miércoles, 24 de abril de 2013

A mal día, mala noche (Parte 2)

Entraron entonces en el mesón donde se alojaban. Chantalle se sentó en una silla y esperó a que Giordano continuara con su relato.

-Entonces...

Giordano tragó saliva en silencio. Sabía que habían enviado a Licinio Sura porque era de raíces lordaerienses como él, porque pensaban que entre lordaenienses se entenderían. Giordano respetaba a Licinio. En eso habían estado acertados en el Senado, pero de ahí a sumarse a una conjura para asesinar a la Mano del Rey, por muy loco que éste pudiera estar, había un gran camino que recorrer, un camino muy peligroso en el que Giordano no estaba dispuesto a adentrarse. Él, como Licinio, compartía la preocupación por la debilidad de las fronteras de Ventormenta, del norte y de Kalimdor y, como Licinio, sabía que si él, Giordano, o el senescal Nigrino en Kalimdor o algún otro militar influyente en cualquier esquina del Reino, iniciaba una rebelión tras un posible asesinato de la Mano del Rey, las legiones tendrían que abandonar las fronteras para una guerra civil sin cuartel y que entonces tanto los Renegados al norte como muy en particular el Jefe de Guerra Garrosh en Kalimdor se lanzarían sobre las posesiones de Ventormenta en estos territorios, para empezar. Garros era especialmente mortífero y podría apropiarse de una vasta extensión del  Reino de Ventormenta y afianzarse; luego, si alguna vez concluía la guerra civil entre las legiones, sería ya imbatible y no se podría recuperar el terreno perdido. Giordano ponderaba todo esto cuando uno de los médicos que cuidaban a su padre entró en el edificio escoltado por el cabo Damian. Fue este último, un cabo con un brazo tullido que los senadores imaginarion herido en alguna acción de guerra, el que se atrevió a hablar interrumpiendo aquella tensa reunión al poner palabras al silencio feío del médico.

-Tu padre está peor - Dijo Damian.

Giordano Lévi se levantó de su asiento y, sin decir nada, salió sin mirar a nadie, escoltado por un atribulado médico y por el propio Damian.
Los tres senadores se quedaron a solar en el salón. Licinio Sura era un hombre paciente y pragmático. Aún no habían recibido una respuesta a la pregunta que habían realizado.

-Esperaremos - Dijo Licinio Sura-. Esperaremos a que regrese.

-Sáltate esa parte, Giordano. Se que lo estás pasando mal y que la respuesta de tu "padre" fue un rotundo no...
-Exacto, Chantalle. Como iba diciendo...

Giordano regresó a su hogar. Como imaginaba, los senadores no se habían movido y allí estaban esperándole, aguardando su respuesta. Fue Licinio el que, una vez más, se atrevió a interpelar al capitán de La Bruma de Poniente.

-Sentimos mucho la enfermedad de tu padre - empezó con tono conciliador, sin expresar la más mínima queja por la larga espera.
-¿Os han traído algo de comer y de beber? - preguntó Giordano. Era su forma de agradecer el comentario de Licinio.
-Damian se ha ocupado de nosotros y hemos dispuesto de todo lo que necesitábamos. Somos gente frugal, una costumbre algo perdida ya en la Ventormenta de nuestros días - apostilló Licinio Sura.

Giordano captó la sutileza del final de intervención del senador lordaeniense y guardó unos instantes de silencio.

-Supongo que seguís esperando una respuesta - dijo Giordano al fin.
Licinio asintió.
Giordano inspiró profundamente. Se debía a la promesa hecha a su padre, se debía la lealtad eterna de los Lévi a la dinastía Wrynn y sus elecciones, sin embargo, el nombre de Domwell atronaba en su mente como un orco que se arrastrara por las entrañas de las empalizadas que rodean los campamentos.
-Mi familia siempre será leal a la Mano del Rey, hasta el fin, hasta el último día de su electorado. Nunca me rebelaré contra Domwell ni contra ningún descendiente de la dinastía Wrynn o cualquiera de sus allegados. Ya no. - dijo Giordano con rotundidad y sintió algo de paz en su interior por satisfacer el deseo de su padre -. Ésta es mi respuesta, senadores.
Se levantó y pasó entre ellos, dispuesto a retornar junto al lecho de su padre enfermo, cuando Licinio Sura insistió una vez más.
-Pero ¿Y si la Mano del Rey muere? Todos morimos alguna vez. ¿Qué hará Giordano si la Mano del Rey muere de forma violenta o por enfermedad? Entonces, ¿Qué hará el gran capitán de La Bruma de Poniente?
Giordano se detuvo. La insistencia de Licinio resultaba ya impertinente. Damian vio cómo los labios y la barbilla de amigo temblaban y temió lo peor. Vigiló con el rabillo del ojo la empuñadura de la espada del capitán, al tiempo que no se desentendía de las manos desnudas de los senadores, que quería tener siempre a la vista. Los habían registrado pero nunca se sabía. Giordano se giró ciento ochenta grados y encaró a Licinio Sura. Estaba a punto de ensartarle con la espada, pero desde lo más profundo de su ser el nombre de Domwell y las consecuencias que acarrearía emergían una y otra vez, una y otra vez, aturdiéndole, impidiéndole desenfundar.
-No-me-rebelaré-nunca-contra-la-Mano-del-Rey - dijo Giordano pronunciando la frase palabra a palabra. No obstante, cuando todos pensaban que ésa era la respuesta definitiva, el capitán, o más bien su rencor incontenible, añadió-: Pero si la Mano del Rey muere - entonces se acercó a Licinio hasta que su aliento peinó al senador-, si la Mano del Rey muere, Licinio Sura, entonces Giordano Lévi acatará lo que el Senado decida. ¿Es eso, por lo más sagrado, lo que querías oír? ¿Es eso a por lo que has venido hasta aquí, hasta mi propio hogar?
Licinio no retrocedió ni un ápice.
-Eso es lo que necesita Ventormenta. El Reino no permitirse una nueva guerra civil.
El capitán no pudo evitar una mirada de desprecio mientras se separaba de Sura.
-Yo sé eso mejor que nadie, senador.


-Vaya... -dijo Chantalle- así que era eso. No debes preocuparte, Giordano, todo saldrá bien. Vayamos a la cama, es tarde y estás cansado...

Ambos se retiraron a dormir, después del ajetreado día.