña llama. Avanzó por un pasillo cuesta abajo franqueado de vez en cuando por más estatuas imponentes como las de la entrada. Al cabo de unos minutos que parecieron horas, llegó a una gran sala de techo alto, amplia y con lo que parecían ser altares. El mago siguió sinuosos pasillos, adentrándose más y más adentro de la tierra. Su herida en la mano le latía como si su dedo aún siguiera ahí, pero hizo caso omiso y siguió adelante.

Por fin llegó a lo que parecía ser el final de la tumba. Una gran sala abovedada con antorchas en las paredes, surcos de tumbas excavados en la roca, ánforas y caros jarrones narrando en imágenes historias apasionantes. Pero Iruam solo tenía ojos en el único premio que le interesaba. Lo halló en brazos de la escultura más grande e imponente del lugar. Se alzaba en el fondo de la sala, con los brazos en alto sosteniendo un orbe a diez metros de altura como si se tratara de un preciado tesoro o un premio ganado a precio de hierro. Iruam se acercó y subió trabajosamente por la estatua. Se subió a horcajadas a uno de los brazos y se acercó hacia la esfera. La tocó levemente moviéndola de su lugar. De repente, el objeto se desprendió cayendo. El joven mago, se lanzó al vacío protegiendo el delicado objeto, aunque su brazo no tuvo tanta suerte saliéndose de su sitio en un ángulo extraño.

-Jajajajajajajajaja, siempre supe que eras un necio Sheram, pero listo después de todo – dijo una voz que salió de entre las sombras. - Ahora dame el orbe y volvamos al trabajo de nuevo. Vamos Iruam, bien sabes que el poder que rige el Kirin es débil y merece ser purgado por sangre más joven, más poderosa. Sangre como la tuya y la mía.
-Di lo que quieras Valkyas – dijo Iruam incorporándose trabajosamente – Pero veo la mentira en tus ojos. No habrá un nosotros porque estás loco. No alcanzas a entender que estos objetos que anhelas y buscas están manchados con la oscuridad más pura. ¿No escuchaste mis palabras cuando traduje las tablillas? Os dije que la búsqueda era inútil puesto que quien usara estos artefactos no habría vuelta atrás para él. Sobre ellos pesan maldiciones que no alcanzáis a comprender.
-Mi querido discípulo – dijo el anciano - ¿Cuál fue la primera lección que te di sobre la magia y el poder? Que a veces el poder no es el que posee uno, sino del que puede servirse de sus semejantes – Endureciendo su rostro añadió: Y ahora, dame el orbe.

Iruam sabía que no podría hacer frente a su viejo maestro, tanto que también sabía que sus secuaces probablemente lo esperaran fuera si intentaba escapar. No había escapatoria. Había pecado de impaciente y ahora pagaba cara esa osadía. Desde siempre para ser un mago era bastante impulsivo e impaciente.

-¡¡ Dámelo!! - dijo fuera de si Valkyas pronunciando la primera parte de un hechizo.

Las antorchas de la estancia titilaron hasta apagarse. El aire se volvió frío de repente, convirtiendo la respiración en puro vaho. Una densa neblina negra empezaba a inundar toda la cámara, como también susurros escalofriantes, que hablaban como una sola lengua y muchas al mismo tiempo.

-Presas – decía la niebla con mil voces – presas frescas que domeñar, hacía tanto tiempo que nadie aparecía por aquí.

Iruam fue el primero en reaccionar, sin pensárselo dos veces agarró a su antiguo maestro por un brazo y lo empujó, al cúmulo de oscuridad que se arremolinaba en torno a ellos. La nube negra engulló a Valkyas. El viejo gritaba de terror, mientras sus manos, sus brazos, sus piernas, su cabeza y el resto del cuerpo era cubierto con una sustancia negruzca entre fango negro y volutas y nubes del mismo color. Por sus ojos, boca y otros orificios la sustancia penetraba en él. Iruam decidió no quedarse a ver el espectáculo y salió corriendo del lugar. Una marea negra lo perseguía por los pasillos, derribando todo lo que encontraba a su paso. Al final, la mancha lo acorraló frente a una pared. Su magia era inútil contra aquel ser o seres. En el momento en que la mancha empezó a inundarlo, el orbe que guardaba en su bolsa comenzó a brillar con más luz que la del sol, haciendo retroceder la oscuridad, como si le doliera la luz que despedía el objeto. El orbe sin embargo, se volvía más tenue por momentos. Impresionado por lo que acababa de pasar, solo le dio tiempo a Iruam a echar a correr por otro pasillo que desembocaba en paredes de hielo. La marea negra reemprendió su rápida marcha tras él dispuesto a engullirlo como hizo con Valkyas.

Tras girar una esquina, vio luz por entre el hielo, luz del día. Se lanzó contra la pared del glaciar. La fina capa de hielo cedió ante el embate del hombre e Iruam cayó ladera abajo golpeándose contra la nieve y algunas rocas. Al final de su caída, se dio contra algo duro y perdió el sentido. Justo antes de desvanecerse, solo pudo entrever una silueta que se acercaba a través de la nieve, y se desmayó.


Escrito por Iruam Sheram